Post-capitalismo y realismo distópico

La vuelta al malthusianismo en estado puro y cruel

 

En noviembre de 2005 el Presidente de los Estados Unidos de (Norte) América, George W. Bush, visitó la República Argentina. El episodio suele recordarse por el rechazo que la Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela hicieron a la propuesta norteamericana de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) desde Alaska hasta Tierra de Fuego. En ese momento hubo un hecho llamativo que los tiempos modernos invitan a recordar.

Es costumbre protocolar que los Presidentes se intercambien obsequios. Así fue como Néstor Kirchner le regaló un cordero patagónico y un poncho tejido en la región más austral del planeta. El gringo le dio un libro, pero no cualquier libro sino Principios de Economía Política, de Thomas Malthus (fue editado en 1820 y Bush eligió la edición impresa en 1836). Hubo diversas interpretaciones porque Malthus es reconocido mundialmente por el núcleo de su obra previa y más conocida, Ensayo sobre los Principios de la Población, de 1798, donde fanáticamente profetizó que el atraso de las naciones es producto del crecimiento demográfico, porque la población crece en proporción geométrica mientras la producción de alimentos lo hace a una cadencia aritmética.

 

 

El clérigo anglicano manifestaba su esperanza en que guerras de todo tipo, enfermedades, miserias y el mantenimiento de los trabajadores en el límite de la subsistencia para que no se reproduzcan contrarrestarían el mal. Pero esa selección natural-antinatural no incluía a las clases dominantes que, por el contrario, para sostener la fortaleza del sistema, deberían aumentar de manera altruista su sano consumo. El mensaje era claro: los que no están en el Olimpo y no son dioses modernos deben aguantarse males diversos y catástrofes con la boca cerrada. ¿Fue eso lo que quiso transmitir Bush?

El malthusianismo se sostuvo a través de los tiempos. Giovanni Sartori y Gianni Mazzoleni, en su libro La tierra explota: superpoblación y desarrollo (Taurus, 2003), también con fanatismo declaran que “si la locura humana no encuentra una píldora que la pueda curar, y si esa píldora no la prohíben los locos que nos quieren ver multiplicándonos incesantemente, el ‘reino del hombre’ llegara a duras penas al 2100… Estamos destruyendo el planeta, y parecemos no darnos cuenta: la disminución de los recursos naturales, el auge de la contaminación y las modificaciones en el sistema climático generadas por el hombre hacen que la superficie habitable de la Tierra cada vez sea menor. Los datos son alarmantes: se prevé que la población crecerá hasta llegar al doble de lo que es hoy y, para entonces, la Tierra habitable será la mitad de lo que es actualmente”. Los autores llaman a la aplicación de políticas globales de control de la natalidad y acusan directamente a la Iglesia Católica por no impedir las masacres. Otros autores se ocuparon el tema desde diferentes ópticas: Paul Erlich (La explosión demográfica o Population bomb, 1968), Joel Cohen (An Introduction of Demography, donde incluyó el concepto de capacidad de carga, 1995), el Club de Roma (Los límites del crecimiento, 1972), Samuel Huntington (El choque de las civilizaciones y su énfasis en la superpoblación de origen árabe, 1995). Pero por el volumen de su influencia no quiero dejar afuera al influente “cerebro del mundo” [1], el Council on Foreign Relation (CFR), que tienen el tema en su agenda.

El CFR es acusado continuamente por la promoción de políticas malthusianas para controlar los males del planeta, con especial atención a los países en desarrollo o pertenecientes a otras civilizaciones que pudieran poner en peligro el poder hegemónico de los Estados Unidos y la estabilidad geopolítica (las denuncias contra el Council incluyen el planeamiento de golpes de Estado y cambios de gobiernos en la periferia del sistema mundial). Se acusa al CFR de promocionar políticas de control de la población, eugenesia en países en desarrollo, planificación familiar, desarrollo de tecnologías que limiten el crecimiento de la población, esterilización y anticoncepción, así como políticas de desarrollo sostenible que dan prioridad al ambiente por sobre el crecimiento económico y poblacional.

¿Cuáles son los problemas que aborda el neomalthusianismo?

  • Sostenimiento del status quo político, económico y civilizatorio bajo el dominio de Occidente, ya sea en su variante unipolar (“Make USA great again”) o globalizadora. El riesgo por enfrentar es que el mayor crecimiento de la población de la periferia (esto incluye al crecimiento de otras civilizaciones: China, India, Rusia, países árabes, patria grande latinoamericana) provoque un balanceo que amenace el control del centro.
  • Catástrofe ambiental. Se considera que el planeta se encuentra amenazado por causas físicas (fortuitas), sociales (exceso de población) y por la acción humana sobre el medioambiente. Esto incluye causas que forman efecto invernadero por acumulación de gases en la atmósfera que retienen calor (combustión de combustibles fósiles que producen dióxido de carbono y óxido nitroso), desforestación para uso productivo de la tierra (baja de la absorción de dióxido de carbono), ganadería (creación de gas metano), uso indiscriminado de fertilizantes (que contienen nitrógeno y producen óxido nitroso), gases fluorados, consumo excesivo, descarte monumental de residuos no reciclados, derroche de energía, uso abusivo de plástico, etcétera.
  • Extinción de las fuentes no renovables (baratas) de energía (petróleo, gas, madera, carbón).

