Otro nudo, el pasado del porvenir
Sobre el libro La estrella del sur, de Enrique Vera y González
El sueño de otra Argentina, 116 años atrás
En las vueltas por la Feria Internacional del Libro, luego de buscar en saldos y revolver anaqueles a bajo precio, hallé un librito a 1.500 pesos; estaba dentro de la categoría de los que podríamos considerar “raros”. Se titula La Estrella del Sur: a través del porvenir, y es una novela futurista al estilo Julio Verne, escrita en nuestras pampas por un emigrado español que se enamoró del sueño de invención de una nación.
De pensamiento republicano, miembro de la Sociedad Abolicionista Española, Enrique Vera y González llegó a la Argentina en 1896 procedente de Cuba, y desde entonces se hizo ferviente mitrista. Aquí proyectó algunas ideas e imágenes de ese porvenir que nunca fue, pero que permiten pensar qué era lo que entonces la elite autóctona añoraba cuando pensaba el futuro de este país. Porque para Enrique Vera y González, nacido en 1861 en Burgos e hijo del pintor Pablo Vera y Bañón, la Argentina era una promesa de futuro que España, que todavía tenía olor rancio, a vida campesina y falta de progreso, no había podido dar. Y así lo dejó plasmado a fines del siglo XIX en este pequeño librito.
La Estrella… se publicó en 1903 (se puede acceder aquí a una versión digital) gracias al mecenazgo de la famosa tabaquera La Sin Bombo y de su dueño, Juan Canter, uno de los empresarios del momento que apostaba a ese futuro, y a quien Vera y González le dedica una carta de inicio:
“Mi muy querido amigo: en varias de nuestras conversaciones acerca de los futuros destinos de este país, al que usted ama con un ardiente y desinteresado patriotismo, por nadie superado, le he oído exponer deseos, que muy bien pudieran ser proféticos, acerca de la grandeza que ha de alcanzar un día la ciudad de Buenos Aires. En este opúsculo —escrito en los ratos que me dejaban libres harto menos gratas ocupaciones— he procurado traducir las ideas de usted, relativas a los esplendores que el porvenir reserva a la urbs magna de la colosal metrópoli que ya merece hoy el nombre de Estrella del Sur, puesto que es la primera de las ciudades del hemisferio austral del mundo”.
Domingo Canter, el fundador de la tabaquera La Sin Bombo, fue un inmigrante español que llegó a Buenos Aires, procedente de Gibraltar, en 1853, sin un peso en sus bolsillos, como la mayor parte de los inmigrantes que venían desde Europa con el sueño de “hacerse la América”. En el año 1882, Domingo, ya anciano, dejó el liderazgo de La Sin Bombo en manos de su hijo, Juan Canter, quien trasformó la fábrica artesanal en un verdadero establecimiento industrial, el cual albergaba cientos de obreros que operaban todo tipo de modernas máquinas para la fabricación de cigarrillos.
La invención de la Argentina (para usar las palabras del historiador anglófono Nicolás Shumway) dependía de la construcción del mito del porvenir, una gran ficción para proyectarse como sueño de nación, tal como narró Alexis de Tocqueville (De la democracia en América, 1835/1840), y a la que Walt Whitman le puso épica (en Hojas de Hierba, 1885) en el sueño norteamericano. En el pensamiento de la Ilustración liberal, la base del pensamiento político sobre la que descansa una nación debe ser una utopía proyectada por lo menos a 100 años. Un plazo en el que se debe desarrollar y plantar las semillas de las instituciones y liberar sus fuerzas productivas como unidad y dialéctica del (inevitable) progreso.
Siguiendo ese espíritu, en 1850, Domingo Faustino Sarmiento publicó Argirópolis (“ciudad de la Plata”), allí se cuenta la historia de una Argentina del futuro cuyo epicentro es el Río de la Plata y donde la capital es la isla Martín García, punto equidistante a los diferentes estados y poderes que iban a integrar los Estados Confederados del Río de la Plata. De esta forma, Sarmiento proyectó el siglo XX a 100 años, creyendo que desde ese lugar la tensión unitarios-federales se resolvería, y así se dejarían sentadas las bases de una nación.
