Papolatría

La visita al Papa como objetivo turístico y la foto como cucarda internacional

 

Muchos medios, incluso algunos habitualmente ajenos a todo tema eclesiástico, están con un ojo puesto en el Policlínico Gemelli, donde son internados los Papas desde hace ya un tiempo cuando su salud está afectada. Siendo el caso, Francisco está allí internado y surgen comentarios, oraciones, especulaciones… y caranchos.

Para peor, está de moda una película llamada Cónclave, con lo que pareciera que “la mesa está servida”.

Seamos claros:

  • El Papa se va a morir. Mañana, el año que viene o en cinco años, pero como es parte de la vida, la muerte sucederá. Y, con sus más y sus menos, la Iglesia católica romana ¡seguirá!
  • Un cónclave es convocado por el “Camarlengo” (actualmente Kevin Farrell), esto es, un Cardenal que certifica la muerte del Papa, y administra la curia hasta la elección del sucesor.
  • Un Papa puede cambiar totalmente el modo de elección de su sucesor, como ocurrió cuando Pablo VI (1970) estableció que sólo podían ser electores los cardenales menores de 80 años. Podemos ironizar que el Papa Francisco podría decidir que al sucesor sólo lo pueden elegir socios de San Lorenzo de Almagro, y tal sería la norma (aunque, siguiendo con la ironía, ya veremos decenas de falsas filiales del club en la curia vaticana extendiendo certificados de socios).

Pero –y es la clave– por importante, positiva o no, que sea la imagen y la personalidad del Papa Francisco, en este caso, la Iglesia no es un Estado (aunque exista un “Estado Vaticano”, curiosamente) y el Papa no es el “Jefe”. El pueblo de Dios, que es la Iglesia, es el que debe vivir, evangelizar, servir al mundo de hoy. No son los viajes papales (que, como ya he señalado en otra ocasión, no me parecen positivos) los que deben evangelizar, se vivan o no de un modo positivo (por ejemplo, la visita del Papa a Colombia fue evaluada como muy positiva, pero ocurrió todo lo contrario en Chile). Si el que conduce la Iglesia es el Espíritu Santo, un Papa será positivo o no (intra-eclesialmente, que es, en esto, lo que cuenta) en la medida en que lo deje “soplar” con toda libertad. Por ejemplo, una mirada extra-eclesial puede ser muy positiva, pero puede no ocurrir lo mismo ad intra, como es el caso de Juan Pablo II, que fue muy positivo en la caída del Muro, en el encuentro con los judíos, pero muy cuestionable al interior de la Iglesia, a la que llevó a un “invierno eclesial” del que no parecemos haber salido.

Un tema que merece también la atención es lo que se ha llamado “papolatría”. Esto es, una adoración a la persona del Pontífice. Ciertamente, los viajes papales contribuyen de un modo notable a esto, y el carisma papal puede alentarlo o limitarlo. Evidentemente, Juan Pablo II, que tenía un potente carisma personal, especialmente en sus primeros años de papado, alentaba multitudes que cantaban “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo” en todas las lenguas. Con Benito XVI, con mucho menos carisma, aparentemente muy tímido, nadie cantaba “Benito, Benito, te queremos poquito”, pero evidentemente no tuvo la trascendencia del Papa anterior. Francisco sí supo concentrar carisma. Distinto al de Wojtyla, pero podía detener el papamóvil para abrazar a un niño, bendecir una pareja o tomar un mate. Así, visitar al Papa pasó a ser (especialmente para los peregrinos argentinos) una suerte de objetivo turístico, y tener una foto con Francisco era como una suerte de cucarda internacional. En lo personal, lo lamento hondamente.

Hay fotos de personajes con el Papa que me duelen profundamente. Es cierto que el Evangelio es para todos, que Jesús comía con pecadores, y no debería esperarse que el Papa actúe de un modo diferente al Señor. El problema –al menos a mi sensibilidad– es la foto. Ejemplifico: se incendiaba la Patagonia y el mediocre responsable se sacó una foto jugando al paddle. No es que no pueda jugar, obviamente también dormirá, pero publicar una foto durmiendo sería un escándalo, porque la foto “dice”, y dice a destinatarios varios. Y la foto del Papa también dice. Es posible que el Papa quiera decir una cosa (“bendigan a los que los maldicen”) y que algunos “reciban” otra. Pero no es menos cierto que el anuncio de la Buena Noticia del Reino debe “decir”, y ese mensaje debe ser recibido sin duda. Las comidas de Jesús provocaban comentarios (de los “religiosos”: “¡y come con ellos!”), pero nada disimulaba las propuestas proféticas de Jesús (sobre estas comidas se ha comentado seriamente en diversos trabajos bíblicos, pero incluyen, además, debates posteriores y reacciones tanto de los comensales como de Jesús; cf. Lucas 7, 36-50; 14, 1-24; 15, 1-32; 19, 1-10). Si es cierto que “a Jesús lo mataron por cómo comía” (R. J. Karris), es precisamente porque entendía el reino como una mesa abierta para todos (pecadores incluidos, ciertamente), no para pocos. Su opción por los pobres lo confirma indiscutiblemente. Las fotos del Papa con los que excluyen de la mesa a millones (o que excluyen de la justicia, de la paz, de la vida…) son las que, en lo personal, me incomodan. Fuera de todo esto, no celebro que el papado sea papolátrico, creo que no debería ocurrir. Pero esto implicaría entender el papado de otro modo (por ejemplo, más parecido a Pedro que a Constantino; con división de poderes, etc.) y esto, quizás, podamos esperarlo de papas futuros. Hoy por hoy, nada de eso ha cambiado.

 

 

 

 

 

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