Números y palabras
Ha llegado el momento, así parece, de ponerle palabras a la muerte. Mejor dicho, a los muertos. Y a los que van a morir. Fracasaron los números del ritual obsesivo. Fracasó ese engañoso conjuro de la muerte en la vida cotidiana.
Los números, que en sí no tienen valor ético. Hacen parte de un mundo que para ser humano requiere de otros mundos. Y sin embargo, casi sin darnos cuenta, sólo hablamos de números. Y pensamos con ellos. Porque es que al fin y al cabo, nada raro es hacerlo. Ya todo lo que hacemos y nos hace se mide y cuantifica. Ya todo se hace número que oculta a la palabra. Así venía siendo antes y así fue siendo ahora, al llegar la pandemia. Pero un vendaval de muertos y dolores dijo basta.
Es el AMBA y Jujuy, es Chaco y es Río Negro, y no sólo Ecuador, sino también Perú. Es la letalidad impiadosa en un departamento jujeño que ha albergado el ingenio de transformar lo dulce en acritud amarga de explotación y muerte. Es la ciudad peruana que un conquistador europeo proclamó Ciudad de los Reyes hasta que otra proclama, de un libertador nuestro, llegó a ponerle término al dolor y la humillación que entonces imperaba, y que hoy vuelve a las calles de esa ciudad de Lima
Aquí, y allá, y más allá, la exaltación en triunfo de los números ha consagrado el lenguaje de un orden que colapsa. Pero han sido, todavía siguen, y acaso seguirán siendo eficientes como patrón comunicativo para la utilidad injusta del orden de ese mundo. Tienen una potencia extraordinaria. Son abstractos. No tienen tiempo ni espacio. Nadie ha visto nunca a un tres. Pero los enfermos y los muertos, aunque sean tres, no son un tres. Son algo muy distinto. Tanto, que la dignidad de cada uno, esa cualidad que los hace insustituibles, no permite la suma.
Las palabras y el cuerpo
Pero dejando aparte el tema de la dignidad, los enfermos y los muertos, los trabajadores y los pobres, convertidos en números, no tienen tiempo ni espacio. Y así la suma, suma. Sin tiempo no hay historia y sin espacio no hay cuerpo. Y un cuerpo sin historia no ha tenido sentido. Ese cuerpo no está. Ni vivo ni muerto. Es tan sólo una sombra del reino post-moral que ya sin gracia alguna nos promete esa posverdad del mundo de los números. Es el sinsentido habilitado por el infinito archipiélago de creencias desprendidas del continente colectivo. Es el mismo sinsentido que han tenido los cuerpos que fueron mercancía. Es el reino en el que un tres se sustituye sin más por otro tres.
Y sin embargo, ante el fracaso del vivir en el mundo clausurado de los números, aún nos queda el cuerpo hecho palabra. Poco a poco, casi con el temor del que da sus primeros pasos, se ha logrado, hablando, que otros hablen: de la angustia de los que enferman, de los que mueren solos, de los últimos días, de los que no tienen delante el cuerpo querido para el llanto, de la ceremonia del último adiós, de tanto y tanto dolor encerrado en cada pecho.
Nos quedan las palabras que, como símbolo, no habitan el espacio. Su esencia sólo es tiempo. Sólo construyen historia. La historia de ese cuerpo que nos habla, de esa conciencia sensible que se muestra en ellas. Sobre la realidad de un espacio de anatomía y un tiempo de reloj, sobre esa masa de músculos y huesos, sobre ese mundo real, la palabra introduce el tiempo de lo humano, el tiempo del lenguaje, el tiempo de los otros. El tiempo de la historia del vivir una vida. Ese otro mundo. Ese mundo simbólico de los enfermos y los muertos que es inconmensurable a todo número.
Hacen falta poetas
Son días de dolor. Necesitamos ponerle palabras a la muerte. Y hay quienes son artesanos de excelencia en ese mundo. Por eso es que al dolernos tanta enfermedad y muerte, como me pasó al ver esa hilera de fotos de médicos muertos por Covid que el Colegio peruano exhibe en la vereda de enfrente a su fachada, me acordé de un poeta. Y quiero detenerme en sus palabras.
Cuánto dolor y pérdida deja el COVID. @Minsa_Peru
Hace poco la ministra Mazzetti les decía a los médicos del Perú. Que NO era momento de una huelga o una protesta.
¿Cuándo los van a escuchar? Darles lo que necesitan, los NECESITAMOS con NOSOTROS el país NO NECESITA MARTIRES! pic.twitter.com/BM28hQZXna
— Alejandra Aramayo (@AleAramayoGaona) August 23, 2020
César Vallejo supo ponerle nombres a la enfermedad y la muerte. Supo ser generoso en el acto de darnos ese mundo de poemas humanos, de significación y sentido, de sensibilidad y asombro, de respeto y desafío. Esas palabras que hoy nos faltan. Ya en el primer verso del que algunos llaman su poema mayor, Piedra negra sobre una piedra blanca, imagina el final anticipando:
Me moriré en París con aguacero
un día del cual ya tengo el recuerdo.
Hoy quiero recuperar, para poder nombrar nuestros dolores, las palabras de algunos de sus versos.
Los nueve monstruos
Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato.
(…)
¡Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
¡Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos…
(…)
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal
(…)
¡Cómo hermanos humanos
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón…
(…)
Señor ministro de salud: ¿qué hacer?
¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos,
Hay, hermanos, muchísimo que hacer.
Las ventanas se han estremecido
Médicos y enfermeros cruzaban delante del ausente, pizarra triste y próxima, que un niño llenara de números, en un gran monismo de pálidos miles. Cruzaban así, mirando a los otros, como si más irreparable fuese morir de apendicitis o neumonía, y no morir al sesgo del paso de los hombres…
(…)
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida! ¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
La vida, esta vida
La vida, esta vida
su instrumento, esas palomas…
Me placía escucharlas gobernarse en lontananza,…
advenir naturales, determinado el número
y ejecutar según sus aflicciones, sus dianas de animales.
(….)
No escucharé ya más desde mis hombros
huesudo, enfermo, en cama
ejecutar sus dianas de animales…Me doy cuenta
En suma, no poseo para expresar mi vida sino mi muerte.
(…)
Nómina de Huesos
Se pedía a grandes voces
(…)
—Que le llamen, en fin, por su nombre.
Y esto no fue posible
¡Y si después de tantas palabras
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!
(…)
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena…
Entonces… ¡Claro!...
Entonces… ¡ni palabra!
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