“Nunca se olviden de mí”

Lara tenía 15 años cuando se disparó en clase en el Colegio Nacional de La Plata

 

Lo tenía decidido. Quería terminar con ese infierno en el que se había convertido su vida.

Había investigado en foros de internet y había anotado una lista con posibles métodos de suicidios y sus porcentajes de efectividad. Esperaba el momento. No aguantaba más y podía ser ese mismo jueves… no lo sabía.

Eran casi las ocho de la mañana y estaba en clase de Historia, en una de las amplias aulas del segundo piso, con las copas de los árboles del jardín de entrada bailando por los ventanales. El estruendo en el salón de al lado sonó cuando hablaban de Menem y los ‘90. En segundos, se llenó de gritos el pasillo. El profesor corrió a la puerta para salir, pero de golpe irrumpió –desencajada– la profesora de Geografía, Marcela Amaro:

–Se me acaba de pegar un tiro una nena.

 

“Chau mierdas”

La mañana del jueves 3 de agosto de 2017, Lara Tolosa robó el viejo revólver calibre 38 de su abuelo, lo guardó en la mochila, puso la alarma del celular a las 7.50 y, seguramente escuchando Metálica, tomó el micro rumbo al Colegio. Se sentó en los bancos del fondo, junto a la pared, y antes de las ocho se disparó en la cabeza en plena clase de Geografía, frente a sus compañeros de 4º 7ª del Colegio Nacional Rafael Hernández de la Universidad Nacional de La Plata (CNLP). Tenía 15 años y sufría hostigamiento desde que había ingresado a la escuela, en 2016. Falleció al mediodía del 7 de agosto, después de agonizar cuatro días en el Hospital San Martín. La breve nota que dejó en su banco comenzaba con un insulto:

“Chau, mierdas. Dejo un juego en la mochila. El que lo encuentre, se lo queda”.

El suicidio de Lara –que tenía la misma edad de Rafael Juniors Solich, protagonista de la Masacre de Patagones en 2004– fue una de los hechos más trágicos de la historia escolar argentina. Su dramática decisión y el lugar que eligió para morir, obligó a un debate sobre dos temas que atraviesan a los jóvenes, con estadísticas alarmantes: el bullying y el suicidio. También impuso un interrogante: ¿Qué pueden hacer las instituciones educativas? Sin embargo, en siete años, el caso pasó al olvido, en medio del silencio de las propias autoridades del CNLP, que nunca hablaron del tema, pidieron a docentes y directivos no responder a la prensa y tampoco quisieron hacerlo para esta nota, ni la actual directora Dominique Suffern Quirno, ni la directora en 2017, Ana García Munitis. Esta última es hoy vicedirectora y tampoco asistió días atrás al acto reparatorio que organizaron familiares y amigos de Lara para nombrarla por primera vez dentro de la institución y descubrir una placa en la puerta del aula donde se disparó.

 

El Colegio cerró el aula durante un año.

 

 

“Que jamás vuelva a ocurrir un hecho así”

“Lara entró al Nacional con un álbum de figuritas de Mi pequeño Pony en la mochila, y al año y medio terminó con su vida en un aula del establecimiento con una remera de Mayhem” (legendaria banda noruega de black metal rodeada de una historia de suicidios y asesinatos).

La palabra de Julissa Erretegui se escuchó la tarde del pasado viernes 6 de diciembre en el “Patio de la Democracia”, ubicado en el centro del imponente Nacional, una de las cuatro secundarias de la Universidad. Frente a un centenar de personas, pudo recordar a su hija por primera vez dentro de la escuela que en abril cumplirá 140 años y por cuyas aulas pasaron Ernesto Sábato, Julieta Lanteri, René Favaloro, y Federico Moura –entre otros–, además de 100 víctimas del Terrorismo de Estado y 25 excombatientes de Malvinas.

La actividad fue impulsada por otra ex alumna, la médica Giselle Fernández –hermana de Cristina Fernández de Kirchner– que por casualidad llegó a Julissa y le propuso acompañarla para pedir un acto reparatorio.

