En más de una entrevista me preguntaron qué había sentido al enterarme que figuro en una lista de personas víctimas de espionaje ilegal. Y, en verdad, no sentí algo diferente de lo experimentado en tantas ocasiones anteriores en las que, sin estar yo en ellas, se difundieron otras listas de escuchados, espiados y perseguidos. La misma repugnancia.
No sólo por ser un método antidemocrático e inconstitucional, sino por el tipo de sociedad que se construye a través de él. Íntimamente, no sueño con una sociedad donde para prevalecer sobre mi adversario político tenga que perseguirlo, sino que debo demostrar que mi proyecto político es mejor para el Pueblo. De esta manera se construye una sociedad abierta y democrática, de la otra una sociedad policíaca, donde la práctica es la extorsión y no la toma de conciencia.
Parece mentira el extremo de hipocresía a que han llegado algunos intelectuales que reprueban una cuarentena preventiva, fundada en el cuidado recíproco, para la cual la vida y la salud son pre-requisitos de toda otra libertad. Y que lo hagan en nombre de las libertades republicanas, al mismo tiempo que formaron parte de un régimen que enarboló la doctrina de “primero mato, después averiguo” y construyó su poder en base al espionaje ilegal.
Pero, a partir de todo esto, y de ver malgastar los recursos del Estado en la persecución del opositor, es que comencé a preguntarme qué significa tener un “Estado inteligente”.
Ni bien escuché al Presidente Alberto Fernández reconocer que había millones de argentinas y argentinos de muy bajos ingresos que no habían recibido a tiempo la asistencia estatal debido a que el Estado no los tenía registrados, llegué a la conclusión de que allí hay un nicho fundamental para construir un Estado inteligente.
Y cuando, en el vértice opuesto de la pirámide de ingresos, la AFIP detectó cientos de cuentas en paraísos fiscales y el Banco Central descubre a los responsables de la fuga de más de 80.000 millones de dólares del país, aparece otro nicho fundamental donde la construcción de un Estado inteligente es una asignatura pendiente.
En un país como la Argentina, uno de los principales productores de alimentos del mundo donde, al mismo tiempo, miles y miles de compatriotas en su mayoría niñas, niños y jóvenes padecen hambre, conectar el hambre con el alimento es un objetivo central para la construcción de un Estado inteligente.
En un país como la Argentina, donde a cada paso nos topamos con una tarea por hacer, ya sea una zanja con aguas servidas por sanear, una calle por asfaltar e iluminar, un baldío por desmalezar, una plaza por embellecer, una solución habitacional por encarar, una escuela o un hospital por acondicionar, una ruta por pavimentar, una fábrica por reabrir, un sistema portuario o ferroviario por recuperar, un plan maestro para canalizar inundaciones que está paralizado; y, al mismo tiempo, una cantidad enorme de argentinas y argentinos desocupados y sub-ocupados que esperan trabajo, conectar esa necesidad de trabajar con esos trabajos tan necesarios es otro objetivo central para construir un Estado inteligente. Y para hacer todo eso no es necesario espiar a ningún opositor.
Un Estado inteligente sería, en la Argentina, aquel que utilice todos los resortes a su alcance para dar aguerridamente la batalla cultural para que el grueso de la sociedad comprenda que, al ver nuestra historia, para reparar las deudas que tenemos con la extrema pobreza es necesario erradicar las trampas legales e ilegales que se enmarañaron para que algunos acumularan su extrema riqueza.
Los avances iniciales
En plena resistencia al macrismo prometimos volver mejores. Para ello dimos un primer paso fundamental que fue combinar las enormes movilizaciones callejeras por la educación pública, por proteger el sistema jubilatorio, por la igualdad de géneros, por la no impunidad de los genocidas, por el salario y la producción, con la construcción de una organización político-electoral capaz de disputar y reconquistar la administración del Estado.
A partir de ello se tomaron medidas muy importantes como el incremento de ingresos para los sectores más necesitados, la recuperación del sistema científico y la restructuración de la deuda externa sin afectar sensiblemente los intereses populares, por mencionar sólo unos ejemplos. La reforma judicial y la formación de un Consejo Económico y Social fueron propuestas en el mismo sentido.
Pero a poco de andar se desató el Covid-19 y, pese a las dificultades que conlleva, el gobierno se hizo cargo, reforzó el buen criterio con que venía desenvolviéndose. Se abrazó a los consejos de la ciencia y reconoció con humildad lo inesperado de la situación y los errores que pudieran cometerse. Tuvo una actitud muy humana, de responsabilidad, de contención, de amparo, y alcanzó gracias a ello un mayor consenso aún que el que había logrado electoralmente.
