“El primer objeto que coloqué en el baúl, al lado de la pócima para dormir fue, desde luego, la trompetilla fatal, lo que me hizo recordar al arcángel Gabriel, aunque si mal no recuerdo se supone que él toque su trompeta y no escuche a través de ella; esto, de acuerdo con la Biblia, sería el último día, cuando la humanidad se acerque a la catástrofe final. Extraño es que la Biblia parece siempre acabar en miseria y cataclismo. Siempre me ha intrigado que su furibundo y malintencionado Dios se haya vuelto tan popular. El ser humano es muy raro y no pretendo comprender mayor cosa: sin embargo, me pregunto: ¿por qué venerar algo que sólo te envía plagas y matanzas? Y ¿por qué se le echa la culpa a Eva?”
En uno de sus escasos raptos de siempre herético misticismo, así reflexiona Marion Loatherby, venerable ancianita de gráciles noventa y nueve años al empacar sus petates, antes de ser trasladada desde la casa donde mora junto a su crueles nieto y bisnieto hacia el Pozo de la Hermandad de la Luz. Siniestra viejoteca comandada por un matrimonio de psicólogos católicos al exclusivo fin de que allí termine sus días y donde encabezará una paulatina rebelión junto a otras damas no menos desopilantes. Sorda cuan tapia, poco antes de la partida Marion recibirá de su amigota Carmela una trompetilla de la que hará uso discrecional al momento de querer registrar las palabras ajenas, o no. Derrotero en el que irá relatando con tan exquisita como británica cadencia esa condena que se metamorfosea en aventura, sin escamotear imágenes surrealistas casi propias de la asociación libre, aunque impregnadas de una lógica interna bien distante tanto de la lógica cotidiana como de la razón matemática.
No es para menos, correspondiendo a una novela de la impar Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917- México DF, 2011), multifacética artista plástica, feminista, libertaria, escritora, cultora de la belleza. Tras estudiar arte en Londres y Florencia, se enamoró del artista Max Ernst (Brül, Alemania, 1891- Paris, 1976) con quien no sólo convivió dichosamente pese a los veintisiete años de diferencia sino que asimismo militó en los movimientos antifascistas, en el núcleo basal del dadá y en el surrealismo. Con la invasión nazi, Ernst fue a parar a un campo de concentración y Leonora huyó a España donde su padre la internó en un loquero, antro propicio a la descompensación, de donde también escapó rumbo a Lisboa. En la capital portuguesa encontró asilo en la embajada mexicana, país en el que residió hasta su muerte.
Como el chasqui desde México es perezoso, un año demoró en arribar a estas pampas La Trompetilla Acústica, novela de preciosa edición en tapa dura (una rareza en el forzadamente ahorrativo mercado local), engalanada con ocho deslumbrantes obras pictóricas de su autoría, alguna de ellas a doble página desplegable. Publicada por primera vez en francés en 1974, traza una historia no por lo sinuosa carente de rigurosa coherencia interna. A la delicadeza del lenguaje se le suma un potente desapego a cualquier costumbrismo, lo que le habilita a disparatar sin prejuicio alguno el mayor cataclismo. Sin perder el hilo, incursiona en apreciaciones políticas: “…fue un regalo que me hizo la princesa Celina Scarlatti cuando le compuse una sonata de dormitorio. Ella se la hizo hacer para sí misma en una ocasión en que se hallaba organizando un baile de travestistas en el Vaticano a beneficio de las lesbianas pobres. Pero al papa no le hizo ninguna gracia la idea”. Tanto como en observaciones estéticas: “A veces he pensado en escribir poesía yo misma, pero encontrar las rimas adecuadas es muy difícil, es como conducir una manada de pavos y canguros por una avenida muy transitada logrando mantenerlos juntos sin que se detengan a mirar las exhibiciones de los almacenes. ¡Hay tantas palabras! ¡Y todas significan algo!”
Entre chacotera y minuciosa, sin desmedro, la lengua de Carrington escribe en una voz subjetiva omnipresente, aun cuando recurre al dispositivo epistolar o al incursionar en el relato histórico, al momento de desplegar la historia de una abadesa medieval cuyo óleo pende en el comedor del asilo y desde donde la santa guiña el ojo a las comensales. Personaje que opera desde lo hondo de los tiempos, la monja Doña Rosalinda Alvarez Cruz de la Cueva se agrega a la decena de vitalicias internadas que, con propia identidad, duplica a la protagonista: “El convento sufrió rápidos cambios bajo la aguda dirección de la abadesa. Ella se instaló en una simple celda en el ala oeste del convento y para cuando el cardenal llegó había hecho colocar las estatuas de los santos en el lugar adecuado y había hecho retirar los cuernos de macho cabrío del Santo Tabernáculo. Cada vez que el cardenal se hallaba en las vecindades de su celda, la abadesa golpeaba el colchón de paja de su cuarto dando la impresión de que se infligía su flagelación diaria. Ocasionalmente, se dejaba ver por el cardenal envuelta en el aura azul pálido del almizcle de Magdalena, aunque la levitación era imposible sin la íntima colaboración de un caballero”.
Ese sutil, constante recurrir a la imagen y al color abraza el texto literario a la obra pictórica de Leonora Carrington, otorgando a la trama una plasticidad múltiple. Manifiesto ético, estético y político, abomina del sermoneo, con lo que logra un relato visual de vibrante intensidad cromática, como son los cuadros y esculturas de la autora, tan personales como encuadrables entre Hieronymus Bosch (Bolduque, c.1450-1516) y Brueghel El Viejo (Breda, 1525- Bruselas 1569). Correlato impregnado de surrealismo que subraya su identidad así como reverdece la historia en cada párrafo.
FICHA TÉCNICA
La Trompetilla Acústica
Leonora Carrington
México, 2017
176 págs.
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