No todo es promediable
Se deben tomar medidas eficaces, sin miedo a la crítica destructiva de la oposición
Son muchas las apuestas que se cruzan en este momento del país. La primera y principal es en relación al manejo de la pandemia: minimizar las víctimas y reducir el impacto negativo sobre la reactivación son sin duda las prioridades del gobierno. Pero no todo es tan sencillo: en materia sanitaria parece mucho más fácil conseguir vacunas, y vacunar, que lograr un poco de disciplina social y de responsabilidad pública. La vacunación viene a buen ritmo pero la irresponsabilidad de partidos políticos, medios de comunicación, gobernadores, intendentes y de muchxs ciudadanxs es un pasivo enorme que enfrenta el país.
A veces el gobierno nacional parece ceder a esa dinámica hiperindividualista tan característica de las clases medias altas argentinas: en la actualidad no cerrar las fronteras al ingreso de personas provenientes del exterior, o no obligarlas a un transitorio aislamiento de una semana para confirmar que no son portadoras de peligrosísimas cepas que hasta pondrían en entredicho la efectividad de algunas vacunas, resulta temerario. Pero aún no se toma esta medida preventiva básica. Pareciera que no se debe violar la libertad de contagiar.
Evaluada la situación desde el estricto cálculo costo-beneficio, tanto económico como político, parece claro que animarse a tomar medidas estrictas cuando hay pocos casos de la cepa Delta es muchísimo más rentable que hacerlo cuando esta se haya extendido y difundido, siendo más agresiva y de difícil tratamiento que las variantes conocidas hasta el momento. Desde el punto de vista político, a pesar de que es claramente la derecha la propiciadora explícita de los contagios y la irresponsabilidad, no cabe duda alguna que será el gobierno de Alberto Fernández –siguiendo una infame lógica politiquera– el que será acusado de los daños causados por la pandemia.
Mirado desde la economía, es mejor bancarse ahora algunos enfriamientos de la actividad transitorios y calculados que una crisis pandémica generalizada, con sectores que se paralizan por contagios y fallecimientos masivos. Por supuesto que esto requiere, para lograr el acompañamiento de la sociedad, contrarrestar con firmeza y claridad la propaganda malintencionada de los negacionistas, utilizando tanto los mecanismos de información pública disponibles (¿qué mejor uso de la pauta publicitaria que abona generosamente el Estado que aclarar en todos los medios las desinformaciones que siembra la oposición?) y dar la discusión política en todos los ámbitos por parte de los sectores políticos que apoyan al gobierno. Todas las concesiones al negacionismo antisocial serán pura pérdida para el actual el gobierno del Frente de Todos y para la sociedad.
Navegando en la volatilidad
El tema inflacionario continúa afectando los planes del gobierno y los bolsillos de la población. El gobierno está ensayando nuevos convenios con el sector privado. Ahora apuesta a una mini canasta de 70 productos que tendrán precios congelados por seis meses, a cambio de eliminar el régimen de precios máximos y aceptar aumentos (¿más aún?) del 8% en los productos que se liberan.
Sigue en marcha la negociación por el precio de la carne vacuna, donde tampoco está claro si se llegará a resultados que satisfagan los anhelos de la población. Parece increíble pero la intransigencia de los actores privados pone en duda la viabilidad de la política dialoguista del gobierno en cuanto a llegar a soluciones por la vía del consenso.
Ojalá resulten estas negociaciones y acuerdos, ya que traerían un alivio importante a la población, pero es difícil en un contexto donde los privados perciben una debilidad del Estado para hacer cumplir lo acordado y para aplicar la Ley.
Los dólares paralelos sufrieron algunas turbulencias menores, y las acciones argentinas que cotizan en el exterior, así como la Bolsa, sufrieron incrementos muy fuertes en sus valores producto de cambios en los humores de los mercados globales en relación a la Argentina. En general poco tienen que ver estos movimientos con la evolución de la economía real, que se sigue recuperando paulatinamente, y mucho menos con el bienestar de la población, que continúa esperando mejoras reales.