Un primer logro fue sortear con éxito el falso dilema entre salud y economía, dado que la salud pública no es un oponente de la economía sino un pre-requisito de la misma. Y a partir de allí, se estableció todo un programa de asistencia estatal a fondo tanto en materia sanitaria como económica.
Acto seguido se congelaron tarifas de servicios esenciales y se tomó la iniciativa de denunciar los abusos de la formación monopólica de precios, los despidos injustificados y la displicencia del sistema financiero, como punto de partida para lidiar frente a los mismos. Se prepara un impuesto a las grandes fortunas personales y se investigará la legitimidad o ilegitimidad del endeudamiento y la fuga de capitales.
Transitamos una etapa donde es evidente la paradoja entre una firme voluntad de fortalecer al Estado, y tropezar al mismo tiempo con un Estado con estructuras perezosas, vaciado de cuadros y colonizado por intereses corporativos, al que 12 años de kirchnerismo no alcanzaron para desmalezar por completo para ponerlo definitivamente al servicio del Pueblo.
Ni el Estado ni la sociedad civil son el Estado y la sociedad de mis sueños. En la sociedad civil de mis sueños, la dirigencia sindical jamás hubiera consensuado con la dirigencia empresaria una reducción del 25% de los salarios, y mucho menos sin pedir que se abran los libros y balances de las mismas; y en caso de que debieran coparticipar de las pérdidas empresarias, también deberían coparticipar de sus ganancias. En el Estado de mis sueños, el Ministerio de Trabajo no hubiera homologado ese convenio. Pero volvamos al Estado y la sociedad que tenemos.
Prometimos volver mejores
El Presidente está llamando a construir un país más justo una vez que se avizore la salida de la fase más aguda de la crisis. Un país asentado sobre los valores de la solidaridad y la igualdad y con un Estado fuerte.
Este es un momento muy propicio para establecer los mojones de ese país más justo. No obstante la demencia política de quienes nos denuncian por querer liberar asesinos o hacen marchas contra el comunismo, cada vez más ciudadanas y ciudadanos comprenden que es el Estado a través de sus diversos dispositivos quien está en mejores condiciones de proveer equipos sanitarios y no un local de cervecería artesanal.
Quienes siempre han sido los emisores de los intereses contrapuestos a los del país como ahora lo son los los medios que hablan en nombre de los fondos de inversión, no se moverán de allí porque son parte de esos intereses. Lo importante es ampliar la base de consenso en la ciudadanía. Y una porción importante de ella, más allá de aquella prédica desestabilizadora, ha comprendido la seriedad y el esfuerzo con que el gobierno está afrontando la situación.
Y el Presidente se ha convertido en su principal enunciador. Hasta tanto se desarrolle un esquema de medios que equilibre la balanza respecto de los grandes monopolios, la pedagogía presidencial desde la cima de la administración y las redes sociales en la base de la sociedad, son las encargadas de hacer el contrapeso en estos tiempos de restricción domiciliaria.
Y desde su especial lugar de enunciación, el Presidente ha convocado, entre otras cosas, a una nueva relación entre la población de los grandes centros urbanos y las regiones con menor densidad de habitantes, con el fin de desarrollar estas últimas y alentar el arraigo de las generaciones más jóvenes. Ello supone promover cadenas de valor más cortas que vinculen la producción y el consumo de cercanías, con sus consecuentes beneficios respecto del estímulo al desarrollo local, la morigeración del dispendio innecesario de energía y la creación de empleo.
En qué cabeza cabe que la familia de un tambero se alimente de la leche que él mismo produce pero que antes debe recorrer cientos de kilómetros para ajustarse a la estructura monopólica de elaboración y comercialización. Y llega al hogar de su propio productor a un precio decenas de veces superior al valor que él recibe por producirla.
En qué cabeza cabe describir como eficiente un modelo agroexportador concentrado en un grupo de grandes empresas, que requiere más de 7.000.000 de viajes de camión para colocar la cosecha en puertos también privados y monopólicos. Cuánto combustible se ahorraría, cuántos siniestros en ruta, cuántas horas de trabajo podrían destinarse a la producción local a través de un sistema más diversificado. Cuánto mayor sentido comunitario, cuánta más y mejor democracia económica tendríamos.
El Presidente y su gabinete se han reunido con los movimientos sociales, lxs representantes de la economía informal y la agricultura familiar. La economía social, popular y solidaria debe dejar de ocupar el espacio marginal de la informalidad y el asistencialismo, para ser el eje ordenador de ese nuevo modelo social y productivo, fundado en la producción de alimentos saludables, el comercio justo y el precio razonable. Pura democracia económica.
