¿Operativo clamor o plan de lucha?
No es líder de masas quien quiere, sino quien es investido por un grupo social
Una preocupación que deberían compartir los distintos sectores que integran el Frente de Todos consiste en dilucidar cómo recuperar la capacidad de gobierno cuando el Poder Ejecutivo es ejercido por alguien que pertenece al Movimiento Nacional, Popular y Democrático: cómo recuperar el poder estatal para el pueblo. Más allá de las indecisiones y otras carencias del gobierno del Presidente Alberto Fernández, y de su consecuente responsabilidad en el agravamiento de una situación en la que convergen otras causas, abundan las evidencias que revelan la imposibilidad de sostener medidas que afectan los intereses de los poderosos.
Si algo es reconocido por propios y extraños a Néstor Kirchner es que restauró la autoridad presidencial, seriamente debilitada durante el fallido gobierno de Fernando de la Rúa. En nuestro país, es esa una condición necesaria para que un gobierno popular pueda ejercer la efectiva conducción del Estado. Néstor logró revertir aquel estado de cosas en un tiempo asombrosamente breve y en el contexto de una relación de fuerzas que le resultaba desfavorable. Tanto ese proceso como la experiencia que estamos transitando muestran la importancia decisiva del liderazgo político y la conveniencia de su correspondencia con la cúspide institucional, cuando el proyecto a ejecutar se propone rescatar la soberanía política y alcanzar niveles crecientes de justicia social; sin embargo, puede ocurrir que por alguna razón no se dé tal coincidencia: Kirchner era el jefe político y ya durante la presidencia de Cristina fue –además– líder, pero el proceso de transformaciones no sólo no se detuvo a partir de diciembre de 2007 sino que se profundizó. Lo que no debe ocurrir es que dos actores impliquen proyectos distintos, y menos antagónicos.
Por eso cuesta entender que connotados dirigentes y funcionarias/os del oficialismo nieguen en los hechos la importancia del único liderazgo realmente existente, empezando por el Presidente: o no comprenden la relevancia política de una jefatura de esas características, o la comprenden pero promueven un proyecto que no es el de Cristina y el Movimiento Nacional que recibió el apoyo mayoritario en 2019. Sean cuales fueren las causas de las discrepancias, se está desperdiciando la oportunidad de concretar mayores reivindicaciones de los sectores populares y de la condición nacional.
El marco internacional signado por la guerra de más alta repercusión global desde la Segunda Guerra Mundial, el fuerte condicionamiento que nos legó Macri a través de un extraordinario endeudamiento con el FMI, la situación social y las necesidades de desarrollo autónomo del país, exigen políticas que el Movimiento Nacional no está en condiciones de realizar si no supera la contradicción que lo ha puesto en crisis desde la asunción del gobierno: una jefa transformadora y un amplio sector transformador por un lado, y cuadros intermedios entre los que abundan burócratas que sólo conciben la política en su versión tradicional negociadora por otro: la “grieta” es la consecuencia del enfrentamiento de dos modelos opuestos de país, no la causa de un método de gobierno; vale decir que el eventual sellado de la grieta puede ser un recurso táctico transitorio, no una filosofía, y debe emanar de la fortaleza, no de la humillación.
La conformación del Frente de Todos proyectó al primer plano a figuras que han creído que esta contradicción se había resuelto a su favor y que expresaban a Cristina y a los sectores populares: no es así, la contradicción no es superficial, es de fondo y podría ser irreductible; pareció desaparecer durante un tiempo porque las necesidades del proceso electoral la dejaron en un segundo plano. Así las cosas, es probable que en el próximo turno presidencial la situación nacional se agrave si no toma el timón del Estado quien lidera el Movimiento, que además tiene la cualidad de ser la única estadista con que cuenta el país en tan determinante momento histórico; o, en su defecto, alguien que la represente cabalmente.
Se deduce que tanto el contenido de la mentada unidad como la definición de candidaturas serán hitos definitorios del futuro; contenido quiere decir un programa que establezca lineamientos definidos sobre asuntos clave como el comercio exterior, para que condiciones como las generadas por la guerra entre la OTAN y Rusia, que podrían favorecer al país como productor de alimentos, no beneficien sólo a “cuatro o cinco vivos”, en este caso las grandes cerealeras exportadoras, y perjudiquen a la mayoría; el sector financiero; los recursos naturales; los servicios públicos esenciales; la distribución progresiva del producto; ciencia, tecnología e industrialización; etc.
