A casi diez años de la muerte de Néstor Kirchner, un libro compilado por Jorge 'Topo' Devoto recoge algunas de las historias que lo tienen como protagonista, contadas por quienes lo conocieron: Andrés Larroque, el Papa Francisco, Alberto Fernández, Hugo Moyano, Juan Gelman, Alejandro Dolina, Víctor Hugo Morales, Hugo Yasky, Estela de Carlotto, Pedro Saborido, Evo Morales, Rafael Correa, Hebe de Bonafini, y muchos más. Este fragmento que aquí adelantamos es aquel en el cual el actual Ministro del Interior, Eduardo 'Wado' de Pedro, recuerda su experiencia formadora junto al ex Presidente.
El hacedor
Antes de ponerme a escribir, hablé con compañeros y compañeras para saber qué esperaban de un texto sobre Néstor. Encontré opiniones diversas. Algunos pedían la reproducción casi textual de las charlas que había tenido con él, otros esperaban anécdotas más emotivas.
Después de pensar varios días, e imaginando que el resto de los colegas van a nutrir a este libro de amor y recuerdos de ese Flaco maravilloso, voy a aprovechar esta oportunidad para compartir con ustedes, a través de algunos recuerdos, la línea política, las ideas, los consejos y las reflexiones que Néstor nos brindó. La idea es tratar de contar lo que, a través de nosotros, él quería comunicar a la juventud y al resto de los actores políticos. No soy bueno escribiendo, pero aprovechando que escribodecorrido, espero que los y las jóvenes que no pudieron tener la suerte de conocerlo, puedan escuchar su voz a través de estas palabras.
La primera vez que lo vi, fue en un acto en Casa Rosada, donde realizó un homenaje a los argentinos y argentinas asesinados el 19 y 20 de diciembre del 2001. Habían pasado poco más de tres años de aquel sangriento episodio. Allí, sin presentarme, me puse a su lado para la foto de los familiares de asesinados y víctimas de la represión.
En los comienzos de su gobierno, la Plaza de Mayo seguía repleta de protestas. En la Casa de Gobierno se trabajaba día y noche para resolver los problemas de gente que había sido olvidada durante muchos años. Se resolvían hipotecas, quiebras, alimentos para los más rezagados y todo tipo de urgencias. Reconocí a un Presidente que venía a reparar todas las injusticias sufridas en distintas épocas de nuestra historia.
Sobrevolaba la idea de que, para empezar a ser un país en serio, había que sanar las heridas del pasado.
Lo escuché y lo observé tanto como pude. Su coraje para soñar una gran nación y para tomar las decisiones que muy pocos políticos se animan a tomar, su generosidad para dar a nuestro país hasta su último esfuerzo, me daban la sensación de haberlo conocido desde siempre.
De resistir a construir: la política como herramienta de transformación
Al cumplirse veinte años del golpe de Estado, yo tenía 19 años de edad. Ya hacía un año que los hijos e hijas de desaparecidos nos habíamos reunido en una sede de ATE a compartir nuestras historias y pensar nuestro futuro. El 24 de marzo de 1996, se produjo la primera marcha masiva reclamando «Memoria, Verdad y Justicia», y comenzaron a salir varios libros sobre la experiencia política de los '70. Parecía que la sociedad estaba recién asimilando los crímenes de la dictadura.
En ese contexto comencé la militancia en HIJOS (Hijos por la Identidad contra el Olvido y el Silencio). Estaba convencido de que el «Nunca Más» no iba a ser posible si no hacíamos algo con la impunidad que todavía existía en el país, y que me generaba también un sentimiento de compromiso personal. En ese contexto, muchos de los que después íbamos a integrar La Cámpora y otras agrupaciones nos fuimos encontrando en distintos espacios en plena gestación.
Formo parte de una generación que resistió en los '90, militando en organizaciones estudiantiles, gremiales y barriales. En aquel entonces conocí al «Cuervo» Larroque, a Axel Kicillof, a Mariano Recalde y a otros compañeros y compañeras. Fue cuando se cruzaron nuestros caminos, y hoy seguimos caminando juntos. Siempre confiamos en la fuerza de la gente organizada, en el poder de transformación de la militancia. Pero en esos días reinaba el «no se puede» y se discutía el fin de la historia.
