Oh, la canicule!
La dinámica de retroalimentación y el riesgo de irreversibilidad de los cambios climáticos
La ola de calor que sacudió Europa estos últimos días dejó la población y sus instituciones en un profundo shock. Las temperaturas en Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Polonia y países nórdicos, fueron las más elevadas jamás registradas. En diversos puntos se sucedieron temperaturas superiores a 42 grados, batiendo todos los récords.
En el centro y norte de Europa la mayoría de los edificios carecen de aire acondicionado. La excepción son los museos, los supermercados, los malls o galerías y los grandes bancos. Eso explica el trágico efecto de la canícula de 2003 que dejó un saldo de más de 10.000 muertos solo en Francia, en su mayoría ancianos. O la tragedia de 2010 en Rusia, también con más de una decena de miles de muertos. Los sitios más vulnerables son los hogares de ancianos, los hospitales, los establecimientos educativos, los jardines infantiles, así como los ámbitos laborales, donde las medidas sanitarias ligadas a la temperatura son poco respetadas.
Es cierto que luego de las tragedias descriptas, se tomaron algunas precauciones. Todo edificio que alberga un número elevado de personas, debe poseer una o más salas comunes, con disponibilidad de agua potable munidas de acondicionamiento de aire, que garantice una temperatura soportable incluso en los días de calor extremo. Los gobiernos a su vez lanzaron campañas para prevenir a la población. Todo pareciera indicar que estas y otras medidas destinadas a paliar las consecuencias de las olas de calor han tenido un impacto positivo. En todo caso, los dos períodos caniculares de este año durante los cuales las temperaturas superaron todos los límites han sido mucho menos letales.
Ello no impide que frente al tsunami de calor que envolvió todo el norte del continente, la población europea haya quedado más aturdida que nunca. Cosa que no sorprende. El cambio climático se ha convertido en uno de los principales temas en la agenda. Los signos alarmantes se repiten cada vez más a menudo, desde incendios en Alemania o Francia, pasando por inundaciones, sequías extremas (con pérdida de cosechas y que obligan a los agricultores a suprimir animales), el surgimiento de nuevos virus y hongos desconocidos, glaciares que se derriten, agotamiento de las aguas freáticas a causa de un uso excesivo y lluvias insuficientes, tormentas de inusitada violencia, vientos huracanados desconocidos por estas latitudes y la desaparición sistemática de especies.
Los datos más angustiosos provienen del último informe del grupo de científicos de las Naciones Unidas (IPCC) de octubre de 2018, confirmado por otros más actuales. Si no hacemos un esfuerzo excepcional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a fin de estabilizar la temperatura alrededor de +1,5 grados por encima de los niveles preindustriales de referencia para el año 2035, la temperatura alcanzará una “media de más de +2 grados entre 2040 y 2050” y al menos “+4 grados para fines de siglo”, advierte. Seguir con la inercia del famoso business as usual lleva derecho a una catástrofe climática de dimensiones apocalípticas.
Del 30% de la población mundial afectado en la actualidad por olas caniculares potencialmente mortales, pasaremos en pocos decenios a una gran extensión de las superficies afectadas por olas de calor cada vez más insoportables e invivibles. La mayoría son áreas densamente pobladas. Las zonas con temperaturas próximas a los 50 grados como algunas regiones de la India, Paquistán, África subsahariana o Australia, dejarán de ser una excepción para convertirse en la regla. Los episodios caniculares cada vez más prolongados —con más de 40 grados que pudimos observar estos últimos años en ciudades tales como New York, Washington, los Angeles, Paris, Toronto, Chicago, Londres, Pekin, Tokyo, Sydney—, no solo se repetirán ganando en intensidad, sino que se convertirán en un fenómeno habitual que se reproducirá en un gran número de otras ciudades alrededor del globo. Esta elevación de la temperatura y sus consecuencias ya no afectaran a un 30% de la población mundial, sino a sus dos terceras partes, generalizando todas las consecuencias nefastas. America Latina y la Argentina tienen un lugar destacado en esta lista.
