Psicología de los bandidos

El sinuoso camino de los arrepentimientos y desconciertos por el quiebre con la cultura de la omertà

 

Cultura

Las mafias representan un desafío y un peligro dramático para los sistemas democráticos y las formas de existencia en común –sobre todo cuando se inclinan hacia lo popular–, porque conviven de modo organizado dentro de la sociedad, las instituciones, el Estado, y porque son fundamentalismos que frenan el devenir cívico y el desarrollo económico de las comunidades en las que laten. Las organizaciones mafiosas, a diferencia de otras formas de criminalidad, no agregan sólo a sujetos criminales; se aprovechan de manera explícita –y a través de distintos canales indirectos– de relaciones familiares (la estructura de tipo familiar comprende tanto a la familia stricto sensu como a las redes de parentesco y de comunidad social), lazos de amistad y relaciones que refieren a la pertenencia y a los aspectos existenciales de la identidad (del devenir de la identidad, puesto que esta se fragua sobre la base de la relación entre la individualidad psíquica y biológica de un sujeto, su mundo familiar y el contexto sociocultural que integra). Lxs sujetos que están socializados en contextos mafiosos –hombres, mujeres, niñxs– no experimentan sólo condiciones materiales particulares; están integrados –también a nivel psicológico– dentro de la cultura mafiosa: “El futuro sujeto mafioso es ‘observado’ desde la infancia, ‘educado’ adecuadamente, sostenido psicológica y pedagógicamente por algún mafioso influyente, puesto en un camino que lo llevará a ser un perfecto y frío mafioso [...] sin temores ni sentimientos de culpa y que duerme bien incluso tras haber matado a alguien” (G. Lo Verso/G. Lo Coco, La psiche mafiosa. Angeli, 2002, p. 21).

En un rato volveré sobre esta anestesia de las emociones como parte fundamental de la pedagogía de la violencia. Antes quiero subrayar que el mundo de la mafia es un universo hermético, un contexto de fronteras marcadas que no admite la libre expresión de la subjetividad –hecha de relaciones con lxs otrxs y también de relaciones con las distintas partes de sí–, que no tolera el disenso, la autonomía y la diversidad. Se trata de una cultura que reclama su señorío sobre la psiquis y que tiende a la anulación de la subjetividad bajo el peso de la amenaza violenta y del silencio de la omertà (palabrita descubierta últimamente por Carlos Pagni, quien sin embargo la aplica mal a la escena política nacional). Estas cuestiones aparecen retratadas con perspicacia en El clan (2015) de Pablo Trapero, que dramatiza la historia real de una familia de San Isidro. Lxs Puccio en la década de 1980 se dedicaban al negocio criminal de los secuestros extorsivos (propios también de la ‘ndrangheta) sobre la base de un acuerdo más o menos tácito entre el patriarca de la familia y sus hijos varones.

La cultura mafiosa se despliega sobre la base de un imperativo categórico, por eso mismo el juez Giovanni Falcone formuló un parangón entre religión y mafia: “Nunca se deja de ser cura. Ni mafioso” (J. Dickie, Cosa nostra. Storia della mafia siciliana. Laterza, 2007, p. 76). Afirmación sugestiva: sin embargo, puede complejizarse. Mientras el mundo mafioso se mantiene cerrado sobre sí mismo, único, intacto, probablemente no crea mayores desconciertos psicológicos. Estos emergen en el momento en el que un sujeto quiebra el pacto de silencio (la ley de la omertà) y toma distancia de la cultura mafiosa. Estas cuestiones pueden afirmarse sobre la base de la experiencia de los “arrepentidos” o colaboradores de justicia y también a partir de una consideración general: mientras el mundo es uno solo, tanto en el plano material como en el identitario, el reconocimiento de la realidad está más o menos dado; en cambio, cuando se genera una pluralización de los mundos, y cuando esta llega a la conciencia, los conflictos aumentan.

