Cambiar algo para que nada cambie
“¿Qué generación se atreverá a llamarse fuerte y justa si no deja hijos fuertes y justos?”
Rafael Barrett
A diferencia de toda repetición que redunda en verdadero aprendizaje, repetir grado o año, desde que la escuela existe, siempre fue vivido como un castigo. Hay quienes dicen que es paso atrás inútil; de ahí su eliminación en algunos distritos y países. El nuevo régimen académico de la provincia elimina la repitencia en el secundario. Su implementación conlleva escenarios para los cuales pocos parecemos preparados y muchos con la disposición de quien quiere sacarse un problema de encima. Enfocada en los que trastabillan en el aprendizaje, la reforma permite hacernos preguntas fundamentales. Nunca es tarde.
Con el mismo sentido de pertenencia a una empresa que tiene un esclavo de Rappi o de Uber, es decir, ninguna, el docente-taxi peregrina por escuelas sin aquerenciarse en ninguna. A esta población nómada, que no ha dejado de crecer por cuadros políticos y sindicales que no hicieron —ni tienen en vista hacer— nada para cambiar su situación, el nuevo régimen le suma, como figura-espejo, el “estudiante itinerante”, que ya no repetirá, sino que cursará las materias adeudadas junto a alumnos que van a ritmo crucero, a rezagados que adeudan parte de algunas materias y a otros itinerantes como él.
El aula, poblada ahora por ex-repetidores y pocos estudiantes sin etiqueta, no parece distinta a la de la escuela normal, que aunaba alumnos disímiles provenientes de familias con distinto capital cultural, o a la de la incólume escuela rural, en la que conviven, en una misma aula, estudiantes de grados diversos de primaria y de secundaria. Pero, por varias razones, la escena es distinta.
En el colegio de mi infancia y adolescencia, era un número ínfimo el condenado a repetir el año. Sin queja y con coraje, familia y escuela templaban el carácter del crío, le daban armas para lidiar con las frustraciones que depara la vida, entre ellas, la de repetir el año. Así las cosas, quien tenía la mala fortuna de repetir, ya por razones escolares o extra-escolares, tenía también con qué arreglárselas. Algo cambió. Ni en casa ni en el colegio estamos a la altura del desafío que proponía Barrett.
Fingimos demencia frente a cursos que se nos volvieron extraños, tanto como cualquier otro grupo (familia, sindicato, partido, amigos, club) que no conforma un “nosotros” —tan firme como antaño— del que nos sintamos parte. Lejos de asumir esta extrañeza, formamos docentes para un aula homogénea, ideal e inexistente. De modo que al frente de esos cursos no está quien pueda lidiar con una diversidad notoria, y según no pocos/as docentes, cada día más inmanejable.
¿Cómo dictar clases al “itinerante” si se hace difícil dictarla al resto, cada día más extraño y enigmático? ¿Cómo hacerlo cuando, durante el ciclo lectivo, esta reforma dispone de períodos abocados solo a los itinerantes y a los rezagados, mientras, bajo prescripción tajante, deja al resto boyando en el aula, durante días y días, con la mirada fija en el techo, la ventana o el celular, y más aún, con saña creciente para con quienes los demoran en el avance de contenidos?
Inermes, los itinerantes son cada vez más. Ahora bien, no se repite “por obra y gracia del señor”, decía mi finada madre. Hay lógicas de estudio abandonadas, pantalla que captura la atención, cultura del esfuerzo guardada en el desván, familia que conspira contra una escuela que, a veces, muy pocas, la desempolva; pero, sobre todo, está la pérdida de sentido del secundario. “¿Para qué estudiar si no va a servirme de nada?”, se pregunta todo pibe o piba frente al futuro clausurado por esta etapa del capitalismo. En este marco, es un milagro que no sean muchos más los y las “itinerantes”, que, en realidad, ya vienen “itinerando” desde casa, donde tampoco hacen pie.
La realidad explota en la cara cuando se toma nota de que pibes y pibas siguen saliendo del secundario sin saber leer ni escribir decentemente; por algo repiten [1]. Ese no es un fantasma sólo agitado por la derecha en campañas de padres y madres en redes [2] o por políticos que ven algo más que una grieta en un sistema educativo al comando del progresismo desde el retorno de la democracia. Es una realidad tan cruel que, como si lo hecho en décadas no hubiera servido de nada, fuimos corriendo a desempolvar planes de alfabetización y hemos vuelto a foja cero, ya que el último de escala nacional se llevó a cabo en tiempos de Alfonsín.
