¿POR QUÉ ATILIO LÓPEZ?

Hace 46 años la Triple A asesinó al sindicalista Atilio López, uno de los protagonistas del Cordobazo

 

Me he preguntado muchas veces: ¿por qué Atilio López? ¿Cuáles fueron las razones políticas del asesinato del Negro Atilio? ¿Quiénes los responsables del crimen, más allá de la mano de obra mercenaria? Aunque la respuesta no sea simple, hay que buscarla en la historia concreta que hemos vivido.

Cuando lo acribillaron, el 16 de septiembre de 1974, ya había fallecido Perón. La hegemonía del movimiento estaba en manos del lopezrreguismo y los sectores que desde dentro y desde fuera habían obligado a torcer el rumbo de lo votado el 11 de marzo de 1973.

En Córdoba ese programa había sido votado de mala gana por los vencidos en la interna justicialista. Pero también porque el “dedo” de Perón venía indicando el apoyo a los sectores combativos y revolucionarios, que más pusieron el pecho en el “Luche y Vuelve” de 1972; y se expresaron luego en la fórmula Obregón Cano-Atilio López.

Los vencidos en las internas siguieron activos y fueron denunciados a la prensa en julio de 1973 por el fiel amigo Roberto “El Tuerto” Tapia, que lo reemplazó como secretario general de la UTA y la CGT. Pero ese peronismo autodenominado ortodoxo a nivel nacional, en octubre de 1973 resolvió eliminar a los que llamaba infiltrados. ¿Era sólo una cuestión de interna peronista?

El navarrazo en Córdoba, en febrero de 1974, demostraría la confluencia de intereses distintos en lo concreto, pero coincidentes en lo político-ideológico. Aunque los ejecutores visibilizados fueran fuerzas policiales y paramilitares –con actuación posterior en el D2 y las Tres A— articuladas con los ortodoxos vencidos en la interna, otros actores silenciosos o no tanto, que se sintieron afectados por las realizaciones concretas del gobierno popular, alimentaron el golpe policial.

Más que una cuestión de discursos, fueron las acciones de gobierno las que molestaron, porque presagiaban un proceso en consonancia con el programa votado el 11 de marzo de 1973. Los obispos católicos de la toda la provincia y la Unión de Padres de Colegios Católicos, que nucleaba al catolicismo conservador de Córdoba, denunciaron la infiltración marxista y dieron activa batalla contra el Estatuto de los Docentes Privados, nucleados gremialmente en el SEPPAC, que tuvo aprobación legislativa. Igual sucedió con la ley de reforma policial que dejó afuera a los ex militares que integraban la plana mayor de esa fuerza, con activo rol en la represión previa a la asunción del gobierno peronista en 1973. El poderoso sector ganadero promovió el desabastecimiento de carne para contrarrestar el control de precios, y trasladó su hacienda a provincias vecinas para evitar la incautación. Y lo que apareció como ruptura del pacto social en el conflicto de la UTA con los empresarios del transporte (FETAP) al apoyar el aumento salarial, que las autoridades municipales desaprobaron, tensando la relación política con el gobierno provincial. Pero el vicegobernador Atilio López además, apoyó con su presencia a los trabajadores de la fábrica de fideos Tampieri, en San Francisco, y a los del SMATA, cuando patotas porteñas quisieron avasallar la sede local del gremio.

Lo de Atilio no fue discurso consignero, sino cumplimiento de la palabra empeñada en la campaña electoral, que canalizaba las expectativas obreras y populares.

¿Por qué el Negro Atilio? No es fácil resumir la práctica concreta en la trayectoria gremial y política de Atilio López. Pero sin duda debe señalarse especialmente la activa participación política que asumió como dirigente sindical. Y su involucramiento partidario, como candidato a diputado, en el marco del pacto Perón-Frondizi, en las elecciones de 1962, que después fueron anuladas. No hubo otro dirigente sindical, ni radical, ni peronista, ni de otra identidad, que tuviera la visión política de involucrar con posibilidades reales a los trabajadores en la disputa concreta del poder del estado, para gobernar a favor de los trabajadores y el pueblo. El poder fáctico vio con claridad el peligro. Por eso el brazo armado de la oligarquía obligó a Frondizi –destituyéndolo después— en 1962 a anular las elecciones a diputados y gobernadores, que en la provincia de Buenos Aires había ganado Andrés Framini, otro dirigente sindical peronista. La misma proscripción que en Córdoba padeció Atilio López.

