"Cuando las papas queman los que manejan el barco tienen que colaborar. Porque si le pido a los otros que pongan y yo no pongo, es medio careta, ¿verdad?"
Esta afirmación del Pepe Mujica merece tomarse muy en serio. La suerte de los gobiernos se juega en la confianza pública.
Es cierto que un recorte de salarios de los legisladores y funcionarios no cambia la ecuación de la crisis económica ni detiene la pandemia. Lo saben bien los hipócritas que lo reclaman. Pero es también cierto que un gesto como ese enaltece la autoridad y permite demandar su aporte a los que, por la sospechosa desmesura de sus fortunas, sí pueden y sí deben, paliar los resultados de una crisis de la que también son responsables.
Hace unos días un Ministro nacional recordaba que San Martín luego de crear el Regimiento de Granaderos a Caballo, buscó de inmediato su bautismo de fuego. En esa oportunidad fue él quien cargó al frente de una de las dos columnas de granaderos que enfrentaron y derrotaron a los españoles. Esa carga casi le cuesta la vida, pero le permitió ganar frente a sus hombres el prestigio y la autoridad necesarias para llevar a cabo su cruzada libertadora.
En los tiempos de crisis prolongadas solo una dirigencia legitimada por el ejemplo, puede contener, conducir y motivar a un pueblo que sufre carencias y padece incertidumbres. Sin ella el futuro puede tornarse inmanejable. En situaciones extremas –esto lo hemos oído hasta el cansancio— conviven las pulsiones más nobles con las conductas más repudiables.
Esta es la crisis más seria y peligrosa de todas las que hemos enfrentado desde mediados del siglo pasado. El Presidente de la Nación ha sentenciado sabiamente que por encima de todo están la salud y la vida de nuestro pueblo y que el costo económico de la crisis deberán afrontarlo esta vez aquellos que no somos parte de las víctimas recurrentes, de la perversión que gobiernan el lucro y el egoísmo.
Debemos salvar a los olvidados de siempre y así probablemente conseguiremos salvar también a muchos de nosotros. En esta acción de “solidaridad fraterna interesada”, nadie que pueda debe quedar afuera y menos negarse a compartir los costos. Seamos los funcionarios públicos los primeros en dar un paso al frente. Así callarán los canallas y volverán a sonreír los ciudadanos de a pie.
Es por ello que con independencia de los montos que se recauden, todos los funcionarios públicos cuyo sueldo supere cierta cantidad de salarios mínimos, deberían hacer un aporte mensual de un porcentaje fijo de su ingreso neto, por única vez y por un período que determine la reversión de la crisis. De este modo y con la autoridad que otorgan las decisiones ejemplares, podrán abordarse otros desafíos y requerimientos para lograr superar esta pesadilla.
En el caso de los funcionarios judiciales deberían sumarse fervorosa y voluntariamente y abandonar así por una vez sus privilegios salariales e impositivos, que tanta indignación provocan en la mayor parte de los ciudadanos. Insistir en la intangibilidad del ingreso, en tiempos de catástrofe nacional, ratificaría un repudiable adormecimiento de sus conciencias.
Sabemos que hay sectores que reclaman gestos a la política no para resolver inequidades sino para deslegitimar a quienes tienen la responsabilidad de gobernar, contener y conducir a nuestro pueblo. Los hemos sufrido desde el nacimiento de la patria. Lo han pagado muy caro nuestras democracias.
Todos sabemos que lo que se pueda aportar económicamente no será ni lejos lo suficiente para enfrentar los costos de la crisis, pero sabemos también que sin ejemplos no se lidera y sin liderazgos solo nos aguarda el naufragio y el sálvese quien pueda que es el salvavidas de los poderosos.
Si algo tenemos a favor en medio de tanto dolor, sacrificio e incertidumbre, es un gobierno que supo anticiparse, aprender de las experiencias ajenas y tomar decisiones rodeado por los mejores profesionales en las áreas comprometidas.
Es un gobierno que se ha ganado el respeto y la confianza de propios y extraños. Pero en política no hay cheques en blanco ni cuentas inagotables. La confianza es frágil y esquiva y solo rebrota fortalecida bebiendo de dos vertientes: la que se nutre de testimonios y sacrificios y la que anuncia el amanecer de la victoria.
Hagamos entonces un gesto que demuestre más pronto que tarde que es una infamia acusar a la política de parasitar el esfuerzo de los pueblos y que somos conscientes de que puede aguardarnos un futuro aún más duro y demandante. Transpiremos la convicción de que de ser así, por riesgoso que sea el camino a recorrer, vamos a ratificar nuestra decisión de transitarlo con el ánimo templado y la confianza fundada en la unidad nacional y una indestructible y fraterna comunidad de destino: la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
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