Decíamos en nuestra nota anterior que el modo más sutil del gobierno para falsear el diálogo democrático es “la desmentida, (que es) el reemplazo de una percepción de la realidad por otra de carácter opuesto”. Al día siguiente de entregar aquella nota para su publicación, cuando una muchedumbre protestaba en Buenos Aires por las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, la titular de ese organismo hacía una declaración que confirmaba nuestra interpretación. Durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, Christine Lagarde declaró a la agencia Bloomberg: “Nos hemos comprometido con el presidente Macri a hacer lo mejor que podamos para avanzar con rapidez y eficiencia a fin de cambiar la percepción sobre la Argentina y la percepción que tiene la gente sobre nuestro papel“.“La gente” ya tiene una percepción clara del FMI y cada vez más clara de las políticas del gobierno actual. Pero para esa “política de la percepción” que proponen Macri/Lagarde interesa considerar al neoliberalismo en su relación con el neopragmatismo. Porque con esta filosofía los neoliberales fusionan deber y utilidad (“Vinimos a hacer lo que hay que hacer”), diciendo que el conocimiento es poder para hacer crecer la democracia hacia el futuro (“el futuro de los argentinos”).El neopragmatismo de la segunda mitad del siglo XX dio fundamentos conceptuales a las políticas neoliberales de los ’70 hasta hoy, para decir que la percepción es más importante que la verdad. Cuando todo Cambiemos insiste con que “El plan del Gobierno es decir la verdad”, y sabemos por sus actos que eso no es verdad, lo que vemos es que se intenta inducir una falsa percepción. Pero para el pragmático neoliberal los valores son más importantes que los hechos, lo subjetivo es más importante que lo objetivo, y la percepción es más importante que la realidad. Por eso da lo mismo si el presidente dice o no la verdad. De lo que se trata es de aceptar lo difícil que es ponerse de acuerdo sobre valores en los que se disiente (verdad o mentira), y por eso medir los actos políticos por la facilidad para lograr acuerdos o consensos.Ese neopragmatismo creció en el marco de la globalización de una subjetividad que en la desmesura de su forma de individualismo irresponsable ha cultivado la ruptura de los lazos sociales y el desinterés por las desigualdades. La pretensión de un grado de verdad suficientemente objetivo para hacer justicia, fue desplazada por un culto del subjetivismo relativista en el que se diluyen los límites de la ética para magnificar los valores estéticos. Desde los ’70 se multiplicaron en los Estados Unidos y en otros países las “políticas de la percepción”, para incluir no sólo al influjo de las políticas sobre la percepción pública sino también al papel de la percepción en ámbitos artísticos o lúdicos como recurso para la política. Y a su vez, los filósofos posmodernos fueron desplazando el foco del interés en las escuelas de filosofía (incluyéndonos), desde la epistemología y la ética hacia la estética.
Política organizacional para administrar el Estado
No podemos pensar seriamente que para la ejecución de sus políticas neoliberales de la percepción, el actual equipo de gobierno haya estudiado ninguna filosofía. Es razonable pensar en cambio que un equipo de empresarios y financistas se haya formado en alguna “filosofía” propia de esos ámbitos. En este sentido, la relación de las percepciones con el ámbito empresarial comenzó a estudiarse en los ’70, coincidiendo con el primer neoliberalismo, y se fortaleció en los ’80 bajo el concepto de política organizacional (política empresarial). En tanto “manipulación intencional del interés propio”, la política organizacional tradujo a la comprensión empresarial las ideas básicas del pragmatismo filosófico y del neoliberalismo económico. Ese fue el paradigma empresarial privado insertado en lo público por los ejecutores de las políticas neoliberales.Así es como en los manuales de política organizacional para capacitación de empresarios, pueden encontrarse las tácticas utilizadas por el gobierno para sus políticas públicas: 1. Atacar o acusar a otros, generando “chivos expiatorios”; 2. Usar la información como arma política; 3. Crear una imagen favorable (o “Administración de impresiones”); 4. Desarrollar una base de apoyo; 5. Alabar a otros; 6. Formar coaliciones de poder con aliados fuertes; 7. Asociarse con empresarios influyentes; 8. Crear obligaciones de reciprocidad. La administración de impresiones se define como: “el proceso por el que los AD (directores activos, empresarios) intentan controlar o manipular las acciones de los demás hacia sus imágenes o ideas”. Todos los manuales se detienen en el estudio de la percepción en relación a las actitudes propias y de los otros: “las actitudes se basan en percepciones”. Una vez más: “¡Es la percepción, ilusos!”
