Pepín en el espejo invertido
Rodríguez Simón víctima de las mafias: la lógica de la negación y la proyección de su cultura en otrxs
La mafia es una cultura oracular que tiene una estilística propia y en la que cada uno de sus núcleos expresivos contiene a la vez una negación y una afirmación. Los actores que sostienen esa cultura la niegan o dicen luchar contra ella. La niegan para refractar sobre otrxs la existencia secreta de la criminalidad organizada. Cada vez que el Estado, los movimientos sociales o un emergente comunicológico logra identificar alguna lógica mafiosa explicitada por un actor mafioso, este recurre siempre a la misma estrategia: o niega la lógica –por ende la cultura y la propia existencia de las estructuras del crimen organizado de tipo mafioso– o la devuelve invertida para golpear a un adversario o al menos para esquivar la acusación.
Desmentir la existencia de la mafia –de su cultura y sus estructuras– y su capacidad de expansión tiene por objetivo preservar su poder criminal. Es la lógica de la negación o de la inversión. Las mafias, históricamente, en Italia, siempre ocultaron su existencia. Cuando en el siglo XX empezaron a ser evidentes en función de las investigaciones del Estado italiano, pasaron a disimular las características fundamentales de sus estructuras para esconder o –en todo caso– minimizar el peso y las capacidades de expansión que tenían dentro de cada sector de la sociedad con el objetivo de conservar su poder criminal. Cuando Macri en su declaración jurada como Presidente consignaba un patrimonio menor al real, ¿escondía capitales, bienes y propiedades para pagar una cantidad menor de impuestos o estaba encubriendo otro tipo de estructuras?
Pero volvamos a la lógica de la negación o la inversión. Don Mommo Piromalli, boss de la ‘ndrangheta, a un periodista televisivo que le preguntaba “¿qué es la mafia?”, entre irónico y desdeñoso le respondió: “¿Es algo que se come?” (Enzo Ciconte, Storia criminale. La resistibile ascesa di mafia, ‘ndrangheta e camorra dall’Ottocento ai giorni nostri, Rubbettino: Soveria Mannelli, 2008). “Muchos fueron los prefectos, comisarios, obispos, procuradores generales, estudiosos y autoridades que negaron la existencia de la mafia” (Giuseppe Pignatone/Michele Prestipino, Modelli criminali. Mafie di ieri e di oggi, Laterza: Bari, 2019, p. 11). Esta lógica se manifiesta cada vez que la mafia es identificada como tal. En El Cohete nos referimos ampliamente a lógicas mafiosas articuladas por la lengua de la Alianza Cambiemos. Cuando me refiero a lógicas mafiosas presentes en el gobierno de Macri apunto menos a lógicas pensadas por el individuo que a lógicas –no hay otro modo de decirlo– que se piensan en el individuo que gobierna y que por ende inervan el sistema en el que se despliegan. Y por eso mismo fueron y son del rango del vértigo y del peligro.
Para los mafiosos, los “mafiosos” son siempre los otros. El ex Presidente Macri, hacia mediados de junio de 2018, durante la toma de juramento del canciller Jorge Faurie, señaló a Héctor Recalde, el jefe de la bancada kirchnerista en Diputados, como el líder de “una mafia”. Lo mismo dijo de algunos sindicalistas. Es la lógica de la negación o del espejo invertido: del no soy yo, son los otros. En el discurso de inicio del 137º período de sesiones ordinarias en el Congreso (2019) el ex Presidente volvió a insistir: “Hoy hay un equipo que gobierna pensando en el largo plazo. Un Estado que combate las mafias y previene la corrupción”. Afirmación complementada por un lapsus memorable en la historia política nacional: “También estamos frenando la entrada de las bandas por nuestras fronteras, como la frontera norte, que ahora con el apoyo del narcotráfico [aquí el lapsus], del, del Ejército, fortalecemos la lucha contra el narcotráfico”. La mafia es sustraerse de lo que se es. En la Argentina quien identificó esa forma cognitiva es la Vicepresidenta de la Nación en Sinceramente: “Se cansaron de buscar todo el tiempo cómo nos habíamos ‘robado un PBI’ o ‘la ruta del dinero K’, pero sólo encontraron ‘la ruta del dinero M’. Otra vez el espejo invertido y la proyección: hablan de mafia porque ellos son la mafia” (Sudamericana: Buenos Aires, 2019, p. 159).