No es infrecuente y se puede verificar sobre la base de las migraciones, los exilios, las expulsiones, etc. La emergencia del desconcierto psicológico que se da con el distanciamiento de la cultura mafiosa implica una negativa que sin embargo contiene un poder afirmativo. De la propia subjetividad, puesto que se activa la dimensión de la elección. Y esa afirmación es psíquica y existencial. La condición de los “arrepentidos” es la de vivir a caballo de dos dimensiones, una mafiosa y otra no-mafiosa, y entre dos temporalidades también: puesto que la colaboración con el Estado abre la posibilidad de un futuro de libertad –de la experiencia mafiosa– aunque hipotecado por el pasado. Il traditore (2019) de Marco Bellocchio retrata magistralmente estas cuestiones, organizándolas alrededor de la figura de Tommaso Buscetta, orgánico de Cosa Nostra y principal colaborador –luego de que la mafia exterminara a su familia– del juez Falcone en la Sicilia de la década de 1980.

Algunos casos clínicos propios de esta doble pertenencia –con el mundo mafioso y con su negación que encarna la promesa de una vida libre–, de este vaivén –entre la sociedad mafiosa y la sociedad civil– son presentados en La psiche mafiosa (2002). Este libro muestra en clave psicológica qué implica el hecho de separarse de la cultura mafiosa para los “arrepentidos” (la mafia los llama “traidores”). Se trata de una andadura dificultosa hecha de avances y regresiones, a menudo confusa, sembrada de dudas y temores, puesto que alejarse de la cultura mafiosa implica acercarse a un territorio desconocido aunque percibido como libre. La decisión de separarse sin embargo puede ser obliterada por sentimientos de culpa, miedos hacia la familia de origen por su capacidad de activar distintas formas de vendetta, amenazas hacia el propio círculo íntimo, etc.

Esta condición de arrepentido parece haber sido asumida por Mariano Macri en la confesión desplegada frente a Santiago O’Donnell y recogida en Hermano, la confesión de Mariano Macri sobre la trama del poder, política, negocios y familia detrás de su hermano Mauricio (Sudamericana, 2020). Este libro es la legitimación de un derecho: elegir. Elegir hablar, no tanto frente a un magistrado sino frente a un periodista, pero para el caso da igual. Hermano narra el quiebre de la cultura de la omertà de parte de Mariano por el “abuso y el maltrato” que recibió de Mauricio a nivel familiar, el mismo que “el pueblo argentino [...] sufrió a nivel político” (p. 16). Pero la andadura del arrepentimiento es confusa, implica una afirmación que puede sufrir regresiones. Y de hecho, en diciembre de 2020, Mariano interpuso un planteo en el Juzgado Nacional  6, de primera instancia en lo civil, solicitándole a O’Donnell las grabaciones de las entrevistas como diligencia preliminar para iniciar luego una demanda civil por daños y perjuicios contra el periodista. El arrepentimiento implica un camino sinuoso: la regresión o el arrepentimiento del arrepentimiento.

 

 

Mariano Macri, regresión del arrepentimiento. Foto Marcelo Dubini, Perfil.

 

 

 

 

¿Qué es eso?

Si eso es la mafia, la respuesta a la pregunta parece obvia. Sin embargo, en la Argentina se le suele dar un tratamiento opaco. Hasta existen serios estudios internacionales que sostienen que la Argentina no está afectada por la criminalidad organizada de tipo mafioso, pero “cuando se dice de la mafia que no está quiere decir que está en todas partes”, dice ingeniosamente un investigador de la cultura siciliana: Gaetano Basile. En la mediaticidad monopólica argentina, La Nación abona esa opacidad y despliega ostensibles operaciones de distracción masiva, pues articula una imagen siempre achatada de la peligrosidad inherente a los fenómenos mafiosos: los mafiosos son narcos, empezaron a operar anteayer en la zona de la Triple Frontera y esta situación determinó “la creación del Departamento Unidad Antimafia dentro de la Policía Federal Argentina”. O sea: nada de vínculos con el aparato político y de poder ni operaciones económicas de gran escala en el corazón de la city ni cooptación, por ejemplo, de ese departamento policial que será el primero en quedar atrapado en una trama que en la Argentina es antigua.

