Pidamos lo imposible
Urge crear un Ingreso Básico Universal para enfrentar la pobreza
En un país con el 42% de pobreza, imaginar que en su seno conviven tres grandes sectores conformados por los empresarios o dueños del capital, los trabajadores y los pobres parece razonable, aunque vale reconocer que los elementos de defensa de los intereses de cada uno de estos sectores son bastante dispares.
Por un lado, los dueños del capital cuentan con organizaciones de diversa naturaleza, centros de estudio, capacidad de influencia sobre el poder político, la propiedad de los medios de producción y de la mayoría de los medios de comunicación, incluidos en este sector los intelectuales liberales a los que Gramsci denominaba pequeña burguesía. Los trabajadores tienen una cuota de poder, más acotada por cierto, en la figura y estructura de sus gremios específicos, pero además cuentan con organizaciones de segundo y de tercer grado, centros de estudio diversos y, sobre todo, las llamadas “medidas de acción directa”. En la Argentina, el accionar de los gremios registra grandes logros y grandes claudicaciones, pero vale la pena rescatar su lucha contra las recurrentes dictaduras, que en muchos casos ha sido heroica. Por otro lado, el sector de los pobres, conformado por un número significativo de beneficiarios de la seguridad social, desocupados, trabajadores precarios o informales y marginales, más allá del esfuerzo encomiable de distintas organizaciones sociales, presenta una capacidad de defensa de sus derechos casi nula. Cabría preguntarse entonces qué es lo que puede cambiar la suerte de los pobres y sólo se encontrará una respuesta: la política. Por ello no es lo mismo, en especial para este sector, que un gobierno sea neoliberal o nacional y popular. No parece necesario fundar demasiado esta cuestión, ya que con sólo recordar lo acontecido con estos sectores durante el gobierno de Menem, la etapa kirchnerista y el macrismo alcanza para dimensionar el impacto.
Ahora bien, como puede notarse el universo de aquellos que son pobres es diverso: allí están quienes buscan un trabajo, quienes trabajan informalmente por un salario que los mantiene en la pobreza, quienes no tienen capacidad física ni psíquica para trabajar e infinidad de causas de distinto orden que les impide tener una vida adecuada. Sin embargo, existe un factor que los alcanza a todos por igual que es muy simple de identificar: lo que les falta es dinero. Sí, efectivamente es dinero lo que le falta al 42% de la población. Lo que habría que discutir entonces no es la pobreza en sí misma sino qué hay que hacer para que esas personas accedan a ese dinero. Es decir, primero hay que tomar conciencia de cuál es la necesidad o qué es lo que falta para luego discutir la herramienta adecuada.
La herramienta puede consistir en un plan social que se mantenga vigente por un tiempo determinado, como proponen los organismos internacionales de crédito, o un beneficio permanente propio de la seguridad social. En términos prácticos la diferencia es trascendental.
En sentido amplio se entiende por programas de asistencia social todos aquellos planes que los gobiernos implementan para hacer llegar a un universo específico de personas una transferencia de recursos, sea en especie o en dinero, con el objeto de satisfacer determinada necesidad en un momento y lugar puntual, que una vez superada dará lugar a la extinción de la asistencia gubernamental. Esto sería lo que ocurrió en 2020 y lo que va de 2021 con el IFE y el Programa Nacional Argentina contra el Hambre, que se inscriben en este tipo de planes asistenciales. Corresponde también incluir en esta categoría los aumentos transitorios de la AUH y los diversos bonos entregados a jubilados por plazos muy cortos de tiempo. Estos planes tienen su origen a mediados de la década del '90, como respuesta a los efectos económicos y sociales de las políticas de corte neoliberal aplicadas en América Latina y el Caribe en el marco de lo que el economista británico John Williamson denominó como el “Consenso de Washington”. En otras palabras, el origen de los planes sociales se vincula con el proceso de concentración de la riqueza que imperó todos estos años. Nuestro país no escapó a esa lógica y el primer gran ejemplo fue el Programa Jefes y Jefas de Hogar en el año 2001, que se creó a través del Decreto 565/02 para afrontar las demandas de los excluidos por la implementación de las recetas neoliberales menemistas, y como todo programa de asistencia tuvo un fin específico y operó durante un tiempo determinado. Este programa se sustentaba técnicamente en los llamados Programas de Transferencias Condicionadas (PTC), en los cuales la persona, para recibir la prestación, debía realizar algunas acciones que el Estado le imponía.
Por el contrario, un beneficio propio de la seguridad social tiene vocación de permanencia, se inscribe en la detección de un problema social recurrente y se aplica en forma permanente. En el sentido que lo entendemos hoy día, fue concebido en Alemania como producto del proceso de industrialización, de los reclamos y las luchas de los trabajadores y de la presión de algunos grupos políticos, religiosos y académicos de la época. Lo que en realidad nació allí fue una nueva forma de entender a la Seguridad Social, como un paliativo a las contingencias devenidas del trabajo, bajo un sistema de raigambre contributivo en la figura de seguros sociales.
La aplicación de este nuevo modelo sirvió como base para el desarrollo de los seguros sociales en otros países de Europa y del resto del mundo, hasta la aparición de la seguridad social en su sentido amplio. La distinción fundamental entre los seguros sociales obligatorios y la Seguridad Social es que los primeros protegen a los trabajadores frente a determinados riesgos de la actividad laboral, mientras que la Seguridad Social tiene como objetivo cubrir los riesgos y contingencias a los cuales está sujeta toda la población por su condición de seres humanos que conviven en una sociedad.
