Se acerca al escenario por un costado de la sala. Viene del brazo de un acompañante. Esa mujer que despeina canas camina vacilante, o cuidadosa, y ya en ese momento comienza a abrazarla un formidable reconocimiento: Grande, Vamos Tana, Brava, Única, Te queremos. Apenas los aplausos dan lugar al silencio, se acomoda en un banco de madera y empieza a cantar. Y, cuando eso ocurre aquella presunta fragilidad se transforma en potencia cautivante y su voz, tan cuidada, se alza como vozarrón.
Es el martes 3 de diciembre, y a sala repleta se inicia el tercero de cuatro conciertos que en el teatro Picadero al que agradece y siente como casa propia. Susana Natividad (nació un 25 de diciembre) Rinaldi viste un dos piezas, casaca y pantalón de corte holgado de color marfil; encima luce una capa de tela transparente con algún que otro detalle de un bordado brillante y unas mangas que parecen abrazarla todo el tiempo.
Su canto resume el artístico milagro de la transmutación y honra sobradamente una de sus reflexiones: “Cada tango es un pequeño drama”, nos dice. Y por lo que se escucha, y se ve, cualquiera de los temas tiene la condición de desbordar los límites del teatro o de la literatura. Son, en cualquier caso, cuadros para una exposición, porque como murmura una espectadora cerca, “su voz genera imágenes”. Aunque en su repertorio figuran los acordes inmortales de Yuyo verde (Domingo Federico y Homero Expósito), Tinta roja (Cátulo Castillo y Sebastián Piana), Naranjo en flor (Homero y Virgilio Expósito) y Ventarrón (Pedro Maffia y Horacio Staffolani), la noche pinta homenajes a Buenos Aires y a Eladia Blázquez y muy explícitamente a Chico Novarro, a quien dedica el espectáculo y del que interpreta Balada del alba, Salón para familias y el profundísimo Nuestro balance.
Al momento de interpretar Sexto piso (de Expósito, en este caso doblemente Homero por lo mucho que evoca a la poética de Manzi y Roberto Nievas Blanco), se permite una alusión a la actualidad. Tal vez la anima esa letra : Duele tanta calle / tanta gente y tanto mal / que andarás con los sueños a destajo /como todos, río abajo / por la vida que se va. / No hay estómago que aguante este desprecio/ ni tiene precio que se tenga que aguantar… / Ventanal, y esta pena que envenena / ya cansado de vivir y de esperar. “¿En qué momento nos ha pasado esto?”, se pregunta quien padeció la decadencia cultural de los últimos cuatro años, vividos, según confía, “como un dolor de cabeza, mañana, tarde y noche”.
De la mano de Chico Novarro en letra y música, vuelve certero un poema que remite a la identidad. En Cantata a Buenos Aires plantea: ¿Cómo no hablar de Buenos Aires / si es una forma de saber quién soy? Los mimos a Buenos Aires no terminan ahí. Como si en alguna ocasión entre Novarro y ellos hubiera existido una secreta comunicación, Astor Piazzolla (que durante toda su vida mantuvo la costumbre de irse y regresar) y Eladia Blázquez (que no se movió de aquí) explicaron en una canción las razones de por qué siempre se vuelve a Buenos Aires. Esta ciudad está embrujada, sin saber… / por el hechizo cautivante de volver. / No sé si para bien, no sé si para mal / volver tiene la magia de un ritual… Yo soy de aquí, de otro lugar no puedo ser.
Siempre se vuelve a Buenos Aires:
Cantata a Buenos Aires:
Fragmentos de una historia
Formada en canto de cámara en el Conservatorio Nacional de Música, ya era actriz cuando egresó de ese instituto. A partir de 1957 actuó en radio (lo sigue haciendo: hace poco, en el ciclo Las dos carátulas de Radio Nacional, interpretó a María Estuardo), y fue heroína y Milonguita en teatro, cine y televisión. Interpretó jazz y folklore pero escuchando a Virginia Luque se sintió tocada por la varita mágica del tango, hechizo que pudo materializar en 1969 cuando, por mandato de Eduardo Bergara Leumann, empezó a cantar en el travieso varieté de La botica del ángel. Desde entonces recorrió tres veces el mundo, cantando como todavía lo hace: actuando, descifrando, interpretando de una manera majestuosa.
Para distanciarse de otra catástrofe institucional y de amenazas serias que recibió, antes de la dictadura inició un viaje a Europa que duró casi un cuarto de siglo. Allá no solo vivió y actuó y se hizo compinche de Julio Cortázar, sino que muchos franceses le abrieron las puertas de sus casas y de sus teatros. Ahora es muchas cosas: embajadora de buena voluntad por la Unesco; defensora de los derechos de sus colegas desde la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI) y en la entidad mundial (la FILAIC); en las elecciones de 2011 obtuvo una banca en la Legislatura porteña en representación del Frente Progresista y Popular; en 2014 la Presidenta Cristina Fernández la nombró agregada cultural en la embajada argentina en París. Mujer de la creación, madre de dos hijos artistas (Alfredo y Ligia), feminista de la primera hora, en alguna ocasión se asumió “socialista de corazón y kirchnerista por convicción”. Hace poco, de manos de Hebe de Bonafini, recibió el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo.
Ella baila sola
Mientras el quinteto que la acompaña pone la música, La Rinaldi taconea, tamborilea los diez dedos de sus manos, marca ritmos que se le filtran desde muy adentro. Cuando se pone de pie, los instrumentos y su cuerpo (que a más de un gil dejó de a pie) son una misma cosa: bemol de piano, tecla de bandoneón, cuerda de contrabajo, noble madera de guitarra y cello. Es universal cuando primero recita y luego canta Salón para familias (Mandy y Chico Novarro): Salón para familias, cuántas promesas desfilaron por tus mesas / cuántas despedidas de palabras repetidas / junto al cafecito que Manolo nos sirvió. Y es porteña cuando recurre a Eladia: Me reconozco en la costumbre de volver / a reencontrarme en mí, a valorar después / las cosas que perdí, la vida que se fue.
Existe la posibilidad de varios conciertos más, a realizarse en los primeros meses del 2020. Pero este se termina ya y el público le dedica a la artista una bella cantata de aplausos y vítores de casi cinco minutos. Alias La Tana vuelve a retirarse, ahora tomada del brazo de su director musical. Persiste la sensación de un tiempo esperanzado, como el que está por empezar: se termina una noche definitivamente feliz.
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