Las cadenas que impone el dominio imperial no son indestructibles, la historia no conoce los fatalismos porque es producto de la inteligencia y la voluntad humanas. Para los bien intencionados es necesario recordar que el liberalismo y su versión neo no son hechos naturales, son hechos históricos. Combatirlos no implica entrar en pugna con valores éticos o religiosos sino con armazones ideológicos erigidos por los privilegiados para defender su condición de tales: es el régimen neoliberal el que se mantiene a fuerza de una violencia clasista, persecutoria y revanchista.
La cuestión del liderazgo
Los hombres de la organización liberal de la República difundieron una prédica en base a la cual se educó a varias generaciones de argentinas y argentinos: el repudio a los caudillos. Todavía hoy se enseña que al país le aqueja una “enfermedad” recurrente y que no podremos considerarnos civilizados y republicanos hasta no erradicarla: el caudillismo. No es casual que quienes estaban deslumbrados por la decadente civilización europea y quienes eran o son expresión de los sectores dominantes lo hayan denostado y sigan insultándolo en sus cinco manifestaciones históricas: montoneras, política criolla –el caudillo del 900–, chusma yrigoyenista, descamisados o cabecitas negras del peronismo y choripaneros del kirchnerismo.
Estas expresiones de la barbarie han tenido aspectos comunes que la civilización no ha conseguido anular, y otros que las diferencian. Entre los primeros se destaca la afirmación de lo nacional y lo nativo frente a lo extranjero; entre las diferencias, que emergieron en etapas distintas de la colonización capitalista: por ejemplo, entre los caudillos de la primera mitad del siglo XIX y el caudillo Perón media tanta distancia como entre la montonera y los sindicatos.
Es importante detenerse en una afirmación que instalaron como verdad con raigambre científica intelectuales orgánicos de la oligarquía, como Carlos Octavio Bunge, a principios del siglo pasado: atribuían la “pereza colectiva” a una especie de pasividad congénita de las masas nativas y la imputaban al caudillaje o al caciquismo. Este delirio, propio de una caricaturesca psicología social, no era un juicio aislado, era un brote de la actitud despectiva hacia el pueblo nativo de los políticos e intelectuales que descollaban entonces, y es un antecedente del comportamiento similar que se arraigó en los partidos políticos liberales, primero hacia la chusma yrigoyenista, después hacia los cabecitas negras del peronismo y ahora contra los choripaneros del kirchnerismo.
Esta tontera ha sido instrumentalizada por el poder económico con el objeto de neutralizar la combatividad de los sectores populares. La indolencia colectiva que observaron con superficialidad aquellos políticos e intelectuales no provenía de incurables taras psicológicas, sino de la incompatibilidad de las masas con un régimen importado que no surgía de ellas mismas y que se proponía transformarlas o aniquilarlas: Artigas y otros caudillos emergieron a partir de la intensa actividad colectiva de poblaciones enteras.
Desde la indigencia ideológica y política de partidos que siempre se sintieron amenazados por los movimientos de masas –que por definición rompen el esquema establecido– y con el déficit teórico de aquella intelectualidad, era imposible que se comprendiera y se elevara la figura de un líder: tenían de la democracia el concepto mezquino de que sólo se expresaba a través de su intervención, pues fuera de esta concepción lo que quedaba era el campo abierto al fantasma del nazifascismo, que los perseguía cada vez que había una eclosión de nacionalismo popular. Ahora, en lugar de nazifascismo dicen populismo, justo cuando han incorporado comportamientos propios de aquel fenómeno totalitario que por eso mismo está dejando de ser una fantasía. Al no juzgar desde la historia y la realidad argentina, hicieron y hacen del/la líder una individualidad en sí, dominada por pasiones subalternas, y del pueblo que lo/la reconoce un rebaño dócil a los manejos del perverso conductor/a.
