Otra vez sopa
Un punteo de las circunstancias que rodearon las elecciones
Una de las muchas preguntas que había antes de las elecciones reapareció. Arrancó en voz baja, se silenció a medida que avanzaba la campaña y el lunes estaba nuevamente en boca. ¿Podía ganar las elecciones el ministro de Economía de un gobierno con una inflación por arriba de los 140 puntos? La construcción milagrosa de Sergio Massa como candidato —pudo llegar hasta la segunda vuelta— no logró evitar los casi 12 puntos de diferencia a favor de Javier Milei. Número que, dicho al paso, marida con la inflación mensual.
El voto anti-peronista se trasladó entero. Pero sobre el 30 % propio del triunfador vale la pena detenerse. Se correlaciona fuertemente con el perfil del votante de UP. Sectores populares, trabajadores, clases medias bajas, comerciantes, jóvenes, docentes y un largo etcétera que ya imagina y puede completar el lector. ¿Se fracturó la derecha o se partió la alianza entre los de abajo? Parece que muchos de los cobijados por el peronismo, una identidad que se recreó en cada momento a su modo, ahora se enlazaron bajo el significante de la libertad y el rechazo a los privilegios. Acá se arriesga que no hay tanta derecha. Hay derechos muy abstractos que no terminan de encarnar en sujetos reales. También nuevos valores correspondientes a un mundo distinto cuya dirigencia, formateada en los contextos del siglo pasado, no logra comprender.
A minutos de los comicios se presentan estos borradores. De ningún modo agotan un listado sobre lo que debe considerarse. Hacen al momento y se expresan dentro de un debate de época.
- En Inglaterra, Margaret Thatcher inauguró una era de gobernantes conocidos como neoliberales. Dejó el gobierno poco después de que Carlos Menem iniciara el suyo. El riojano, sabemos, rápidamente siguió sus huellas. La inglesa gobernó una década larga, apenas un poco más que el Presidente argentino.
Nuevamente Inglaterra. Hace poco, Liz Truss sucedió a Boris Johnson. Accedió al gobierno por el Partido Conservador, aunque se declaró siempre libertaria económica. Fue, rigurosamente hablando, la primera política libertaria en acceder al poder administrativo de un Estado moderno. Javier Milei va a presidir la Argentina bajo la misma auto denominación política. La inglesa encaró, de entrada, reformas durísimas, al estilo declamado por el Presidente electo. Renunció al gobierno, bajo presiones, tan solo 44 días después de asumir el cargo. Los tiempos de Javier Milei no comenzaron y la historia describirá su suerte.
- La sociedad, se escuchó de boca del Presidente electo, “votó el ajuste”. Acá se interpreta de otro modo al 56 % que lo depositó en la Casa Rosada. El 30 % propio no votó para sacrificarse en un ajuste que le empeore la vida. Lo hizo para que el ajuste lo pague el otro, el que se viene beneficiando, el privilegiado. En los grupos focales, los votantes de Milei exponían no creer que el candidato fuera a hacer lo que decía. “A mí no me va a tocar”. Escuchaban que iba por “la casta”. Esto habla de expectativas por soluciones prontas que no empeoren la calidad de vida de quienes ya llevan mucho tiempo aguantando.
- La derrota política de UP no fue una sorpresa. Solo puede serlo para quienes no admiten que hubo una derrota ideológica que la precedió. No ayuda, ni resuelve, acusar a la población de derechizarse. Esta perspectiva cabe para una academia militante de bibliotecas. Acaricia el dolor de una militancia comprometida. Excusa los errores cometidos por una dirigencia extraviada. Pero a la hora de explicar lo acontecido, poco, casi nada. Las preferencias electorales, cuando los que gobiernan no responden, se mueven como el péndulo. La derecha sueca o italiana no brotan de la inflación y el malestar económico. Sus condiciones de aparición poco tienen que ver con el malestar local. Solo comparten la etiqueta y, por supuesto, se alegran cuando hay un nuevo gobierno del mismo tenor.
