Por quién doblan las campanas
Los sectores dominantes cierran el camino al diálogo de los disensos
“…nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
John Donne
La proscripción de la principal dirigente del movimiento nacional, popular y democrático no puede desvincularse de la fuerte ofensiva que ejecuta el gobierno del Presidente Javier Milei contra la sociedad argentina, como él mismo reconoció. Efectivamente, es un eslabón clave de la estrategia del régimen para consumar una derrota de los sectores populares que sería difícil revertir, una sentencia que no busca solamente impedir candidaturas de Cristina sino disciplinar a la dirigencia política en general y a la de los sectores populares en particular. El mensaje es muy claro: será duramente castigado quien no renuncie a realizar políticas como las que llevaron a la inédita relación del ingreso nacional en la que el trabajo llegó a superar al capital.
La obsesión por proscribir a CFK tiene además una manifestación indisimulable en la iniciativa de “ficha limpia” impulsada por Mauricio ‘Ndrangheta Macri, cuya ficha tiene manchas ocultadas por el mismo aparato burocrático-judicial que condena a Cristina, pero inocultables en el libro de la historia. No es necesario ser un analista político para entender que semejante insistencia es un claro indicador de que CFK representa un peligro decisivo para el poder real.
Es inevitable señalar que las dádivas y procedimientos extorsivos e intimidatorios vienen logrando su propósito con envidiable éxito; esta semana hemos presenciado defecciones peronistas que impidieron poner límites a lo que puede caracterizarse como el ensamble entre una remake de la Fusiladora y un fujimorismo modelo siglo XXI: el jueves pasado fuimos informados de que, en el colmo de la persecución política, el gobierno se apropió de las pensiones de dos ex Presidentes y, para hacerlo, usurpó la facultad excluyente del Congreso de aplicar la figura de mal desempeño a través de un juicio político. Estos son los ejemplos más recientes, no los únicos. Sin embargo, si nos quedáramos en describir lo visible estaríamos considerando apenas la superficie de las cosas.
Si se tiene como premisa que la liberación nacional –condición necesaria de la verdadera libertad– no se consigue desplazando al elenco gobernante sino generando condiciones para romper la creciente dependencia neocolonial, será más fácil comprender la naturaleza de la lucha, que –hay que reconocer– se clarifica en virtud de la singularidad que aporta Milei: nunca antes un gerente del gran capital había militado tan activa y orgullosamente la condición de país colonial de la Argentina, con exhibiciones obscenas como cuando renunció a la heroína de Sierra Maestra, Diana Mondino.
El Movimiento es también una de las partes que protagonizan la lucha por la hegemonía en la Argentina, que el mileismo propone en términos novedosos en relación con la clásica concepción gramsciana que la describe como una combinación de consenso y coerción: para la derecha gobernante no existe el consenso, es todo coerción. El gobierno se encarga de producir diariamente hechos que desmienten sus declamaciones de democracia y libertad: está claro que responde a la férrea lógica interna que orienta las acciones del poder real. El proceso iniciado en diciembre pasado no alcanza los estándares mínimos de las tradiciones democrática, republicana y liberal; estamos padeciendo un cipayismo popular sin parangón.
Se impone así al Movimiento en conjunto y a su componente central, el peronismo, la exigencia política de asumir sin ambages su misión histórica.
Consenso, ¿con quién?
Es evidente que no sólo no hay lugar para consensos sino que se han roto los que había hasta ahora, quiebre que se inició con el intento de magnicidio del 1º de septiembre de 2022. Con la proscripción de Cristina, se está dejando al país sin otro de los acuerdos básicos de la débil democracia realmente existente: las diferencias sociales dejan de expresarse libremente a través del proceso electoral, lo mismo que pasó entre 1955 y 1973. En otras palabras, los sectores dominantes están cerrando el camino al diálogo de los disensos, al diálogo electoral.
No obstante, no faltan compañeros que le restan trascendencia porque “Cristina ya fue, hay que renovar la oferta electoral”, como si la vigencia de un liderazgo histórico dependiera de la condición etaria y la suerte del drama argentino de un simple cambio de caras. A estos cultores del electoralismo oportunista, que además suponen que los ataques obedecen a que “a Milei le conviene polarizar con Cristina”, es necesario recordarles que desde hace tiempo el fracaso de las estimaciones de los “sondeos de opinión” se ha convertido en una constante, y que una cosa es la opinión y/o deseos de los dirigentes y otra el apoyo popular. Sería tan necio negar la importancia de una derrota electoral como pensar que con un triunfo electoral se soluciona la reparación nacional y social.