El sociólogo Artemio López señaló recientemente que se debería mirar con atención lo que está ocurriendo en los estratos poblacionales que se encuentran inmediatamente por arriba de los más pauperizados. Para estos últimos el gobierno viene implementando, a través del ministro Daniel Arroyo, un conjunto bastante abigarrado de acciones para contener el hambre y los cuadros de carencia más desesperantes. Pero por arriba de ellos, varios deciles poblacionales están sufriendo la combinación de salarios bajos, alzas incesantes de precios y ausencia de políticas públicas específicas de protección de sus ingresos, temas que incumben al ministro Martín Guzmán. La pandemia ha agravado el panorama de fragilidad de estos sectores, que ya venía agudizado por el macrismo, y parece no haber hasta el presente respuestas específicas para que en 2021 estas amplias capas perciban una mejoría, aunque sea incipiente, en su propio cuadro de situación.
La agencia de noticias Bloomberg, refiriéndose a Estados Unidos, ha publicado en estos días un artículo titulado Food Inflation Is Here (La inflación en alimentos está aquí), comentando un hecho que se está observando en la actualidad, y que forma parte de un llamativo aumento de la tasa de inflación norteamericana. Tanto por los impactos inflacionarios de lo que acontece en los mercados mundiales como por el potencial impacto de un aumento en la tasa de interés estadounidense con el objetivo de contener la inflación local, los efectos negativos llegarán a nuestro país.
Como en el caso de la pandemia, se conocen las causas, se conocen los mecanismos de transmisión, y si se quiere evitar que los resultados que se observan afuera se repitan, se deben tomar medidas eficaces, sin miedo a la crítica destructiva de la oposición ni pedidos de disculpas a nadie. Las corridas contra el dólar, los movimientos especulativos de precios, las maniobras ilegales en el comercio exterior son demasiado conocidas para que nos tomen por sorpresa. Hay que saber actuar anticipando los fenómenos, para minimizar efectos perniciosos. Y uno de los peores efectos sería que el voto popular, en un estado de duda o descreimiento, ayude a fortalecer a los partidos victimarios de las mayorías.
La oferta norteamericana
En su edición del 30 de mayo, El Cohete a la Luna ofreció un muy valioso artículo de Jorge Elbaum en el que abordaba el tema de la seria preocupación norteamericana por el crecimiento de China y de su expansión mundial, inquietud que está inigualablemente plasmada en todos los aspectos de la gigantesca Endless Frontier Act o Ley de Competencia 2021 de Estados Unidos, en la que por supuesto hay algunos párrafos destinados a la estrategia en relación a América Latina.
Como siempre decimos, debemos aprender de lo que ellos hacen, no de lo que nos dicen.
Con enorme puntillosidad, los autores de esta nueva ley recorren el panorama de debilidades estratégicas norteamericanas vis a vis la emergente China y proponen para contrarrestar cada una de ellas. En algunos casos se trata de fortalecer las capacidades estadounidenses y en muchos otros de debilitar a los competidores chinos utilizando todos los instrumentos económicos, tecnológicos, comerciales, diplomáticos y legales disponibles. Dentro de esta larguísima lista de acciones contra China aparecen muchas acciones para efectuar en el “patio trasero”, tanto para desalojar de aquí a los intereses asiáticos como para fortalecer la penetración de Estados Unidos en la región.
Muy lejos están los actuales legisladores norteamericanos del espíritu que tuvo la Alianza para el Progreso, que con el telón de fondo del miedo a la expansión del comunismo en nuestra región llevó a Robert Kennedy a proponer “techo, tierra y trabajo” para los latinoamericanos, conjuntamente con salud y educación. Es cierto, no proponía el desarrollo, pero era capaz de reconocer cuestiones vitales para el bienestar de los latinoamericanos que debían ser atendidas.
Hace décadas que Estados Unidos no es capaz de formular una oferta de alianza atractiva para nuestra región. Quizás porque los esfuerzos para sostener su competitividad militar y económica en otras regiones más exigentes los lleve a economizar esfuerzos y recursos en esta, salvo los destinados a sostener el control político ideológico regional. Tal vez porque el grado de hegemonía regional que han logrado no les exija realizar acciones significativas en ese sentido.
Al fin y al cabo, aprovechan la completa postración de las elites latinoamericanas, su falta total de orientación y de proyectos propios, y su asumido papel de representantes de los intereses “de la globalización” en sus propios países.
