El retorno de Trump ha puesto a Europa en una encrucijada de la que no sabe cómo salir. El torbellino no cesa con nuevas medidas todos los días, muchas de ellas contradictorias. Trump ha arremetido contra Canadá, México, Panamá, Groenlandia, China, Ucrania, Europa y los palestinos. Hay fuegos artificiales y reales.
En la Conferencia de Seguridad Europea realizada en Múnich en febrero, los atónitos delegados europeos asistieron a una zarandeada de su orgullo y tradición como potencias importantes, cuando en su alocución, el Vicepresidente estadounidense J. D. Vance les dijo que la mayor amenaza que enfrentan no proviene de China o Rusia, sino desde adentro.
A fin de ese mes, Trump y Vance le prepararon una trampa filmada en vivo al comediante Zelensky en el Salón Oval. Los retos de ambos al Presidente ucraniano y, un rato después, la expulsión de la delegación ucraniana de la Casa Blanca, indicaron, sin lugar a dudas, que es Estados Unidos el que se sentará en la mesa de acuerdos con Rusia para resolver la actual guerra entre estos y Ucrania. Hasta el momento sería con Zelensky, como convidado de piedra para estampar su firma, y sin mención a la parte europea por un conflicto en área propia. Quedó en claro cuál es el imperio dominante y cuáles los ex imperios vasallos.
Con la grandeza en el pasado
Varios países europeos fueron imperios mucho antes del desarrollo de Estados Unidos. Fueron potencias marítimas Portugal, España, Holanda, Inglaterra. También se agregaron a la rapiña Francia, Bélgica, Austria-Hungría, Italia y Dinamarca. El imperio ruso de los zares se desplegó con la “conquista del Este”, partiendo desde Kiev para llegar hasta Vladivostok. La poderosa Alemania —que llegó tarde al reparto— intentó dos veces dominar militarmente a Europa sin éxito. Partes importantes del mundo fueron dominadas por los distintos imperios europeos y, luego de 1945, por el mayor de los vástagos del Imperio Británico, los Estados Unidos, que terminó dominando a casi todos los viejos imperios y sus áreas de influencia.
Al finalizar la última guerra mundial se produce un doble cambio. El gran conflicto consumió las energías de ambos bandos, con lo que Estados Unidos emergió como primera potencia; apenas había perdido 250.000 soldados en una guerra fuera de sus fronteras y quedó como acreedor —y dominador— de vencedores y vencidos. El segundo cambio fue el inicio de la Guerra Fría entre la Unión Soviética —ex aliado contra Alemania— y los países de Europa Occidental, reorganizados en su defensa por Estados Unidos con la creación de la OTAN.
Los años de posguerra vieron la reconstrucción y el avance de Europa, con la generalización de la industrialización fordista y las crecientes concesiones a los trabajadores por el temor que infundía el avance de los partidos comunistas en varios países. Fueron los años dorados, los treinta gloriosos.
Europa es una comunidad de países ricos, donde los obreros industriales fueron el sector más representativo del conjunto de los trabajadores desde inicios del siglo XX hasta los años setenta, con un fuerte crecimiento de la productividad industrial y los salarios reales desde el fin de la guerra. Pero en algún momento de los setenta las clases dominantes tomaron conciencia de que el comunismo no avanzaría más entre los trabajadores europeos porque su nivel de vida superaba ampliamente el de sus pares en los países socialistas y en especial en la URSS. Las concesiones salariales y de beneficios sociales que cimentaron el Estado de bienestar en Europa habían mellado la tasa de ganancias de los capitalistas. Cuando estos perdieron el miedo a la revolución socialista, se desplegó la globalización neoliberal que iniciaron Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos. Se controló la creciente inflación, al tiempo que los salarios reales no aumentaban a la velocidad del incremento de la productividad. Este proceso fue acelerado por la implosión del campo socialista y la desaparición de la Unión Soviética en 1991. La globalización neoliberal provocó la disminución de trabajadores industriales en forma lenta pero constante, sumándose el crecimiento de la productividad al traslado de fabricaciones a países con menores salarios. En el caso europeo, ello supuso un movimiento múltiple y complejo. Traslado de producciones alemanas a países excomunistas del este europeo, producciones italianas a Turquía, entre otros tantos movimientos de una primera etapa. Más adelante se produjo la migración de fabricación a Asia, en especial a China. Las sociedades europeas se habían transformado laboralmente en economías de servicios, con cada vez menos obreros industriales. Son cambios en la estructura ocupacional que ocurrieron en todo Occidente, tanto en los países desarrollados como en los de desarrollo industrial truncado, como en nuestro caso. Esos cambios ocupacionales llevaron a cambios políticos negativos cuando los odios instilados en las clases populares reemplazaron la solidaridad entre sus miembros.