No es un dato menor destacar rasgos especiales en la conducta del dirigente sindical y político Atilio López. De procedencia radical, asumió su rol gremial y se identificó en las luchas de la resistencia peronista, desde donde consolidó un liderazgo sin bombos ni platillos, gracias al pluralismo, que practicó para recuperar la CGT en 1957, donde también ejerció su capacidad negociadora con el gobierno de turno. Amplitud de miras, sin los sectarismos que favorecen las divisiones, siempre bien aprovechadas –y hasta alentadas– por los explotadores. Tampoco dogmatismos que cierran las puertas a las necesarias acciones mancomunadas de los trabajadores con otros sectores nacionales y populares. Con la fortaleza ideológica que se sustenta en las reivindicaciones concretas y se consolida en la práctica política consecuente y eficaz para los intereses, especialmente de los más empobrecidos.

Semejantes cualidades en un hombre de pueblo constituyeron un peligro concreto para los poderes reales. No porque fuera iluminado ni el más brillante. Quizás precisamente por lo contrario, que lo transformaba en convocante de iguales, como lo demostró desde los nucleamientos político-sindicales que integró, como los Legalistas, que supieron combinar lucha y negociación, sin confundirla con el negociado de los corruptos.

Estas características fueron fundamentales en una Córdoba que había sido bastión de la Revolución Fusiladora, dato político no menor si se considera también la reñida elección del 11 de marzo de 1973, que obligó a la segunda vuelta del 15 de abril, en esta Córdoba gorila —por derecha o por izquierda—, que esta vez jugó a favor de la fórmula progresista, acorde al clima de época que se vivía en el país, en Latinoamérica y el mundo. Esa Córdoba que en tiempos más actuales ha reflotado su gorilismo de derecha con nuevos rostros, escondidos en identidades políticas con arraigo, que los poderes cordobeses reales saben utilizar según las oportunidades y conveniencias, sin escrúpulos por las banderías.

Esos mismos poderes, que boicotearon el gobierno peronista de Obregón Cano y Atilio López hasta derrocarlo, son los mentores ideológicos de la eliminación, no sólo política, sino física del Negro Atilio. Hacían falta los 132 balazos para asegurarse la muerte del dirigente más capaz en ese momento de encabezar la reorganización política del peronismo cordobés, con las características específicas del pluralismo, que ya se había expresado en FREJULI, el frente político que había llegado al gobierno. Atilio estaba llamado a integrar el liderazgo de un nuevo proceso, que brotaría de las cenizas siempre humeantes de las resistencias populares. No lo podría hacer sólo, lo que lo hacía más peligroso aún. Porque los convocados a hegemonizar un proceso que no pudiera ser frustrado debían ser los trabajadores, para dar cabida a todos los sectores identificados con y por la causa nacional y popular. Lo sabían los enemigos del pueblo. Porque Atilio tenía todos los ingredientes: era peronista, era combativo, era pluralista, sabía articular con todos los sectores, tenía una acrisolada capacidad política y era un Negro como todos. Era peligroso porque reunía la claridad ideológica con la práctica política que arraigaba en el movimiento obrero pero llegaba con facilidad a los sectores populares que lo sentían y palpaban como propio.

La trascendencia del crimen del 16 de septiembre de 1974, precisamente en la misma fecha de la Revolución Fusiladora que derrocó al Presidente Perón, fue la imposibilidad para Córdoba de revertir las oportunidades políticas de un gobierno popular; y democrático en la realidad de sus acciones y no sólo en las formalidades constitucionales.

Deuda pendiente y no fácil de saldar, si no se cuenta con la elevada cuota de generosidad que requiere la política, sin los mezquinos vicios de la especulación de cargos en las listas o de beneficios personales. Y en este impostergable desafío, especialmente para las nuevas generaciones, a ejemplo del joven dirigente Atilio López, asumiendo los costos de hacer realidad el legado histórico del peronismo que seguirá siendo “el hecho maldito del país burgués” (Cooke). Traición sería si dejara de serlo, porque serían eliminadas las esperanzas de justicia y dignidad para los pobres de la Patria. En la memoria de Atilio, y de tantas y tantos otros y otras militantes, reside el reaseguro.

 

 

 

 

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