PAROLE, PAROLE, PAROLE

Inventamos vocablos que ya son nuestros: chanta, trucho, escrache, tan expresivos

 

 

Hace un tiempo una editorial española me propuso editar mi obra teatral La Nona. Pocas semanas después me llegó una copia de la edición. Una correctora se había tomado el trabajo de traducir  las palabras y giros que son comunes en nuestro pueblo. Eran tantos los vocablos modificados que llegué a pensar si nosotros hablamos castellano. Es cierto que los personajes de la obra son porteños de clase media baja, más la abuela que parla el cocoliche.

Nada nuevo. El idioma lo hacen los pueblos y este pueblo ni siquiera sabe que existe la Real Academia Española. Además, todos sabemos que nuestro país está construido con una fuerte influencia inmigratoria. A comienzos del siglo pasado la cantidad de extranjeros en la ciudad de Buenos Aires igualaba a la de los nativos. Sumado a esa ola incorporamos la influencia de los dos imperialismos. Así fue como incorporamos palabras del idioma ingles y que se hicieron definitivas  como fútbol, tan bella, que reemplazó al híbrido balompié. Otras adoptadas de la inmigración desaparecen o pierden fuerza , mientras que algunas se afirman cada vez mas: gamba no logró reemplazar a pierna, pero laburo ya supera a trabajo. ¿Por qué? Vaya a saber. ¿Por qué delivery se instaló y nadie que yo sepa dice sale? ¿Por qué fake news y no noticias falsas? ¿Container y no contenedor?

Claro está que estas observaciones se remiten al lenguaje de la clase media porteña. Es cierto que es un ámbito limitado, pero de mucha influencia porque se lo practica en los medios de difusión. Y de ahí se expanden, algunos con poco futuro. ¿Cómo se puede decir coachear? Palabra muy ajena, pero además fea, disonante para los oídos nuestros.

Y es así como inventamos vocablos que ya son nuestros: chanta, trucho, escrache, tan expresivos. (¿Tendrá algo que ver la CH en todo esto?)

En los últimos años estalló la rebelión de las mujeres. Y ganaron la batalla. Uno de sus éxitos fue hacernos entender que vivíamos en un patriarcado. Que los hombres sensibles que teníamos un trato respetuoso hacia las mujeres somos tan machistas como los que pegan cachetadas.

Pero como todo movimiento revolucionario, arrastra los extremos, las exageraciones, el sectarismo. Me recuerdan a los militantes comunistas de mi juventud. Si tomabas una Coca Cola eras un pequeño burgués.

Me refiero al lenguaje inclusivo. El problema de esta novedad es que no propone palabras nuevas, sino que deforma las ya existentes: todes, chiques, etc., etc. Me dicen que es un lenguaje que se ha popularizado entre los jóvenes porteños de clase media. Hace tiempo que no tengo contacto con jóvenes pero escucho a algunos adultos –por ejemplo en las radios— que cada tanto incorporan algún término que no pasa de todes o chiques. Suena artificial, a un intento de congraciarse con los jóvenes.

En fin, el idioma inclusivo que trata de imponer este sector del feminismo, por ahora suena a lenguaje exótico, que a muchos jóvenes les sirve para afirmar su identidad, como en algún tiempo fue dejarse el pelo largo.

Días pasados recibí un informe de un grupo de feministas muy sensatas dirigido a entidades y, supongo, también a empresas.

Es un trabajo donde sus creadoras invitan a utilizar el lenguaje inclusivo sin alterar las palabras. Incluyen una cantidad de ejemplos. “En vez de decir el Presidente poner la presidencia”.

 

 

Desconozco cuál será el futuro de la propuesta, pero por lo menos conserva el sonido musical de las palabras.

De última el idioma lo construyen los pueblos. Y los argentinos somos capaces de heredar el más brutal de los insultos –hijo de puta— y con el tiempo usarlo como un elogio.

 

 

 

* Roberto Tito Cossa no es investigador del Conicet ni tiene antecedentes  académicos. Escribe de oído.

 

 

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