Paren de secar al río Paraná
Lo están matando por dos pesos
El río Paraná está diciendo a gritos: “¡Déjenme vivir para poder seguir recreando la naturaleza!” en su cauce y en las poblaciones linderas. Lo hace mostrando cómo han reducido el majestuoso Paraná (en guaraní: río que parece mar) a un hilito de agua en medio de bancos de arena y lodo. Los pescadores lo vienen sintiendo desde hace años, mientras que la población del Delta se está quedando varios días por semana aislada en sus casas por semejante escasez de agua (en la pandemia, estar sin agua para higienizarse las manos es atentar contra la vida). El verano pasado, entre la bajante del agua, el calor y vaya a saber qué tanto más, el agua se llenó de algas y no pudo beberse ni ser usada para bañarse o lavar la ropa.
Curiosamente, ante tamaña calamidad, el viceministro de Ambiente de la Nación, Sergio Federovisky, acaba de manifestar que el gran desafío de países como la Argentina es “la adaptabilidad” al cambio climático, o sea, generar las condiciones para un escenario que posiblemente “sea irreversible”. Explicó: “Adaptabilidad significa garantizar que, de aquí en adelante, cada vez que pueda suceder algo parecido, esté garantizada la producción de agua corriente”.
Si bien es cierto que millones de personas utilizan el agua del Paraná para beber, que semejante autoridad ambiental indique ese único objetivo a garantizar por el Estado puede ser señal de abandono para pequeñas ciudades, pueblos y poblados ribereños y del río mismo, incluyendo su magnífico caudal con toda la vida animal y vegetal que ha propiciado a lo largo de millones de años. Paisajes únicos, generadores de riquísimas culturas con frondosa historia a lo largo de sus miles de kilómetros de longitud. Actualmente, una significativa fracción de la población argentina (todo el noreste y parte de la región pampeana) que se nutre del Paraná prevé mayores afectaciones por la bajante crónica, en tanto no se reviertan los procesos de deforestación masiva (en Brasil, Paraguay y la Argentina) realizados para plantar oleaginosas, destinadas a la exportación.
En agravamiento de la situación, el dragado del Paraná efectuado para permitir que cargueros de gran calado lleguen hasta Rosario, donde se embarcan los granos hacia ultramar, remueve el barro del fondo contaminado con metales pesados para facilitar el tránsito de esas inmensas embarcaciones cuyo oleaje termina modificando los bordes costeros, su flora y fauna, disminuyendo la biodiversidad de la región.
En resumen, las millones de hectáreas de bosques devastadas desde fines del siglo pasado para cultivar oleaginosas (soja y maíz) –destinadas a la exportación– han contribuido dramáticamente a acentuar los efectos del cambio climático, perturbando el ciclo del agua y provocando bajantes extraordinarias y crónicas del nivel del río Paraná, agravadas por el continuo dragado realizado con el fin de que el costo de los granos para los grandes exportadores (unas 10 multinacionales) sea lo más reducido posible.
La simple conclusión es que el Paraná se está secando por el negocio de los exportadores de granos, quienes por las multimillonarias ganancias en dólares que obtienen de adquirir y transportar los granos a mercados externos (principalmente China) arrasan con inmensos territorios que incluyen poblaciones humanas, animales y vegetales. Así destruyen formas de vida ancestrales de fuertes raigambres aborígenes, íntimamente relacionadas al monte nativo, de donde se proveen de alimentos, hierbas, frutos y raíces para la salud, fibras para la vestimenta y materiales para la vivienda, las que al ser despojadas de la tierra quedan inermes. Muy pocos pobladores logran superar semejante pérdida.
El gobierno nacional ha decidido repartir fondos a las provincias afectadas para paliar la situación de emergencia. Pero nada indica que vaya a desactivar a la Hidrovía, herencia del menemismo (y ordenar que los buques carguen los granos en puertos de aguas profundas), privilegiando entonces nuevamente que el transporte fluvial, mediante el dragado permanente, ayude a disminuir los costos de transporte de granos a costa de todos los demás usos del río por parte de las poblaciones aledañas. Por demás, recientemente los exportadores reclaman –para seguir reduciendo sus costos– que se siga profundizando la Hidrovía para permitir la llegada de buques más grandes que disminuirían más aún dichos costos.
En el siglo XXI, cuando países sudamericanos como Bolivia y Ecuador introdujeron en sus respectivas constituciones los derechos de la naturaleza, los argentinos no podemos quedarnos de brazos cruzados observando a qué mayor profundidad se continuará la Hidrovía para que los exportadores aumenten sus ganancias. Los que nos resistimos a ello lo hacemos por cómo nos afecta y porque sabemos que un río como el Paraná guarda tesoros culturales e históricos de todo tipo, siempre íntimamente relacionados con la naturaleza del río y su entorno. Una formidable recopilación de dichos tesoros fue realizada por la expedición fluvial científico-cultural, llamada Paraná Ra’ángá, que en marzo de 2010 llevó embarcado a un grupo de 40 personas de diversas profesiones, sensibilidades, experiencias y saberes a recorrer buena parte del río, haciendo escalas por el camino luego de haber previamente programado el encuentro con personalidades notables de la cultura local (músicos, historiadores, antropólogos, poetas, lingüistas, médicos) que entrevistaban y registraban en imagen y sonido, tal como hicieron cotidianamente durante toda la expedición. Basadas en esos registros, hoy día podrían hacerse formidables herramientas de difusión en forma de presentaciones (audiovisuales y gráficas) sintéticas, destacando la diversidad de todo tipo que encierra la cuenca del Paraná. Serían apropiadas para difundir a los cuatro vientos el patrimonio cultural que se está perdiendo junto a la actual agonía del río, bajo la premisa de que “no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”.
En esta era pandémica, en que la reconexión de las personas con la naturaleza se ha develado más necesaria que nunca, quiero convocar a las poblaciones afectadas por la bajante del Paraná a hacer masivas movilizaciones –principalmente en el río mismo– en reclamo de que no se lo siga secando. Inclusive, podría evaluarse interrumpir el paso de los grandes cargueros como una actividad de tantas de esa protesta. No nos quedemos de brazos cruzados mientras el Paraná agoniza, porque un río seco terminará siendo un río muerto.
Luchemos por nuestro derecho a seguir conviviendo con un río sano, pleno y nutriente de tantas vidas como ha sido el Paraná durante cientos de miles de años. Sumémonos a otros pueblos y comunidades a lo largo y ancho del país que salen valientemente a defender sus territorios de la megaminería, de empresas contaminadoras, de fumigaciones aéreas. Protejamos el territorio donde está nuestra historia, nuestra cultura, nuestras aves y peces. Defendamos la vida del río Paraná junto al cual tenemos todo el derecho de seguir viviendo dignamente.
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