El presente ofrece evidencias elocuentes en cuanto a que son inviables los intentos –a veces bien intencionados pero poco realistas– de quienes proponen “ponernos de acuerdo en los grandes temas, porque esa es la verdadera política”: justamente en los grandes temas el disenso es insalvable. Y así como el –tantas veces mal entendido– realismo político, entre otros factores, conduce a la conclusión de que la lucha armada no es opción, debería servir también para comprender que la búsqueda de consenso no sólo ha dejado de ser opción sino que se ha convertido en un instrumento funcional a los sectores dominantes: ha sido la lapicera con la que desde el campo popular se escribió en los últimos años la decadencia nacional y el retroceso de conquistas populares.
Hombres serios del Movimiento, bien educados, pacíficos y que no causan preocupación al bloque de poder ni a su brazo armado a cargo de la comandanta Patricia Bullrich, son también los que entienden que la lucha de clases es producto de la crueldad de Milei; piensan que si los sectores dominantes fueran humanitarios la lucha se evitaría, que terminaría si se abre un período de conciliación y “búsqueda de consenso” entre patrones y obreros, entre peronistas y antiperonistas, que permitiría convivir en paz y solucionar la desventura argentina: se cerraría la grieta. No comprenden que los ataques a Cristina son una forma violenta de la lucha de clases, que tiene a Milei como personaje circunstancial. En el mejor de los casos, estos campeones de la indignación tranquilizan sus despistadas conciencias con declaraciones altisonantes de repudio a tanta violencia, pero acompañan directa o indirectamente al proyecto antipopular en marcha, o su compromiso termina en cada declaración. Otros, intencionalmente o no, por error u omisión, en los hechos contribuyen a debilitar el liderazgo nacional-popular, un juego que en la situación actual es propio de aventureros de la política.
Los hechos políticos suelen tener efectos que no se corresponden con las apreciaciones subjetivas de protagonistas u opinadores, expresión de expectativas o intuiciones mal informadas: en la evaluación de tales acontecimientos no interesan las características personales, motivaciones e intereses individuales o de un grupo, sino el impacto público de las acciones de los actores políticos y sociales; en otras palabras, de cada hecho político sólo importan sus consecuencias objetivas de alcance social. Es difícil que las otras consideraciones superen la categoría de anécdota novelada: tal vez sirvan para una crónica costumbrista del momento, pero no para comprender la naturaleza de los procesos sociales.
De los gladiadores
Entre los triunfos ideológicos más duraderos del poder se cuentan aquellos logrados con el método de asignar el carácter de meras modas a categorías que lo definen y exponen, con lo que ha conseguido que dejen de usarse. Un caso emblemático es el de los términos oligarquía e imperialismo, desestimados por muchos compañeros porque “han pasado de moda”. Olvidan que el gran capital establecido en estas pampas no corre riesgos, conduce al poder político, hace negocios con el Estado y siempre gana: es la oligarquía de nuestro tiempo; y que la proscripción de Cristina es similar a la que han sufrido Lula en Brasil, Correa en Ecuador y Evo en Bolivia, indudablemente patrocinadas por Estados Unidos, que antes educaba a las fuerzas armadas regionales y hoy educa a los sistemas judiciales: son procedimientos del imperialismo en nuestros tiempos.
Aquí cabe una acotación sobre el problema del nepotismo en los poderes judiciales. Si bien en distintas instituciones estatales y no estatales se ha observado y se observa el fenómeno, es importante diferenciar: en algunos casos tuvo alguna justificación en el pasado aunque en la actualidad puede haberse convertido en una especie de corruptela inercial, cuyos efectos sociales e institucionales deben ser evaluados ante cada situación concreta. En el caso de los sistemas judiciales la cuestión es cuantitativa y cualitativamente distinta: es difícil encontrar un juez o ex juez que no tenga o haya tenido familiares directos o indirectos en el sistema; además, el nepotismo ha cumplido y cumple una función esencial, por cuanto es uno de los mecanismos más efectivos para garantizar la continuidad ideológica y la cultura institucional. Se entiende la fuerte resistencia que ofrecen estas burocracias del poder a cualquier reforma que tienda a democratizarlas. Como siempre, hay que salvar las excepciones a la regla.
Así, transcurre la historia, cambian los intérpretes y los escenarios, pero con la misma obra; es decir, cambia el capitalismo pero no lo que le es consustancial ni las configuraciones propias de su dinámica, como la que genera la existencia de monopolios, metrópolis y colonias, cuestión respecto de la cual se puede y se debe dar la lucha. En el siglo pasado eran Shell, Esso y General Electric, para mencionar algunas, hoy se suman Tesla, Amazon, etc.; antes era Bunge y Born, hoy son Clarín, Techint y Mercado Pago, entre otras. Se deduce que el enfrentamiento tiene por protagonistas a la alianza oligarco-imperialista por una parte y a la simbiosis entre la entidad nación y los sectores populares por la otra, cada una con sus contradicciones internas; enfrentamiento tal que, si bien tiene origen en el frente económico, quien pretenda alcanzar triunfos estratégicos deberá librarlo sobre los campos político e ideológico. No se equivoca Milei cuando explicita la importancia que reviste la “batalla cultural”.