En tiempo presente
Fabián Pepín Rodríguez Simón, el operador judicial de Horacio Rodríguez Larreta y de Macri, se fugó a Uruguay y pidió asilo político por lo que considera una persecución implementada desde el gobierno del Frente de Todxs en su contra. La jueza federal María Romilda Servini lo declaró en rebeldía y emitió una orden de detención. Dos extraordinarias caracterizaciones del personaje, de sus circuitos y sus maniobras, han sido presentadas la semana pasada por Alejandra Dandan, quien demostró los vínculos de Pepín con un muy tupido entramado político (ejecutivo cambiemita)-empresarial-judicial-comunicacional; y por Juan Amorín, en cuyo texto se explicitan las visitas de Pepín a Gustavo Arribas –ex titular de la AFI– y las acciones del grupo de espías “Super Mario Bros”, tendientes a descubrir a quién había filmado un encuentro en un bar entre Rodríguez Simón y una persona camuflada, probablemente el presidente de la Corte Suprema Carlos Rosenkrantz. Descubrir a la persona que había filmado el encuentro constituía un “‘pedido del uno’, es decir de Mauricio Macri”, según la reconstrucción de Amorín. En cuanto al “Super Mario Bros”: se trata de una organización criminal cuyxs integrantes formaban parte de un aparato estatal y paraestatal, que extorsionaban, llevaban a cabo tareas de inteligencia, estaban vinculadxs con el Servicio Penitenciario Federal (el penal de Ezeiza, Melchor Romero y posiblemente Marcos Paz [1]), y que tenían relaciones con altas representaciones del Estado durante el macrismo. Esta organización tuvo como objetivo espiar a dirigentes políticxs opositorxs y propios, dirigentes sindicales, referentxs de movimientos sociales, obispos, incluida Florencia Macri y su pareja. Las informaciones recolectadas por la organización llegaban a Casa Rosada y paralelamente a la AFI.
De las notas de Dandan y Amorín se puede colegir que Pepín es sujeto articulador del continuum entre lo legal y lo ilegal, elemento clave de la “criminalidad de los poderosos”, tal como explica Vincenzo Ruggiero, Perché i potenti delinquono (Feltrinelli: Milano, 2015). Y ese mismo continuum es también el elemento clave de la mafia, cuyo mecanismo constituyente es el principio de la ilegalidad situado en los tejidos de la legalidad. Reconocer este mecanismo implica identificar, aunque sea superficialmente, una organización criminal de tipo mafioso. Pepín, frente a Jorge Fontevecchia [2] en Net TV el domingo 23 de mayo declaró –cuando el Poder Judicial no es funcional a los intereses de la derecha, los medios, especialmente los hegemónicos, ocupan su lugar–: “Me persigue una mafia de la que Cristina y Alberto son instrumentos”; “Usan al Estado, pero me persigue algo superior al Estado”; esa mafia estaría vinculada “a Cristóbal López [y estaría] por encima de Alberto Fernández y Cristina Kirchner”; y “Cristina Kirchner tiene emprendimientos comerciales conjuntos con Cristóbal López, inmobiliarias. Pero no me meto mucho en eso porque no me afecta, aunque está claramente alineada”. De nuevo la misma lógica de don Mommo: de la negación o de la inversión, además del continuum entre lo legal y lo ilegal. Estamos frente a un espejo invertido.
Las imágenes del espejo invertido, ratificadas ahora por Pepín, revelan que las lógicas mafiosas explicitadas durante los años cambiemitas se hicieron institución y gobernaron un sistema. Y que la Argentina es una suerte de colonia de Calabria. La ‘ndrangheta –la mafia calabresa– tiene un modelo de expansión: la “colonización”. Cuando se expande hacia otros territorios “no se limita a constituir en ellos puntos de referencia subjetivos y provisorios para llevar a cabo intereses criminales específicos, sino que exporta su propia estructura organizativa y, con ella, el ‘método mafioso’; y exporta también ese sistema relacional a través del cual es capaz [...] de alcanzar porciones del empresariado, de las profesiones liberales, de la política y de la administración pública” (Pignatone/Prestipino, p. XII).