Más allá de que no es solo nuestra, la responsabilidad de esta situación, en primer lugar, es de los y las docentes y de quienes planteamos políticas educativas como la eliminación de la repitencia. Mientras tanto, desde secretarías y ministerios idean galimatías (“trayectorias”, “TEA-TEP-TED” [3], “intensificar”, “profundizar”, “lecturas irrenunciables”, etc.),[4] cosmética dilatoria de la pregunta del millón sobre qué hacer más que reformas que, como en este caso, suman más trabajo al docente y allanan el camino al estudiante a “nivel opa”, diría también mi vieja.
En principio, la reforma incluye una exigencia inverosímil para cualquiera que quiera enseñar, de un docente de escuela a un alfarero o maestro zen. Todo encuentro entre maestro y discípulo supone un primer momento de conocimiento mutuo y acuerdo del proyecto que los une. En la educación formal se lo conoce como período de diagnóstico. El nuevo régimen, antes de esa instancia, es decir, antes de que docente y estudiante se vean las caras, aúnen expectativas y avizoren incluso futuros contratiempos, obliga a la presentación de la planificación con detalle de fecha, contenidos, bibliografía y actividades que se realizarán [5].
Con más de diez cursos a cargo, situación común dadas las condiciones laborales del plantel docente, se deben planificar, para el ciclo lectivo, más de 400 clases imaginarias en un ejercicio de “contabilidad creativa” que lleva días organizar y es absolutamente inútil, puesto que un paro (docente o de transportes) o un corte en la escuela (de luz o de agua), escenarios habituales en nuestro país, tanto como la esperable enfermedad de un/a docente sobreexigido/a, harán que las millares de planificaciones bonaerenses no hayan servido más que para sumar tareas inocuas e impagas [6]. En pocas palabras, el calendario pensado se va al diablo en esta Argentina real fuera del Excel.
En cuanto al camino allanado al estudiante, por mero rechazo a la reforma —los menos— o por simple pragmatismo —los más—, soto vocce o a voz en cuello, no pocas autoridades de escuela han expresado a las y los docentes, en reunión de comienzo de ciclo lectivo, el visto bueno para aprobar a medio mundo. Es la solución a mano para no atiborrarnos de los nuevos parias de un régimen que, antes de ponerse en práctica, no sabe qué hacer con ellos, como tampoco con pibes y pibas con espectro autista y otras discapacidades que vegetan en aulas, fruto de las buenas intenciones (y la crueldad) de quienes, de haber cielo, terminarán en el infierno [7]. Por suerte, en contrapartida de este laissez-faire educativo, los sondeos siguen confirmando que los y las estudiantes valoran a los docentes exigentes que, antes que regalarles nota, les proponen desafíos crecientes. Habrá que estar a la altura de esos pibes y pibas, que, aunque no se crea, son la mayoría.
Por otra parte, toda escuela prescribe qué leemos en el aula, si las sagradas escrituras, el Contrato social, el Libro rojo o Privilegiados, texto obligatorio en las escuelas durante el primer peronismo. La reforma también. Esto incluye no solo libros obligatorios para cada año —que refrendan la fe ciega en que cierta literatura, sin importar el contexto, garantiza el aprendizaje—, sino también actividades.
Respecto de estas últimas, desde el año pasado, especialmente para el ciclo inicial y primario, a los y las docentes se nos envían secuencias didácticas completas que incluyen hasta las preguntas que debemos hacer a los y las estudiantes. De la ex-ministra Soledad Acuña y de María Eugenia Vidal conocíamos el desprecio que la derecha anti-sarmientina tiene por el colectivo docente. El que se desprende de estas secuencias es toda una novedad. Que la propia provincia asuma que los y las docentes que en su territorio se forman no saben qué hacer con un texto en un aula, también muestra otra forma del desprecio, o más bien es la confesión de que quienes formamos docentes no estaríamos haciendo muy bien las cosas.
Por último, en respuesta a la evaluación del desempeño de las escuelas con la que amenaza la derecha toda vez que puede, como parte de una serie de reformas de los últimos años, se ha propuesto en la provincia que una institución evalúe el buen o mal proceder de otra. Ya hay varias pruebas piloto y estamos chochos de la vida. Es como si mamá y papá (o mamá y mamá, papá y papá, como se quiera) se propusieran evaluarse a sí mismos sobre la educación de sus hijos o hijas, ejercicio que, seguramente, terminaría con un “Qué bien que estamos haciendo las cosas, ¿no?” Si, con razones fundadas, nos resultan abominables las pruebas PISA que tanto gustan a la derecha, ¿por qué no brindamos una alternativa seria? Es muy difícil confiar en el lema “inclusión con calidad” sin medir los desempeños con evaluación de los aprendizajes y sin medir el buen o mal desempeño de cada institución.