“Primero que nada, quisiera citar a Lara –dijo Julissa frente al micrófono–. Estos mensajes que voy a leer los encontré en casa ese 7 de agosto de 2017, cuando volví ya sin ella. Son varios papelitos recortados con distintos mensajes, una especie de afirmaciones o deseos en vistas a un futuro cercano: ‘Que me vean como una buena chica, siempre humilde, algún chico que me guste’, ‘Creatividad extrema, más proyectos’, ‘Tener buen oído’, ‘Seguir siendo una chica especial y valorarme a mi misma’, ‘Importante: que mis amigos nunca se olviden de mí, yo no los voy a olvidar’, ‘Nunca olvidar’”.

 

 

“Yo empecé a ver en ella una transformación significativa que nunca antes había visto –siguió Julissa–. Pedí ayuda a mediados de 2016, directamente en el Colegio. Primero hablé con su preceptor y después con el Gabinete Psicopedagógico. Pero nadie me ayudó”.

Y concluyó: “Una tragedia así no debe pasar desapercibida, cualquier institución que no contenga la vulnerabilidad de los jóvenes está cometiendo un error y si, además, silencia los hechos, se está equivocando dos veces. Hablar de Lara se vuelve indispensable. El genuino deseo pasa porque su partida deje un mensaje: que jamás vuelva a ocurrir un hecho así”.

La directora escuchó a un costado, con las manos en los bolsillos, y no preparó ningún discurso aunque de manera privada prometió incluir la historia de Lara en los contenidos curriculares. Cuando aceptó la propuesta de la familia, su intención era hacer una actividad “íntima”, en el pasillo donde se iba a colocar la placa. No esperaba algo abierto a la comunidad. El Colegio tampoco difundió el acto en la página web oficial o en las redes sociales, ni publicó nada después. La organización, el diseño de la placa y su costo estuvieron a cargo de la familia y los medios no acompañaron: ese día la atención local estuvo puesta en el músico que se tiró desde una terraza frente a Plaza Moreno.

Algunos asistentes hicieron sentir sus reclamos, primero protestando por el timbre automático para el recreo, que pese a que ese día ya las clases habían terminado, sonó fuerte dos veces, tapando los discursos durante dos extensos minutos. Los enojos contra el colegio volvieron cuando terminó de hablar Julissa.

–¿No va a hablar ninguna autoridad? ¿No tienen nada para decir?

 

La directora escucha desde un costado, con las manos en los bolsillos.

 

Sin sacarse las manos de los bolsillos, Suffern Quirno caminó hasta el micrófono ubicado dos pisos abajo del lugar donde hace siete años se disparó una alumna:

–Para el Colegio Nacional este momento es un momento muy traumático, como lo saben. Para nosotros es un acto de recogimiento y estamos para acompañar a la familia de Lara. Sabemos cómo trabajamos, mejoramos día a día e intentamos encontrar respuestas cuando aún no existen.

Fue la única vez, desde 2017, que la máxima autoridad del CNLP dijo “Lara” en público. Ya sin los directivos, el acto siguió escaleras arriba, en el aula donde se colgó la placa, que incluye dibujos de Lara y un deseo: “Que tu luz nos ilumine”.

 

La placa, con dibujos de Lara.

 

Bien alto, en la esquina del techo inalcanzable del pasillo, tres pichones de horneros esperan con los picos abiertos en su nido de adobe. En la puerta del aula, una trabajadora auxiliar se seca las lágrimas por debajo de los anteojos. Ella estuvo ahí ese jueves a la mañana, como cada día desde hace más de 30 años.

–Es que yo los quiero tanto a los chicos… A todos.

