Permutas generosas
Mercado de órganos y repugnancia moral
El hoy candidato a Presidente, Javier Milei, se preguntaba el año pasado, siendo diputado de la Nación, por qué no permitir la venta de órganos si el mercado de órganos era un mercado más, y por qué todo debería estar regulado por el Estado. Y ampliaba sus dichos: “Mi primera propiedad es mi cuerpo. ¿Por qué no voy a poder disponer de mi cuerpo? ¿Acaso el Estado no dispone de mi cuerpo, cuando en realidad me roba más del 50% de lo que yo genero? (…) Si yo quiero disponer de una parte de mi cuerpo por el motivo que fuera, ¿cuál es el problema? (…) Es una decisión del individuo. Es decir, ¿quién soy yo para meterme con el cuerpo de otra persona? El que decidió venderte el órgano, ¿en qué afectó la vida, la propiedad o la libertad de los demás? ¿Quién sos vos para determinar qué tiene que hacer él con su vida? Si es su vida, su cuerpo, su propiedad”.
Era permuta, no compra/venta
Después de escuchar interminables críticas escandalizadas por sus ideas, y ahora que debe enfrentar un balotaje, enmascara lo que piensa y ha dicho. Así, la diputada nacional electa por su espacio político, Diana Mondino, salió a decir que lo que se proponía era un “mercado de órganos”, que debía entenderse como “transacción”, pero que eso no significaba que fuera a cobrarse en ello. O sea, una permuta, y no una compra/venta. Y que esto había sido propuesto por un señor que se ganó un Premio Nobel (de economía), llamado Alvin Roth. Esta declaración confirmó lo que sospechábamos desde la primera vez que Milei enunció el tema del mercado de órganos. Que hablaba por Roth.
El 16 de abril de 2009, en una jornada que llevaba por título “La Dignidad Humana, filosofía, bioética y derechos humanos”, convocada por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y realizada en el Espacio Memoria del Sitio ESMA, denunciábamos el aporte que dos años antes había hecho ese economista a una concepción regresiva radical en materia de bioética y derechos humanos, al publicar su artículo titulado “La repugnancia como restricción sobre los mercados” (“Repugnance as a Constraint on Markets”, Harvard Business School, Working Paper Publication Nº 07-077, May 24, 2007). Tres años después, cuando todavía resonaba el escándalo de intereses con el comité que en 2007 había otorgado el de medicina por el virus del papiloma, a Roth le dieron el Premio Nobel de economía, incluyendo entre sus aportes el intercambio de riñones o donación cruzada. Ezequiel Lo Cane, padre de la niña que dio lugar a la Ley Justina, tuvo que aclarar la diferencia de la donación cruzada con la libre compra/venta de órganos y con su mercado, frente a la diputada electa y al candidato a Presidente.
La repugnancia según Roth
En su trabajo, Roth se preguntaba: “¿Por qué considerar ‘repugnante’ al mercado de órganos, cuando el concepto de repugnancia limita mercados potenciales que deberían ser librados a los cálculos de utilidad individuales, privados y libres?”. Comenzaba citando a la prohibición de la carne de caballo y de perro para consumo humano en California, como un ejemplo de transacciones que son repugnantes en algunos lugares y tiempos pero no en otros. Y que esta aversión podía ser una restricción real sobre los mercados y su diseño. Entre una larga lista de ejemplos de mercados que han sido o son repugnantes, y se presume revisables, Roth mencionaba: esclavitud, servidumbre, uso de restos humanos incluyendo órganos, prostitución, discriminación basada en raza u otras condiciones, venta de drogas, especulación de divisas, maternidad subrogada, control de la natalidad, venta de indulgencias y prohibición de alcohol. Y se preguntaba: ¿qué hace que algo repugnante en un tiempo no lo haya sido o sea en otro?
Las leyes contra la compra y venta de órganos, decía, reflejan una razonable y amplia repugnancia, pero no significan que no pueda haber ganancias (esto es lo que la relectura de Mondino del candidato que habría releído a Roth pareciera haber corregido de cara al balotaje). La repugnancia se debería al temor a la explotación y a la pendiente resbaladiza de permitir algo y abrir con ello la puerta a una sucesión creciente de males mayores. Pero su razón mayor sería que el ofrecer dinero, cuando aparece como repugnante, se daría por el temor a que poner un precio sobre ciertas cosas y comprarlas o venderlas, podría moverlas a una clase de objetos impersonales a las cuales ellas no pertenecen. Roth llama a esto objectification, aunque en español debemos distinguir entre “objetivación”, como sustantivo del que deriva el verbo “objetivar”, y “cosificación”, que es reducir a la condición de cosa aquello que no lo es. Este es el nudo fundamental con el que analizar la noción de mercado de órganos en el pensamiento neoliberal de Roth, Milei y Mondino, y en una democracia universalista de los derechos humanos.