Eran tiempos de mucha confusión. El entonces Presidente Carlos Menem había traicionado todas las banderas del peronismo. El desprestigio de la política y el desinterés estaban de moda.
Después de Menem vino la primera Alianza. Recuerdo las jornadas del 19 y 20 de diciembre, cuando salimos a la calle a decirle que no al estado de sitio impuesto por Fernando de la Rúa. Durante esas jornadas nos volvimos a cruzar estudiantes, trabajadores y gente cansada de tanta mentira y manipulación. En esas jornadas terminé detenido, golpeado y picaneado en plena Plaza de Mayo, por interceder ante la represión a las Madres.
Luego de profundizar el ajuste y endeudarnos por generaciones con el Megacanje y el Blindaje, De la Rúa se fue en medio de protestas populares, con muertos y represión. Ese gobierno fue un símbolo de su tiempo: llegó sin armado político, escondido detrás de trucos de comunicación y protegido por los grandes medios. Años después llegaría una segunda Alianza, Cambiemos. Y cualquier similitud con aquella, no es mera coincidencia.
En ese contexto llegó Néstor. Después de semejante estallido, la convicción y la firmeza del Flaco nos devolvieron la confianza en la política. A quienes sabíamos que se podía recuperar esa función transformadora y construir un peronismo comprometido con su historia de justicia social, su irrupción en la escena nacional nos llenó de esperanza y de valor. Sabíamos que se abría un horizonte diferente. Venía algo nuevo y mejor. Fue la señal para poner en movimiento la energía y los aprendizajes de los años previos, pero para construir un futuro mejor. Pasamos de resistir a construir.
Años después, otra generación de argentinos y argentinas iba a transitar una experiencia muy distinta a la nuestra. Una época de increíbles avances en materia de ampliación de derechos e inclusión social, en la que se comprobaría la capacidad creativa de la actividad política, con un Estado capaz de promover la prosperidad de las mayorías. Cristina la bautizó «la Generación del Bicentenario».
Esa generación conoció un Estado que los cuidaba, que los convocaba a ensanchar los márgenes de lo posible y que los invitaba a participar de la transformación de la patria. Néstor y Cristina les enseñaron qué es y para qué sirve la política, tanto en palabras como en hechos.
La organización vence al tiempo
Néstor sabía de la debilidad de aquella joven democracia, todavía vulnerable a la influencia de poderes fácticos que suponen un contrapeso a las mayorías populares. Por eso apostó al fortalecimiento de las instituciones y los partidos políticos. Solía decir que la Argentina necesitaba un sistema político constituido por dos fuerzas políticas: una de centro-izquierda y una de centro-derecha, donde la alternancia no alterara el funcionamiento de los derechos esenciales de la gente.
Le dedicó cada minuto de su vida al armado político. Recibía y escuchaba a todos. Recibía a gremialistas, empresarios, gobernadores, candidatos, intendentes y concejales, a todos y todas. Siempre armando según criterios de contrapeso en su mapa de poder. Respecto de la juventud, junto a Máximo, nos convocó a formar una organización capaz de construir poder. Insistía en que, a partir de nuestro compromiso militante, debíamos convertirnos en dirigentes con capacidad de representar. Nos llamó la atención sobre la importancia de extender nuestra organización a nivel territorial. Nos encomendó la tarea de reunir hombres y mujeres, compañeras y compañeros con convicciones y valores firmes.
En un viaje a Calafate, caminando con Máximo por el jardín de su casa, nos dijo: «Hay que pensar que si perdemos una elección, tenemos que seguir construyendo. Para eso necesitamos un compañero en cada pueblo, que pueda ser candidato a concejal, que sea nuestro, alguien que si nos toca perder, no se acomode en la política, que siga del lado de la gente. Uno que no se venda».
Entre algunos papeles y anotaciones que guardo de aquellos años, encontré un documento. Sintetizaba las conclusiones de una reunión con Néstor, en la que nos invitaba a participar del Partido Justicialista. Esa «minuta» está fechada el 28 de febrero del 2008. La transcribo a continuación.