La ocupación industrial —mayoritariamente de europeos nativos— fue elevada hasta los setenta y sus buenos salarios y beneficios sociales permitían su progreso económico. Al mismo tiempo, los trabajadores extranjeros se concentraban en actividades de servicios de baja remuneración y mayor informalidad, tareas que los europeos no querían hacer. Este delicado equilibrio se rompió cuando las ocupaciones industriales mermaron y emergieron los partidos de ultraderecha que culpan a los inmigrantes de todos los males, no a la disminución de la ocupación industrial por el globalismo neoliberal, trasladando las fábricas a otros países.
La política
El retroceso de los partidos comunistas y de izquierda comenzó a fines de los sesenta. Pero el crecimiento de la ultraderecha europea avanzó con el proceso de desindustrialización por migración de fábricas combinado con la continuación de la inmigración poblacional de África, Medio Oriente y otras latitudes.
Políticamente, Europa no es un país, sino un conjunto de países, con historia de siglos de guerras europeas, las dos más terribles en el siglo XX. ¿Cuál es la demanda que unifica a las crecientes ultraderechas? El rechazo de las clases bajas nacionales a la inmigración, al distinto, al que no comparte costumbres ni religión ni parecido físico, al otro, al que le disputa los pocos trabajos de calidad que aún da la industria o los bordes entre los trabajos que aceptan los europeos y los que buscan los inmigrantes. Es la lucha de trabajadores contra trabajadores. Los hijos y nietos de comunistas en Francia votan al partido de Marine Le Pen, y algo similar ocurrió en Italia, los dos países donde el PC fue más fuerte en la posguerra. Los partidos de izquierda, sean comunistas, socialistas u otras expresiones, han abandonado las demandas de esas nuevas clases trabajadoras de servicios formadas por nacionales e inmigrantes, el barro de la política, para concentrarse en las demandas woke de las clases medias de servicios registrados y formales. Las clases medias son mayoría y tienen un buen pasar, pero el creciente sector de los trabajadores manuales o de servicios de baja productividad nativos está cambiando el mapa político europeo. Ya no los mueven demandas de clase; ahora son trabajadores nacionales contra trabajadores extranjeros. Los trabajadores europeos no se proponen cambios ni revolucionarios ni reformistas, apenas defender lo mucho que aún tienen. Están estancados entre la prepotencia estadounidense y la competencia imbatible de China. Quedaron atrás en los segmentos más dinámicos de las nuevas tecnologías, en especial de la información y la comunicación (TIC), con pocas e importantes excepciones en Holanda y Alemania. Mientras las clases dirigentes no aciertan el rumbo, las dirigencias de la ultraderecha sólo piden que no entren más comensales a la rica mesa europea, y con ello ganan adhesiones populares.
La resolución del conflicto Rusia-Ucrania
La mayoritaria coalición de los viejos partidos de posguerra, la derecha republicana, los centristas, los socialdemócratas, la izquierda y los ecologistas, se encuentra al momento actual acosada por la creciente ultraderecha antiinmigrante y por los cambios de política respecto a Rusia por parte de Trump. El conflicto le ha producido a Europa recesión, inflación y empobrecimiento que la alteran social y políticamente.