Lo cierto es que la Endless Frontier Act, tal como lo mostró Elbaum con precisión, tiene un conjunto de propuestas subdesarrollantes en relación a América Latina –en la dirección opuesta a las recomendaciones de fortalecimiento tecnológico e industrial formuladas para Estados Unidos–, combinadas con las conocidas medidas de “empoderar” periodistas y fundaciones para que denuncien y agiten a la opinión pública contra China, como ya vimos el año pasado en la increíble campaña contra las granjas de cerdos o la actual a favor de un laboratorio norteamericano productor de vacunas.
El drama estratégico norteamericano es que no puede suplantar el rol de China en Latinoamérica como gran demandante de productos primarios en nuestra región y como gran proveedor de créditos para infraestructura y tecnología avanzada, con lo cual su propuesta de expulsión de los intereses chinos no es acompañada con ninguna salida material viable y aceptable para los países. En algún sentido, la propuesta norteamericana para la región es como la de Juntos por el Cambio para la Argentina: destruir lo que hay, desplazar a los que no están alineados con Estados Unidos, a cambio de nada material. Por eso el acento está puesto siempre en lo imaginario: en las hazañas morales de una supuesta lucha contra la corrupción y el bloqueo a las supuestas calamidades que ocurrirían como consecuencia de estar en malas compañías.
Es lo que pasó exactamente en Brasil: la acción norteamericana –apoyada en sectores internos– a través del sistema judicial brasileño logró la remoción del PT del gobierno, el ataque y debilitamiento de las principales empresas privadas y públicas del Brasil, a cambio de la instalación del incalificable Jair Bolsonaro, la quema del Amazonas y la campaña antivacunas desde el Ejecutivo brasileño, además de las promesas de nuevas privatizaciones y reducción del gasto público.
Es importante entender que las notables afirmaciones recientes de Joe Biden sobre la importancia del Estado, de los sindicatos y del poder de consumo de las mayorías para contar con una economía robusta y en expansión sólo tienen validez dentro del territorio norteamericano, y no deben ser malinterpretadas pensando que son recomendaciones también válidas para los patios traseros en donde el Estado y los sindicatos son males a erradicar. Lo mismo que la ciencia, la tecnología y la industria.
El problema en nuestra región es muy profundo: el modelo neoliberal, más allá de los devenires políticos coyunturales en cada país, no satisface a las mayorías. No cumple con el imaginario que el propio neoliberalismo propone e implanta. Esto se expresó en el levantamiento en Chile en 2019, en la revuelta en Ecuador durante la gestión de Lenin Moreno, en la gigantesca movilización en Colombia en los últimos meses, y ahora sorpresivamente por la vía electoral en Perú. No lo ve quien no quiere verlo.
El malestar en la región es enorme y no se le ofrece a la gente perspectivas de mejora, y mucho menos de progreso. Los norteamericanos, que todo lo estudian, deberían considerarlo: ¿qué pasaría en esta realidad de rebelión de amplios sectores pauperizados si además se obliga a los países a renunciar a vínculos comerciales y financieros con China, que aportan trabajo y divisas? Parece que las estrategias blandas de intervención, como el uso intensivo de los medios conservadores, el Poder Judicial y los partidos semicoloniales tienen resultados limitados para debilitar ensayos políticos populares. Estas apuestas políticas populares reaparecen porque no hacen sino responder a este clima de malestar ineludible con el modelo promovido por los norteamericanos para la región.
Un destino mejor
La Argentina no está obligada a pasar por estas crisis sociales para salir adelante. Una distribución del ingreso que permita una vida aceptable para todxs es perfectamente viable en nuestro país. No otra cosa es lo que desea el gobierno, y encaja con que lo buena parte de la sociedad pretende: poder vivir bien, y pacíficamente.
Este gobierno, sin embargo, no parece encontrar hasta ahora la forma para lidiar con elites corporativas que insisten en su propio proyecto sectorial, intentando apropiarse en esta durísima coyuntura de porciones crecientes de la riqueza producida, a costa de los pobres, los precarios y los enflaquecidos sectores medios.
Alguien puede decir que esa es la lógica que prevalece en el capitalismo. Lo que también es cierto es que hace rato, en el capitalismo, el Estado dejó de ser simplemente el “comité de negocios de la burguesía”, como decía el joven Marx, y debió ganar autonomía para ser capaz de transformar las pulsiones cortoplacistas del capital en impulsos productivos que sean compatibles con la vida en sociedad.
Eso también hoy está en juego en nuestro país. Tampoco en este terreno es posible realizar un promedio entre proyectos socialmente inviables y proyectos socialmente inclusivos.
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