Se habló de la necesidad de rearmar el Partido Justicialista. Algunas de las líneas que me acuerdo son estas: tratar de renovar los lugares de conducción con cuadros nuevos, hacer un partido amplio, considerarlo la columna vertebral del movimiento, impregnarle una ideología de centro-izquierda, darle un sentido importante a la formación de cuadros técnicos. Habló de mantener el espíritu de unidad y amplitud.
A nosotros en particular nos encomendó armar la Juventud Peronista con la siguiente impronta: convocatoria amplia, dedicarse a la formación de cuadros, formación política y técnica, recuperar la mística, no repetir los errores de otras épocas.
Nos encargó que seamos los responsables de organizar la JP. Para ello definió dos ámbitos concretos: la militancia territorial y la universitaria. Habló de la necesidad de recuperar la militancia política en los jóvenes, en el sentido de un movimiento de masas. Habló de la militancia territorial junto a los sectores populares.
En materia de militancia universitaria fue muy preciso, dijo que hay que discutir un proyecto de universidad que esté en sintonía con el proyecto de país. Habló mucho de la formación de cuadros técnicos, como una necesidad actual y futura de la construcción. Ejemplificó la necesidad diciendo que hoy el proyecto se está nutriendo de cuadros que no comparten del todo el pensamiento actual del gobierno. Habló de la necesidad de contar con 5000 cuadros técnicos formados.
Le dio suma importancia a la formación integral de los miembros de la JP.
«No hay que ir a un acto y cantar cualquier cosa, nosotros nos juntábamos a discutir mucho las consignas y cantábamos eso: una consigna que tenía una línea política discutida». También hay que formarse en economía, presupuestos, monitoreo de ejecuciones provinciales y cuentas nacionales.
La construcción de organización política desde la juventud fue una prioridad para él y lo demostraba en sus actos. El 21 de diciembre del 2009, Néstor se acercó para hablarnos en el encuentro de la militancia que realizamos en la Biblioteca Nacional. Habían pasado solo seis meses de la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, nos pidió convivencia, pluralidad, humildad, autocrítica, cercanía con el pueblo y profundización del proyecto colectivo con pasión, amor, sueños y convicciones.
Recuerdo otra charla del 2009, una larga sobremesa después de una cena en Olivos. Néstor, parado, se apoyó en el respaldo de su silla. Después de un silencio largo nos miró y dijo: «Aprendan bien cómo funciona el Estado para hacerlo ágil y práctico. Las políticas y los recursos tienen que llegarle a la gente. Si no, ¿saben qué pasa? Tenemos que seguir llamando a los tecnócratas».
Me incorporé al gobierno de Cristina como director de Aerolíneas Argentinas el 13 de julio del 2009. Un año después, en un viaje a España para reinaugurar la sede histórica de la empresa, Néstor me chicaneó:
«Che, ¿ustedes llenan el Luna? ¿Cuándo van a hacer un Luna Park? Déjense de joder, con todo el potencial que tienen». Cuando volví a Buenos Aires, lo primero que hice fue hablar con Máximo, ir al Luna y reservar fecha para el 14 de septiembre.
La convocatoria tenía como consigna: «Néstor le habla a la juventud. La juventud le habla a Néstor». Pero el sábado 11, tras un chequeo médico programado, debió someterse a una angioplastia y le colocaron un stent. La noticia impactó de lleno en la militancia y generó mucha incertidumbre. Lo lógico hubiera sido suspender y reprogramar el acto, pero Néstor quería ir a toda costa. Aquella tarde, el Luna explotó de gente y miles se quedaron afuera viéndolo por las pantallas. El destino quiso que sea Cristina la encargada de hablarle a la juventud. Néstor, que no conocía otra forma de hacer política que no fuera poniéndole el cuerpo, allí estuvo. Desoyendo todas las indicaciones médicas, permaneció sentado, visiblemente emocionado, asistiendo al acto que terminaría siendo un bautismo de fuego para una generación de miles de militantes de la juventud peronista.
