Por la espalda
Los derechos sociales e individuales de un país se construyen o se deterioran paso a paso, en cuenta gotas
Te dan por la espalda. Estos tipos te dan por la espalda.
Pueden ser fuerzas federales o provinciales, policías de pueblos o de municipios. A todos los une lo mismo: te tiran por la espalda.
Es el hilo que va de Santiago Maldonado a los pibes de San Miguel del Monte, pasando por Rafael Nahuel, Facundo Ferreira o tantos otros en tantos lugares distintos.
Pudo haber tiros que dieron en el blanco. O simplemente las consecuencias de una huida desesperada. Porque estos tipos ponen en escena el suficiente terror para que tengas que huir, como quien huye de la muerte. ¿O a la muerte? El “protocolo” hace el resto. Ese resto puede tener la forma de un choque fatal o de un ahogo. Y si no, las balas que vienen por la espalda completarán la tarea.
“Cambio de paradigma”, lo llamó la actual ministra de (in)Seguridad.
Los que vinieron a imponer su nuevo orden económico y social, los que llegaron para someternos a la lógica de un mercado-dios imprevisible y despiadado, los que volvieron para ofrecerle a una sociedad sedienta de falsas ilusiones de progreso individual sus fetiches de humo, ellos te avisan que no les des la espalda. Que si se la das hay persecución y tiros.
Tienen odio. Sí. Odio. Odio por todos aquellos que en los últimos años habían accedido a tantos derechos postergados. Incluso muchos que por primera vez alzaron la cabeza y pudieron mirar de frente.
Y tienen síndrome de abstinencia. Sí. Muchos hombres y mujeres armados en nombre de la ley a los que los anteriores protocolos no les permitían seguir con sus rutinas históricas. Hoy se ponen al día. Nos vuelven a decir que el Estado que se retira de casi todo se sigue reservando la tarea de imponer “el orden” a como dé lugar. La tecnología irá en su auxilio: pistolas eléctricas –picanas de cintura–, vallas chinas, drones invasivos, armas de guerra de última generación para correr a pibes de barrio…
(Estos tipos, con sus políticas sociales y económicas, también le dan la espalda a un montón de sus propios votantes. Sólo que algunos de ellos celebrarán esas balas, como aquellos habitantes de Prípiat que fueron al puente a ver el espectáculo de luces que la explosión de Chernobyl dibujaba en el cielo. Pero ese es otro tema.)
En enero de 2016, apenas asumido el actual gobierno nacional, escribí estas líneas: “Cuarenta años después [del golpe de 1976], cuando asoma en nuestro país la incipiente instauración de un Estado policial, cuando se decretan emergencias de seguridad y aboliciones de hecho de derechos individuales, cuando muchos rostros del pasado reaparecen remozados y se apabulla a los ciudadanos de a pie con climas intimidantes, cuando se afianza un proceso de velada remilitarización de la sociedad, cuando vuelve a favorecerse ‘a un determinado modelo económico-político, de características elitistas y verticalistas’, no estaría mal recordar las oportunas palabras de[l Documento de] Puebla [1979] para hablar de aquellos años en América Latina: ‘En nombre de ella [de la seguridad nacional] se institucionaliza la inseguridad de los individuos’ (Puebla, 314).”
Los derechos sociales e individuales de un país se construyen o se deterioran paso a paso, en cuentagotas.
Para los que aún no se dieron cuenta, estos tipos no dan cuartel. Tocaron a degüello. Con su sonrisa impostada y sus globos amarillos. Con su revolución de la alegría y su cara de “yo no fui”.
Cada espalda es un blanco potencial.
Habrá que estar atentos.
Ellos ya emitieron todas las señales.
El futuro dirá si supimos leerlas.
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