Nueva marcha sobre Roma
El neoliberalismo y la expansión de la ultraderecha en Europa y en Estados Unidos
El triunfo de la ultraderecha en Italia acentuó el escepticismo electoral europeo y reafirmó el fracaso de las diferentes formas del neoliberalismo civilizado, incluso aquellas que se exhiben como expresiones civilizatorias ligadas al progresismo. Giorgia Meloni obtuvo el 27% de los votos, representando al partido neofascista Fratelli d'Italia. Su alianza con Forza Italia de Silvio Berlusconi y La Lega de Mateo Salvini le permitirá constituirse en la primera mujer que ejerza la jefatura del gobierno en la península. La elección del 25 de septiembre dejó como dato central el incremento de la abstención, que alcanzó su máximo nivel histórico: el 36% del electorado. La mitad de los jóvenes italianos menores de 24 años no fue a votar: a ese colectivo generacional no hubo discurso político que lo interpelara.
Meloni se inició en el activismo político a los 15 años, dentro del partido fascista Movimiento Social Italiano (MSI), fundado en 1946 por los seguidores de Benito Mussolini. Luego de la disolución del MSI, se incorporó al partido Alianza Nacional, liderado por Gianfranco Fini, quien caracterizó a su agrupación como post-fascista, considerándola como continuadora y a la vez superadora del Movimiento Social. Entre 2008 y 2011 se desempeñó como ministra del gobierno de Silvio Berlusconi y en 2012 fundó Fratelli, incorporando en su escudo el emblema identitario de los seguidores del Duce, la fiama tricolore.
El lema de la agrupación política es Dios, patria y familia. Luego de ser elegida diputada en 2012, solicitó ocupar el despacho del Parlamento que utilizó durante décadas el fundador del MSI Giorgio Almirante. A diferencia de Alemania, Italia no problematizó los discursos políticos nostálgicos del Tercer Reich ni puso impedimentos legales para restringir las expresiones extremistas de las organizaciones de ultraderecha. El triunfo de Meloni en la tercera economía de la Eurozona producirá un envalentonamiento de todos los movimientos ultraderechistas y un debilitamiento del debate político. Ese vaciamiento es el que le permitió a Meloni definirse como feminista, en abierta incoherencia con las tradiciones de los colectivos promovidos por las mujeres. La líder neofascista ha considerado que ser feminista es poder competir con los varones y alcanzar –a pesar de su condición de género– un protagonismo social.
La causa estructural del escepticismo político y su contiguo sesgo de derechización de las sociedades –tanto en Europa como en Estados Unidos– es el producto del abandono, por parte del progresismo y la social democracia, de una representatividad popular basada en intereses concretos. La indiferenciación entre neoliberalismo y derechos sociales dejó sin representatividad a las grandes mayorías, precarizadas y empobrecidas por la desregulación, el rentismo y la desprotección estatal.
Ese espacio vacante fue ocupado con la promoción de un terror social heredero de la colonialidad supremacista: la invasión de los inmigrantes, la pérdida de la hegemonía cristiana y el terror a la sustitución étnica se convirtieron en los pilares de un debate público ajeno a las contradicciones provocadas por la globalización y la preminencia de la especulación financiera. El desplazamiento del carácter político y económico de la crisis se ligó a la configuración de un enemigo, a la vez externo e interno. Un invasor delincuencial y fantasmagórico capaz de imponer un relato partidario del orden, sustentado en una renovada lógica xenófoba.
Miedo colonial
El voto de la derecha radical se triplicó desde 2014 a la actualidad mientras las izquierdas educadas se encargaban de instituir debates tecnocráticos, o de reconocimiento de identidades particulares –siempre con lenguaje intelectualizado– incomprensibles para los trabajadores, los desocupados y quienes perciben la desigualdad creciente incrementada por la inflación, y una sensación permanente de ser ajenos a la configuración normativa de las sociedades en las que viven. Los partidos de extrema derecha crecieron en 18 de los 27 países de la UE en las dos últimas décadas y superan los dos dígitos de votos en 15 de esos países.
En 2018 el cientista político Yascha Mounk describió en El pueblo contra la democracia los orígenes de la deglución política que lleva a la apatía, la desconexión del sistema político, el autoritarismo y la demonización de colectivos. “Al basar las campañas electorales en la pura condena moral afirmando una identidad reactiva que solo consiste en alertar sobre los perversos cataclismos que traerían las formaciones ultras, los partidos tradicionales las erigen en representantes de una alternativa real”. Franco Bifo Berardi, en un reciente artículo titulado “Del fascismo futurismo futurista al geronto-fascismo”, señala que hay muy poca distancia substantiva entre el neoliberalismo de la socialdemocracia italiana y el partido de Meloni. Su razonamiento lo lleva a la siguiente pregunta retórica: “¿Por qué debemos seguir creyendo en la democracia representativa si la democracia representativa ha demostrado ser un engaño contra los trabajadores?”. Los referentes que Meloni caracteriza como sus enemigos son la China de Xi Jinping, la Rusia de Vladimir Putin y la Venezuela de Nicolás Maduro.