Apenas un mes después, cambiaría todo en un instante. Recuerdo la mañana del 27 de octubre del 2010 como si fuera hoy. Escribía ideas para un encuentro al que Néstor me había pedido que asistiera. «Wado, hay que armar masa crítica con los productores del campo. Las estructuras tradicionales están muy partidizadas. Hay que ayudar a que se organicen los productores. Los pequeños, los medianos, los grandes; todos los que están de acuerdo con la sinergia entre la industria y el campo, los que piensan en los argentinos y quieren mantener un modelo económico a largo plazo». El encuentro se iba a hacer en Mar del Plata y Néstor iba a participar. A media mañana prendí el celular y vi los mensajes. No lo podía creer. Puse algo de ropa en una mochila y salí hacia Aeroparque, quería estar cerca. Al llegar a Aeroparque recibí un mensaje que pedía que esperemos en Buenos Aires. Entonces fui hasta la casa de Juan Cabandié. Para muchos hijos de desaparecidos, la sensación había sido similar, nos atravesó tan fuerte como la muerte de un familiar, quizás, del padre que no pudimos despedir.
Soluciones para la gente
A la hora de hacer realidad el proyecto de país, Cristina y el grupo de hombres y mujeres que lo acompañaron eran incansables. Como saben bien quienes lo conocieron, Néstor estaba encima de todos los ministros, conocía todos los números de la economía y siempre estaba al tanto del avance de cada política.
Su primera acción de gobierno es todo un símbolo. A solo 48 horas de haber asumido la presidencia, Néstor viajó a Entre Ríos para destrabar un conflicto docente. No pidió tiempo, no dijo que no había plata (que no había), no responsabilizó al gobierno provincial (que era responsable) ni organizó una mesa de diálogo. Néstor fue en persona, se hizo cargo del conflicto y lo resolvió. Su mensaje fue tan contundente como su acción: «Tenemos que trabajar mucho, tenemos que poner mucho esfuerzo, tenemos que estar donde están los problemas. Nos faltarán muchas cosas, pero no nos falta ni ganas, ni fuerza, ni decisión de construir una Argentina distinta».
Los ejemplos sobran. En cada recorrida por cada rincón de la patria dejaba la marca de sus convicciones. Lo que sucedió en el barrio de Villa Palito, en La Matanza, es otro testimonio fiel de su impronta de Presidente militante. Todavía resuenan en la memoria de los vecinos y vecinas las palabras que pronunció aquel día en ese barrio tan postergado, y que decían mucho de él: «Queremos un Estado al que le duela lo que sufre nuestro pueblo. Tiremos los caños de agua y después discutimos. Solo les pido ayuda, yo voy al frente».
La gestión del Estado era muy importante para él. Una reunión días después de la derrota en las elecciones legislativas del 2009, me grabó a fuego esa idea. Néstor nos había convocado a encontrarnos en la casa de Máximo. Fuimos varias y varios de nosotros, con todos los diarios leídos y todas las teorías e hipótesis en las que no habíamos dejado de pensar desde la noche del escrutinio para entender por qué habíamos perdido la elección en la provincia de Buenos Aires. Néstor nos escuchó con atención. Cuando terminamos, en lugar de confirmar o refutar lo que habíamos opinado, nos empezó a preguntar: «¿Cómo están las veredas en la cuadra donde vivís? ¿Están trabajando bien los negocios de tu barrio? ¿Qué les cuenta la gente en los barrios donde militan? ¿Se viaja bien cuando vas a trabajar?». Nuestras interpretaciones podían estar bien o mal, pero la clave de la elección estaba en las respuestas a esas preguntas.
A principios de este año escuché otra historia que da una idea de su atención a cada detalle. Ya como ministro del Interior, me tocó acompañar al Presidente Alberto Fernández a la provincia de Tucumán. En una reunión con el gobernador Juan Manzur, el intendente de Tafí Viejo, Javier Noguera, hablando de la necesidad de reactivar los talleres ferroviarios de la ciudad, nos contó que Néstor durante su gobierno llamaba personalmente por teléfono al jefe del taller para ver cómo venía la reparación de los coches y otros pormenores de su labor. Así era Néstor, un hacedor, comprometido con que las cosas ocurran e interesado en la gente que hace que las cosas ocurran.