Nietzsche decía que los griegos eran el pueblo más fuerte de la Antigüedad. Como pocos, afrontaban, sin excusas, los sinsabores y las fatalidades de la vida. El género tragedia le servía como prueba de un coraje sin igual.
Si confiamos en que las nuevas generaciones son quienes torcerán el destino suicida de este país, deberíamos prepararlos para semejante hazaña. Si la permisividad de padres y madres no ayuda, y la pantalla conspira, la reforma, además de sumar caos (lo reconoce cualquier docente y directivo), no parece proponer los desafíos crecientes que lleven a tal fin.
Salir de una vez del 2001
“Al cuarto día los maestros siguen caminando. Se han sumado sus hijos. Son los niños que no van a la escuela. La huelga, sépanlo o no, también es suya. Caminan por la educación, por el fracaso de un sistema. Son los niños que año a año repiten la barbarie cíclica: paros, recortes, programas inútiles, improvisadas e inconsecuentes reformas, enquistadas y torpes costumbres. Comprobados pésimos gobiernos, su generación será quien deba comandar los destinos de la provincia y tal vez al país”.
Opus (2005), de Mariano Donoso
Caso uno, protagonista. El karma de todo profe de Lengua: sufrir con matemática. Las fórmulas y los problemas, ¿son ideogramas o jeroglíficos? Maestra particular y machetes sirvieron para pasar el Rubicón del secundario y llegar a la universidad, que fue, en un primer momento, antes que institución educativa, muro infranqueable. Dos, otro dos y otro. Con tres patitos al hilo hay que recursar Economía en el CBC si se quiere seguir carrera adelante. En el segundo intento, ya en otra cátedra, aprobé, no sin comprobar, que, como avisaron Freud, Marx, Nietzsche y Borges, la repetición es diferencia.
Fue otro el camino necesario: otro (no más) tiempo dedicado, resúmenes y visita a la casa de un contador amigo de mi vieja; ensayo y error, eso que llamamos educación. Por eso aprobé y aprendí o viceversa. En esa metamorfosis ascendente, yo ya era otro.
Caso dos, testigo. “Profe, usted tenía razón, era mejor recursar”, me dice más de un estudiante cuando finalmente aprueba la materia luego del golpe, del bochazo. La educación es golpe; no solamente, pero es golpe: con uno mismo, con la frustración de leer y no entender nada o casi. Es golpe que duele hasta las lágrimas (del primer dos en Economía, en mi caso), golpe con otro/a que desafía e inspira. Si es “calma chicha” y vida entre algodones, es otra cosa: no escuela, sino enfermería o terapia intensiva.
En el 2001 la escuela fue, además de búnker, salita de primeros auxilios. Claro que hoy el afuera es también abominable: familia más rota que nunca, Estado ausente (incluso, cuando decía estar presente), sindicato sin brújula, cada quien atado al collar digital y los narcos y las casas de apuestas bien cerca de pibas y pibes a la deriva, que en el aula sólo tienen por docentes a acompañantes terapéuticos expertos en dar ánimo. No creo que necesiten coaches emocionales, y menos que los tratemos como enfermos, uno de los muchos modos que tenemos en la comunidad educativa de subestimarlos.
Claro que no hay que desatender el afuera: vienen rotos. ¿Quién no lo está en este 2001 al que contribuimos dedicándonos, los y las docentes, a “sostener” [8] antes que a educar? No piden bastón. Piden un maestro/a, alguien que les enseñe porque cree en ellos, porque los desafía, porque tiene el deseo de saber, sobre todo, en un mundo en el que el saber no vale, como decía mamá, “dos guitas”.
Pasado un cuarto, aún no empezó el nuevo siglo en este país condenado al eterno retorno. Seguimos estaqueados en el 2001. No solo lo dice la crisis política, económica y social extendida, sino también el modo en que tratamos a pibes y pibas en un aula, como enfermos. El consuelo de tontos es que, no solo aquí, también en otros países, en esta etapa del capitalismo la escuela no es otra cosa que un “hospital de día de futuros desocupados” [9].