Comprendida la índole de la lucha, es insoslayable preguntarse con quiénes puede contarse y con quiénes no para afrontarla, y definir así la esencia de la unidad: ¿habrá que incluir a dirigentes que piensan que la situación argentina admite soluciones de fondo a escala puramente provincial; a los que entienden que el Poder Judicial debe auto-depurarse; a aquellos que, aun conscientes del riesgo que se cierne sobre la Argentina y su pueblo, son abatidos por el miedo a enfrentar al poder; a los amantes del corto plazo que desestiman el trabajo de concientización porque “cuando hayamos logrado concientizar vamos a estar todos muertos”, como si el proceso de concientización tuviera principio y fin (cuando la mayoría social haya alcanzado un alto grado de conciencia nacional es probable que muchos estemos muertos, pero eso no es un problema: el destino de los movimientos históricos no es actuar sólo sobre la generación contemporánea sino sobre las promociones políticas e intelectuales que le siguen)?
Obviamente la sucesión de interrogantes no termina con los aquí explicitados, aunque con estos alcanza para apreciar la relevancia de las definiciones programáticas que ha esbozado CFK y su voluntad de terminar con las concesiones a los grupos retardatarios del peronismo.
Vale aclarar que como esta nota se refiere a cuestiones generales, no personales, menciono nombres únicamente cuando es un deber hacerlo en tanto la gravedad del devenir está encarnada en la/s persona/s nombrada/s.
Sociedad, ¿qué sociedad?
Si hiciéramos un esquema de la sociedad argentina actual aparecerían fábricas pero también plataformas, empresas productoras de tecnología digital y empresas mixtas; asimismo, es cierto que en los trabajadores de plataforma y de servicios tecnológicos hay resistencia a una integración colectiva sindical. Los cambios estructurales han estimulado el arraigo de una cultura del individualismo que ha penetrado en todos los ámbitos de la vida en sociedad, y que está a un paso del hedonismo antisocial. Tal situación ha agudizado un estado de cosas que no es nuevo: los sectores dominantes no sólo cuentan con ventajas materiales para la disputa, tienen además conciencia de clase y no necesitan explicar lo que hacen porque “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante” (Karl Marx dixit).
Se sabe que el capitalismo no es un modo de producción estático, sino dinámico, que se redefine históricamente cambiando la organización de la producción y el consumo. Como expliqué en otra nota, estamos inmersos en una transformación capitalista que implica procesos específicos de organización de la producción, la acumulación y el consumo, en el interior de los cuales se requieren cada vez menos derechos de libertad, derechos sociales e instancias de mediación interclases. Así las cosas, las distintas variantes de la ultraderecha se constituyen en instrumentos adecuados a los efectos de conformar la superestructura jurídico-político-ideológica para recorrer la transición. Este fenómeno de alcance mundial se superpone con las formas de producción anteriores y está condicionado por la historia y particularidades de cada país, por eso no es lo mismo Milei que Trump.
Para afrontar la lucha, el campo popular ampliado deberá fortalecer instituciones propias del sistema de producción que se consolidó en el país a partir de la década de 1940, particularmente los sindicatos en determinadas actividades, e idear nuevas formas de representación para los sectores emergentes del nuevo modo de producción; pero en todo caso será fundamental desarrollar la conciencia histórica de los segmentos que lo conforman, condición necesaria para comprender y sentir que somos hijos de una nación avasallada. Aparecerá entonces en los individuos, sean trabajadores de plataforma, prestatarios de servicios de tecnología digital u obreros de la construcción, una conciencia nacional que se activará no solamente cuando juegue la selección nacional sino también y sobre todo cuando se jueguen los intereses nacionales; y una conciencia de clase que les permitirá descubrir su pertenencia social real, no ficticia, y que podrán incrementar su seguridad vital y sus grados de libertad en la medida que se integren colectivamente y participen en la construcción de organizaciones sociales.
En 1945 el desarrollo industrial impuso al país una revolución nacional progresista, antioligárquica y antiimperialista, pero la rapacidad y la miopía histórica impidieron a buena parte de la burguesía industrial comprender que el gobierno popular representaba sus intereses, y que al oponerse a la reparación económica y a la elevación cultural de las masas, mataba la gallina de los huevos de oro. Hoy el desarrollo tecnológico y la nunca resuelta dependencia nacional imponen otra revolución, será tarea del Movimiento realizarla y evitar miopías históricamente suicidas.
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