Los problemas señalados se pueden resumir en uno: la población del planeta.

¿Cómo se puede resolver el dilema del crecimiento de la población y el consumo? Hasta ahora se ha seguido una política de educación sexual y ambiental, acompañada por el uso de incentivos orientados en el mismo sentido (acciones y prácticas que contribuyen a la preservación y restauración de los ecosistemas, incentivos fiscales y crediticios a la inversión ambiental, subsidios a las actividades “verdes” como plantar árboles, ahorra agua, separar basura y reutilizarla/economía circular, evitar quemar basura, hojas y otras materias, utilizar energías limpias). Pero esta estrategia se ha demostrado lenta y costosa.

¿Existe alguna otra alternativa? ¿Hay una forma más rápida y barata? Sí, la hay, aunque sea contraria a las normas éticas, morales, religiosas, humanistas. O sea, volver al malthusianismo en estado puro y cruel. La respuesta es hacer desaparecer a una parte importante de los pobladores del planeta.

¿Qué pasa si se reduce la población mundial? Habrá menos consumo de alimentos que generen efecto ambiental negativo, menos uso de energía no renovable, menos residuos y desechos, menos riesgos de desbalance poblacional que cambie el orden mundial (especialmente si la caída de la población se produce en la periferia del centro occidental). Estamos frente a una alternativa rápida y barata para salvar el planeta y resolver los problemas de lo que quede de la comunidad.

¿Cuál podría ser un obstáculo para la implementación de tamaña crueldad? Que exista algún interés por parte del poder hegemónico sobre la población que sería objeto de exterminio. Surge claramente el valor que la economía dio a las personas en pleno auge del sistema capitalista, su naturaleza de consumidores. El capitalismo está basado en la propiedad privada de los medios de producción que fabrican mercancías que son negociadas en un mercado de competencia libre y (supuestamente) autorregulado a través de una relación entre oferentes y demandantes (consumidores). Vale agregar que el sistema se reproduce (reproducción del capital) a partir de que los costos de producción son menores que los precios de venta de la mercancía (plusvalía).

Ahora bien, en los tiempos actuales eso ha cambiado. La financiarización y el “capital en la nube” –constituidos por equipamiento informático conectado en red o granjas de servidores, que se conectan a través de torres de telefonía móvil y kilómetros de cables de fibra óptica por aire, tierra o en el fondo de océanos y mares, a lo que se suman programas, algoritmos, inteligencia artificial– hizo que la reproducción de la riqueza sea propulsada por la renta financiera y la renta de la nube (ambas asimilables al régimen feudal más que al capitalismo), o sea que la producción y comercialización de bienes y servicios (economía real), la plusvalía y la relación obrero-patronal quedaron relegados a un triste tercer lugar. En paralelo, el poder de los consumidores, por atomización de la demanda y concentración de la oferta, desde su nivel pedestre (carente de poder real) ha bajado varios peldaños más, por la pérdida de importancia de su función necesaria para la realización del producido, y por lo tanto podrían ser descartados a un costo sistémico bajo.

Claro que el medio rápido y barato de prolongar por largo término el poder y el dominio no es simpático. ¿Cómo, después de tanta moralina, mejores prácticas, lo bueno y lo malo, se puede hacer público lo tramado? ¿Es necesario comunicarlo o se puede operar a espaldas del gran público? Justamente por preservación y aceptación necesaria no es conveniente declamar lo que se está dispuesto a hacer. Ahora bien, ¿es posible que, desde las sombras, los más poderosos del universo estén pensando en la vía rápida y barata, o es sólo una alucinación influenciada por Julio Verne, Leonardo Da Vinci, George Orwell, H. G. Wells, Anthony Burgess, Isaac Asimov, Sandra Newman, Hugh Howay, Sofía Rhey, Ray Bradbury y nuestro querido gran Héctor Germán Oesterheld?

¿Por dónde empezar el proceso de aniquilación? Naturalmente, por quienes menos aportan y más gastos producen: los enfermos, los discapacitados, los jubilados, los pensionados y los excluidos del sistema. ¿Cómo hacerlo? Achicando sus ingresos, quitándole remedios, bajando las prestaciones de los sistemas de salud, eliminando apoyos (planes sociales), quitando ayuda alimentaria y otros métodos que las mentes tenebrosas pueden crear. En suelo argentino, se puede incluso ejercer la crueldad a cara descubierta y –por obra y gracias de las fuerzas del suelo o la influencia de la nube– hasta puede hacerse con un mínimo de oposición popular.

 

 

 

[1] Para profundizar sobre el tema recomiendo el libro de Ariel Salbuchi: El cerebro del mundo. La cara oculta de la globalización, Editorial Solar, 1999.

 

* Carlos Cleri fue Jefe de Gabinete del Ministerio de Economía en el gobierno de Néstor Kirchner, subsecretario de Comercio Exterior en el gobierno de Raúl Alfonsín, funcionario del Servicio Económico Exterior de la Nación, decano de la Escuela de Economía (post-grado) de la Universidad de Buenos Aires y presidente de la Sociedad Latinoamericana de Estrategia. Actualmente coordina la Red hacia la Soberanía Alimentaria y es miembro del Movimiento Productivo 25 de Mayo (MP25M).

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí