Nunca es tarde
Las vidas simultáneas de la escritora Aurora Venturini
En el año 2007 una escritora, hasta ese momento autora de más de 40 libros, varios de ellos premiados, pero prácticamente desconocida más allá de La Plata, su ciudad, ganó el primer premio del concurso Nueva Novela organizado por el Banco Provincia y Página/12. Cuando los siete jurados (todos escritores jóvenes, con trayectoria) abrieron el sobre de quien sería la triunfadora se dieron cuenta de que escondida tras el nombre de fantasía “Beatriz Poltinari” (ligera deformación de Beatriz Portinari, la amante de Dante Alighieri) estaba una mujer de 85 años. La autora de la novela Las primas era Aurora Venturini. Sobre su vida, tumultuosa y fascinante, tanto por lo que vivió como por lo que presumió haber vivido, Liliana Viola escribió Esta no soy yo, una biografía ejemplar.
Había que meterse con alguien que tuvo tantas vidas a la vez. Y Viola lo hizo. Al decir de su biógrafa, Venturini fue “poeta, creyente, pagana, escritora, psicóloga, mentalista, viajera, peronista, afrancesada, mujer moderna”. Las primas cuenta la historia de la familia Riglos, un grupo caracterizado por la disfuncionalidad, por las ausencias afectivas, por ciertas minusvalías de sus integrantes, por el humor negro y por la honestidad brutal. Solo un miembro del jurado (Juan Sasturain), al leer ese nombre, recordó que podría ser la misma que, tiempo atrás, había publicado un muy buen ensayo sobre el poeta francés Francois Villon. Al expedir su juicio sobre la novela el resto del colectivo la calificó de “riesgosa” y “diferente”, “por el horror en ocasiones transformado en humor”. Ya en circulación la crítica la consideró “candorosa”, “salvaje”, “loca”, calificativos todos ellos que bien podrían caberle a la autora. También consideraron al texto “una autobiografía delirante” e incluso “un ejercicio impúdico de lo íntimo”.
Liliana Viola armó un retrato estupendo, desmintiéndose a si misma cuando escribió que “toda biografía es un atrevimiento” y también “una traición”. De su parte el atrevimiento principal es que leyó de punta a punta la bibliografía completa de Venturini (poesía, ensayos, traducciones, cuentos, novelas), que además de Las Primas tiene puntos altísimos en títulos como Nosotros, los Caserta, Las amigas, El marido de mi madrastra y Los rieles. Y de traición ni hablar, porque desde que se conocieron –Liliana viajó a La Plata para comunicarle que su libro estaba entre los 12 finalistas– Venturini manifestó una especial conexión con ella, al punto que, inicialmente, le propuso que fuera su agente literaria.
Eso no ocurrió, pero cuando elaboró su testamento la escritora estableció que, cuando ya no estuviera en este mundo, Liliana quedara a cargo de la totalidad de sus intereses literarios. Desde entonces, Viola (periodista, impulsora del Suplemento Soy, de Página/12, editora, investigadora sobre la diversidad, guionista de audiovisuales) es la albacea de Aurora, o sea quien ordena la marcha de su obra en todo el mundo. Al final de la edición de Tusquets, 2023, se ven tapas de ediciones extranjeras: As primas, Cousins, Die Cousinen, Le Cugine, entre otras. Ironías del destino. La albacea Viola padece ahora a alguien de su condición profesional. Hace un tiempo el albacea de Alberto Migré judicializó la excelente biografía que ella publicó en 2017, fastidiado porque el libro revela algunos asuntos personales del autor de Rolando Rivas taxista que, a esta altura, no escandalizan a nadie.
Aurora Evitista
Además de poner la lupa en prosa y poesía de Venturini, Viola estudió con rigor un vasto corpus documental y una selección de testimonios que, en conjunto y en detalle, trazan una personalidad para nada común. La de alguien individualizada por la desfachatez de sus salidas y por su permanente desafío al deber ser de cada tiempo de su larga vida. Cuando le avisaron que la novela, que había tipeado en máquina eléctrica, había sido preseleccionada, dijo: “Seguro que voy a ganar. Mi novela es la mejor, no hay nada que hacer”. En la ceremonia de premiación (30.000 pesos de la época y una artesanía del escultor Adolfo Nigro) agregó: “Al fin un jurado honesto… Soy una gran escritora, tal vez la mejor… Este no es mi mejor libro. Tendrían que leer los demás”.
Lo que sería tenerla de enemiga. A una colaboradora la bautizó como Inés Orete y a sus dos maridos (el primero, un juez de La Plata de apellido Varela, con quien estuvo 30 años, y el último, el historiador Fermín Chaves) los calificó irónicamente Vilcapugio y Ayohuma, dos batallas perdidas por Belgrano en los tiempos de la independencia. La biografía acuerda con la hipótesis de que el único gran amor de su vida fue el doctor Hirschi, su profesor de Higiene en el Normal 1 de La Plata. Un clásico: la adolescente cautivada por su mentor, alguien con familia, mayor que ella. En esto también la alumna Venturini se le animó a lo imposible. Viola contó entre sus numerosas fuentes a quienes fueron sus tres secretarias, llamadas Marta, María Paula y María Laura, que oficiaban de amanuenses y con frecuencia de asistentes personales y terapéuticas. En círculos platenses fue muy conocida su tirria con Ana Emilia Lahitte, otra insigne poeta de la ciudad de las diagonales. Pero también fue pública su dilecta cercanía con su vecino y amigo de la adolescencia, John William Cooke, con quién creció en términos de complicidad barrial e identificación con el peronismo.
Venturini fue peronista de Eva Perón, a quien conoció, trató de cerca, y trabajó. La admiró por su fuerza y convicción ideológica y por su entrega laboral, de la que afirma: “Era imposible de seguir”. A la par de su carrera literaria Aurora tuvo, como psicóloga, a dos docentes que mejoraron sus conocimientos. Uno fue el neurobiólogo Christofredo Jakob y el otro el húngaro Bela Szekely, con quien se hizo ducha en la aplicación e interpretación del test de Rorsach. En institutos de minoridad de la provincia tuvo a su cargo la tarea de descubrir chicos y chicas con condiciones intelectuales superiores a la media, que en esos lugares contaban con pocas oportunidades para desarrollarse. Cuenta con orgullo que no fueron pocos a quienes ayudó para que egresaran de esos establecimientos y obtuvieran títulos universitarios.
A esa mujer de apariencia invencible la doblegó la llegada del golpe militar que en 1955 derrocó a Perón. “Perdí todo –cuenta en el libro–, me echaron de todas partes. Me hicieron la vida imposible”. No exagera: en corto tiempo fue cesanteada, perseguida, presa, golpeada, delatada, desterrada, y hasta la atacaron con un epitafio ofensivo:” Aquí yace una alacahueta, que se creía poeta”. Reconoce haber pagado muy caro haber estado cerca de Evita. “Pero lo pagué, y valió la pena”. Con ayuda de amigos se exilió en París cuando tenía 34 años. Todo lo que hizo en Francia y las personalidades que conoció podrían ser tema de otra investigación.
En el final del libro, Viola recupera ideas de la poeta Gabriela Borreli Azar, de su libro Tres escritoras peronistas. Borreli, que no la conoció personalmente, afirma que Aurora “murió jóven, oscura e irreverente. Se queja de no poder tirarse un pedo en paz, habla soez y cultamente y le importa un pito ser buena o simpática”. La primera mujer que usó pantalones en La Plata fue genio y figura hasta su sepultura. Esto queda demostrado en el capítulo final de Esta no soy yo. La situación es de profunda índole literaria. Ella está en una funeraria, pagando por adelantado su velorio y su cremación. El empleado que la atiende le pregunta:
–¿Usted es familiar del fallecido?
–(…)
–¿Quién se encarga de traer el cuerpo?
–Voy a traer el mío, pero vas a tener que esperar un ratito.
Aurora Ángela Venturini no murió en la víspera. Dejó este mundo en noviembre en 2015 a los 93 años. Dejó una obra importante y aún vigente. Las primas se representó en teatro y hace poco la actriz Marcela Ferradás, que trabajó en aquella primera versión, puso en escena en excelente formato unipersonal a Yuna Riglos, la excéntrica factótum de esa familia. Según Liliana Viola hay conversaciones para adaptar el libro al cine o como serie de plataforma.
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