Por los pagos de La Chacarita
Visita y agradecimiento a los muertos queridos que nos dejaron su arte
Calles 6 y 33
Cuando mi padre saltó al otro reino me abracé con fuerza a una de las frases más luminosas de João Guimarães Rosa: “Las personas no mueren, quedan encantadas”. Envuelto en ese pensamiento monté mi caballo de dos ruedas y rumbié pa’ la Chacarita. Sépanlo bien, nada de necrofilia ni necrofagia sino el deseo de visitar a los artistas amados, dialogar con ellos arrimándoles una flor, un pensamiento lindo o una oración agradecida. Bordeando el camposanto bajé por Newbery al tiempo que un cortejo de autos ingresaba por uno de los portones laterales, entré con ellos y desvié mi caballo hacía 6 y 33. La ceremonia era simple, prenderle un pucho a Carlitos y pedir un deseo; tras cartón sacar de la mochila el parlantito, darle play al tango Canchero y sentarme a contemplarlo. Así lo hice: la voz del “mudo” inundó la Chacharita, los pájaros guardaron su canto. Me despedí de Gardel, una de las placas recordatorias me robó una sonrisa: “Gracias Carlitos por la pensión. Elvira 6-2-97”.
Calles 6 y 49
En esa esquina descansa el dueño del parnaso rante: Celedonio Esteban Flores. Su escultura se asemeja a la de los grandes pensadores. Asomo un ojo a la puerta del panteón, diviso el “jonca” de él y el de su compañera de vida. ¡Qué maravilla nuestro “vesre”! ¿O acaso para ustedes un cajón es lo mismo que un jonca? Convengamos que el primero es un receptáculo donde se guarda ropa, cubiertos, verduras… ¿pero un “jonca”? Eso, clavado que es un ataúd.
Sigo en la esquina del negro Cele, las más de 220 placas que tapizan el mausoleo de Gardel se contraponen con las únicas dos que homenajean al autor de Mano a mano. Supo tener seis más, pero fueron arrancadas. ¿Por eso tanta yuta merodeando? Hoy en día el kilo de bronce se paga entre 4.000 y 5.000 mangos. En una Argentina con más de medio pueblo por debajo de la línea de pobreza, “¿Qué debiera decir, qué fronteras debo respetar?/ Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?/ ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”
Diagonal 113 entre calles 4 y 6
A medio camino entre Carlitos y Cele se encuentra “El Rey del Compás”, el hombre que a partir de 1936, a base de una orquesta rítmica y acelerada, repleta de stacattos y abruptos silencios, pobló de bailarines las pistas de cabarets, clubes y milongas de barrio (de paso digamos que algo de su estilo se lo debe a su primer pianista, Roberto Biagi, sin olvidar la semilla sembrada por otro director de orquesta: Edgardo Donato). Hablo de Juan D´Arienzo. Verlo olvidado en medio de un yuyerío crecido entre baldosas me lleva a pensar en todos los que en la actualidad viven de la “teta de D’ Arienzo”: DJs de tango, organizadores de milongas, bailarines, orquestas que recrean su estilo incluso con su mismo nombre o apodo. No sé… qué paradoja ¿no?
Calles 22 y 33
No fue sencillo localizar a Le Pera, a los guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Riverol, fallecidos en el accidente de Medellín de 1935. Tenía un borroso recuerdo visitándolos junto a mi querido maestro y amigo Roberto Selles y estaba convencido de que se encontraban a metros del Zorzal, pero no. Esto trajo a mi memoria el año 2022, cuando gracias a las charlas de tango que di en Europa pude visitar los cementerios de Montparnasse, Pere Lachaise (París) y San Fernando (Cádiz), donde reposan algunos de los artistas que son pan bendito para el corazón de uno: Baudelaire, Desnos, Cortázar, Vallejo, Apollinaire, Chopin, Wilde, Balzac, Musset, Eluard, Camarón de la Isla. Recuerdo entrar al Montparnasse acompañado de una lluvia gris y borrosa, buscando cumplir el sueño grande: dar con el paradero de Marcel Schwob (autor de los libros La Cruzada de los niños, o Vidas imaginarias). Varias veces estuve a punto de abortar la travesía. Fue un trabajador del cementerio quien me devolvió la esperanza al mostrarle mi única fuente: una imagen de la tumba de Schwob publicada en internet. “División 5”, dijo en francés. Con esa sola referencia y la imagen que dejaba ver un monolito semejante a un pequeño obelisco seguí peregrinando entre tumbas. Divisé el pequeño obelisco. “Ahora es cuestión de buscar el ángulo, copiar la fotografía”, me dije. “¡Te encontré!”, grité, y temblé de alegría. Schwob descansaba bajo el único cerezo en flor de esa parcela.
Calles 73 y 103
Una pequeña plazoleta forma una suerte de carrusel de artistas: Sandrini, Quinquela Martín, Storni, los hermanos De Caro, Pugliese, Rosita Melo, Magaldi, Troilo, Goyeneche, Montiel, Waldo de los Ríos y, más atrás, Carlos Di Sarli. ¿Y si en las noches del cementerio cuando ya no quedan ni policías ni sepultureros a la vista resulta que Pichuco saca el bandoneón a la vereda y se arma el bailongo en la Chacarita?
Diagonal 109 y calle 32
Logro ingresar al panteón privado de SADAIC. Acá nada de cámaras y videos. Las placas de Francisco García Jiménez y Osvaldo Ruggiero son las primeras que saltan a mis ojos. Recorro los tres subsuelos: Enrique Santos Discépolo, giro la cabeza: Laura Merello (Tita), Homero Manzi, Cátulo Castillo, los hermanos Expósito, Azucena Maizani, Horacio Salgán, Enrique Mario Francini… y tantos más. Sorprende el abarrotamiento de placas para Francisco Canaro y Floreal Ruiz. No puedo dejar de pensar en el instante final de sus vidas: una Tita en soledad, un Discépolo envuelto en la tristeza, un Pontier eligiendo el suicidio. Y algo más, este pequeño panteón me hizo revivir aquello que sentí en el Pere Lachaise cuando visité a María Callas y vi su nombre rotulado con el número 16.258. No sé, sentí que ahí sin tierra ni aire, sin lluvia ni sol ni estrellas que la salpiquen, María no podía respirar. Ahí, apretujada, sufre, tiene el canto encerrado, me dije. Ojalá sea cierto aquello de que sus cenizas han sido esparcidas en el Mar Egeo. Para ella nada más hermoso que una tumba viajera.
Calles 11 y 14
Por su ubicación y sencillez, porque parecen vecinitos de barrio, por ese algo misterioso que los envuelve, los sitiales del payador José Betinotti y la primera bandoneonista del tango, Paquita Bernardo, son los más hermosos. Te dejo de ese día un improvisado video que no hace más que subrayar la sentencia de Mishima: “Aquellos que nacen con el don de los dioses, tienen el deber de morir bellos, sin disipar el don”.
Esquina Corrientes y Lacroze
Dejé atrás el portal que da a calle Corrientes. Até el caballo de dos ruedas a un poste de luz y entré al Imperio, pedí lo de siempre: fugazzetta rellena, faina y un tubo chico de moscato. Mientras anotaba en mi cuaderno algunas impresiones para no olvidarlas, la tarde lentamente fue cerrando sus alas. Desde el ventanal de la pizzería miré por última vez el cementerio y levanté el vaso por los muertos queridos.
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