Una Comisión Bicameral Antimafia es necesaria en la Argentina. Para configurar un conocimiento cabal del mundo secreto de la criminalidad organizada argentina de matriz italiana, de los poderes criminales, que siempre presentan pasajes complejos, para reconstruir un cuadro informativo lo más completo posible y para desmitificar ciertas construcciones y estereotipos vigentes. Una comisión de esta índole podría ser capaz de llevar a cabo investigaciones significativas en su continuidad y sostenidas en el tiempo. Este organismo evitaría una visión parcelada, fragmentada, limitada a dimensiones singulares del fenómeno mafioso. Su accionar, sobre la base de la experiencia de la Comisión Bicameral de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia, podría entramar una visión de conjunto del crimen organizado de matriz mafiosa. Un acercamiento sectorial (como el que tenemos ahora) corre el riesgo de ignorar las dimensiones reales de la asociación mafiosa como organización unitaria. Es más: concentrar la atención sobre visiones locales y parciales impide identificar y entender la potencia del fenómeno mafioso, que está dada por los nexos con el mundo “otro”, astillas del empresariado, de la administración pública, de las instituciones, de la política, del Poder Judicial, de los medios hegemónicos que suelen representar puntos de apoyo del sistema de relaciones de las mafias.
Puesto que la categoría “mafia” está ausente del Código Penal argentino y dada la situación en la que revista una parte conspicua del Poder Judicial nacional, una Comisión Bicameral con carácter permanente podría estudiar sistemáticamente el flujo de informaciones relevantes por lo que concierne a la reconstrucción de los modelos criminales, de la larga duración, presentes en el país y que ejercen su poder criminal, las estructuras operativas de la organización mafiosa con vistas a reafirmar la presencia del Estado y el principio de la legalidad, descalabrado por el gobierno de la Alianza Cambiemos. De este modo se podría empezar a revelar y desmantelar los nexos entre lo propiamente criminal –en clave internacional– y la política nacional. Hechos con poder demostrativo, elementos informativos y de reflexión, capaces de esquivar el uso tendencioso de la palabra mafia que la derecha cambiemita despliega, vaciándola de significado en cuanto a su uso real (aquí tenemos otro ejemplo, el de María Eugenia Vidal en la mesa de Juana Viale).
Estudiar la razón mafiosa depende inevitablemente de la cantidad y la calidad de informaciones que emergen de investigaciones sistemáticas. Las ciencias sociales y humanas tienen utilidad en estos tipos de investigaciones, pero su capacidad es limitada por lo que concierne al estudio del fenómeno mafioso. En este sentido una Bicameral Antimafia podría ampliar los contextos de investigación de la razón mafiosa en la Argentina para que el índice de validación de ese estudio tenga mayor contundencia. A la importancia de las investigaciones que podría conducir una Bicameral de este tipo se ha referido en Italia Ernesto Lupo en la Relazione per l’inaugurazione dell’anno giudiziario (2011): “Han sido evidenciadas la intensidad de las relaciones de la ‘ndrangheta con organizaciones criminales operantes en otras partes del territorio nacional y a escala internacional; la relación hegemónica con asentamientos ‘ndranghetistas en Italia central y septentrional, dedicados a varias actividades ilícitas y, en particular, al tráfico de sustancias estupefacientes y a la consumación de delitos procedentes de la reutilización de capitales ilícitamente adquiridos. Mientras permanecen las preocupaciones por la presión extorsiva en detrimento de empresas empeñadas en la construcción de autopistas calabresas, ha sido subrayada fuertemente la desprovincialización de la ‘ndrangheta, que ha asumido dimensiones interregionales e internacionales, adquiriendo las peores connotaciones de las otras y más antiguas organizaciones criminales, pero con una tendencia a la superación de la dimensión de los microcosmos de las estructuras familiares de tipo local hacia la caracterización de células interdependientes y conectadas con el vértice de estructuras superiores”.
La lengua de la derecha tiene un gran poder para descalabrar los sentidos profundos de todas las palabras que introduce en su máquina de guerra discursiva y las devuelve al debate público y a las formas reflexivas bajo el signo inverso. Achata la historicidad de cada palabra y la dispone para ser agarrada en su sentido primario, superficialísimo. Lo hizo con la palabra revolución, pisoteándola con otra: alegría. En tiempos pandémicos, lo hace con la palabra libertad. La categoría mafia, cuyas lógicas atraviesan las formas políticas y cognitivas cambiemitas, tampoco está al reparo de esa voracidad discursiva. En este orden de cosas, se inscribe la ironía ruda de un ex Presidente que sostiene: “Yo y mi familia somos víctimas del lawfare”.
[1] Sobre la inteligencia desplegada al interior de las cárceles –a Amado Boudou, Julio De Vido, Roberto Baratta, Juan Pablo Schiavi, Luis D’Elia, Carlos Kirchner, Atanacio Pérez Osuna, Lázaro Báez, Ricardo Jaime, César Milani, Cristóbal López, Fabián De Souza– vale leer las precisiones que presenta Bárbara Komarovsky en Una mega central de inteligencia.
[2] Y el 17 de mayo con Carlos Pagni en LN+.
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