- En esta época gobiernan las emociones. La política constituida por razones no dejó de existir, pero ancla en temporalidades de otros ciclos. Los tiempos largos, que le son propios al Estado, colisionan con los de la era digital, donde gobierna lo que tiende al instante. Las subjetividades, el consumo, las narrativas se rigen por la aguja del segundero. La era está marcada por la extensión de un posteo en la red X y por el formato y la duración de un video de TikTok. Las informaciones nos saturan. Las aprehendemos con capacidades cognitivas que no pueden manejar el volumen que las bombardea. Entonces, para orientarnos, dependemos mucho más de nuestros sentimientos inmediatos que de la reflexión pausada y profunda.
- La libertad es un valor muy fuerte de la época. Es la del consumidor que decide deslizando, con sus dedos, la góndola de la App de Mercado Libre. Pocos entienden lo que cuenta el libro de Shoshana Zuboff: La era del capitalismo de la vigilancia. Todos entregan sus datos a cambio de aplicaciones de uso gratuito. Nadie lee el contrato de condiciones de uso y tampoco interesa. Decidir y consumir son prácticas que materializan la libertad en la era de la información. Es un combo estilo “cajita feliz” que marca con el fuego del cambio climático los inicios de una era que se le escapó al lenguaje político del siglo pasado.
- Sin Estado, el mundo actual es impensable. Se dijo y se sostiene. En los barrios, existir es riesgoso. Se vive al día y los servicios esenciales, salud, educación, seguridad, limpieza, infraestructura, etc., cuando existen, son de dudosa calidad. El Estado y los derechos participan de una narrativa que ancla dificultosamente en las vivencias cotidianas. Un gobernante, pregonando derechos a quienes los esperan desde hace años, se escucha con distorsiones. “Defendamos los derechos con el voto”. Alguien pregunta: “¿Los de quién?”. El repartidor subido a su bicicleta con 10 kilos sobre su espalda escucha atentamente lo que sale de sus auriculares. El resto es ruido molesto.
- Sergio Massa le habló claro y preferencialmente a la sociedad registrada. Al asalariado, a la pyme, al comerciante, al sindicato, al mundo de la producción, chico, mediano y grande, al estudiante que puede ir a la universidad porque terminó la secundaria. La Argentina blue, que no figura en ningún libro contable, se le escapó. Sus puntadas finales de campaña las hilvanó en el colegio Carlos Pellegrini. Antes de las elecciones generales ya había ensayado en el Nacional Buenos Aires. Le habló al piberío insertado, con derechos resueltos, al progresismo porteño o al que se mira en ese espejo, a las élites, al voto que ya tenía en las manos. Los pibes de las escuelas cercanas a La Cava miraban “el pogo” del ministro con la boleta de Milei en la mano. Los saltos y los cantos de los patios del “Pelle” metaforizaban, para ellos, la Argentina de los privilegios y la casta. Una anécdota de tiempos paralelos redondea el fresco. Un pibe de las periferias de San Isidro fue interpelado, a días de votar, en el aula: “¿Cómo podés votar a Milei queriendo tanto a tu abuela, que es peronista y vive en La Cava?”. El adolescente responde: “Justamente por eso, porque no quiero repetir su vida”. El 30 % puro.
Parásitos es una película coreana que ganó el premio Oscar en el año 2020. Narra las peripecias del encuentro entre dos familias, una pobre y otra millonaria, en una sociedad altamente desigual e híper-tecnológica. Habla de dos extremos que se tocan y de la gran separación que hay entre ellos. Viven distanciados a minutos. Es el Conurbano enterrado en el barro y sus proximidades rebosantes de asfalto. Agua dificultosamente potable frente a piletas de natación en medio del parque. La villa La Cava y las Lomas de San Isidro. Una escuela de Villa Lugano y “el Pelle”. Lo que nos cuesta mirar y lo que nos gusta ver. Lo que realmente hacemos y somos frente al progresismo desde el cual hablamos. El siglo que pasó y lo que viene. La Argentina blue y la registrada.
El 10 de diciembre asume el nuevo gobierno. Se cumplirán cuatro décadas desde que Alfonsín dijo: “Con la democracia se come, se cura, se educa”. Ese día, otra vez, toca sopa.
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