El liderazgo nunca se reduce al acto de voluntad del líder, ni a cualidades inherentes a su particular idiosincrasia. La ambición de poder o de gloria nada vale mientras no obtenga el reconocimiento de aquellos sobre quienes se proyecta. El liderazgo no es unívoco, es bi-unívoco –de ida y vuelta–, en ningún caso es universal –de toda la sociedad– y tampoco es arbitrario, porque lo genera la unidad y la mutua dependencia del líder con la masa popular que se reconoce en él/ella y lo/la condiciona: quien divorcia el liderazgo de las causas sociales que lo engendraron y desconoce que no es líder de masas quien quiere, sino quien es investido por un grupo social con la jefatura natural –expresión de que los individuos que lo integran se solidarizan e identifican entre sí a través de la mediación del líder–, es alguien que ve las cosas pero no la relación entre las cosas.
Si dentro del campo popular hay quienes todavía no entienden estos procesos, la derecha no quiere ni necesita entenderlos: le basta con comprobar el peso desequilibrante de la figura vicepresidencial, lo que explica que la haya convertido en el blanco principal de sus implacables ataques.
La proscripción
El proceso de proscripción efectiva de Cristina se inició mucho antes del 6 de diciembre de 2022, fecha en la que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 2 le propinó su vergonzosa sentencia de inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, un capítulo más del trabajo de hostigamiento y persecución con el que los sectores dominantes se propusieron eliminar del escenario político a quien, con razón, perciben como la mayor amenaza a sus privilegios; acoso que ha afectado también a otras y otros compañeros, cuadros sobresalientes como Alejandra Gils Carbó y Julio De Vido, el mejor Ministro de Obras Públicas y Planificación desde 1983.
Los ataques a sus hijos, las continuas amenazas a través de los medios, la reapertura de causas armadas como la del famoso memorándum con Irán, hasta llegar al dramático intento de magnicidio, son los eslabones de una proscripción que ya le impidió a Cristina encabezar la fórmula en 2019: al mismo tiempo que semejantes agresiones se convertían en un motivo más de admiración para una militancia ampliada en miles y miles, que no ha dejado de sorprenderse por la fortaleza de esa mujer, se exacerbaba el rechazo por parte del gorilaje y aparecía el de oportunistas que nunca faltan y crédulos de franjas populares hipnotizadas por la repetición serial de noticias falsas.
Por eso es erróneo afirmar que “no está proscripta porque la sentencia no está firme”, o preguntarse cómo se levanta la proscripción jurídica bajo el supuesto de que allí comienza y termina el problema; más aún, ante la imposibilidad de obtener una respuesta para resolverlo en lo inmediato, sumergirse en una especie de parálisis y/o resignación. La proscripción es un proceso que afortunadamente no tuvo un desenlace definitivo el 1 de septiembre de 2022, no un formalismo jurídico o un planteo simbólico: muchas cosas no están legalmente prohibidas pero están fácticamente obturadas u obstaculizadas, como la participación política de las mujeres, para dar un ejemplo verificable.
La proscripción es un obstáculo difícil pero no imposible de remover incluso en el corto plazo: si el juicio político a la Corte, al exponer públicamente delitos y abusos y explicar que entre otros perjuicios provocan el deterioro de las condiciones de vida de todas y todos, contribuye a la concientización popular sobre la prioridad de terminar con la corrupción judicial y a acumular el poder político necesario a tal fin; la movilización y rechazo de todas las formas de proscripción, al poner en evidencia los mecanismos de bloqueo de la única alternativa real al proyecto de los sectores dominantes, hará posible la comprensión popular de la grave amenaza que representan para la convivencia social: “No vienen por mí, vienen por sus derechos” dijo Cristina.
O sea que el llamado operativo clamor y en general la resistencia a la proscripción no deben ser actos de rebeldía para vengarnos de los crímenes y atropellos que cometen el poder y sus alfiles, sino eslabones del programa de lucha para encontrar una solución a problemas nacionales como el impedimento al pleno imperio de la soberanía popular. Será la dinámica de los respectivos procesos el vehículo que conduzca a la meta, no la pasividad ni los discursos de ocasión. En este sentido, la unidad del Movimiento Nacional, la verdadera unidad, es la unidad para un combate en el que el gran capital no hace concesiones –como ha quedado probado una vez más con la convocatoria de la Mesa de Enlace a cortes de ruta después de recibir el beneficio del “dólar soja” y de haber participado del “diálogo” con el gobierno–; no la unidad para admitir cualquier perspectiva ideológico-programática bajo el mito de que así se generan mayorías.
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