Paracaidistas húngaros
Loas al equilibrio fiscal, más allá de la destrucción de la Argentina tal como la conocemos
En abril del 2005, el jefe de Gabinete Alberto Fernández presentó en la Cámara Baja un informe sobre la marcha del gobierno. Como es costumbre desde que la reforma constitucional de 1994 creó ese cargo, el funcionario fue vapuleado por la oposición. Fernández acusó a sus detractores de “montar un show”, pero quien se quejó en los términos más amargos fue el Presidente Néstor Kirchner, que denunció a “algunos sectores con absoluta falta de memoria”, en particular a “algunos diputados de la oposición que nos generaron la crisis de 2001 y hablan como si fueran paracaidistas húngaros”.
El presidente del bloque de diputados de la UCR, Horacio Pernasetti, consideró que Kirchner “sufre ataques de amnesia”, ya que “se olvida que es el Presidente récord en el dictado de decretos de necesidad y urgencia (DNU), lo cual es revelador de su autoritarismo a la hora de gobernar”. En aquella época lejana, los radicales eran sensibles a los DNU, ya que consideraban que su utilización por fuera de la urgencia y la necesidad traducía un autoritarismo contrario a las instituciones republicanas y coso. Entre los escrúpulos del diputado Pernasetti y la entrega del diputado lacrimógeno Rodrigo De Loredo sin duda pasaron cosas.
Todos los gobiernos, en mayor o menor grado, hacen referencia a la “pesada herencia recibida”, que es casi un lugar común de toda nueva gestión. Aunque, si recordamos que antes de ser finalmente aceptada por Néstor, la candidatura presidencial para el 2003 fue declinada por todos los pesos pesados del peronismo (desde José Manuel De la Sota hasta Carlos Reutemann, pasando por Felipe Solá e incluso por el entonces novel Mauricio Macri), podemos deducir que, al menos en ese caso particular, la herencia parecía realmente pesada.
En todo caso, teniendo en cuenta que Hungría fue uno de los primeros países en interesarse por el paracaidismo militar, la referencia tal vez tenga alguna connotación histórica; pero, más allá del origen bélico, gracias a Néstor la expresión devino en algo nuevo. El paracaidista húngaro se transformó en el epítome de aquellos políticos, ex funcionarios o supuestos técnicos inmaculados que, pese a tener responsabilidad directa en la coyuntura política de un determinado momento, la analizan como si fueran lejanos viajeros llegados de Ganímedes.
Recordé esa maravillosa imagen hace unos días, leyendo la entrevista que Martín Guzmán, ex ministro de Economía del gobierno del Frente de Todos, dio a Cenital. En un tono académico –propio de alguien que no tuvo ninguna responsabilidad en los últimos años– y con un fraseo propio de un entomólogo opinando sobre una colonia de ácaros, Guzmán destacó “la política fiscal ordenada” del gobierno de la motosierra. “El principal activo de este gobierno –afirmó– ha sido la reducción de la tasa de inflación, que ha generado una percepción de estabilidad, y la estabilidad es popular”.
Nada dijo, por supuesto, sobre su paso por el ministerio de Economía, desde el cual no sólo evaporó las reservas generadas por dos años de superávit comercial, sino que dio legitimidad política al catastrófico acuerdo de Macri con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que condicionó tanto al gobierno del Frente de Todos como al del Presidente de los Pies de Ninfa.
Recordemos que, en abril del 2021, Alberto Fernández instruyó a la Procuración del Tesoro de la Nación para que se constituyera como querellante en representación del Estado en la causa que investigaba si existió “administración fraudulenta y defraudación contra la administración pública” en dicho acuerdo. Apenas un año después, Guzmán envió ese acuerdo apenas revisado al Congreso para ser refrendado. “La alternativa al acuerdo con el FMI es la incertidumbre”, afirmó. El gobierno dejaba atrás la voluntad de revisar el acuerdo, al que ya no asimilaba a un fraude. Por el contrario, no sin cierto candor, nos alentaba a valorar la buena voluntad de la titular del FMI, Kristalina Georgieva. Habiendo padecido la pobreza en su Bulgaria natal, la burócrata global tendría una buena predisposición hacia el pueblo argentino y sus penurias materiales. Puede fallar.
En discrepancia con el famoso acuerdo, Máximo Kirchner renunció a la presidencia del bloque de diputados del Frente de Todos. Consideraba que firmarlo aportaría efectivamente certidumbre al país, pero de mayor pobreza. El tiempo le dio la razón.
Por aquel entonces, el ministro Guzmán se dedicaba a refutar las críticas de la Vicepresidenta CFK referidas al ajuste fiscal que, según ella, llevaba adelante el gobierno. Para el funcionario, se trataba en realidad de una política de “reducción del déficit fiscal, no de ajuste”. Una sutil diferencia –imperceptible al ojo humano y más relacionada con el universo cuántico– que tenía sin embargo la virtud de la transparencia: reflejaba el irremediable alejamiento del gobierno de sus promesas electorales referidas a la mejora urgente del poder adquisitivo de las mayorías.
En la entrevista en Cenital, Guzmán ponderó, justamente, el equilibrio fiscal logrado por el gobierno de la motosierra: “Esto muestra, más allá de la forma en que se alcanzó (...), que es fundamental para que la sociedad esté más o menos ordenada que haya un respeto a las restricciones de presupuesto, de los recursos y que la política fiscal esté más o menos ordenada”. Ese elogio del equilibrio fiscal, independientemente de la forma de lograrlo, es compartido por algunos ex integrantes del gobierno de Alberto Fernández, quienes suelen repetir la letanía “algo había que hacer”.
La economista Mercedes D'Alessandro refutó esa idea tóxica: “¿Por qué decimos que el superávit fiscal está bien? Ese superávit no se puede separar de cómo se construyó: se construyó bajándole los ingresos a los jubilados, 30% del superávit fiscal es eso, otro 30% es recortando la obra pública (...) pero la obra pública es arreglar las rutas para que la gente no se mate, es arreglar escuelas, hospitales, espacios de cuidado, playones deportivos, construir un puente, invertir en infraestructura, conectividad, eso es la obra pública y hoy está recortada en un 87%”.
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Confieso que, por mi parte, aprecié mucho el uso de la locución preposicional “más allá” por parte del ex ministro de Economía: más allá de la recesión, más allá de la destrucción del aparato productivo, más allá del aumento de la pobreza y el desempleo, más allá del desfinanciamiento de las provincias, del freno a la obra pública, del desfinanciamiento de las universidades y del desmantelamiento de la investigación científica, de la falta de medicamentos oncológicos, del derrumbe del consumo popular, del ajuste sobre salarios y jubilaciones; más allá de la destrucción de la Argentina tal como la conocemos, el equilibrio fiscal es bueno.
Siguiendo el paradigma Guzmán, propongo un método novedoso para terminar con el flagelo de la pediculosis: la guillotina. La probé con mi hijo y, más allá de los efectos colaterales indeseables, lo cierto es que ya no tiene piojos.
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