Pensar lo impensable

El terrorismo de Estado y sus representaciones en la escena pública

 

Plaza de Mayo bajo una noche sin estrellas y un silencio absoluto. “Ni un alma en la calle”, la recuerda Héctor “Puchi” Vázquez, fotógrafo de la revista Información, donde compartía redacción con Rodolfo Walsh, Juan Gelman y Paco Urondo. Eran las primeras horas del 24 de marzo y el golpe de Estado era inminente. Nadie imaginó, excepto sus perpetradores, que las desapariciones configurarían el crimen emblemático de la nueva dictadura y que esa plaza sería uno de los escenarios de su denuncia.

En su libro Pensar los 30.000 (Siglo XXI), el investigador del Conicet, sociólogo y doctor en Ciencias Sociales Emilio Crenzel pone el foco en la historia que comenzó aquella noche. Los secuestros y las detenciones, efectuados por personal militar o policial, uniformado o vestido de civil, tenían lugar en las calles, los domicilios y los ámbitos de estudio o de trabajo de las víctimas. Pero luego se sucedían las fases clandestinas, que abarcaban el cautiverio y la tortura de los detenidos en unidades militares y comisarías, y su asesinato dentro o fuera de ellas. Los cuerpos eran enterrados en los centros clandestinos, en tumbas anónimas, en cementerios públicos, incinerados o lanzados, aún vivos, desde aviones al mar. Sus hijos, nacidos en cautiverio, en numerosos casos fueron apropiados por los represores, mientras el Estado negaba cualquier responsabilidad. La Argentina, por razones que aún restan explicar –por ejemplo, por qué fue el país de Latinoamérica con más desaparecidos–, se convertía en un caso de terrorismo de Estado de excepción.

Mientras tanto, había obstáculos de todo tipo para saber qué es lo que estaba ocurriendo. “Específicamente, la ausencia de información, la responsabilidad estatal y el asesinato de miles de desaparecidos vulneraban los límites morales y jurídicos, desafiaban representaciones de larga duración sobre el Estado, las Fuerzas Armadas y el propio ejercicio de la represión, así como sobre lo que es posible imaginar o pensar como real”, escribe Crenzel en su introducción, dando cuenta de una reflexión que suele ser esquiva para los mentores del negacionismo y que, por caso, estuvo ausente en el último video lanzado oficialmente por el gobierno para el 24 de marzo, donde Agustín Laje, entre otros puntos, volvió a poner en duda el número de los 30.000 desaparecidos.

Crenzel no esquiva la discusión y hace una genealogía de la cifra canónica, desde aquella declaración de Haroldo Conti con un conocido militar que le anticipó “30.000 asesinatos”, pasando por los primeros debates con la cifra de los 30.000 durante la dictadura –lo que desmiente el discurso del “curro” de los derechos humanos y la búsqueda de las indemnizaciones, reparación muy posterior dada por el Estado a víctimas y familiares–, los informes de Amnistía Internacional, las cifras de las guerrillas y otras estrategias de contabilización, la investigación de la Conadep, el Siluetazo, el testimonio de los sobrevivientes y los registros estatales.

 

Emilio Crenzel es sociólogo, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet.

 

“No le creo. No digo que usted mienta, digo que yo no puedo aceptarlo”, respondió Felix Frankfurter, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, cuando Jan Karski, enviado de la resistencia polaca, le relató en julio de 1943 el exterminio de los judíos. La pregunta por el conocimiento de crímenes masivos surgió, precisamente, tras el genocidio nazi. Crenzel rastrea tres representaciones que circularon en la escena pública desde el retorno de la democracia argentina hasta la actualidad.

  • La primera, propuesta por el informe Nunca Más, fue investigar el destino de los desaparecidos y “postular la ignorancia de la sociedad y su condición de víctima”.
  • La segunda, que surgió desde la sociedad civil y se expresó en intervenciones culturales, comenzó a circular a mediados de los años ‘90. En ese marco, familiares y organismos de derechos humanos postularon que la sociedad “conocía las características de la represión y había apoyado el plan económico dictatorial”, proyectando así una continuidad entre el comportamiento de aquella en esos dos períodos.
  • Y la tercera, incluida en el prólogo añadido al informe Nunca Más por la Secretaría de Derechos Humanos en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, propuso que el pueblo “acompañó desde un inicio la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia, representación que imaginó a ese actor colectivo, sin fisuras, sosteniendo valores justos”.