Estos datos y nuevos estudios han conducido a los climatólogos y en particular al IPCC a volverse más prudentes. Contrariamente a lo que se pensaba en 2015, al momento de la firma del Acuerdo de Paris, el impacto de un aumento de +2 grados por encima de los niveles preindustriales de referencia no solo tendrá consecuencias extremadamente graves para las islas del Pacífico que arriesgan volverse inhabitables. El último informe del IPCC al respecto no deja dudas. Todo cambio de la temperatura más allá de +1,5 grados hará que “el planeta cambie de cara”. Incluso una estabilización de la temperatura a +2 grados resulta insuficiente. Traería consecuencias extremamente graves para al menos la mitad de la población mundial.
La explicación no es compleja. Como se sabe, la temperatura no varía de la misma manera en diversas latitudes. Los océanos tienden a calentarse más lentamente que las superficies emergidas. Las temperaturas en tierra firme también se comportan de un modo distinto según la latitud. Las temperaturas en las áreas polares son menos reactivas que en áreas continentales a escasos metros sobre el nivel del mar y poco alejadas del Ecuador. El resultado es que un aumento de +2 grados en promedio global conduciría a un aumento de entre +3 y 5 grados en las zonas continentales. Esto significa que en Europa la temperatura bien pueden llegar a +5 grados en el sur del continente y a entre +3 y 5 grados en el centro y el norte.
Este es solo un lado de la moneda. El otro es más alarmante aún. Se trata del peligro relacionado con la auto aceleración del cambio climático que tendría lugar incluso en caso de lograrse una drástica reducción de las emisiones y una estabilización de la temperatura a +2 grados. La comunidad científica ve con ojos cada vez más alarmados en particular los factores siguientes:
- los efectos aceleradores de la retroalimentación entre diversos factores del clima, como es el caso del vapor, hasta ahora subestimado;
- la liberación de metano ligado al deshielo del permafrost presente en los suelos;
- el riesgo de la acumulación de los gases residuales ligado a los prolongados periodos de reabsorcion del CO2 y de otros gases de invernadero aun más toxicos y duraderos;
- el efecto producido por el deshielo de glaciares y las capas de hielo de los polos y su impacto sobre la composición de las aguas oceánicas y sus temperaturas;
- la aparente pérdida de capacidad de absorción de anhídrido carbónico por parte de los árboles, como producto del aumento de la temperatura.
A estos factores debemos agregar las conclusiones de diversos estudios recientes, que indican que el equilibrio del sistema climático es más sensible y vulnerable que lo previsto por el propio IPCC en sus pronósticos precedentes. Todo esto hace que la comunidad científica internacional llegue a la conclusión de que el único modo de evitar que este complejo mecanismo ecológico de auto aceleración desencadene un proceso irreversible, desestabilizándose, es que la temperatura media planetaria no supere los +1,5 grados por encima de los niveles preindustriales de referencia.
El problema es que para evitar que la temperatura no supere el nivel de +1,5 grados, debemos hacer una revolución de nuestro modo de producir y de consumir de una radicalidad sin parangón. Para evitar superar los +1,5 grados tenemos que impedir, según los datos del informe del IPCC, que las emisiones globales de CO2 superen las 420 gigatoneladas. En un primer momento todo indicaba que esto nos daba 10 o más años de tiempo. Como lo denuncia con mucho brío Greta Thunberg, la Juana de Arco de la juventud ambientalista, vocera del movimiento de estudiantes que hacen la rabona cada viernes para protestar contra la inacción de los gobiernos, de apenas 16 años y postulada para el premio Nobel, esta ventana de oportunidad en vez de agrandarse se está achicando cada vez más. Las emisiones de CO2 de 2018 se elevaron a algo así como 45 gigatoneladas.
Si cada año que pasa, en vez de reducir aumentamos las emisiones, la probabilidad de que logremos estabilizar la temperatura en +1,5 grados por encima de los niveles preindustriales se desvanece y la probabilidad de que nos acerquemos a +2 grados en los próximos decenios se convierte en un dato cierto. Y con ello, el riesgo de que para fines de siglo se concrete el escenario más pesimista y tengamos aumentos de +4 o incluso +5 grados como media, parece cada vez más posible. En un contexto en el cual el riesgo de que los cambios se vuelvan irreversibles es grande.
* Ex Secretario General del Partido Verde Europeo y co-coordinador de los Global Greens (Internacional Verde)
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