El gran hito en materia de seguridad social se produce en 1944, mientras el mundo presenciaba el final de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, William Beveridge presentaría su obra Pleno empleo en una sociedad libre, que sería un avance respecto de la obra de John Maynard Keynes Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, de 1936. El Plan Beveridge incluyó un plan de seguro universal y la nacionalización de la medicina en el Reino Unido y la atención médica se extendió a la población íntegra. En ese marco se establecieron las pensiones no contributivas para viudas, huérfanos y ancianos y los seguros por enfermedades y accidentes, entre otros beneficios.
En nuestro país, a partir de mediados del siglo XX y del accionar de los gremios fueron fortaleciéndose esquemas de seguridad social en la figura de seguros sociales que cubrían contingencias como la vejez, la viudez, la enfermedad, las cargas familiares, el desempleo y la maternidad, entre otras. Con la llegada al poder de Néstor Kirchner se inició un giro radical del sistema para transformar el esquema de seguro social hacia un sistema de seguridad social. Ese cambio empezó con el Plan de Inclusión Jubilatoria, mediante el cual la jubilación dejó de ser un privilegio de algunos para pasar a transformarse en un derecho. El Plan de Inclusión jubilatoria, creado por el artículo 6 de la Ley 25.994, es uno de los hitos más grandes en materia de seguridad social de la Argentina porque facilitó el acceso a una prestación de la seguridad social a todas aquellas personas que quedaron excluidas del sistema producto de las políticas económicas neoliberales aplicadas desde 1976 en adelante. La transformación continuó durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner con la re-estatización del régimen de Capitalización Individual, la creación del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES, la Asignación Universal por Hijo (AUH), el otorgamiento de más de un millón de pensiones por discapacidad y la ley de movilidad jubilatoria, luego transformada en ley de movilidad para las prestaciones de la seguridad social. Todas estas medidas representan un sistema que protegía a los adultos mayores, a las mujeres, a los niños y a los discapacitados.
La experiencia neoliberal encabezada por Macri atacó, con una virulencia inusitada, al sistema de seguridad social. La ley de Reparación Histórica eliminó de hecho la moratoria previsional; el cambio de la formula de movilidad disminuyó el poder de compra de la prestación; disminuyó las contribuciones patronales e incrementó desmesuradamente las tarifas públicas; aniquiló el Fondo de Garantía de Sustentabilidad, liberó los precios de los medicamentos y disminuyo los servicios del PAMI. Resultado: destruyó el nivel de vida de los beneficiarios de la seguridad social. Estos son sólo algunos ejemplos del drama neoliberal. Si no avanzaron más fue porque, en su soberbia, esperaban ganar las elecciones y completar la tarea privatizando nuevamente el sistema previsional. Afortunadamente el pueblo, con su voto, no lo permitió.
En esas condiciones recibió el nuevo gobierno el sistema de seguridad social e intentó paliar la situación con el sistema clásico, a través de programas focales. Luego llegó la pandemia e hizo el resto, por lo que nuestro país vive hoy una crisis de pobreza muy compleja de resolver por los métodos tradicionales. El trabajo como herramienta de distribución del ingreso ha demostrado ser insuficiente. Prueba de ello es que los trabajadores activos han perdido en este proceso tanto como aquellos más vulnerables, con la única diferencia de la mayor capacidad de resistencia que tiene los trabajadores activos a partir del salario que perciben mensualmente, pero en términos generales todos perdieron por igual. Claro que los únicos que no perdieron son los dueños del capital, que en este tiempo han logrado mayor concentración de la riqueza, cuestión fácilmente verificable mediante el llamado impuesto a la riqueza que sólo afecta a 13.000 personas. Los privilegios siguen intactos, los grandes grupos audiovisuales con Clarín y La Nación en primera fila siguen sin pagar las contribuciones patronales, las desgravaciones impositivas siguen vigentes y la disminución de las contribuciones patronales implacablemente aplicadas, aunque representen una transferencia directa de los trabajadores, activos y pasivos, hacia los poderosos.
Si las políticas sociales no cambian de rumbo rápidamente corremos el riesgo de que se estratifique la pobreza en un nivel del cual sea muy difícil volver. El camino es y seguirá siendo la creación de un ingreso universal con destino a los más vulnerables. Como he dicho en otras oportunidades en El Cohete a la Luna, los recursos están, sólo hace falta darles otro destino. La eliminación de la baja en las contribuciones patronales y de los privilegios impositivos del capital alcanzaría con creces para el financiamiento de un plan de estas características, sin impactar en el déficit fiscal.
El Ingreso Básico Universal tiene efectos en varios ámbitos: para los vulnerables les pone dinero suficiente en el bolsillo para salir de la pobreza; para los productores, mejora sustancialmente la demanda, lo que implica un nicho de oportunidad para mejorar las ventas; para los trabajadores activos les pone un piso al salario real, ya que toda oferta de trabajo deberá ser superadora del IBU; para el sistema previsional significará un flujo de ingresos que permitirá cristalizar lo que los neoliberales llaman la “sustentabilidad del sistema”.
Hay una cuestión insoslayable: si se sigue haciendo lo mismo se obtendrán los mismos resultados. Si el crecimiento económico lo permite –como prometió el ministro Guzmán– disminuirán unos puntos la pobreza, lo cual permitirá gozar durante un tiempo del “éxito” obtenido, pero el problema estructural de la pobreza seguirá intacto. Creo que en esta etapa histórica no nos podemos permitir convivir con una pobreza que es devastadora y destructiva.
Estamos próximos a cumplir 53 años de lo que se conoció como el Mayo Francés, del que surgieron múltiples consignas que movieron los pisos del poder en el mundo entero. De ellas quiero rescatar dos que me parecen apropiadas a las circunstancias que vive el mundo en general y nuestro país en particular en pandemia. Ellas son: “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y “La imaginación al poder”. Creo que sólo falta atreverse.
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