Top Hat o Sombrero de copa es una de las diez películas que Fred Astaire filmó con Ginger Rogers. Juntos llegaron a ser un ícono bifronte y bailante del siglo XX, aunque ella no es mi pareja preferida para el grillo inmortal. Recién la coloco tercera en mi ranking privado, después de Rita Hayworth y Cyd Charise, entre quienes me cuesta decidirme, de modo que quedan ex aequo (que es el latinajo por cabeza a cabeza o premio compartido, que se usa en los concursos de todo tipo. Eso me lo enseñó Enriqueta Muñíz, cuando trabajamos juntos en la oficina de prensa del festival internacional de cine de Mar del Plata). Y también Ginger comparte mi tercer puesto, con Eleanor Powell, de quien ya hablaremos. El plural no es mayestático, sino otro homenaje a Top Hat, donde Bates, el impagable mayordomo que interpreta el inglés Eric Blore, dice: “Nosotros, Bates, etc etc”.
El público de la década de 1930 no coincide conmigo, de modo que Ginger y Fred quedaron unidos para siempre, tal vez más de lo que a cada uno le hubiera gustado porque nunca tuvieron onda fuera del set de filmación. Y dentro tampoco faltaron problemas. Uno de los grandes números de Sombrero de copa fue Cheek to Cheek, es decir bailar apretados. El vestido de Ginger abundaba en plumas de avestruz, que se desprendían con el movimiento y se metían en la boca, las enormes orejas, la nariz y el frac de Fred, y le impedían concentrarse. Tuvieron que parar la filmación y el vestuarista Bernard Newman pasó una noche cosiendo una por una.
Desde entonces, Fred le llamaba Plumas a Ginger. Con el coreógrafo Hermes Pan compusieron una letra alternativa para la exquisita canción, música y letra de Irving Berlin. El original dice:
Heaven, I'm in Heaven
And my heart beats so that I can hardly speak;
And I seem to find the happiness I seek
When we're out together dancing, cheek to cheek.
(Cielo, estoy en el cielo
Y mi corazón late tanto que me cuesta hablar;
me parece encontrar la felicidad que busco
cuando bailamos mejilla con mejilla).
Y estos bandidos lo cambiaron por:
Feathers, I hate feathers.
And I hate them so that I can hardly speak;
and I never find the happiness I seek
with these chicken feathers dancing, cheek to cheek.
(Plumas, odio las plumas.
Y las odio tanto que me cuesta hablar
y nunca encuentro la felicidad que busco
con esas plumas de pollo, bailando mejilla con mejilla).
No sólo esa canción, sino también Isn't it a Lovely Day, Piccolino y la propia Top Hat fueron hits inmediatos. Los compositores le llevaban sus canciones porque cuando Astaire las estrenaba se convertían en grandes éxitos. Aunque su voz no era poderosa, cantaba con tal gracia, interpretando lo que la letra decía, que revolucionó la música popular, que hasta entonces se dividía entre los tenores operísticos y los jazzeros como el gran Louis Armstrong.
Sin duda Fred Astaire es el maestro en el que se inspiró el más grande de todos los que vinieron después y fueron sus enseñanzas las que le permiten a Tony Bennett seguir asombrando con interpretaciones memorables pasados los 90 años. Ídolo total, que como buen discípulo espera sin protestar que terminemos con el maestro, cosa que lleva su tiempo.
Top Hat se estrenó en 1935 y como este es un cohete serio, vamos a hablar también del contexto.
Peter Levinson en su exhaustiva biografia dice: “No puede sorprender que Top Hat capturara los corazones y las mentes de espectadores y críticos, desesperados por escapar de la realidad de un país que todavía soportaba un 25% de desocupación. La música gloriosa, los escenarios extravagantes y el clima de romance entre dos artistas tremendamente talentosos nos convencieron de que era la medicina perfecta para la miseria del pueblo”.
Dos años antes, Mervin Le Roy presentó en Gold Diggers of 1933 (Los buscadores de oro de 1933) el número musical más estremecedor que yo haya visto, My forgotten man (Mi hombre olvidado), que habla de todo lo que subyacía en las películas de Fred Astaire. Con la coreografía del inigualable Busby Berkeley, la actriz Joan Blondell y la contralto Etta Moten cantan la tremenda letra que Al Dubin escribió como una invectiva al Estado. La letra está en inglés, pero como el cohete ya navega más sereno, esta vez tuve tiempo de traducirla. Por desgracia sería redundante decirles que no soy traductor ni poeta:
No sé si merece alguna simpatía.
Guárdense su simpatía. Así está bien para mí.
Me bastaba con gambetearla cada día.
Hasta que vinieron y se llevaron a mi hombre olvidado.
Acordate de mi hombre olvidado,
le pusiste un rifle en la mano
Lo mandaste bien lejos
Gritaste hip hip hurra,
¡Pero miralo hoy!
Acordate de mi hombre olvidado,
Le hiciste cultivar la tierra
Caminaba detrás del arado,
El sudor caía de su frente
¡Pero miralo ahora!
En un tiempo me amaba
Yo era feliz;
Él me cuidaba
¿No me lo vas a traer de vuelta?
Porque desde que el mundo es mundo
Una mujer debe tener un hombre;
Olvidarse de él, te das cuenta,
Significa que te olvidás de mi.
Como mi hombre olvidado.
Al final, cuando el policía quiere llevarse al hombre arrumbado en la vereda, ella lo impide. Le abre el saco para que se vea que ese desocupado que duerme en la calle es un héroe de guerra, que esconde su inútil condecoración. Tres cuartos de siglo después intuì reflejos de estos siete minutos de cine en los artistas argentinos de Fuerza Bruta que realizaron el show del Bicentenario.
En esas imágenes hay ecos de la Nueva Objetividad, del expresionismo y del movimiento Dada que brotaron en Alemania durante la Repùblica de Weimar, entre las dos guerras mundiales, con exponentes superlativos como Otto Dix y George Grosz. Allì están los lisiados de guerra, los hombres sin trabajo, las mujeres que se prostituyen para sobrevivir, los niños con hambre, los grandes capitalistas que cuentan sus ganancias.
Es difícil no conmoverse una y otra vez con estos hombres olvidados, mientras la Argentina y el mundo se internan en otra época nefasta. Pero 83 años después, Fred Astaire sigue mostrándonos que hasta en los peores momentos hay espacio para el amor y la fantasía y que la resistencia no es incompatible con el humor e incluso el placer. Me resuena la consigna de Carmen Lapacó, que militó con alegría aunque nunca encontró a su hijita de 16 años, secuestrada con ella. ¿Es fácil?
No, qué va. Es dificilísimo, pero como dijo Carmen: "Nuestra venganza será ser felices"
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