Don Vito, el traidor y el ajuste fiscal

Lo que el Fondo quiere

 

Cuando la Paramount le ofreció a Francis Ford Coppola llevar al cine la novela El Padrino de Mario Puzo, el joven director estuvo a punto de rechazar la oferta. En realidad, Coppola soñaba con ser Jean-Luc Godard, referente de la Nouvelle Vague francesa, y dirigir la versión cinematográfica de un best seller no parecía ser el camino adecuado para lograrlo. Además, más allá del clásico prejuicio que asimilaba a cualquier ítalo-americano con el crimen organizado, él no tenía nada que ver con la mafia. Por suerte para nosotros, otro joven director —su amigo y socio George Lucas— lo convenció de aceptar el desafío.

No fue una tarea fácil. Los directivos de la Paramount rechazaron en un principio el elenco elegido por Coppola: Marlon Brando era casi un apestado para los estudios y Al Pacino era un perfecto desconocido. El resultado, sin embargo, fue un éxito inesperado. La película se transformó en un clásico, es decir, en una obra apreciada tanto por la crítica especializada como por el público en general.

Todos conocemos algún diálogo e incluso, sin saberlo, solemos repetir alguna réplica. Como escribió Marcelo Figueras en El Cohete a la Luna: “En 1998, Nora Ephron lo subrayó en la comedia Tienes un e-mail, donde el personaje de Tom Hanks le explicaba al personaje de Meg Ryan que El Padrino es ‘el I Ching, la suma de toda la sabiduría’. ‘¿Qué debería empacar para mis vacaciones?’, se pregunta Hanks, y responde como Clemenza, uno de los caporegime de don Corleone: ‘Dejá la pistola, llevá los cannoli’. ‘¿Qué día de la semana es?’, insiste. Y responde como Apollonia: ‘Monday, Tuesday, Wednesday…’. Si hasta te enseña a cocinar la película. Seguí la receta de Clemenza para hacer fideos con albóndigas —googleala, está en una bocha de sitios de cocina— y vas a quedar a tiro de ganar Master Chef”.

El Padrino no es “una película de gángsters”. De hecho, la trama podría trasladarse a otro ámbito, corporativo o político, o incluso a otra época sin perder su potencia. La historia trata de la familia, pero también del poder. Cómo se genera, cómo se consolida y, sobre todo, cómo se transfiere. Al final de su vida, Vito Corleone, interpretado magistralmente por Marlon Brando, consolida su legado en Michael (Al Pacino), su hijo y sucesor. En ese I Ching siciliano, Vito le aconseja: “Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca”. Preocupado por la seguridad de Michael, su padre le advierte que el enemigo de la familia, Don Barzini, buscará tenderle una trampa: “Quien te proponga ver a Barzini es el traidor”. Ese consejo oportuno salva la vida de Michael y nos ofrece una de las escenas más conmovedoras de El Padrino: cuando descubren que el traidor es Salvatore Tessio, uno de los caporegime más antiguos de la familia Corleone. “Dile a Mike que sólo eran negocios. Siempre me cayó bien”, le pide Tessio a Tom Hagen (interpretado por Robert Duvall).

 

 

 

Como el resto del I Ching siciliano, los consejos de Vito Corleone pueden ser extrapolados fácilmente a la política. No sólo en lo que respecta a mantener cerca a los enemigos, sino también en referencia a la habilidad para detectar traiciones. Hay, sin embargo, una diferencia a tener en cuenta: la traición en política no se ejerce hacia el liderazgo, sino hacia los representados. Se traiciona a quienes dieron su voto, no al referente. Por ejemplo, es posible que para Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner haya sido un traidor. Pese a haberlo elegido como su delfín (luego de que los pesos pesados del peronismo declinaran la candidatura presidencial), Néstor decidió enfrentarlo. Lo hizo con la legitimidad conseguida a través del ejercicio pleno e impaciente del poder y logró la autonomía de decisión que buscaba. Pero, en lo que respecta a la ciudadanía, no hubo traición alguna; de hecho, su gestión fue plebiscitada. La mayoría de quienes habían apoyado a Duhalde, decidieron confiar en Néstor.

El caso de Alberto Fernández es casi el opuesto. El drama de su gobierno no fue la supuesta traición hacia CFK, que lo ungió como candidato, sino la traición hacia su electorado, que lo eligió en primera vuelta, otorgándole una legitimidad que dilapidó. Si a través de una gestión exitosa hubiera conseguido el apoyo popular necesario para apartar el liderazgo de CFK, políticamente, no hubiera habido traición alguna. Su dilema es que quiso ignorar ese liderazgo sin contar con la legitimidad de gestión que necesitaba para conseguir reemplazarlo. Se ubicó así en el peor de los mundos.
Es por eso que la verdadera traición en política —a diferencia de la de Salvatore Tessio— nunca se ejerce contra los líderes, sólo contra el pueblo soberano.

Cuando en mayo del 2018, Mauricio Macri anunció con voz temblorosa el acuerdo con el FMI, Alfredo Leuco, un periodista apasionadamente macrista, estalló de furia. “Otra vez sopa. Parecía que la historia ya había superado esta idea nefasta de pedirle un crédito al Fondo Monetario Internacional. Son un grupo de burócratas que no acertaron nunca con las soluciones económicas y que, encima, les importa un carajo lo que pase con la democracia y los sectores más vulnerables. El Fondo es mala palabra. Lamentablemente, el gobierno de Mauricio Macri acaba de tomar la peor de las decisiones”. Leuco pensaba que, al acordar con el Fondo para evitar un default, Macri aceptaba implementar las condiciones del organismo que harían imposible su reelección. Tuvo razón.

