Permitirle a la naturaleza

La Argentina, lejos de accionar en pos del cuidado del medioambiente

 

Históricamente, la humanidad ha sufrido horrendos cataclismos naturales, así como el yugo de organizaciones político-sociales de sojuzgamiento y, a pesar de ello, hasta ahora, ha sobrevivido. Las calamidades naturales suelen conllevar enorme cantidad de víctimas inocentes (sin merecimiento ni responsabilidad por ellas), lo cual algunos explican por el concepto darwiniano de evolución de las especies.

En la actualidad, según varios pensadores de valía, a partir del uso de los combustibles fósiles, la actividad antrópica (humana) ha adquirido enorme poder constructivo y destructivo, lo cual está provocando modificaciones en la naturaleza que pueden llegar a afectar, en un futuro no demasiado lejano, el devenir de la especie humana y hasta del planeta Tierra. De hecho, en los últimos años, son cada vez más frecuentes las catástrofes en las que la naturaleza aparece como la causante de la calamidad, aunque, como concluyen investigadores de todo el mundo, son más bien las inapropiadas y dañinas actividades humanas las que generan desastres de magnitud como deslizamientos de tierra, inundaciones, sequías extremas. El hasta ahora bastante abstracto concepto de cambio climático empieza a asomar su cabeza multiforme de maneras atroces.

Dado que la conciencia global acerca del cambio climático se ha expandido por todo el planeta, desde hace tiempo, los gobiernos han ido formalizando acuerdos anunciados con rimbombantes declaraciones sobre la necesidad imperiosa de actuar ya para evitar el colapso catastrófico. Sin embargo, los principales acuerdos no se cumplen. Cada año resulta más caluroso que el anterior, al tiempo que se incrementan los daños sociales y económicos debido a los modos de producción y vida dañinos que no se modifican mientras se evidencian más insostenibles.

Afortunadamente, en algunos lugares del planeta se han empezado a implementar proyectos destinados a fomentar la capacidad y el poder de la naturaleza para beneficiar a la población en respuesta no sólo a efectos adversos del cambio climático, sino a monumentales desafíos simultáneos de índole social, económico y ambiental relacionados con afectaciones de la vida de grandes poblaciones, especialmente en países con mucha pobreza y condiciones de vida deplorables. Esos proyectos consisten en la reparación y regeneración de la naturaleza mediante soluciones basadas en ecosistemas naturales, focalizándose en atender, entre tantas problemáticas, a la contaminación del aire, a la seguridad alimentaria, a la pérdida de biodiversidad, al control de enfermedades y a economías locales en decadencia.

La regeneración del funcionamiento de los ecosistemas de los que dependemos para comer, respirar, tener lluvia, disponer de agua potable, disfrutar del paisaje y la naturaleza, es decir, de los que recibimos servicios ambientales del único proveedor posible, es una tarea urgente, ya que, de no hacerlo, esos ecosistemas —de los cuales nos beneficiamos tanto los humanos— disminuirán dichos servicios y la vida se tornará muy difícil, cuando no imposible. La restauración ecológica es una actividad deliberada que inicia o acelera la recuperación de un ecosistema con respecto a su salud, integridad y sostenibilidad. Es el proceso de ayudar al restablecimiento de un ecosistema que se ha degradado o destruido a consecuencia de actividades humanas dañinas (contaminación, insustentables consumos de agua, ocupación antrópica de zonas no aptas).

Un ejemplo en ejecución importante por sus alcances y de enorme valor cultural y simbólico es la restauración del río Ganges, el río sagrado de la India. La regeneración de su vitalidad es el objetivo central de esta gran apuesta que implica reducir la contaminación, reconstruir la cubierta forestal y proporcionar un amplio conjunto de beneficios ecosistémicos a los 520 millones de personas que viven cerca de su vasta cuenca. El cambio climático, el crecimiento demográfico, la industrialización y el riego inadecuado han degradado el río a lo largo de su sinuoso curso de 2.700 kilómetros, desde el Himalaya hasta la bahía de Bengala (India). La iniciativa cuenta con la participación de 230 organizaciones y ha logrado restaurar 370 km hasta la fecha. Por si fuera poco, ha logrado igualmente reforestar 30.000 hectáreas, camino hacia la meta de 135.000 hectáreas para 2030.