En cuanto a la repitencia, como frente a tantas cosas, no hay que inventar la pólvora. Menos alumnos por curso (no más, como dispone la reciente reforma), mejor paga a las y los docentes (no igual con más trabajo, como dispone la reforma), pero también a las autoridades de las escuelas (que ganan poco más que un docente) y mejor formación de maestras y profesores, lo cual requiere menos cambios de diseños curriculares (que atrasan cada vez más y se renuevan cada dos días) y formas de evaluación seria de nuestro desempeño en las instituciones educativas, simplemente porque, como dijo el general, “el hombre es bueno, pero si se lo vigila, es mejor”.
Francófilos como somos desde que ni teníamos nombre como país, volvamos a tomar de ejemplo a Francia, que viene haciendo reformas profundas en educación en los últimos años, reformas que redundan en mejores resultados y no en peores como nosotros, luego de uno, otro y otro parche.
Carta abierta
“¿No queréis educar a los niños por caridad? ¡Pero hacedlo por miedo, por precaución, por egoísmo! ¡Moveos, el tiempo urge; mañana será tarde!”
D. F. Sarmiento
Tras la reforma, todo/a estudiante se pregunta: “¿Para qué voy a estudiar si, más tarde o más temprano, me van a aprobar?”. Hamletianamente, y en el fondo de la reforma, esa es “la” cuestión.
Como muchos estudiantes, madres, padres, colegas docentes y directivos disconformes con la reforma, soy peronista. En este movimiento no ha sido costumbre subestimar al pueblo; más bien hemos pecado por lo contrario. Considerar a los estudiantes como desvalidos que hay que “sostener” es una forma de humillación, de las peores que un docente que se precie pueda tener. Regalarles la nota, lejos de hacerles un bien, es un modo de despreciarlos y de sellar su futuro, condenándolos a ser siervos de por vida. Mientras, la élite, la verdadera casta, está chocha. Así las cosas, si la reforma no es peronista, ¿qué es en esencia? No es una pregunta metafísica, sino política; y urge que la hagamos, al menos, quienes aún nos da orgullo pertenecer a este movimiento. Urge, entonces, encontrar un verdadero proyecto educativo que vaya más allá de la escuela como salita o “política de cuidado”.
Abordamos el pasado reciente en un aula haciendo caso omiso del cambio de época. En lugar de confiar en que pibes y pibas puedan pensar con nosotros valiéndose de distintas fuentes, y juntos sacar conclusiones sobre el terrorismo de Estado y la lucha armada, preferimos repetir palabras que antes nos sostenían y hoy están vacías [10]. Esta actitud es, amén de otra prueba de nuestra cerrazón melancólica, otra forma de subestimación. Esta reforma es, además de proyección de nuestra falta de confianza en nosotros mismos y en un modelo de educación en el que tampoco confiamos, una prueba más de la subestimación a nuestros estudiantes.
El posibilismo del gobierno de Alberto Fernández mostró que ese no es el camino. Si en escala nacional hay que asumir errores de concepto y de proyecto, como en otras carteras, también hay que hacerlo en la educativa. Somos muchos estudiantes, madres, padres, docentes y directivos que votaremos al gobernador, quienes creemos que debemos tener un enfoque contrario al miserabilismo que deja traslucir esta reforma.
Hagamos a un lado las jornadas docentes que no son otra cosa que sesiones de autoayuda en las que nos damos palmadas en la espalda y ánimo para enfrentar un aula cada vez más detonada. Transformémoslas, de una buena vez, en foros para pensar realmente cómo salimos de esta situación. Dejemos de sostenernos en la queja y recuperemos la utopía. Recuperemos también el aula como sucedáneo de una esfera pública perdida. Su potencial político cobra más dimensión cuando ya no hay lugares para pensar nuevos posibles. No por casualidad la derecha anti-sarmientina desfinancia la educación. La razón no es presupuestaria. Ellos saben del potencial político del aula. Resta que lo veamos nosotros.
Autoridades de colegios, miembros de institutos de formación docente y de universidades, sindicatos, madres, padres, docentes y estudiantes tenemos que pensar en serio qué educación queremos, qué educación para qué idea de país y de familia. No podemos seguir negando la realidad. Como hizo el primer peronismo, hagámosle caso a Sarmiento [11] y pongámonos en marcha, que “mañana será tarde” [12].
[1] Que pibes y pibas no sepan leer y escribir no es un fantasma solo agitado por la derecha. Si así no fuera, no tendríamos talleres de lectura y escritura en ciclo superior y universitario, asignatura que cada vez apunta más a lo básico y no a la alfabetización académica.