Mientras Europa y Estados Unidos viran de forma constante hacia la ultraderecha, Latinoamérica y el Caribe expresan una orientación alternativa e incluso opuesta. Ambos deslizamientos, tanto el de Bruselas como el que se observa al sur del Río Bravo, son el resultado de la misma crisis del sistema neoliberal. En el caso latinoamericano –de forma desordenada y no del todo coherente–, se consolida sobre la base de una salida multicultural y plurinacional de carácter incluyente: desde México a la Argentina se suceden movimientos políticos opuestos al esquema globalista impuesto por el trípode del poder real sustentado por Wall Street, las trasnacionales y el complejo militar-industrial. Por su parte, la respuesta europea se sostiene en la actualización del principio de Carl Schmitt, que requiere un enemigo –interno y a la vez externo– a fin de aglutinar las fuerzas nacionales para superar y eludir las contracciones de clase.
Comunes denominadores
El modelo del extranjero invasor, funcional a la dicotomía artificiosa de civilización y barbarie, es tributario del presente atlantista, para el que las únicas soberanías posibles son las que se heredan de una tradición colonial e imperial. Los dogmas que le dan sustento al engranaje político de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, la francesa Marine Le Pen, los falangistas de VOX, los oficialistas polacos del partido Ley y Justicia, los alemanes de AfD, los macristas o ultraliberales argentinos o los neonazis de Suecia son unos fieles seguidores de quienes marcharon sobre Roma en 1923. Los principios que los animan, más allá de su fascinación financiarista, son:
- Nativismo xenófobo
- Autoritarismo patriarcal
- Armamentismo
- Moralismo punitivo
- Apoliticidad
- Desprecio por la ciencia y el mundo académico.
El nativismo esencialista considera que los Estados deben estar habitados por una ciudadanía autóctona y que todo elemento extranjero –sobre todo si es migrante y pobre– amenaza la homogeneidad pacífica de una sociedad. Walter Benjamin describía al judío como el otro absoluto, es decir un sujeto diferente que vivía inserto en una comunidad en la que lo consideraban un extraño, una implantación, un desorden de lo uniforme. Ese lugar lo ocupa hoy el magrebí y/o el subsahariano. Ellos son los judíos de la actualidad: los que contaminan el supremacismo blanco y colonial, y que –por esa razón– son visualizados como los que amenazan con sustituir a los puros nativos europeos. Mientras que los refugiados ucranianos son recibidos con compasión, los africanos o sirios son conminados a ahogarse en el Mediterráneo porque cuestionan con su sola presencia la centralidad cristiana, traen la multiculturalidad y desdibujan unos valores que consideran incuestionables.
El autoritarismo, por su parte, es un principio ordenatorio útil para limitar los conflictos que devienen de la desigualdad, la precariedad, la falta de futuro y la pobreza. La cultura patriarcal autoriza el derecho explícito a la violencia para superar el caos que conlleva la proliferación de identidades particulares y las diversidades. Meloni anunció que relanzará la maternidad itálica a través de diferentes programas de ayuda social, para evitar que los migrantes sustituyan la población autóctona que tiende a decrecer.
El armamentismo, la valorización positiva de la posesión privada de armas y la desregulación de su comercialización es la expresión material de las dos dimensiones anteriores, capaces de intimidar y disciplinar a quienes postulan cambios o pretenden desobedecer la homogeneidad exigida.
La apoliticidad se funda en el cese del debate público referido a las contradicciones inherentes a la sociedad: la dominación, la subalternización y la distribución del ingreso, la renta y la riqueza.
La negación de la construcción de la democracia, en su formato de debate político y construcción argumental colectiva, exige –para los neofascismos– la des-historización de los hechos sociales: quien conoce el pasado tiene más elementos para juzgar el presente. Ergo, solo hay que hablar del presente y el futuro sin hacer conexiones genealógicas. Esa es la enemistad de las derechas radicales con el pensamiento crítico: reivindican una supuesta simplicidad y una sencillez que encubre la voluntad de eliminación de toda racionalidad política, dato empírico o fundamentación lógica.
Antonio Gramsci, detenido por orden de Mussolini en 1927 y referido como el preso 7.047 de la prisión de Turi, escribe en la cárcel que el núcleo central del fascismo, eufemizado y negado por sus propagandistas, es la violencia contra los trabajadores y los asalariados. Meloni ha anunciado que promoverá una rebaja de impuestos y que los existentes dejarán de ser progresivos: ricos y pobres deberán aportar los mismo: un 15% con independencia de los ingresos o la riqueza.
En su autobiografía, la futura jefa de gobierno relata un hecho traumático de su infancia: jugando con una vela, incendió la casa en la que vivía con su hermana y su madre. Algunos analistas consideran premonitorio ese suceso. Y lo vinculan con el fuego que ilustra el escudo de su organización Fratelli, la fiama tricolore que lucía Il Duce cuando fue detenido el 27 de abril de 1945. Al otro día fue fusilado y su cuerpo fue exhibido cabeza abajo, colgado de un andamio, en la Plaza Loreto de la ciudad de Milán.
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