El plano inclinado
Pero un problema incurable que tiene el pragmatismo y que está presente en el neoliberalismo es su concepción de los valores. Presumen que la diferencia sobre ellos puede ser mayor o menor pero que siempre es salvable a través del consenso. Sin embargo, los valores se caracterizan por su polaridad ya que no se los puede entender sin su contrario, los disvalores. Por eso hablamos de verdad/mentira, salud/enfermedad, justicia/injusticia. Y como la forma de algunos disvalores es irreductible a todo consenso e incondicionada a toda argumentación, lo único a hacer con ellos es suprimirlos. La explotación de la servidumbre es un disvalor contrario al trato justo para el que no cabe buscar consensos o argumentos justificatorios: lo único que cabe es suprimirla. Pero el pragmatismo se propone vencer estas barreras.Otro problema de estas políticas es que la manipulación de la percepción pública tiene sus límites: por un lado en la memoria comparativa de percepciones previas y por otro lado en las sensaciones de la vida cotidiana no estructuradas por los medios masivos de comunicación. Las sensaciones de quienes pierden la satisfacción de sus necesidades y deseos básicos, no logran ser compuestas en percepciones placenteras por los discursos políticos o los mensajes de los media.
Así es como en tan sólo una semana, las intenciones de Macri y Lagarde de cambiar la percepción sobre Argentina y el FMI se derrumbaron al primer intento: el veto del presidente Macri a la ley de tarifas registraba en una encuesta una caída al 90% de rechazo por la población. Ninguna política de cambio de la percepción había resultado útil. La diferencia de percepción, ahora estaba en el ángulo de inclinación y la velocidad de la caída futura. Y es que, como ya había señalado Kant, las percepciones como complejo organizado por la intuición de las sensaciones elementales de la experiencia, terminan sujetas al juicio.
¿Qué hacer si falla?
¿Qué pasa entonces cuando fracasan las políticas de la percepción? El pragmatismo propone abandonar toda la historia de la filosofía y su intento de distinguir apariencia de realidad. Pero cuando el siglo XX mostró las mayores atrocidades nunca vistas, fue esa historia de la filosofía y en particular la ética kantiana la que fue el fundamento objetivo del sistema internacional de derechos humanos. Si el destino del respeto kantiano a la dignidad humana, encarnó en la letra de los derechos humanos; el neopragmatismo y su utilidad de los resultados es un fracaso que ha encarnado, en cambio, en la injusticia de las desigualdades.Ante el fracaso de sus políticas de la percepción, el gobierno de Cambiemos está mostrando dos tácticas. Por un lado trata de insistir en lo mismo entrenando a los militantes en el discurso sofístico a través de un programa de formación de líderes, para ser más mediáticos y mejorar la capacidad de convencimiento y negociación. Es la aplicación básica de la “filosofía” de la política organizacional a la política: la vía “blanda”. Por otro lado se propone que los militares entrenados para la defensa exterior comiencen a colaborar en la “logística” (otro término de política organizacional) de la seguridad interna frente a “nuevas amenazas”. Las democracias imperiales cuando fracasan sus políticas de la percepción envían a sus militares a las guerras contra los países desilusionados. En nuestra democracia, el último recurso autoritario, cuando fracasa la pragmática del cambio de percepción, es la vía “dura” de la represión armada. Pero las mayorías de la Argentina ya han dicho que ese disvalor no es negociable y que lo único que cabe es suprimirlo. El gobierno debería percibirlo.
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