En la mente de Vera y González, en 1903, por el contrario, el pensamiento unitario lo concentraba todo en Buenos Aires. El Río de La Plata, un puerto natural, boca de todo el fluir económico y político de la región. En esa utopía, los arrabales últimos aparecen recién a 400 kilómetros del centro de la metrópoli, que cada vez deglute al interior y se expande como proceso civilizador del desierto (no muy distinto al “nudo”, esa metáfora con la que el neo-mitrista Carlos Pagni presenta la asimilación de ese indómito Conurbano).
En ese futuro que no fue, existen trenes que conectan a Buenos Aires con el interior en minutos y con otras capitales en pocas horas (Nueva York en 30 horas, Río de Janeiro en 5). También se producen alimentos y combustibles sintéticos. El telégrafo ya transmite imágenes, con presencia de robots domésticos y fábricas automáticas. Los anteojos astronómicos “(…) permitían ver la luna a un kilómetro; el sol a menos de 400, Venus a 120 y Marte a 150; ¿No se llegaría alguna vez a tocar lo que ahora se veía demasiado lejos aún para disipar muchas dudas?”
De este modo, Vera y González nos presenta una ciudad capital portuaria pujante, que centraliza toda la Argentina en el embudo portuario desarrollado por industrias y tecnología de punta. Mirando siempre el río, de cara al viejo mundo, pero donde no tiene nada que envidiarle, sino en todo caso exhibir que lo ha superado con creces.
El protagonista de La Estrella… es un joven acaudalado que decide matar el spleen y la bohemia recurriendo a un chamán indio, uno de los pocos que el general Julio A. Roca había dejado vivo por piedad tras la Campaña del Desierto. Gracias a la magia de ese chamán, emprende un “viaje astral” que lo transportará al Buenos Aires del año 2010, justo a tiempo para asistir a los festejos del Bicentenario sobre la avenida 9 de Julio. Un 2010 en el que las plazas están colmadas entre los que van y vienen en medio de las máquinas voladoras. Pues, para entonces, la ciudad sería el triunfo de la imaginación futurista de un Julio Verne.
Fantástico viaje al futuro de la ciudad de Buenos Aires, La Estrella del Sur intenta imaginar esa urbe del año 2010 que está lejísimos de lo que realmente terminó siendo. Como dice Pablo Cappana, la obra termina siendo una reliquia nacional del llamado paleo-futurismo: la arqueología de los futuros imaginados que no llegaron a concretarse.
Las ilustraciones que acompañan el relato muestran un enorme monumento que anticiparía al descamisado peronista, que —finalmente— tampoco fue; pero en este caso se trata de un coloso de dimensiones ciclópeas que se alza portando una antorcha (seguramente la del progreso). En el cielo, se alcanza a ver una aeronave, mezcla de dirigible y "cuadriplano", que se dispone a aterrizar en el casco porteño.
Y por último, la perla, el sueño futurista de parte de la generación del ‘80: la estatua gigante dedicada a otro coloso y su ilustración en el interior del libro sobre el que dice: “El monumento colosal y definitivo de Mitre, levantado en la grandiosa plaza de su nombre (…) parecía dominar desde su pedestal a la inmensa ciudad de Buenos Aires, a su patria querida, con el aspecto de ciudadano sencillo, vestido con modestia, con cierta llaneza —incorrecta a los ojos del vulgo, elegante por lo característica ante la mirada penetrante del verdadero artista— cualidad que le hizo tan simpático y popular en su tiempo. Aquel era el verdadero Mitre, el familiar, el hijo del pueblo levantado a las cumbres de la milicia, del saber y del gobierno, a la jefatura de la opinión por la virtualidad de su talento, su constancia, su valor y su noble carácter”.
Tan solo un libro perdido y hallado en un anaquel de la feria del libro de Buenos Aires. Un libro que muestra cómo en estos últimos 116 años, la historia de una nación fue perdiéndose sin copiar el sueño, su fabulación, por una mente afiebrada de un emigrado español asimilado a la elite de los 80. Y la continuidad de ese sueño, siempre otro porvenir.
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