Ojos bien abiertos
La apertura irrestricta del Mercosur que propone Milei es contraproducente
En su calidad de Presidente pro tempore del Mercosur, Javier Milei ha exhortado a los países miembros a abrir los ojos y ser honestos intelectualmente para aceptar que el modelo seguido por el bloque regional está agotado y a que se encuentre una fórmula para comerciar más, toda vez que el comercio es lo que genera prosperidad y terminará con el gran flagelo latinoamericano, que es la pobreza abyecta de nuestros pueblos. Ha hecho suyas las palabras de Julio Argentino Roca, quien ha señalado que “el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene. La verdadera política consiste, pues, en dejarle a las manos la más amplia libertad”. Nada más errado.
Hay numerosos indicios de que el reinado de la globalización neoliberal, aquella que propugna eliminar la intervención del Estado en la economía, los subsidios y las barreras arancelarias al comercio de bienes y servicios, se ha agotado. Y para muestra, sólo hace falta ver a su ídolo Donald Trump ametrallar con amenazas de aranceles a las exportaciones del mundo, inclusive a las de aquellos países que forman parte de un tratado internacional de libre comercio como el T-MEC que engloba a Estados Unidos, México y Canadá, que él mismo renegoció durante su primer gobierno, a partir del anterior Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) suscrito en 1994, en tiempos del reinado del Consenso de Washington. A México y a Canadá los ha amenazado con imponerles aranceles de 25%. A los miembros del BRICS que osen realizar transacciones sin usar el dólar se les impondrá un arancel del 100% y a las mercancías que utilicen el megapuerto de Chancay, aunque no sean de procedencia china, un 60%.
Fin del endiosamiento del mercado
Trump inició el camino del fin de la globalización neoliberal en 2017. En efecto, la primera medida que tomó cuando asumió el gobierno fue retirarse del Acuerdo de Cooperación Transpacífico (un tratado de libre comercio entre Australia, Brunéi Darussalam, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam) que ya había sido ratificado por los Congresos de un número suficiente de países como para entrar en vigencia. Lo hizo porque consideraba que el libre comercio había impactado negativamente en la industria de su país y ocasionado el desempleo de decenas de miles de trabajadores. Por eso pidió revisar todos los TLC suscritos por su país (en realidad sólo son 14, la mayoría con países latinoamericanos), pero no los renegoció porque le informaron que todos favorecían por lejos a Estados Unidos.
En efecto, tanto Chile y Perú como Colombia, Centroamérica, México, República Dominicana y Panamá, que tienen tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, han tenido un crecimiento concentrado y excluyente. Menos México, que merece un análisis aparte, todos han destrozado su industria manufacturera y su seguridad alimentaria. Si tantas hubieran sido las bondades de los TLC –que Milei lamenta no haber firmado– no hubieran surgido gobiernos de izquierda (comunistas, como él diría) en México, Chile, Perú y Colombia en sus elecciones recientes. Milei puso como ejemplo de crecimiento a los dos primeros en su discurso en el Mercosur, donde se firmó un acuerdo sobre un TLC entre este organismo y la Unión Europea que aún requiere la aprobación de 15 de los 27 miembros de la UE, que representan el 65% de la población del bloque, junto con una mayoría simple en el Parlamento Europeo.
Mucho ruido y pocas nueces
Los países latinoamericanos que firmaron TLC con Estados Unidos convirtieron en déficit lo que antes de su entrada en vigencia era un superávit comercial. Si bien las exportaciones entran liberadas de aranceles al mercado estadounidense, se encuentran limitadas por una serie de barreras no arancelarias –la Organización Mundial de Comercio estima que el 16,7% de todas las importaciones estadounidenses se ven afectadas por este tipo de barreras– y porque los bienes de consumo intermedio procedentes de Estados Unidos inundan y sacan del mercado a la producción nacional. La mayor parte de las ganancias derivadas de la reducción de aranceles se quedan en las grandes cadenas comercializadoras.
En su discurso, Milei exaltó que Chile exportara anualmente 50.000 millones de dólares en cobre gracias al TLC que tiene con Estados Unidos, mientras la Argentina, cero. Es bueno saber que los recursos naturales tienen muy bajos aranceles en los países desarrollados. Lo que buscan los países desarrollados con los TLC en los países que albergan estos recursos es que el Estado no les ponga trabas a su extracción, que no se les exija a los inversionistas desarrollar encadenamientos productivos internos o transferir tecnología, entre otros objetivos.
Cabe recordar que la Corporación Nacional del Cobre de Chile (Codelco), la principal productora de cobre del mundo, es una empresa estatal. La Argentina no exporta cobre desde que Bajo de la Alumbrera cerró sus operaciones en diciembre de 2018. Sin embargo, la Cámara Argentina de Empresas Mineras (CAEM) proyecta que podría convertirse en el quinto productor mundial de cobre en la próxima década.
