PASIONES DESATADAS EN EL APART HOTEL

Llega una novela inédita de Fogwill salpicada de teoría literaria dentro de la lucha de clases

 

Una literatura que cuenta vidas, de punta a punta o casi, o a cachos (de esa que la gustaba a Juan Forn). Escritura imperiosa sobre la lengua castellana, estrujada hasta la última sílaba sin permitir la irrupción de manierismo yoico alguno. Contenidos heteróclitos, mechados aquí y acullá, pretenciosos de un inicial nada-que-ver, que ahí mismo se enganchan con un antes y un después hasta descubrirse indispensables. Trípode sobre el cual Fogwill (Quilmes, 1941-Buenos Aires, 2010) edificaba una producción intensa: once novelas, nueve libros de cuentos, siete de poesía, otros cuatro de ensayo, artículos dispersos, elegante diletantismo.

Fogwill, el escritor que se amputó los nombres de pila a fin de nominarse a sí mismo, autor; permitía a los queridos chistarlo por el apodo juvenil, Quique. Fogwill, hacedor de escenas sigue agarrando al lector por las pestañas, metiéndolo en el medio del barullo hasta, cuando se le canta, alejarlo para mostrarle el mecanismo, el truco, que la ilusión pasa por la mirada  mientras el relato es solo un peldaño. Alguien parangonó tamaño recurso con aquella escena de Federico Fellini donde los personajes se debaten en la cubierta del paquebote y, de repente, la cámara se aleja para mostrar un mar de plástico, engranajes y dispositivos mecánicos que agitan la escenografía; para retornar finalmente al plano anterior. Mutatis mutandis. En Urbana, la novela de 2003, hasta ahora  inédita en la Argentina, Fogwill despliega dispositivos similares entre tantos otros que nutren su caja de herramientas. Captura de ese modo la mirada del lector, ya entregado en forma tan voluntaria como dichosa, impedido de apartarse de una trama que va saltando de un personaje a otro hasta constituir un sólido bloque hecho de discontinuidades.

 

Fogwill, el autor.

 

 

Al promediar el relato, por ejemplo, se arma una situación de espionaje en la cual los micrófonos captan distintas conversaciones superpuestas en un puñado de pistas, luego descompuestas y clasificadas por un programa cibernético. Modelo que el autor describe tras haber realizado lo propio con diversos personajes: una esposa infiel, un nuevo rico infatuado, un escribano en decadencia, tres adolescentes aburridas, una mucama cama adentro. El suceso recortado de la trama es el esquema que la diseña y así queda expuesto por retroacción.

Como es usual en su obra, Fogwill es reacio a las privaciones, muestra las cartas, se expone. Al comenzar la historia espanta burgueses y no tanto. Se extiende en un no-peronismo (tampoco gorila), no-intelectuales, no-milicos, menos que menos: sotanas. Hasta los editores la ligan, por  conseguir “que el lector termine de consumir, manteniendo intacta sus cualidades más preciadas: su poder de compra”. Formas del verduguismo fogwillesco para expandir antifascismo y  anticapitalismo sui generis. Sacude a las “chotas” universidades agrarias creadas durante el primer peronismo y diseminadas (otra palabra “chota”, dice) por todo el territorio, edificadas en infraestructuras “chotas” y así continúa desparramando choteces. Hasta las contabiliza: “Se ha aplicado la metáfora ‘choto’ una docena de veces (…) seis veces en su versión masculina, otras tantas en género femenino, y una más en éste párrafo, en un género virtualmente neutro, que acude a la grafía ‘choto’ no para aludir a un objeto ni para metaforizar una sensación difícil de exponer en un texto de divulgación o en un relato, sino para referir la expresión ‘choto’”. Tan teoría de construcción literaria al paso como voltereta argumental, desprendidas ambas de la prolija descripción del autor de un misterioso libro que, insinúa, será la llave de la acción. Sin embargo, un par de páginas más adelante el libro de marras se esfuma, o bien contiene los acontecimientos continuados en la novela. A gusto del consumidor.

 

 

Son aparentes digresiones que bien pueden aludir a la descripción entomológica de insectos atraídos por la luz, la importancia de la electricidad para las amas de casa o el arte de la encuadernación primitiva. Urbana es una avenida de doble mano donde algo hace factible revertir la marcha, girar en U e ir para el otro lado, no obstante sin retroceder. El tiempo se revierte, el espacio vuelve sobre sí mismo; el movimiento constante, la acción permanente conserva la coherencia, sin despistarse: el autor conserva en todo momento la conducción narrativa. Suerte de materialismo neorrealista, ubica la acción en una geografía concreta: un apart hotel medio kitsch se inaugura en el barrio porteño de Recoleta, Quintana y Callao. Es enero, todos transpiran, aparece allí una anciana dama paquetísima, millonaria, “La Cementera”, como llega se va; se aguarda con ansias al “Turco Senador”; furtivos detalles de contexto, lo dicen todo.

Hay una lucha silente entre el apart hotel y los vecinos bienudos, habitantes linderos que tapan los ventanales con plástico negro para no ver la grasitud desplegada, no sin dejar hendijas voyeuristas. El relato salta entre los invitados a la inauguración y los habitantes de los coquetos edificios linderos, se los desmenuza. El hilo del relato “se libra a su propio curso con la esperanza de volver a recogerlo en un haz y destejerlo recuperando fibra a fibra la trama que volverá a torcer y retejer hasta tensar la cuerda narrativa (…) bajo el peso de su mero transcurrir, lo atribuible, la red de las metáforas, el encordado de la prosa, la tensión del clavijero sintáctico, la resonancia de la caja hueca de las ideas, la estupidez con todo lo que su armonía infinita puede llegara contener, y la afirmación del instrumento narrativo, y el breve texto, y los textículos y la chotez de los textos de prensa”. En el mismo plumazo en que se despacha con lo que se le canta, Fogwill discierne una desencajada teoría crítica de la literatura. La proeza reside en conservar las acciones desopilantes, el intercambio bizarro entre los personajes, el ritmo y la línea.

Continuidad intensa, permite a Urbana contener un par de escenas centrales de potencia pocas veces vista: una situación erótica que arriba sin aviso y un caótico, disparatado desbande de los invitados a la inauguración en la terraza, cuando se descerraja una tormenta de viento, agua y granizo. Nada más lejano al espíritu fogwillesco que el fervor por lo didáctico. Sin embargo, en su rara mixtura, la conceptualización acompaña el desarrollo de las situaciones: “Cayeron dos personajes y de ellos quedarán solamente unas imágenes revoloteando: la forma mutante de una nube, una amalgama de pétalos azules, pequeñas formas como granulaciones de la piel en los puntos donde el vello invisible se erige estimulado por una corriente de agua fría y el fantasma de una mucosa húmeda y tibia dentro de la boca que modula una voz de mujer”. Muestrario de nudos marineros realizados con palabras de distinto grosor, trenzado y materia prima, Urbana es una novela deslizada sobre las olas del lenguaje por un conductor experto, capaz de adelantarse a los cambios de la correntada, a la caprichosa rotación del viento, aún de aprovechar el estallido de la rompiente. Un Fogwill duro y puro.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Urbana

Fogwill

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2022

176 páginas

 

 

 

 

 

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