No es la educación, es la economía
Los problemas no se arreglan mejorando las escuelas, sino reparando la desigualdad
Hace mucho me cautivó una idea seductora e intuitiva, en la que muchos de mis amigos ricos aún creen: que tanto la pobreza como la creciente desigualdad son en gran parte consecuencias del deficiente sistema educativo de Estados Unidos. Creía que solucionando eso podríamos curar gran parte de los males que nos aquejan.
Este sistema de creencias, que llamo "educacionismo", se basa en una historia familiar sobre causa y efecto: Estados Unidos creó un sistema de educación pública que era la envidia del mundo moderno. Ninguna Nación produjo graduados con mayor o mejor educación, y así se construyó la gran clase media estadounidense. Pero alrededor de la década de 1970, Estados Unidos extravió el camino. Permitimos que nuestras escuelas se derrumbaran, y nuestros puntajes en los exámenes y tasas de graduación bajaran. Los sistemas escolares que producían obreros fabriles bien pagos no pudieron seguir el ritmo de las crecientes demandas educativas de la nueva economía del conocimiento. A medida que las escuelas públicas se hundían, también lo hacía el poder adquisitivo de la clase media. Y con la desigualdad, también aumentaba la polarización política, el cinismo y la violencia, que amenazaban con socavar la democracia estadounidense.
Por eso tomé la educación como una causa filantrópica y una misión cívica. He dedicado innumerables horas y millones de dólares a la simple idea de que si mejoramos nuestras escuelas, si modernizamos nuestros planes de estudio y nuestros métodos de enseñanza, aumentamos sustancialmente los fondos escolares, eliminamos a los malos maestros y abrimos suficientes escuelas autónomas, los niños, especialmente los de las comunidades de bajos ingresos y de la clase trabajadora, comenzarían a aprender nuevamente. Las tasas de graduación y los salarios aumentarían, la pobreza y la desigualdad disminuirían, y se restablecería el compromiso público con la democracia.
Pero después de décadas de organización y entrega, he llegado a la incómoda conclusión de que estaba equivocado. Y odio estar equivocado.
Décadas después me di cuenta de que el educacionismo es un trágico error. La lucha de los trabajadores es porque están mal pagos, porque 40 años de confiar en el derrame han manipulado la economía en favor de los ricos como yo. Los estadounidenses están más educados que nunca, pero a pesar de eso, y a pesar del desempleo más bajo que nunca, la mayoría de los trabajadores, en todos los niveles educativos, han visto poco o ningún aumento salarial desde el año 2000.
Nuestro sistema educativo no puede compensar las fallas de nuestro sistema económico.
Debemos hacer todo lo posible para mejorar nuestras escuelas públicas. Pero ni el programa de reforma escolar más reflexivo y bien intencionado puede mejorar los resultados educativos si ignora el principal impulsor del logro estudiantil: el ingreso familiar.
A pesar de todas las fallas del sistema educativo todavía tenemos muchos distritos de escuelas públicas de alto rendimiento. Casi todos ellos están sostenidos por una comunidad próspera de familias de clase media económicamente seguras, con suficiente poder político para exigir grandes escuelas, tiempo y recursos para participar en ellas y dinero de los impuestos para financiarlas. En resumen, las grandes escuelas públicas son el producto de una clase media próspera, y no al revés. Páguese lo suficiente a las personas como para costear vidas dignas de clase media, y la consecuencia serán escuelas públicas de alta calidad. Pero permítase que la desigualdad económica crezca, y la desigualdad educativa crecerá inevitablemente con ella.
Al distraernos de estas verdades, el educacionismo es parte del problema.
Cada vez que hablo con mis amigos adinerados sobre los peligros del aumento de la desigualdad económica, aquellos que no se quedan mirando sus zapatos invariablemente responden con algo sobre el lamentable estado de nuestras escuelas públicas. Esta creencia está tan arraigada entre la elite filantrópica que de las 50 fundaciones familiares más grandes (que administran 144,000 millones de dólares en activos exentos de impuestos), 40 declaran que la educación es un tema clave. Solo uno menciona algo sobre la difícil situación de los trabajadores, la desigualdad económica o los salarios. Y debido a que los estadounidenses más ricos son tan poderosos políticamente, las consecuencias de sus creencias van mucho más allá de la filantropía.
Un tema importante en la narrativa educacional es la “brecha de habilidades”, la noción de que décadas de estancamiento salarial son en gran medida consecuencia de que los trabajadores no tengan la educación y las habilidades para ocupar nuevos empleos con salarios altos. Ese razonamiento agrega que si mejoramos nuestras escuelas públicas y aumentamos el porcentaje de estudiantes que alcanzan niveles más altos de educación, particularmente en las materias STEM —ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas—, la brecha de habilidades se reducirá, los salarios aumentarán y la desigualdad de ingresos caerá.