Pensamiento neoliberal: todo es discutible
Aunque a Roth le dieron su premio por los estudios de la dinámica del mercado en contextos tan diversos como los de médicos residentes, estudiantes de escuelas primarias y secundarias, o asignación de órganos para trasplantes, sistema que la Unión Europea rechazó en 2018, en este último caso –si bien sostiene que “mi punto en el presente ensayo es simplemente que, a diferencia de la compra y venta de órganos, los intercambios generosos no despiertan una reacción repugnante”– la pregunta es obvia: si el soporte moral de la donación cruzada es la generosidad, por qué no haber dedicado todo su trabajo a ese concepto, que es el que brinda la explicación. Resulta paradójico. Tanto más cuando dedica la mayor parte del mismo a mostrar los argumentos a favor y en contra del mercado comercial de órganos. Así presenta argumentos de organismos internacionales y del cristianismo en contra de ese comercio, pero también argumentos de rabinos judíos, de la legislación en la República de Irán y de cirujanos de trasplantes favorables a la compensación económica de los donantes y a un mercado comercial de órganos con sus ventajas de costo/beneficio. Y concluye: “El debate sobre si la venta de órganos debería ser legalizada es sólo un ejemplo entre muchos en el que la repugnancia juega un gran rol. Por su importancia, los argumentos de ambos lados han sido presentados con particular fuerza y claridad”. Pero este es el nudo del problema.
La concepción neoliberal que bajo un relativismo extremo reduce toda comunicación a materia de opinión de idéntica legitimidad, cualquiera sea su postulado, es el fundamento de una visión en la que todo vale. En esa perspectiva, cualquiera puede decir lo que quiera con la misma autoridad que otro y con independencia de su racionalidad. El ciudadano es un ser absolutamente individual y su identidad no es social, no está mediada por lenguaje previo y cuidados colectivos. El mundo social y político, la convivencia, es una forma fluida y cambiante. Nada es estable, firme, ni creíble. Ni el lenguaje y sus palabras, ni las normas basadas en legítima autoridad ética y legal. El cuerpo humano que nace a la vida desnudo y recibe de otro las palabras que le sacan del desorden mental, o el amor y los cuidados que le sacan del frío y lo alimentan, que lo educan, que le dan un lápiz y un cuaderno, un vestido y unos zapatos, un camino por el que andar y tareas en las que poder trabajar, de repente, siendo adulto, se vuelve dueño absoluto de su cuerpo, único gestor y propietario, puede vender sus órganos o comprar los de otro, puede armarse y acribillar a quien se cruce en su camino, puede no importarle si los otros tienen algo o no. Esta idea de los supuestos derechos individuales absolutos, esa autonomía sin límite alguno, se resuelve no con la palabra, sino con la violencia. Esta es la propuesta neoliberal. Todos contra todos.
Con perdón del cangrejo
El candidato Milei postula, como el ex Presidente Macri, el regreso al tiempo social y político anterior al peronismo y al radicalismo. Es una negación de la democracia argentina en dos de sus mayores y todavía actuales representantes. Y es una negación, con ello, de las reformas de la democracia liberal en el siglo XX, marcadas fundamentalmente por el derecho internacional de los derechos humanos como su concepción moral constitutiva. En la democracia así constituida, como se reafirmó en la nuestra desde 1994, los derechos humanos son universales e inalienables. Esto supone que no todo es materia de opinión, de argumentos a favor y en contra, de opiniones individuales y subjetivas acerca de lo que está bien y lo que está mal. En el ámbito de la privacidad sí lo son. Pero en el ámbito colectivo de la vida democrática no. Hay ideas que están bien y hay otras que están indiscutiblemente mal. Esto es lo que el trabajo de Roth confunde. Las normas que hacen o no repugnante algo pueden haber variado a lo largo de la historia, pero en la historia de las víctimas, la repugnancia contra lo injusto y lo indigno siempre ha estado presente y lo sigue estando. Esto es lo que el candidato a Presidente Milei no defiende, para su demérito.
Y si de volver atrás se trata, el señor candidato podría estudiar y considerar otros ejemplos. Si de cuestionar la figura de un papa se tratara, en lugar de atacar al papa Francisco podría tomar la de Nicolás V, aquel que abrió el infierno de la modernidad con su bula Cum Diversas, la que le otorgó a Alfonso rey de Portugal la facultad para apropiarse a perpetuidad de las tierras, casas, haciendas, posesiones y bienes de todos los infieles que conquistara, y reducir a estos a esclavitud perpetua pudiendo hacer uso pleno y libre de todos ellos. El candidato podría ir también a 1528 para ver el registro en México de la india esclava Catalina, de 20 años, que Alonso de Rivera le había vendido a Alonso Martin Partidor en la Temixtitan –que un año después sería la ciudad de México– para que fuera suya propia, de sus herederos, y de quienes él o ellos quisiesen, y la pudieran dar y vender y donar y trocar y cambiar y hacer de ella y con ella todo aquello que quisieren, como de cosa suya propia, habida y comprada por sus propios dineros. Viendo ese registro, quizá el candidato pueda ver por qué el cuerpo humano se ha vuelto inalienable, para los otros, y para sí mismo. No se compra ni se vende.
Y como es un candidato a Presidente de los argentinos, señor Javier Milei, y tratándose de un volver atrás en el tiempo, quizá fuera bueno también que leyera, o volviera a leer en el caso que ya lo haya hecho, aquello que ordenó otro político en su Leyes Nuevas de 1542, Carlos V, emperador en este caso, monarca de los absolutos, cuando todavía éramos colonia. Para terminar con la explotación y las muertes de los indios esclavizados para sacar perlas en la isla Margarita y la costa de Venezuela, dijo entonces: “…y si les pareciere que no se puede excusar a los dichos indios y negros el peligro de muerte, cese la pesquería de las dichas perlas, porque estimamos en mucho más, como es razón, la conservación de sus vidas, que el interés que nos puede venir de las perlas”.
Señor candidato a Presidente: hay mercados que resultan repugnantes. No lo enmascare. Dígalo como parte del respeto que le debe a la Constitución que, si es elegido, deberá jurar.
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