Obsecuencia republicana con Trump
Comienza el juicio político al ex Presidente por instigar la insurrección
Con el fracaso de su cruzada para revertir los resultados de las elecciones del 3 de noviembre a cuestas, desconectado de las redes sociales por instigar a la toma del Capitolio –que dejó un saldo de cinco muertes–, a Donald Trump le espera a partir del martes un juicio político en el Senado, bajo la acusación de instigar a la insurrección de sus seguidores el día en que el Congreso certificaba el triunfo de Biden. El ex Presidente ya señaló que no asistirá pues su defensa ha negado los cargos. Curiosamente, los abogados de al menos seis de las 170 personas acusadas por el asedio al Capitolio han manifestado que “la naturaleza y las circunstancias de ese delito deben verse a través del lente de un evento inspirado por el Presidente de Estados Unidos”.
El congresista demócrata Jamie Raskin, quien presentará los cargos ante el Senado, le ha advertido a Trump que, si se niega a testificar, los fiscales podrían citar esa actitud como una evidencia de su culpabilidad. No le preocupa mucho pues sus abogados han señalado que el proceso es anticonstitucional por estar fuera de funciones. Se necesita 67% de los votos del Senado (50 demócratas más 17 republicanos) para inhabilitarlo a ejercer cargos públicos en el futuro. Pero todo parece indicar que muy pocos estarían dispuestos a desprenderse de la locomotora electoral que Trump representa, pues tienen el paraguas armado por la defensa que aduce su inconstitucionalidad.
Con una caída en su nivel de aprobación al 30%, Trump tuvo que dejar la Casa Blanca el 20 de enero no sin antes reiterar que le habían robado la elección en la que Biden lo superó por más de 7 millones de votos y recibió 306 votos contra 232 de Trump en el Colegio Electoral. Al salir advirtió a sus seguidores que “el movimiento que hemos conformado recién ha comenzado… de alguna forma nos veremos”. Palabras afiladas que amenazan la estabilidad de ese país. El peor legado de Trump es haber dejado una sociedad extremadamente polarizada al reivindicar y fortalecer a los supremacistas blancos y a agrupaciones de la extrema derecha.
Según estimaciones oficiales, en 2044 más de la mitad de los estadounidenses pertenecerán a alguna minoría racial. Trump lidera la resistencia para que ello no ocurra, junto a conspiradores (QAnon), grupos neonazis y otros como Proud Boys, Oath Keepers, Three Percenters, Texas Freedom Force, Boogaloo, entre varios más. Además cuenta con el apoyo de grupos evangélicos, extendidos a lo largo y ancho de país, del cual el ex Vicepresidente Mike Pence forma parte.
Enfervorizados bajo el lema Make America Great Again (MAGA), evocan la etapa anterior a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y a la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, que marcaron el fin legal de la discriminación y segregación racial en Estados Unidos y otorgaron a todas las personas del mundo las mismas oportunidades de ingreso a ese país. Para las actuales organizaciones racistas, esas leyes simbolizan el fin de una época y las califican como el despojo o genocidio blanco. Trump supo recoger además el malestar de la población blanca desplazada de sus trabajos por el carácter neoliberal de la globalización.
El terrorismo interno
En su discurso inaugural el Presidente Biden expuso con claridad meridiana una realidad que otros mandatarios a lo largo de la historia estadounidense han preferido omitir. “El extremismo político, la supremacía blanca y el terrorismo interno”, dijo, son peligros “que debemos enfrentar”. La composición racial y de género de los miembros de su gabinete son una señal de inclusión que su gobierno intenta transmitir.
Según el Consorcio Nacional para el Estudio y Respuestas al Terrorismo, un centro de investigación de la Universidad de Maryland, el terrorismo en Estados Unidos es abrumadoramente interno y está motivado por ideologías de extrema derecha, a menudo racistas, antisemitas, anti musulmanas y antiinmigrantes. Desde 1990, excepto en 2001, los actos de terrorismo interno de derecha han sido mucho más numerosos y más letales que los actos de terrorismo inspirados o influenciados por grupos o movimientos en el extranjero. Según Farhad Manjoo, columnista del New York Times, la razón principal por la que la violencia política de derecha persiste en los Estados Unidos es que rara vez ha sido priorizada por las fuerzas del orden, y la razón principal por la que rara vez se ha priorizado es la renuencia política a hacerlo.
Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, niegan que la multiculturalidad sea parte de la identidad de Estados Unidos al considerar que es una manera de “distorsionar la gloriosa fundación” de la nación estadounidense. Así lo dijo Pompeo el último día de gobierno, después de que la Casa Blanca publicara un informe de la Comisión 1776 que, por instrucciones de Trump, aboga por una “educación patriótica”. Este justifica la esclavitud y defiende que se contara a los negros esclavizados como tres quintas partes de una persona. Esta Comisión creada por Trump fue una respuesta al Proyecto 1619, promovido por el New York Times, que propuso replantear la historia estadounidense enfocándola en las consecuencias de la esclavitud y en las contribuciones de los negros estadounidenses con el fin de instruir a los estudiantes con esa nueva visión. Trump la consideró como “propaganda tóxica”. Su abolición fue una de las primeras medidas que tomó Biden, quien considera que la multiculturalidad es parte de la grandeza de Estados Unidos.