[2] Ver: #NoEntiendenLoQueLeen.
[3] TEA (Trayectoria Educativa Avanzada), TEP (Trayectoria Educativa en Proceso) y TED (Trayectoria Educativa Discontinua).
[4] Hace poco tiempo, según la Ley de Educación Nacional, los y las docentes nos focalizábamos en “Núcleos de Aprendizaje Prioritario” (NAP). Ahora, bien se ve, cambió el glosario.
Propongo para la próxima reforma, en la cual seguiremos bajando los niveles de exigencia, que nos enfoquemos en “Contenidos Bonsái” (CB): Aprobará el secundario todo aquel que sepa la tabla del 2 y quien pueda separar una simple oración en sujeto y predicado. La propuesta no es chiste. Está en sintonía con quienes creen que basta con cambiarle el nombre a las cosas y bajar las dificultades que ellas nombran para hacerlas desaparecer.
Suena antipático, pero dejemos de pagarles el sueldo a quienes tienen más pericia para ser agentes de marketing que diseñadores de políticas públicas. La educación es cosa seria y no juego de lindos nombres para problemas que duelen.
[5] Esta exigencia es exclusivamente para el ciclo superior, involucrado también en esta reforma.
[6] Como impaga es, desde la pandemia, la labor realizada por miles de docentes en classrooms y otras plataformas para cada curso que tenemos a cargo.
Como una multinacional o como lo viene haciendo el gobierno de la Ciudad de Buenos Aries, se nos obliga a más trabajo por igual paga, situación que los y las docentes vivimos ya no con cansancio, sino con agotamiento. Esta es una rara decisión del gobierno de la provincia para un año electoral. Lo escribe quien, sin dudarlo, votará al gobernador actual en las próximas elecciones.
[7] Según Julián Mónaco, desde hace tiempo “ocurren prácticas de falsa inclusión [de estudiantes que reciben] un grado de ayuda muy intensivo de asistente de salud” que no redunda en aprendizaje. Ver “Integrar, esa es la cuestión”, en Cuadernillo de UNIPE, 10 años de la Ley de Educación Nacional.
Vale aclarar que la UNIPE no es una fundación de derecha, sino una institución que apoya las políticas educativas de los últimos años. Lo penoso es que no se tome nota cuando, desde dentro del sistema educativo, como en este caso, hay quienes prenden luces de alerta.
[8] Este es un término muy usado en estos años en educación. Hay que “sostener” las trayectorias, se nos implora. ¿Qué se sostiene sino algo que se está por caer, en este caso, un/a estudiante? Si la trayectoria educativa de fulano/a está en peligro, ¿por qué sostenerla, y no más bien, hacer algo en serio para que no esté más en peligro?
Como el de “estudiante itinerante”, hay términos que nos desnudan. O, como se dijo, que prueban una crueldad a la que no estábamos acostumbrados en quienes decimos defender la educación pública.
[9] La causticidad es de Dany-Robert Dufour en El arte de reducir cabezas. Sobre la nueva servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo total, Bs. As., Paidós, 2007.
[10] El lema “memoria, verdad y justicia” no tiene el mismo sentido que hace unos años. ¿Qué es la memoria en días en que delegamos todo al celular, en horas en las que, según parece, no hay tiempo para pensar? ¿Qué es la verdad en tiempos de post-verdad, cuando la ciencia, reemplazada por el oscurantismo, no tiene valor alguno? ¿Qué es la justicia en días de post-democracia bajo dominio de los mil-millonarios?
Claro que seguimos bregando por la memoria, la verdad y la justicia, pero hay que dejar la melancolía, dar por perdido lo perdido y asumir que el tiempo que nos toca es otro. Los y las estudiantes lo tienen claro. Es a nosotros/as, adultos, a quienes nos cuesta asumirlo.
[11] Aunque resistida en otros foros (la historiografía revisionista, por ejemplo), la figura de Sarmiento fue pilar no solo para el liberalismo triunfante después de Caseros, sino también para el primer peronismo. Baste como prueba constatar el lugar que ocupaba su figura en los libros de textos escolares. Aquel peronismo sabía que sin el coraje de “el loco”, como se lo conocía, no hubiera existido la escuela pública digna de respeto que supo tener este país.
[12] El artículo es parte de mi investigación en el marco del libro que vengo escribiendo Mamá, Perón y Sarmiento: Educar en el Apocalipsis zombie.
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