 

Proclives

El suicidio de Lara conmovió a toda la comunidad educativa y marcó para siempre a casi 2.000 pibas y pibes que cursaban en ese momento en el colegio. Al día siguiente del disparo, cada división se reunió para hacer una jornada de contención y reflexión, y nunca más se mencionó la historia de Lara. Tampoco lo abordaron las autoridades de Educación a nivel nacional y provincial, en tiempos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Los abogados de la UNLP apuntaron contra la red social Voxed y denunciaron un supuesto caso de incitación al suicidio. En Voxed, de manera anónima, Lara había anticipado todo: “El jueves voy a suicidarme en la escuela y lo voy a transmitir por directo. Voy a robarle el revólver a mi papá antes de salir para el colegio y pienso pegarme el balazo en la primera hora. Tengo cinco balas. Si en ese momento se da para matar a tres o cuatro compañeros, joya, pero mi misión principal es el suicidio”.

En octubre de 2018, el juez federal Ernesto Kreplak archivó la causa y más de un año después de la muerte la familia pudo cremar el cuerpo y plantar un árbol junto a sus cenizas. Para determinar que no hubo incitación, el magistrado se apoyó en el resultado de la autopsia psicológica. En el informe, las peritos resaltaron que “la adolescencia es una edad proclive a conductas de riesgos. Los cambios y esfuerzos adaptativos que los prepara para la vida adulta, las circunstancias familiares y sociales, la relación con pares y la salida a la exogamia, las nuevas elecciones, conjugados con los avatares de la propia historia vital de la joven la tornaron proclive al acto suicida”. También quedó archivada la denuncia de la ONG Bullying Sin Fronteras, que había pedido investigar la responsabilidad de docentes, directivos y alumnos.

Con el caso cerrado quedó postergado un debate urgente: ¿Fue un hecho aislado el de Lara? ¿Cómo evitar otros desenlaces fatales?

El acto del 6 de diciembre marcó la vuelta al Nacional de Abril, una ex alumna que en 2017 cursaba 6º año y nunca más había pisado el colegio después de aprobar su última materia. Ni siquiera quiso ir a la entrega de diplomas. Cuenta que tenía planificado quitarse la vida, que “no aguantaba” más el colegio. “Si no sos popular, no sos nadie y la sufrís un montón”, recuerda. Escuchó el disparo de Lara desde el aula de al lado y cuando se enteró de qué se trataba, se sintió ahogada, pidió ayuda a la preceptora y, como no encontró respuesta, se escapó, se subió a un taxi y se fue a su casa para encerrarse en la pieza. “En esos días yo estaba pasando mi peor momento y cuando pasó lo que pasó me preguntaba, ¿es una señal? ¿Lo tengo que hacer o no lo tengo que hacer? Estaba en una situación límite y no sabía qué hacer. Tiempo después, en 2021, busqué a la mamá de Lara por redes sociales y le dije que ella me había salvado la vida”.

Según cuentan para esta nota ex alumnos, ex docentes, ex preceptores y padres, en la escuela es natural el hostigamiento en las aulas. “En el Nacional no hay bullying”, dijo el representante legal del CNLP cuando Lara todavía estaba internada. Sin embargo, la reconstrucción hecha para esta crónica, con decenas de testimonios, revela una situación alarmante que incluye otros intentos de suicidios ocultados por el colegio y que ahora sus protagonistas prefieren no contar porque “todavía está sensible y nunca más se habló”.

La psiquiatra de adolescentes y especialista en suicidios, Silvina Gobbi, es mamá de una ex alumna. Asegura que “El bullying tiene tres consecuencias: la soledad, el miedo y la tristeza. Y se lleva vidas. Por eso es importante que se animen a hablar, a contar lo que les está pasando, que pidan ayuda. Si esto no se dice puede terminar en una depresión. No se pueden seguir arrebatando la vida de nuestros jóvenes”.

El último informe del Sistema Nacional de Información Criminal del Ministerio de Seguridad revela que en 2023 hubo más de 4.000 suicidios en la Argentina, una cifra que sube año tras año. Según UNICEF, es la segunda causa de muerte en adolescentes, detrás de los siniestros viales.

En el celular de Lara también se encontraron mensajes que dan cuenta de un drama de la edad, más allá de la escuela. Pocos días antes de dispararse, Lara chateó con un chico que vivía en Quilmes.

–¿Qué pasa que no respondés? ¿Lo hiciste?