Cinco para el peso
Las últimas elecciones han puesto en evidencia que, si bien Trump mantiene todavía un fuerte respaldo electoral, este no es suficiente para ganar elecciones. El Partido Republicano ha llegado al poder, muchas veces, apoyándose en un sistema de votación obsoleto y antidemocrático que no refleja el voto popular. La elección en la primera potencia del mundo es indirecta: no la definen los ciudadanos sino un Colegio Electoral en el que cada uno de los 50 Estados tiene asignado un número de delegados, que no refleja apropiadamente a la población votante. En 2016 el propio Trump perdió la elección popular frente a Hillary Clinton por casi tres millones de votos pero la ganó en el Colegio Electoral.
Trump lo sabe. Antes de las elecciones había reconocido que si todos los estadounidenses votaran –la elección no es obligatoria–, ni él ni ningún otro republicano podrían ganarla. Por eso lideró un operativo que incluyó dos componentes: el primero, instalar en la opinión pública la desconfianza en el proceso electoral. Con total impunidad, declaraba a sus enceguecidos seguidores que no reconocería los resultados de la elección, salvo que le fueran favorables. Según Trump, su derrota sólo podría explicarse por la existencia de un fraude.
El segundo componente del operativo fue dificultar el voto anticipado con medidas que variaban según los Estados pero que pueden resumirse en la presión para impedir el voto por correo, reducir el presupuesto del Servicio Postal de Estados Unidos (USPS), restringir el número de urnas en los Estados donde se permite la votación anticipada, entre otras.
Entre el 3 de noviembre, día de las elecciones, y el día en que Biden asumió la presidencia, Trump interpuso más de 60 demandas en tribunales de la nación, incluyendo a la Corte Suprema. Todas fueron desestimadas por falta de evidencias. Su último intento por invalidar la elección consistió en pedirle al secretario de Estado de Georgia, el republicano Brian Raffensperger, sin éxito, que “encuentre 11.780 votos”, la cantidad necesaria para ganar en ese Estado. La conversación fue grabada y divulgada luego por el New York Times.
En medio de sus fracasos, Trump programaba la gran marcha frente al Capitolio para el 6 de enero, fecha en que el Congreso aprobaría, en un trámite formal, los votos enviados por el Colegio Electoral. Ese día reiteró a los manifestantes que le habían robado su “aplastante victoria” mediante el fraude y que “nuestro país no se recuperará con debilidad (…) Tienen que luchar mucho más duro, mostrar más fuerza para parar el robo. Si no pelean como demonios no tendremos un país. Las imágenes de lo ocurrido, y de lo que pudo suceder, quedarán grabadas en la retina de la historia”.
La encrucijada del Partido Republicano
Como consecuencia de esos actos, una semana antes de que finalice su mandato se inició el segundo juicio político a Trump en la Cámara de Representantes. Si bien fue aprobado (232 contra 197), sólo 10 republicanos lo respaldaron mientras 197 lo rechazaron en bloque. Continuar apoyando a Trump la próxima semana en el Senado reflejará una degradación de principios del Partido Republicano, infiltrado por las corrientes de supremacistas blancos, conspiracionistas y grupos de extrema derecha que Trump ha fortalecido y aglutinado.
La prueba más reciente tuvo lugar el jueves, cuando los demócratas de la Cámara de Representantes removieron a Marjorie Taylor Greene de los Comités del Presupuesto, y de Educación y Trabajo, a los que estaba asignada, por haber promovido a través de sus redes sociales la violencia en contra de los demócratas, el racismo y la teoría conspiracionista QAnon. Sólo 11 miembros del Partido Republicano respaldaron su remoción mientras que 199 se opusieron.
El sistema electoral, bipartidista norteamericano no deja espacio para terceras fuerzas. Salir del partido es una suerte de suicidio político. ¿Qué harán por ejemplo figuras honorables del Partido Republicano como Mitt Romney –el único senador republicano que apoyó el primer juicio político a Trump, acusado aquella vez por haber condicionado ayuda oficial al Presidente de Ucrania a cambio de investigar, sin pruebas, al ex Vicepresidente Joe Biden y a su hijo por cargos de corrupción–, que el día de los desmanes en el Capitolio advirtió a sus correligionarios que lo ocurrido “fue una insurrección incitada por el Presidente de Estados Unidos” y que “aquellos que opten por seguir apoyando la peligrosa táctica de objetar los resultados de una elección democrática y legítima serán recordados por siempre como cómplices de un ataque sin precedentes contra nuestra democracia”?
Es posible que un sector menor se abra del liderazgo de Trump. El otrora Partido Republicano de Abraham Lincoln quedará, por el momento, en manos del ex Presidente. No obstante, con ese sector fuera del partido se reducirá también su base electoral y, por lo tanto, sus chances para ganar elecciones en democracia serán menores. Probablemente Estados Unidos se vea crecientemente enfrentado a la violencia y al terrorismo interno ejercidos por los seguidores de Trump, quien se ha convertido en la principal amenaza que enfrenta hoy la democracia y la integridad de ese país.
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