 

 

 

En una asombrosa entrevista que dio hace unos días en el programa de Ernesto Tenembaum, el diputado Juan Manuel López, un alma de cristal de la Coalición Cívica (CC), afirmó: “No hay alternativa (al nuevo endeudamiento con el FMI) que uno esté escuchando entre los economistas, de izquierda, de derecha, de centro, de arriba y abajo”. Además, consideró que hay un “prejuicio con el Fondo”.

 

En realidad, no se trata de prejuicios, sino de una constatación elemental: cada vez que el país se endeudó con el FMI, las condiciones de ese préstamo fueron devastadoras para las mayorías. De hecho, el propio López declaró en el recinto no estar “orgulloso” de votar a favor de este nuevo préstamo. ¿Por qué no estaría orgulloso de una decisión aparentemente virtuosa? Debería cambiar de economistas.

El actual Presidente de los Pies de Ninfa prometió durante la campaña presidencial que aplicaría “un ajuste fiscal más profundo que el del FMI” y explicó que “todos los problemas que la Argentina tuvo con el Fondo fueron porque nunca puso en orden las cuentas fiscales”. Sin embargo, apenas un año después de asumir y pese a llevar adelante un ajuste salvaje que se financió con las jubilaciones, el desfinanciamiento de las universidades o el freno a la obra pública, el gobierno de la motosierra tuvo que recurrir con premura al prestamista de última instancia para no entrar en default. Repite así, pero más rápido, la decisión desesperada de Macri. Que el oficialismo festeje esa toma de deuda urgente como si fuera un premio a su buena administración no logra ocultar el fracaso veloz de su política económica.

En realidad, no es lo único que festeja el oficialismo. En un tuit asombroso, aun para el generoso estándar al que nos tiene acostumbrados, Fernando Iglesias —experto en globalización— se felicitó por el nuevo préstamo impagable que heredarán nuestros hijos, pero también por no haber dado quórum para tratar la continuidad de la moratoria jubilatoria (que vence hoy) y la entrega de medicamentos esenciales a los jubilados.

 

 

Según la abogada previsional Yolanda Aguilar, “las estadísticas que ANSES brinda cada cuatrimestre muestran que, sin la moratoria vigente, solo tres de cada 10 hombres y apenas una de cada 10 mujeres podrán jubilarse. Esto significa que el 90% de las mujeres a partir de abril se quedarían sin la posibilidad de obtener su jubilación”. Eso es lo que festeja el gobierno y sus entusiastas.

Por más que sus burócratas y los funcionarios del gobierno nos quieran vender al FMI como un organismo técnico, en realidad es, por definición, político. Acordar con el Fondo implica aceptar un modelo, con unos pocos ganadores y muchos perdedores, que establece el ajuste eterno. Eso implica, entre otras calamidades, dejar a la intemperie a la mayor parte de los jubilados con el pretexto de que “no hicieron los aportes”. En realidad, los aportes los deben realizar los empleadores, no los trabajadores. Además, esos empleados informales y esas personas que llevaron adelante tareas de cuidado no remuneradas (en su gran mayoría, mujeres) fueron activos durante toda su vida: incrementaron el Producto Interno Bruto (PIB) del país y pagaron impuestos, es decir, generaron recursos que también financiaron a la ANSES. La imagen de millones de argentinos que transitaron sus vidas sin trabajar es una ficción reaccionaria.

Los senadores de Unión por la Patria advirtieron al FMI que, al ser tomada por DNU, la deuda “podrá ser calificada como deuda odiosa en su más amplia acepción y, por lo tanto, sujeta a un default selectivo de la Nación Argentina, habida cuenta de que se conocen de antemano las consecuencias desastrosas que tendrá”. El diputado Máximo Kirchner advirtió por su lado: “Esto no va a funcionar. Ustedes tienen una responsabilidad única hasta el 10 de diciembre de 2027, ejérzanla”. Y aseguró que el 10 de diciembre de 2027 el próximo gobierno que asuma podrá plantear la ilegitimidad e ilegalidad de esta deuda.

El acuerdo con el FMI debe ser un parteaguas en el debate interno de Unión por la Patria, la única oposición real. Aceptar las directivas del Fondo implica condenarnos a un modelo a la peruana, el sueño húmedo del ministro Luis Caputo, el Timbero con la Tuya. Es decir, una sociedad con 20% de integrados que se benefician de las mieles del Estado y una mayoría de cuentapropistas, dejados a la buena de Dios, sin posibilidad de ascenso social. Un país cuya política económica es inmune a los vaivenes electorales, es decir, a la voluntad del pueblo, y que expulsa a sus ciudadanos por razones económicas. Es decir, lo contrario de lo que fue históricamente la Argentina.

 

 

El FMI es el cepo al desarrollo. De hecho, ningún país desarrollado aplica su manual. Es por eso que aplicarlo en nuestro país es una verdadera traición hacia las mayorías, que nunca votaron volver al Fondo.

Entre el liso funcionario del FMI y el gendarme que le disparó un cartucho de gas lacrimógeno a Pablo Grillo hay una clara continuidad. Aceptar los designios del primero nos condena a las acciones del segundo. A menos que nuestros jubilados aprendan a morir de hambre en silencio, no hay otra consecuencia para estas políticas de miseria planificada que el rechazo estruendoso en la calle.

Parafraseando a Vito Corleone: “Quien te proponga recurrir al Fondo es el traidor”.

 

 

 

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