–Acá estoy. Fui hasta las vías del tren, pero no me animé.

–Si querés voy con el arma de mi papá, te pego un tiro a vos y después me mato yo.

 

La Escuela Italiana, el comienzo de la noche

Lara Tolosa Chaneton Erretegui nació el 25 de febrero de 2002, hija de la fotógrafa, actriz y artista plástica Julissa Erretegui y el músico Matías Tolosa Chaneton. Cuando tenía seis años, murió su abuela paterna, Irma Lima, ex funcionaria bonaerense y jueza de Menores.

Lara hizo el jardín, la primaria y los primeros años de la secundaria en la Escuela Italiana, un histórico colegio privado bilingüe platense cuyo lema es “Educando ciudadanos para el mundo”.

“Era la más cool de todas, siempre en contra de la corriente, muy única –la recuerda Sofía, amiga desde el jardín–. Era muy artística, dibujaba, tocaba la guitarra eléctrica, siempre sonriente, haciendo chistes. Era muy graciosa. Tengo recuerdos de risas que marcaron nuestras infancias. Todas nos peleábamos para ser la mejor amiga de ella”.

Con la llegada de la adolescencia tuvo tres hechos que cambiaron su personalidad: la separación de su papá y su mamá, la soledad en el Nacional y, antes, la salida traumática de la Italiana, en 3° año. “El día que le dijimos que no iba a poder seguir en su escuela, se tiró al piso de casa y comenzó a llorar y pegarse en la panza”, cuenta Julissa. Los directivos le impidieron rendir la tesis eliminatoria porque según ellos no tenía el nivel académico para aprobar e iba rumbo a un “fracaso asegurado”. Lara se había preparado todo el año y había elegido tema hacía varios meses: El Principito.

“Con la expulsión de la Italiana, Lara comenzó a desmoronarse –asegura Julissa– “Generaron en ella una depresión que nunca había experimentado”.

 

Dibujos que reflejan el derrumbe emocional.

 

“Me acuerdo patente cuando la vi entrar el primer día, toda tímida con su mochilita –recuerda Liliam, ex compañera de tercer año–. Se sentó adelante de todo, al lado de la ventana. Todos empezaron a hablar y había comentarios muy negativos, y entonces me acerqué y enseguida nos empezamos a reír. Como la mayoría de mis compañeros, yo venía en el grupo desde la primaria en la Anexa, la escuela de la UNLP; pero no la estaba pasando bien, estaba yendo al Gabinete Psicopedagógico y con ella compartimos ese sentimiento de estar solas. Me acuerdo de verla llegar tarde, con lágrimas en los ojos y algunos chicos le tiraban bolitas de papel para burlarse. En ese momento hablé con el preceptor para que la ayuden y me dijo ‘son cosas de chicos’. En el Nacional no encajaba porque si sos diferente, te excluyen. A mí también me molestaban y para mí fue un alivio encontrar a Lara”.

En su nueva escuela se vinculó con pocas personas y a dos de ellas las cuidó y les mintió para que llegaran tarde a clase y no fueran testigos de su suicidio. En horas libres o recreos solía ir a la biblioteca a jugar al ajedrez o escuchar música: Metálica, la banda punk platense Flema, o Bach, Vivaldi y Beethoven. Tocaba el piano y sabía mucho de música.

“Todo ese tiempo luchó por ella misma –dice Liliam–. Te dabas cuenta. Estaba súper mal y vos te acercabas y cambiaba la cara y era un sol radiante que contagiaba buena onda, pero cuando la volvías a ver sola era como que… algo se rompía. Después empezó a cambiar y se apagó totalmente”.

“No se entiende que la Lara de los últimos años sea la misma amiga que yo conocí –dice Sofía–. Irradiaba luz, era un solcito y después viví el proceso y la vi oscurecer. Me había contado que en el Nacional la hostigaban y después dejó de hablarme, me mandaba mensajes que no se entendían, estaba mucho con la compu. Se había transformado en otra cosa. Es una lástima porque era una de las mejores personas del puto Planeta Tierra”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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