Cada representación es mirada críticamente por el sociólogo, no sin dejar en evidencia el fuerte consenso social en el que se apoyó la dictadura. No hay memoria sin historia y el investigador repasa las barreras que encontró el movimiento de derechos humanos para visibilizar los crímenes de la dictadura –incluidas las dificultades de las propias víctimas para reconocerse como tales–, y de cómo el sistema de desaparición forzada representó un desafío sin precedentes para quienes lo denunciaron. Indagó en archivos, testimonios, entrevistas y documentos para reconstruir cómo los familiares, en medio del horror clandestino y siendo muchos de ellos perseguidos, elaboraron un saber sobre el sistema de desaparición. Y analiza que había miradas divergentes, en parte porque la magnitud del horror dificultaba asumir lo que estaba pasando, y que la cifra de los 30.000 fue una construcción colectiva –y no un invento– que fue ganando terreno frente a otras, mientras los responsables de los crímenes nunca ofrecieron información fehaciente.

La vastedad del corpus era un desafío para la investigación. Explica que las dirigencias políticas, empresariales, religiosas, sindicales, de la prensa y el Poder Judicial recibieron innumerables reclamos por los desaparecidos y tenían acceso a la información que compartían los círculos del poder de los que formaban parte. La información sobre las desapariciones, en rigor, se esparció en diversos grados de consistencia y alcance. Crenzel demuestra que existía una gran variedad de posiciones y representaciones entre el universo de denunciantes acerca de quién era responsable de las desapariciones. La discusión central se daba entre aquellos que sostenían que era el Estado y quienes proponían que eran bandas de derecha que la Junta Militar aún no lograba controlar. “Si entre aquellos que estaban a la cabeza del proceso de denuncia (organismos de derechos humanos, familiares de desaparecidos, exiliados, etcétera) había divergencias, es posible pensar que aquellos que no estaban al tanto por ejemplo del informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que permaneció censurado, elaboraron más tardíamente y en fragmentos el conocimiento sobre este sistema criminal”, apuntó el investigador en una entrevista.

La dictadura relativizó por todos los medios las denuncias sobre sus crímenes. En esa línea, según Crenzel, intelectuales orgánicos como Laje hoy buscan desestimar la cifra para no dar cuenta de las violaciones masivas y sistemáticas y equiparar la violencia estatal con la de las guerrillas. En el plano internacional, no casualmente figuras de la extrema derecha alemana han puesto en duda la cifra de seis millones de víctimas del Holocausto, cuando se sabe que, tal como ocurrió con la dictadura argentina, nunca se podrá precisar el número de judíos asesinados por los nazis. “Lo que sabemos hoy sobre las desapariciones es fruto de la lucha gigantesca de los denunciantes de la dictadura, en especial del movimiento de derechos humanos compuesto por organizaciones de perfil ideológico y estrategias de luchas disímiles, cuya tenacidad, creatividad y valentía enfrentó los sucesivos intentos de que los crímenes quedasen en la impunidad y el olvido”, escribe el investigador del Conicet, que hace tiempo viene trabajando sobre temas de memoria histórica con libros como La historia política del Nunca Más y Memorias enfrentadas. El voto a Bussi en Tucumán.

Lejos de estar agotado, el campo de estudios sobre el sistema de desaparición exhibe lagunas, vacancias y preguntas sin resolver. Aún se ignoran detalles sobre la desaparición forzada de personas. No todos los actores sabían lo mismo, y si sabían lo mismo, incluso tenían diversas interpretaciones. Todavía, en el reverso de la trama, se desconoce cuál es la cifra exacta de los perpetradores. Lo cierto es que hace cincuenta años, en las peores condiciones, un universo heterogéneo de denunciantes alzó, como parte de su lucha, la voluntad de conocimiento. Y esa lucha –concluye Emilio Crenzel– continúa.

 

 

 

 

 

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