Los TLC no han dado lugar a un aumento de la productividad de las industrias nacionales al poder adquirir insumos y maquinaria a precios libres de aranceles. La realidad es que no son las pequeñas empresas las que acceden a la compra de bienes de capital e insumos, de tal forma de promover el aparato productivo, sino las grandes corporaciones, mediante su comercio intra firma, que acceden fácilmente a líneas de financiamiento, inclusive locales. No hace falta un TLC para tener políticas arancelarias en las que los aranceles para bienes de capital o tecnologías sean bajos o se eliminen.
La liberalización de aranceles a bienes de capital o insumos no genera automáticamente un aumento de la productividad, y tampoco de las exportaciones. Es necesario el uso de incentivos dirigidos a industrias y sectores específicos para lograr una oferta exportadora competitiva. Ello requiere grados de participación del Estado en el manejo de la política económica que un TLC con Estados Unidos –y en general con todos los países desarrollados– restringe. Los TLC liberalizan y desregulan el mercado y tratan de convertirlo en el único gestor de la distribución de los recursos de la economía, tal como le gusta a Milei.
Las condiciones laborales que el TLC prometió no han mejorado. Contrariamente, la informalidad del empleo, la migración y las actividades ilegales tienen un impacto creciente en la economía de esos países. Pero Milei considera que “siempre que el Estado interviene, genera un resultado peor al que había antes de que se entrometiera”, tal como lo dijo en el Mercosur. Ningún país en el mundo ha conseguido desarrollarse con un Estado ausente.
El retorno del proteccionismo
Estados Unidos se ha rendido ante la política globalizadora neoliberal. Resulta interesante prestar atención al discurso del asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, sobre la renovación del liderazgo económico estadounidense. Sullivan señaló en la Brookings Institution que dado que muchos estadounidenses han sido desplazados de sus trabajos, la situación exige que “forjemos un nuevo consenso”. Es por eso que Estados Unidos está aplicando una estrategia industrial y de innovación moderna, tanto a nivel nacional como con socios en todo el mundo.
Uno de los desafíos a los que se enfrenta Estados Unidos, según Sullivan, es tratar de recuperar su base industrial. “La visión de la inversión pública que había dinamizado el proyecto estadounidense en los años de posguerra dio paso a un conjunto de ideas que defendían la reducción de impuestos y la desregulación, la privatización por sobre la acción pública y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo (…) Había un supuesto en el centro de toda esta política: que los mercados siempre asignan el capital de manera productiva y eficiente”. Ahora se dan cuenta que fue un error.
Otro supuesto implícito errado, reconocido por el asesor, es que el tipo de crecimiento no importaba. “Nuestra capacidad industrial –que es crucial para la capacidad de cualquier país de seguir innovando– sufrió un verdadero golpe”, señaló Sullivan. La creciente desigualdad que afecta a Estados Unidos ocurrió a pesar de la suposición predominante de que el crecimiento facilitado por el comercio sería inclusivo. Pero el hecho, dijo Sullivan, es que esas ganancias no llegaron a mucha gente trabajadora. La clase media estadounidense perdió terreno mientras que a los ricos les fue mejor que nunca. Esta problemática la presentan también las economías emergentes, en algunos casos de manera más aguda que su país, admitió.
Por lo tanto, concluyó, medir la política estadounidense estrictamente en planes para reducir aún más los aranceles es simplemente un planteamiento equivocado. “La pregunta correcta es ¿cómo encaja el comercio en nuestra política económica internacional y qué problemas busca resolver?” Esta forma de plantear el libre comercio lleva implícita una participación mayor del Estado. El Presidente Biden lo ha demostrado con la promulgación, en septiembre de 2021, de la Ley bipartidista de CHIPS y Ciencias que destina 52.700 millones de dólares para la investigación y fabricación de chips avanzados, con el fin de contrarrestar a China. Un año después promulgó la Inflation Reduction Act (IRA), a la que destinó 370.000 millones de dólares que incluía subsidios, préstamos, beneficios tributarios e inversiones específicas en actividades vinculadas a las energías limpias. Muchos investigadores –y también el sentido común– atribuyen a Estados Unidos la autoría de los atentados a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que transportaban gas natural de Rusia a Alemania, y desde allí al resto de Europa, para que el gas natural licuado de Estados Unidos, explotado con técnicas de fracking, mucho más contaminantes y costosas, desplazara al ruso. Ya durante el gobierno de Trump, las empresas europeas que participaban de la construcción del Nord Stream 2 fueron amenazadas con sanciones. El camino que propone Milei para el Mercosur –que consiste en, juntos o separados, dejar el manejo económico en manos del mercado y relegar totalmente al Estado de su rol orientador– no es conveniente. Si no se abren bien los ojos y no se dejan de lado los sesgos ideológicos, una apertura irrestricta de ese organismo de integración sería contraproducente para el tejido industrial, el empleo y los niveles de informalidad y pobreza.
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