La categoría social mafia aquí se suele referir a los taxistas, a la aduana, genéricamente a la criminalidad organizada, a los negocios de poder, a ciertas actitudes de la élite, a los que no les importan las leyes, a los sindicalistas y enfáticamente a las lideresas políticas y sociales populares. En el imaginario colectivo, los mafiosos están rodeados de un halo mitológico, una especie de encanto perverso del mal que dentro de cierto marco los convierte casi en héroes: esto explicaría los numerosos locales públicos ambientados según la estética mafiosa. Mariano Macri tampoco se priva de apelar a estas imaginerías y de emplear la palabra. Elabora una imagen significativa de su hermano y de la relación que este establecía con cada miembro del clan: “El príncipe iba a decidir qué era lo que nos daba a cada uno, y había que ir y besarle el anillo y comer de su mano” (p. 132). Parece una escena que emerge de las películas clásicas sobre mafiosidades.

Según él, el padre Franco no era un mafioso, apreciación apoyada en aspectos memoriales e interpretativos: “El viejo decía: ‘Yo voy a ser siempre el mafioso, pero ustedes van a ir a los mejores colegios y clubes y no van a tener que cargar con eso’. Pero yo lo tomé siempre como si estuviera hablando desde la percepción de los demás, no como algo cierto” (p. 67). Ese algo no-cierto se ratifica fuera de lo memorial con una negación de lo más relevante: “Por su manera de vivir y desenvolverse para mí era suficiente carta de presentación para no tener ninguna duda de que no era un mafioso” (p. 67). La denegación es un mecanismo verbal por medio del cual lo reprimido aflora de forma negativa. Se reconoce, sin aceptarlo, en un intento por suprimir lo que se reprime. Estamos ante un mecanismo que implica negar algo afirmando otro argumento que sigue sosteniendo lo que fue negado (S. Freud, Die Verneinung, 1925). Para Mariano la mafiosidad paterna fue una operación pergeñada por su hermano y desplegada en un reportaje con Luis Majul en marzo de 2019, para que los defectos del padre ya fallecido, en una inversión, pudieran ser leídos como cualidades del hijo: “Es la estrategia que Jaime Durán Barba instruyó al equipo de comunicación y legales [...] para que el Presidente pudiera despegarse del escándalo de los Panamá Papers y de todas las causas que pudieran aparecer por los negocios que sus empresas mantuvieron con el Estado en los últimos cuarenta años”, dice O’Donnell (p. 66).

La mafia entendida como ‘ndrangheta, sin embargo, es algo muy específico, mal conocida en la Argentina o invisible, puesto que ella misma se vuelve invisible –es uno de sus rasgos ancestrales, desde que se organizó en Calabria hace más de dos siglos– o porque no puede ser vista, incluso estando cotidianamente a la vista de todxs. Pero que algo pueda no ser visto no quiere decir que no esté ahí. Además de en Italia, la ‘ndrangheta está difundida –entre otros territorios– en Australia, por ejemplo (E. Ciconte/V. Macrì, Australian ‘ndrangheta. Rubbettino, 2009). Vaya casualidad: el tío Jorge Blanco Villegas “en la década del 60, en sociedad con Franco Macri, montó un negocio de exportación de ganado en pie a países de Medio Oriente a través de triangulaciones exóticas con Australia” (Hermano, p. 95). También en la Argentina ha encontrado terrenos fértiles: una cultura colonial (esto es, piratería, explotaciones, colusiones, clientelismo, acciones para-legales); una historia de democraticidad frágil interrumpida por frecuentes golpes de Estado; el terrorismo de Estado, que según Emilio Mignone funcionaba sobre la base de un doble plexo normativo muy próximo al doble latido legal-ilegal propio de las mafias (E. Mignone, La doctrina del paralelismo global, 1981). Estas dimensiones le han permitido prosperar, tal vez más incluso que en la propia Italia. La ‘ndrangheta es también una antropología: el devenir de una identidad individual, familiar y colectiva. Y desde un punto de vista psico-antropológico puede ser inscripta dentro de los fundamentalismos.

 

 

 

 

 

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