El historiador y psiquiatra Pacho O’Donnell acaba de iniciar una campaña tendiente a cambiar el nombre del aeropuerto de Ezeiza, Ministro Juan Pistarini, afirmando que es “un homenaje demasiado grande” dado que es un personaje menor.
Lo notable es que la iniciativa, con antecedentes en los años de la Libertadora de 1955, la promueve quien ocupó el cargo de presidente del Instituto del Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, señalando que se trata de “un personaje controvertido (…) de abiertas simpatías con Alemania” y de amistad con gente vinculada a red de espionaje nazi en estas latitudes. Esto nos recuerda lo que decía Abelardo Ramos: los únicos nazis son los que trajo Perón a la Argentina, vinculados a la proeza de la energía atómica, de los aviones Pulqui I y II y de tecnología de punta; sin embargo, los alemanes que “emigraron” a EE. UU. (NASA) y a Rusia, para los amantes de la libertad y la república del ’55 no eran nazis, sino integrantes de las potencias democráticas.
Pero la iniciativa de O’Donnell es aún más grave, porque Pistarini fue bastardeado e insultado después de la caída de Perón negándose que fuera una de las figuras claves en la construcción de una Argentina independiente admirada en el mundo de la posguerra.
Juan Pistarini (1882), acompañó a Perón a Italia, fue miembro del GOU, ministro del gobierno de Perón, principal promotor de la construcción del aeropuerto de Ezeiza y de otro en el paraje Pajas Blancas de Córdoba. Creó la Flota Fluvial del Estado (1945); impulsó la construcción del monumental edificio del Ministerio de Guerra (P.B. y 16 pisos), construyó miles de viviendas, balnearios, varios miles de kilómetros de rutas, las maravillosas Unidades Turísticas de Chapadmalal y de Embalse (esta última con una estructura de 7 hoteles y 51 bungalows). Construyó los balnearios de Costanera Norte en una propuesta de acceso turístico de las familias de trabajadores. Construyó hoteles de turismo en Paso de los Libres, Bariloche y en distintas capitales de provincias alentando la promoción del turismo regional. Realizó muchas otras obras en un país donde los sucesivos gobiernos no pueden exhibir lo mismo.
El historiador Pacho O’Donnell propone que el aeropuerto se llame Libertador San Martín. ¿Quien podría objetarlo? Pero, conociendo que la historia no es precisamente el templo de la ingenuidad, su acción lleva implícita una trampa cuando señala que San Martín “es un nombre de honestidad intachable”, ocultando que Pistarini murió más pobre e ignorado que el propio Libertador —soportando la ignominiosa prisión en el Hospital Militar, una obra que el mismo había habilitado en 1946— y con sus escasos bienes inhibidos.
La iniciativa de O'Donnell ni siquiera es novedosa. Le antecedieron otras promovidas por parlamentarios, con la misma intención de borrar su nombre.
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