Debilitada, la coalición europea pretende lo imposible: continuar la guerra de Ucrania contra Rusia, a pesar de que Estados Unidos dice buscar el cese del conflicto y aporta alrededor de la mitad del presupuesto bélico de la OTAN. La primera postura de Trump fue suspender el ingreso a Ucrania de pertrechos militares que están en Polonia y retirar apoyo de inteligencia, condiciones sin las cuales los ucranianos no sabrían ni para dónde abrir fuego. Gran Bretaña y Francia insisten en el apoyo bélico, gesto inútil que no puede frenar el avance lento pero continuo de las tropas rusas.
Es imposible para los europeos ganar esa guerra sin Estados Unidos cuando ya la estaban perdiendo con su apoyo. Es continuar una carnicería ajena para salvar sus declaraciones previas. Están tan confundidos que se han llegado a creer que el odiado oso ruso quiere tomar toda Europa, aunque le haya llevado tres años consolidar su avance en los óblast orientales de Ucrania.
Las novedades al momento de escribir estas líneas fue el cambio de Trump, que el martes 11 anunció el “acuerdo alcanzado con Ucrania” de hacer un cese el fuego por treinta días y extender la propuesta a Rusia para que haga lo mismo, al tiempo que reinicia la entrega de armas y provee inteligencia. Propuesta que fue respondida por Putin el jueves 13.
Hay una diferencia esencial entre lo que busca Putin, un acuerdo de paz con determinadas garantías, y el cese del fuego que propone Trump. Para Rusia, un acuerdo de paz debe tener tres puntos:
- Neutralidad de Ucrania sin bases ni armas de la OTAN en su territorio.
- Restablecer los derechos de la población rusófila en los óblast del este que se separarán de Ucrania.
- Un nuevo sistema de seguridad europeo que considere explícitamente los intereses de Rusia.
Putin sabe que un cese el fuego beneficiaría fundamentalmente a la parte que está perdiendo la guerra, Ucrania, pues le permitiría recibir más armamento y reorganizar sus tropas. Con un cese podría retirar las tropas de la fracasada incursión en la provincia rusa de Kursk y reforzar los frentes en los óblasts rusoparlantes orientales, que tienen un costo de miles de muertos semanales para ambos bandos.
El objetivo mediático de Trump es culpar a Putin si dice que no está interesado en un cese del fuego, buscando una condena moral por continuar con la muerte de miles de soldados y de población civil.
“Estamos de acuerdo con las propuestas de cese de hostilidades, pero creemos que este cese debe conducir a una paz a largo plazo y erradicar las causas de la crisis inicial”, dijo Putin, además de indicar que tras liberar la ciudad de Sudzha, Kursk “está completamente bajo el control de Rusia; el grupo enemigo está en completo aislamiento”. Hay “matices” que aclarar: “Si acordamos una tregua de 30 días, ¿se irán todos los que están allí sin luchar? ¿Se supone que les dejaremos salir de allí después de que han cometido crímenes en masa contra civiles? ¿O les darán los dirigentes ucranianos la orden de deponer las armas y simplemente rendirse? Esto sigue sin respuestas”. La reunión posterior de Putin con el enviado estadounidense Witkoff sirvió para aclaraciones de ambos bandos. Traducido políticamente: hasta el momento acuerdo de paz sí, cese del fuego sin garantías no.
China
El objetivo principal de Trump es terminar esta guerra para concentrarse en la contención de China, incluida la mayor presión militar.
Trump pretende separar la creciente alianza entre Rusia y China. No es fácil que Putin caiga en su juego. Estados Unidos no quiere de ninguna manera que Rusia se integre a Europa y que su petróleo y gas baratos le devuelvan el crecimiento a Alemania y otros países que puedan independizarse. Divide et impera.
En el medio quedó una Europa disminuida, vasalla de Estados Unidos a la vista de todo el mundo, con sus clases dirigentes humilladas y confundidas, jaqueadas por el avance de la ultraderecha antiinmigrante y los mandobles y destratos de Trump tratando de recuperar para Estados Unidos su mellada hegemonía.
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