Patria sí, segundos no
¿Alegría o corso mundialista?
Uno cree que conoce de sobra a la Argentina y a su gente, pero siempre hay alguna desmesura que nos deja en orsai. En este caso, las asimetrías son dos y ambas tienen que ver con el Mundial, próximo a iniciarse.
Por un lado, la cercanía del torneo que se disputará a lo largo de un mes incide para que en ciertos sectores (por ejemplo, el mundo de la cultura y, en especial, de los espectáculos) se consagre la superstición de que el campeonato será una especie de fin del mundo para ellos. “Venite ahora, porque durante el Mundial paramos”, me propone una actriz con obra en cartelera, o “hay que hacer todo antes del 20 de noviembre. Desde ese momento la gente tendrá sólo eso en la cabeza”, sugiere en una reunión un editor de libros. La hipótesis es que se nos inmovilizarán las neuronas en actividad y no quedarán tantas para aplicarlas a entender a este país de corazón amplio y pronóstico arduo. Y si esta parte genera en mi persona un sentimiento que oscila entre la duda y la decepción, la otra redobla mi asombro.
Es cuando veo que hasta el negocio más humilde de mi cuadra también tuvo la extraña necesidad de subirse al trencito de la alegría mundialista. En el merchandising de la victoria predominan los colores celeste y blanco, bolsas de plástico con la inscripción “Vamos Argentina”, carteles de concursos con el aval de figuras de la Selección. Mucho me temo que un día de estos llegaré a comprar al chino de la otra cuadra y me encuentre con Soon y Lee con gorros y vuvuzelas.
En rigor, el corso mundialista mal entendido empieza por casa, más exactamente en las tandas de la televisión, en donde el derrame de papelitos y los gritos de gol se ofrecen en continuado. Los avisos alusivos llegan en alud para vendernos televisores de hasta 75 pulgadas, hamburguesas, gaseosas y cervezas. Está el sosias de Messi y un auténtico Messi dándole lustre a distintos productos. Está Lionel Scaloni diciendo: “Demostremos que somos un equipazo”, y otro spot en el que conocemos a madres, esposas, hijas e hijos de varios jugadores. Otro nos invita a subirnos a una “ilusión” y hay un revoleo de promos que regalan viajes a Qatar, los que jamás ligaremos. Hay uno más que se pregunta, a la manera de quien nació primero, si el huevo o la gallina, qué es más importante: si la pelota o la camiseta. No estamos para responder dilemas tan acuciantes.
Cualquiera que piense que las ilustraciones atrasan varios mundiales estará en lo cierto. Son joyitas gráficas, igualmente exitistas, pero de una candidez encantadora, propias de cuando la vida era en blanco y negro y sin TikTok. Fueron deliberadamente elegidas. Se entiende: el mundo de los productos agotará sus reservas creativas para que nadie se quede afuera. A esta altura, después de nueve copas intercontinentales sin mojar, haber ganado dos se nos vuelve un mendrugo. Así somos. Entonces me surgía una doble incógnita: ¿Cómo lo registra el ciudadano común? ¿Qué le pasa a ese, como quien esto firma, apasionado por el fútbol, pero que piensa que un triunfo no lo resuelve todo? Y también: ¿Qué les pasa a los jugadores? ¿Reciben este mensaje de ser los primeros y lo demás no importa nada como exigencia desmedida e incluso paralizante?
Como no encontré en mí una respuesta que me conformara, lo consulté con un especialista, el periodista Alejandro Wall, de Tiempo Argentino. En ida y vuelta de WhatsApp (que tampoco existía cuando el Ratón Ayala era estrella de la Selección), escribió lo siguiente. “A partir de tu pregunta me acordé del Mundial '94. Fue el Mundial de las gorritas. Los jugadores habían hecho arreglos individuales con distintas marcas y en cada nota que daban aparecían con su gorrita. Eran los tiempos del menemismo, del uno a uno. La concentración estaba abierta para todos los medios, actuaban Los Midachi y Videomatch hacía sus notas desde los vestuarios. El Mundial se terminó con Diego y su 'Me cortaron las piernas'. Las gorritas quedaron como símbolo de un supuesto descontrol. Una vez que se fue Alfio Basile, Grondona buscó la ‘mano dura’ de Daniel Passarella. Aquello de la venta de imagen se modernizó y hoy los jugadores tienen sus propios contratos, que contemplan el uso completo o en porcentaje de su imagen. En los mundiales, cada jugador aparece relacionado a una marca… Los jugadores están habituados a estos asuntos. Hoy todo está tan profesionalizado, que ni siquiera los distrae. Te diría que lo más preocupante es el vínculo con las redes sociales, donde cada mensaje, cada mandato, cada crítica la tienen a un tiro de conexión” (Gracias, Alejandro Wall).
Quién le hace la segunda a Wall es el ex jugador de la Selección Maxi Rodríguez, autor en 2006 de un gol de factura monumental frente a México, al que una empresa inmortalizó transformándolo en una pieza de arte digital. Respondiendo a una entrevista que le hace Ariel Ruya para La Nación, Maxi dijo: “Cuando yo jugaba… no había tantas redes sociales, no transmitíamos todo. Era todo más íntimo. No nos exponíamos tanto”. De paso, respondió a otros interrogantes. ¿Cómo se admite un traspié con semejante clima de efervescencia? ¿Es posible que un éxito futbolístico una lo desunido del país? ¿Jugar en equipo no es otra cosa que un ardid publicitario que únicamente dura lo que un Mundial?
Se trata de preguntas que ameritan respuestas personales. Lo cierto es que dentro de una semana será el inicio de una competencia que echará demasiado de menos a Maradona, que probablemente sea la última en la que participe Messi, el segundo con el control tecnológico del VAR y el primero en la Argentina con empresas de apuestas deportivas en actividad.