La verdadera historia es más complicada, y más preocupante. Sí, hay un desajuste entre las habilidades del presente y los empleos del futuro. En una economía tecnológicamente avanzada que cambia rápidamente, ¿cómo podría no haberlo? Pero este desajuste no explica la creciente desigualdad de los últimos 40 años.
En 1970, cuando la edad de oro de la clase media estadounidense estaba llegando a su punto máximo y la desigualdad al mínimo, solo la mitad de los estadounidenses mayores de 25 años tenían un diploma de escuela secundaria o su equivalente. Hoy, el 90 por ciento lo tiene. La proporción de estadounidenses que obtuvieron un título universitario se ha más que triplicado desde 1970. El pueblo nunca ha estado mejor educado, pero solo los más ricos han tenido grandes aumentos en los salarios reales. De 1979 a 2017, el salario promedio anual real del 1% de los estadounidenses aumentó 156% (y el salario del 0,01% superior aumentó en un impresionante 343%), pero el poder adquisitivo promedio de los estadounidenses no aumentó.
Algunos educadores podrían argumentar que los recientes avances educativos no han sido suficientes para mantenerse al día en una economía cambiante, pero aquí, una vez más, la verdad parece más complicada. Mientras que el 34 % de los estadounidenses mayores de 25 años tienen una licenciatura o más, solo el 26% de los trabajos lo requieren. Además, las categorías de empleos que crecen más rápido, por lo general, no requieren un diploma universitario, y mucho menos un título STEM. Según las estimaciones oficiales, cuatro de las cinco categorías ocupacionales proyectadas para agregar la mayor cantidad de empleos a la economía en los próximos cinco años se encuentran entre los empleos con los salarios más bajos: "preparación y servicio de alimentos" (19.130 dólares promedio anuales), "cuidado personal y servicio" ( 21.260), "ventas y afines" (25.360) y "asistencia paramédica" (26.440 dólares al año).
En octubre de 2018 hubo un millón de vacantes laborales más que solicitantes de empleo. Incluso si todos estos empleos no ocupados fueran en profesiones STEM en la parte superior de la escala salarial, serían de poca ayuda para la mayoría de los 141 millones de trabajadores estadounidenses en nueve deciles inferiores de ingresos.
Vale la pena señalar que los trabajadores con un título universitario disfrutan de una diferencia salarial significativa sobre los que no lo tienen (un promedio de 53.882 dólares en 2017, en comparación con 32.320 para quienes solo tienen educación secundaria). Pero incluso con esa ventaja, el salario promedio por hora para los graduados universitarios apenas se ha movido desde el 2000, mientras que el 60 por ciento de los graduados universitarios gana menos que en 2000. Un diploma universitario ya no es un pasaporte seguro a la clase media.
Casi todas las ventajas del crecimiento económico han sido captadas por las grandes empresas y sus accionistas. Las ganancias corporativas después de impuestos se han duplicado, de alrededor del 5% del PIB en 1970 a alrededor del 10%, incluso cuando los salarios como porcentaje del PIB han caído en aproximadamente el 8%. Y la participación del 1% más rico en los ingresos antes de impuestos se ha más que duplicado, desde el 9% en 1973 hasta el 21% en la actualidad. En conjunto, estas dos tendencias representan una transferencia de más de 2 billones de dólares al año, de la clase media a las corporaciones y los súper ricos.
El estado del mercado laboral proporciona evidencia adicional de que la disminución de la fortuna de los trabajadores con salarios bajos no se explica por la oferta y la demanda. Con la tasa de desempleo cerca del mínimo en 50 años, las industrias de bajos salarios, como alojamiento, servicio de alimentos y comercio minorista, están luchando para hacer frente a la escasez de solicitantes de empleo, lo que lleva a The Wall Street Journal a lamentar que "los empleos de baja cualificación son cada vez más difíciles de cubrir para los empleadores”. Si los salarios se establecieran de la manera que sugerían nuestros libros de texto, los trabajadores se beneficiarían de esta dinámica. Sin embargo, fuera de las ciudades y los estados que recientemente han impuesto un salario mínimo local sustancialmente más alto, los trabajadores de bajos salarios han visto que sus ingresos reales apenas se mueven.
