No se molesten, yo voy para allá

Macri viaja a Manhattan con las últimas monedas

 

Esta semana nos enteramos que en septiembre el Presidente Macri viajará 8.500 kilómetros para reunirse con los ejecutivos de los fondos de inversión Black Rock y Franklin Templeton en Manhattan. Aprovechando que le queda de paso, quizás también camine las siete cuadras que separan la sala de espera de Black Rock, en la avenida Madison, del podio de las Naciones Unidas, en la Primera Avenida, para pronunciar un discurso en la asamblea general del organismo. Un Presidente que asumió hace tres años con ínfulas de liderazgo regional, utilizará la principal cita de la diplomacia internacional como pretexto para extender la mano con el jarro en cuyo fondo tintinean los últimos pennies que le quedan.

Todas las cifras del informe sobre la evolución del mercado de cambios en el mes de julio que difundió el Banco Central esta semana confirman que los dólares no alcanzan, pero un rubro en particular explica el viaje de Macri a Nueva York. Por cuarto mes consecutivo, los extranjeros trajeron menos dólares para invertir en instrumentos financieros en pesos de corto plazo que los dólares que se llevaron tras liquidar aquellos en los que ya habían invertido. Desde que comenzó la corrida cambiaria en abril, se fugaron por este concepto US$ 3.517 millones, casi US$ 900 millones por mes.

 

 

 

Es un déficit que resulta alarmante apenas se advierte que el año pasado los inversores extranjeros ingresaron unos US$ 10.000 millones para posicionarse en pesos, apostando a la continuidad del atraso cambiario. Sin ese aporte, indispensable para un programa económico incapaz de obtener dólares genuinos por los canales del comercio exterior y las inversiones productivas, ni siquiera hubiesen bastado los miles de millones del endeudamiento externo para satisfacer la demanda de divisas por atesoramiento, turismo, déficit comercial y pago de intereses, que en 2017 sumó más de US$ 47.000 millones. En abril se soltó la cadena de la bicicleta que Macri venía pedaleando sin manos desde hacía dos años.

La elección de interlocutores del Presidente no ha sido casual. Franklin Templeton y Black Rock son los dos fondos que, durante la corrida cambiaria de mayo, aceptaron pagar US$ 3.000 millones para suscribir bonos BOTE denominados en pesos el mismo día que el Banco Central debía enfrentar la crítica licitación mensual de LEBACs. Aquel día los inversores locales, previsiblemente proclives a exaltar la sagacidad de sus pares foráneos, sospecharon que Templeton y Black Rock sabían algo que ellos ni siquiera intuían y optaron por recomprar todas las LEBACs. Ahora la amenaza es que el efecto contagio se repita con la misma potencia, pero en sentido opuesto, si alguno de esos dos fondos decide liquidar posiciones y llevarse sus dólares. Macri lo sabe y por eso viaja a reunirse con ellos. 

Si el gobierno no logra tentar una vez más a los capitales golondrina y sigue sin poder emitir deuda en los mercados internacionales porque su riesgo país duplica al de Brasil y cuadruplica al de Uruguay, deberá elegir entre escatimar las compras de dólares de los argentinos para ahorro y turismo, tolerar otra devaluación desordenada o recurrir a algún proveedor distinto que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacional de Pagos de Basilea o la República Popular China para procurarse los dólares que le faltan.

 

 

 

Una alternativa que empieza a mencionarse es un préstamo del gobierno de los Estados Unidos. En teoría no es imposible conseguirlo pero en la práctica sería muy difícil. La financiación consistiría en una línea de crédito o un contrato de swap del Fondo de Estabilización Cambiaria de los Estados Unidos, un fondo creado en 1934 con el propósito de intervenir en los mercados de monedas para estabilizar la cotización del dólar, pero cuyos recursos también pueden usarse para otorgar préstamos a otros países, por decisión del Secretario del Tesoro, “con la aprobación del Presidente”.

La última vez que el Fondo financió a un gobierno extranjero fue hace 16 años, cuando le concedió un préstamo puente de US$ 1.466 millones a Uruguay, que este país repagó a los cuatro meses. En la actualidad, la única operación vigente es un swap con México de US$ 3.000 millones concedido en el marco del tratado NAFTA. Ninguna financiación ha superado los US$ 5.000 millones, salvo por la línea de crédito de US$ 20.000 millones otorgada a México en 1995, por decisión de Bill Clinton, para enfrentar la crisis del Tequila y evitarle un quebranto a los bancos estadounidenses que habían invertido en bonos mexicanos. El plazo para el repago no puede exceder los seis meses, a menos que el Presidente le informe por escrito al Congreso que “circunstancias de emergencia o excepcionales” justifican extender su duración. La Argentina en crisis precisaría montos y plazos más generosos.

La nula utilización del Fondo de Estabilización Cambiaria en este siglo refleja el rechazo de la clase dirigente estadounidense a pagar el previsible costo politico de gastar recursos propios en rescates financieros internacionales. El Secretario del Tesoro del presidente George W. Bush, Paul O’Neill, lo expresó sin vueltas en 2001 para explicar por qué no correspondía que el gobierno de su país financiara al nuestro: “Hace falta una Argentina sustentable, no una que siga consumiendo el dinero de los plomeros y los carpinteros americanos que ganan cincuenta mil dólares al año y se preguntan qué diablos hacemos con su dinero”. Se intuye que es un sentimiento que cualquier Presidente republicano no dudaría en reiterar hoy. ¿Salvo Donald Trump? Tal vez Macri necesite averiguarlo muy pronto.

 

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