En los cuatro años anteriores, nuestro país sufrió un industricidio, esto es, la destrucción sistémica del aparato industrial en general, y de la pequeña y mediana empresa en particular a través de medidas como la caída del consumo, la apertura indiscriminada de las importaciones, el portentoso incremento de tarifas y una tasa de interés colosalmente elevada, con lo cual, el costo financiero se tornó incompatible con cualquier proyecto productivo. Pero el capital físico de la industria nacional, aunque ocioso, se mantiene con vida, así como su capital humano.
Y la Argentina tiene alimentos, energía e insumos básicos suficientes para reactivar sectores muy dinámicos de su estructura productiva, por ejemplo, en áreas como la construcción, la obra pública de proximidad, la energía, la industria textil, del calzado, editorial, electrodoméstica y agroalimentaria. Es decir, con un capital físico y humano vigentes, lo que resta para poner en marcha el aparato industrial es recurrir al capital político, es decir, la aplicación de todas aquellas medidas que representan la contracara de aquel industricidio. Y para esto tampoco no hace falta espiar a ningún opositor.
Y está pendiente, además de limitar el endeudamiento externo y la fuga de capitales, frenar el drenaje de divisas que nuestro país arrastra hace décadas debido a la matriz monopólica de carácter privado en la estructura de acopio, comercialización, trasporte, puertos y fletes de exportación. En eso se gastan –eso sí es gasto y no inversión— miles de millones de dólares al año que deberían financiar, en cambio, el desarrollo de vastas obras de infraestructura con una fuerte presencia del Estado. Si todos coincidimos en mencionar a la “restricción externa” como un obstáculo central para nuestra economía, el ahorro de divisas genuinas y la participación estatal para la obtención de las mismas se torna imprescindible.
La orientación del sistema tributario, financiero y de los servicios públicos a partir de una mirada social y no de los intereses corporativos es también una impronta fundamental de ese país justo al que nos convoca nuestro Presidente.
No faltará quien esgrima una cuestión de costos para demorar la iniciativa, a lo que respondo: ¿se ha calculado el costo de no hacerlo? ¿Nos damos idea de cuánto dinero lleva gastado nuestro país de manera ineficiente precisamente por esa demora?
Otro argumento será: Estamos priorizando las cuestiones más urgentes”. Y eso es cierto. Pero mientras se tramita la urgencia, se puede trasmitir el mensaje alternativo, proponer el horizonte. El gobierno cuenta con una mayor base de consenso social de la que se suponía contaría a esta altura de su gestión. Con organizaciones sociales, sindicales, políticas y empresarias que, puestas en valor, desempeñarían un papel fundamental en la consolidación del bloque social y político necesario. Y con un Presidente con alta credibilidad para sembrar el espacio de comprensión cultural de esos nuevos paradigmas que sobrevendrán a la crisis. Es un momento propicio para administrar la urgencia, y al mismo tiempo preparar el campo simbólico para la aceptación de los valores que se procuran.
¿Cómo hacerlo? No hay un solo camino, se trata de todos los caminos. A las medidas económicas se deben sumar todos los planos del universo de lo simbólico, desde la Educación Pública, la Universidad, la Investigación, los medios tradicionales y alternativos, hasta el campo de la ficción, el teatro, la música, el humor, la historieta, el dibujo y las redes sociales, porque en todos esos campos se construye el sentido común de la sociedad. La estrategia es combinar todas las estrategias. La estrategia es convocarnos a pensar y trabajar por ese país más justo que proclama nuestro Presidente, y que eso nos haga sentir orgullosos de ser protagonistas de ese proyecto. La estrategia es hacer converger todas las líneas de trabajo en un solo objetivo compartido. Es pensar otro modelo de país, y de ese debate democrático surgirán las medidas a tomar, la fuerza social para acompañarlas y los resortes de poder que deberán ser interpelados.
Pocos días atrás, conversando con el ex canciller de Lula, le propuse imaginar que disponíamos de “la máquina del tiempo” y podíamos volver atrás una década, cuando Chávez, Correa, Evo, Lugo, Lula, Pepe y Cristina eran Presidentes y Presidenta. Y en ese contexto preguntarnos: ¿qué deberíamos haber hecho mejor para sostener nuestros gobiernos? ¿Qué nos faltó hacer? ¿Qué transformaciones estructurales nos quedaron pendientes, y debido a ello tuvimos este retroceso?
Es cierto que el contexto latinoamericano no es el mismo, pero el Covid-19 parece arrasar con todas las ortodoxias y los mitos del capitalismo desenfrenado y nos sitúa ante un contexto nuevo. Muy favorable para proponernos realizar ese gran sueño, esa gran asignatura que como sociedad y como Estado tenemos pendiente. Para eso prometimos volver mejores.
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