La realidad es dolorosa. Siempre. Y siempre es especialmente más dolorosa para los mismos. Y es importante tener los ojos bien abiertos, para que “no me sea indiferente”. Hay muchos que se han inmunizado frente al dolor de los demás. Particularmente aquellos que –además– son responsables de ese dolor. Porque seamos claros, una gran parte del dolor de hermanxs nuestros es dolor provocado o causado. Y no pienso vacunarme frente al dolor. También me duele (aunque el dolor de la solidaridad no es como el dolor de la pasión), y no me alegra que duela. Pero es lo que elegí, es donde quiero estar: sensible ante el dolor de mis hermanxs.
Hay insensibilidad por falta de empatía, hay insensibilidad por indiferencia, hay insensibilidad por sadismo. Y si pienso en la actualidad de las declaraciones de Cambiemos (en sus tres ramas, ciertamente: PRO, UCR y CC, o cuatro ramas, sumando la prensa) mi mirada frente al dolor de otros se transforma en rabia; no sólo ante la insensibilidad, la mentira, el odio, sino, además, por mirar cara a cara a los causantes.
Hubo cuarentena y hablaron de “infectadura”, de comunismo, de atentado contra la libertad, y llamaron sistemáticamente a violarla organizando marchas, diciendo que el coronavirus no era importante, y directamente reclamando que “muera el que tenga que morir”.
Celebraron cuando los infectados diarios pasaron la barrera de los 10.000 y señalaron que eso revelaba el fracaso de la cuarentena (que ellos habían invitado a romper), y empezaron casi como a festejar cada muerto soñando que con algún tipo de cuentas Argentina subiera al podio de los peores.
Alentaron todo tipo de encuentros sociales, desde la compra-venta, los espectáculos o deportivos y sobre todo la educación (la misma que ellos, siendo gobierno, boicotearon, aniquilaron, bastardearon, desfinanciaron); parecía que ahora les importaba. O hacían como si...
Los que dejaron vencer millones de vacunas, se negaron a inaugurar hospitales, degradaron a Secretaría el ministerio de Salud, dejaron pudrirse 22 ambulancias recién compradas, cuestionan al ministro de Salud y hasta proponen juicio político por hacer y deshacer en medio del caos de una enfermedad inesperada y desconocida.
Y ahora, porque de otro modo el odio no les permite respirar ni vivir, cuestionan la llegada de las vacunas del instituto Gamaleya. Obviamente (ideológicamente) esperan la llegada de la vacuna de Pfizer, aunque sea más cara y con más complicaciones para su distribución (por ejemplo, debe estar a -70 ºC). Incluso titulan “admirados” la llegada de las vacunas Pfizer a Chile (10.000 dosis) y boicotean la llegada de las vacunas Gamaleya a la Argentina (300.000 dosis). Y, por supuesto, alientan la campaña de no vacunación, temor, sospecha y mentira. Siempre y todo mentira.
A lo mejor sería bueno que el Estado vacune gratuitamente (con las vacunas que consiga) a casi toda su población; que los que no quieran vacunarse no se vacunen, y entre esos que “mueran los que tengan que morir”, o que ellos compren la vacuna que quieran darse. Pero ellos, lamentablemente, no se harán cargo, no se condolerán, no sufrirán por los enfermos y nuevos enfermos. No pienso vacunarme contra la insensibilidad, y prefiero seguir sufriendo los dolores de mis hermanxs. De estar vivo se trata.
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