En América Central, los ecosistemas y las poblaciones humanas que habitan el “Corredor Seco Centroamericano” son especialmente vulnerables al cambio climático a causa de su exposición a las precipitaciones impredecibles y a las olas de calor. Recientemente, hubo cinco años consecutivos de sequía en el que se contabilizaron 1,2 millones de personas en la región que necesitaron ayuda alimentaria. Un proyecto en ejecución trata de aprovechar los métodos agrícolas tradicionales para restaurar los deteriorados ecosistemas que abarcan seis países: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. Por ejemplo, los sistemas agroforestales que integran la cobertura arbórea con cultivos como el café, el cacao y el cardamomo logran incrementar la fertilidad del suelo y la disponibilidad de agua, al tiempo que sustentan gran parte de la biodiversidad del bosque tropical original. Para 2030, el objetivo de la iniciativa es contar con 100.000 hectáreas en curso de restauración y crear 5.000 empleos permanentes.

 

Creado por skuichisaurio.

 

En la Argentina, la Secretaría de Gobierno de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la gestión anterior, incursionando en esta línea de acción, venía impulsando el Plan Nacional de Restauración de Bosques Nativos (PNRBN), en coordinación con otros organismos nacionales, regionales e internacionales, con las jurisdicciones provinciales, con el sector académico-científico, con los propietarios y representantes de los pueblos originarios y organizaciones de la sociedad civil, vinculándose directamente con una estrategia nacional para afrontar el cambio climático.

Es importante entender la restauración de ecosistemas como la base ambiental de la supervivencia del hombre en nuestro planeta y también en nuestro país. Debemos aprender a producir conservándolos y para ello tenemos que recuperar los ecosistemas degradados y, en consecuencia, la capacidad productiva de vastos territorios.

Sin embargo, en la Argentina actual todo marcha a contramano de la necesidad de frenar el cambio climático. Los modos insostenibles de producción y consumo vienen agudizándose por décadas al tiempo que con el arrasamiento de los resortes estatales que imponían mínimos controles a las actividades predatorias de poderosos capitales regionales y el incentivo (RIGI) a las grandes firmas del mundo a llevarse la inmensidad de recursos naturales de las provincias, las condiciones de vida de buena parte de la población del país se han ido deteriorando y, de seguir por el mismo rumbo, son previsibles mayores vulneraciones.

A todo esto, recientemente, el gobierno ha anunciado la creación de una “Unidad de Seguridad Productiva”, algo así como un cuerpo de fuerzas de seguridad destinado a proteger acciones privadas y públicas que implican la vulneración de derechos sociales, ambientales y políticos (incluso el derecho de manifestar libremente) asociados a la mayor explotación de recursos naturales de todo tipo (existentes en el país en notable abundancia) sin los más elementales resguardos sociales y ambientales.

Milei se cansa de repetir su rechazo a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (la que considera parte de la batalla cultural del socialismo), pero recién en las últimas semanas el gobierno empezó a avanzar fuerte contra ese compromiso ambiental, especialmente desde la visita del Presidente a España y su participación en la cumbre de ultraderecha.

Lo que sigue luego de semejante andanada, según Jorge Mafjud, es el manual de la mafia imperial: comenzar a publicitar cualquier mínima mejoría de los de abajo y la apropiación del país por los de arriba como signos de un éxito rotundo. Si las cosas salen mal, si no se ajustan a este algoritmo político, cortarán la cabeza del Presidente “loco” sin tocar los logros obtenidos hasta ahora por parte de la oligarquía criolla y de los dueños del dinero en Wall Street y en otros rincones más oscuros de la “industria financiera”.

Resulta doloroso, aunque necesario, a esta altura del partido interrogarnos si sólo queda lamentarnos como dice aquel formidable tango: “Qué grande ha sido nuestro amor y, sin embargo, ¡ay!, mirá lo que quedó”.

 

 

 

 

 

 

 

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