Todo lo cual sugiere que la desigualdad en los ingresos no se ha disparado debido a las fallas educativas de nuestro país, sino a pesar de su progreso educativo. Por justificable que sea el enfoque en los planes de estudio y la innovación y la reforma institucional, las personas que ven la educación como una solución para todo han ignorado la mejor medición predictiva del éxito educativo de un niño: el ingreso familiar.
La literatura científica sobre este tema es robusta, y el consenso es abrumador. Cuanto más bajos sean los ingresos de sus padres, más bajo será su nivel probable de logros educativos. Punto. Pero en lugar de centrarse en formas de aumentar los ingresos familiares, los educadores de ambos partidos políticos hablan de ampliar las oportunidades a los niños pobres, más recientemente en forma de escuelas charter o autónomas. Sin embargo, para muchos niños, especialmente aquellos criados en la pobreza racialmente endémica de gran parte de los Estados Unidos, la oportunidad de asistir a una buena escuela pública no es suficiente para superar los efectos de los ingresos familiares limitados.
Como señala el economista liberal Lawrence Mishel, la pobreza crea obstáculos que podrían hacer tropezar incluso a los estudiantes más dotados. Señala la difícil situación de "los niños que cambian de escuela con frecuencia debido a una vivienda deficiente; poca ayuda con la tarea; pocos modelos de éxito a seguir; más exposición al plomo y al amianto; problemas de visión, oído, dentales u otros problemas de salud no tratados; ... y vivir en un entorno caótico y frecuentemente inseguro".
Varios estudios han encontrado que solo alrededor del 20% de los resultados de los estudiantes pueden atribuirse a la escolarización, mientras que alrededor del 60 % se explica por las circunstancias familiares, y en especial, los ingresos. Poco más de la mitad de los estudiantes de escuelas públicas de hoy llenan los requisitos para recibir almuerzos escolares gratuitos o de precio reducido, 38% más que en 2000. Si los estudiantes se están rezagando en la alfabetización, el cálculo numérico y las habilidades de resolución de problemas que demanda la economía moderna, la mayor parte de la culpa no la tienen los docentes o sus sindicatos, sino los bajos ingresos familiares.
Si realmente queremos dar a cada niño una oportunidad honesta e igual de tener éxito, debemos hacer mucho más que ofrecerles una escalera de oportunidades, también debemos reducir la distancia entre los peldaños de la escalera. Debemos invertir no solo en nuestros hijos, sino también en sus familias y sus comunidades. Debemos proporcionar educación pública de alta calidad, seguro, pero también viviendas de alta calidad, atención médica, atención infantil y todos los otros requisitos previos para una vida segura de clase media. Y lo más importante, si queremos construir el tipo de comunidades prósperas de clase media en las que las grandes escuelas públicas siempre han prosperado, debemos pagar a todos nuestros trabajadores, no solo a los ingenieros de software y financieros, un salario digno de clase media.
Hoy en día, después de que las élites adineradas engullen nuestra gran proporción de ingresos nacionales, la familia estadounidense media recibe 76.000 dólares al año. Si la remuneración por hora hubiera crecido con la productividad desde 1973, como lo hizo durante el cuarto de siglo anterior, según el Instituto de Política Económica, esa familia ahora ganaría más de 105.000 dólares al año. Imagínese, dejando de lado las reformas educativas, cuánto más grande, más fuerte y mejor educada sería nuestra clase media si la familia estadounidense promedio disfrutara de un aumento de 29.000 dólares por año.
De hecho, la forma más directa de abordar la creciente desigualdad económica es simplemente pagar más a los trabajadores, aumentando el salario mínimo; mediante el fortalecimiento del poder de negociación del trabajo; y cobrando impuestos más altos, mucho más altos, sobre personas ricas como yo y nuestros bienes.
El educacionismo atrae a los ricos y poderosos porque nos dice lo que queremos escuchar: que podemos ayudar a restaurar la prosperidad compartida sin compartir nuestra riqueza o poder. Como lo explica Anand Giridharadas en su libro Winners Take All: The Elite Charade of Changing the World, narraciones como esta permiten que los ricos nos sintamos bien con nosotros mismos. Al distraerse de las verdaderas causas de la desigualdad económica, también defienden el status quo extremadamente desigual de Estados Unidos.
Hemos confundido un síntoma, la desigualdad educativa, con la enfermedad subyacente: la desigualdad económica. La escolarización puede aumentar las perspectivas de los trabajadores individuales, pero no cambia el problema central, que es que el 90 % inferior está participando de una parte cada vez menor de la riqueza nacional. Arreglar ese problema requerirá que las personas ricas no solo den más, sino que tomen menos.
* Publicado en The Atlantic
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