Militantes territoriales, sociales y de organismos de derechos humanos, intendentes, gobernadoras, empresarios y ministras, cada una de las mujeres y los hombres que se dedican a la política y la gestión pública en nuestro país pueden contar historias parecidas sobre el entusiasmo de Néstor con el hacer. Lo interesante de esas historias no está en el retrato de un tipo inusualmente trabajador, exigente o atento, sino en la huella que cada una de esas intervenciones dejó sobre la vida de ciudades y de su gente, lugares de trabajo y hogares de todo el país.
La mejora de las condiciones de vida de las grandes mayorías, como dijo Cristina y nunca está de más repetirlo, no ocurre por arte de magia. Es el resultado de decisiones firmes, muchas veces contrarias a intereses muy poderosos, y del trabajo que requiere un cumplimiento minucioso de los compromisos asumidos con la gente.
Un proyecto de desarrollo para Argentina
El discurso de asunción del 25 de mayo del 2003 fue encendiendo luces que nos señalaron un camino. Anunció que llegaban al gobierno hombres y mujeres comunes. Habló de un capitalismo nacional que volviera a permitir que las nuevas generaciones tuvieran más oportunidades y mejores condiciones de vida que las anteriores. Propuso proteger a nuestros trabajadores, nuestras industrias y nuestros productores, vinculándolos al desarrollo de la ciencia y la tecnología, con una perspectiva geopolítica de Patria Grande, en un mundo multipolar.
Defendió el proyecto de un Estado igualador e integrador de los hombres y las mujeres, un Estado que debía trabajar día y noche para asegurar los derechos constitucionales a la salud, la educación, el trabajo y la vivienda para todas y todos. Hizo hincapié en las políticas económicas y sociales que permitirían eliminar la pobreza y saldar soberanamente nuestras deudas. Señaló que para alcanzar esos objetivos, era necesario sostener el crecimiento económico durante –por lo menos– quince años y distribuir los frutos de ese crecimiento de una manera equitativa a través del mercado interno como el motor de la expansión.
Todo esto podía parecer en ese momento una lista de deseos improbables. Néstor demostró pronto que el exagerado no era él, sino quienes antes habían magnificado los obstáculos para justificar el incumplimiento de sus compromisos electorales. Sin excusas ni demoras se puso a trabajar para recorrer el camino que había trazado.
Néstor entendió la política como una herramienta para fortalecer a la gente de a pie, especialmente a la gente más humilde, frente al avance de los poderes concentrados que no tienen que revalidarse en elecciones periódicas y no se someten al veredicto de la opinión. Son sectores que influyen cotidianamente en cómo estudiamos, trabajamos, nos informamos e incluso en cómo nos divertimos los ciudadanos y las ciudadanas de nuestro país. Esa idea de la política como resguardo es la que volvió a expresar Cristina Kirchner en un memorable discurso del 2012: «Que nadie se engañe, no somos nosotros el problema. El día que no estemos nosotros, como se los dije muchas veces a los trabajadores, irán por el verdadero objetivo que es volver a lograr mano de obra barata en la República Argentina, como la tuvieron durante décadas».
La experiencia de varios países hermanos y la del nuestro muestra que los poderes concentrados no han dudado en recurrir a estrategias golpistas y al abuso de los tribunales como recurso de persecución para conseguir lo que no pueden obtener en las urnas. En los últimos tiempos hemos comprobado el alcance de la red de complicidades judiciales y mediáticas que atacó de manera despiadada a Cristina durante todos estos años; una red de la que no solo participan intereses locales, sino todos los que esperan hacer un buen negocio del debilitamiento de las y los líderes populares de nuestro país.
Néstor creía, por su formación, pero también por su personalidad reacia a toda forma de sometimiento, que una nación no puede desarrollarse solamente en las actividades que otros le permiten o explotando sus supuestas ventajas naturales. Se imaginaba un país capaz de alcanzar una inserción internacional a partir del comercio de productos con alto valor agregado. Sabía que era fundamental estimular la producción de conocimiento y la innovación locales para que ese agregado de valor fuera significativo y estable. Y sentó las bases que demostraron que esa Argentina era posible.
Reconstruir un futuro industrial moderno para nuestro país implicaba desandar el camino que recorrieron todos los gobiernos neoliberales. Esos proyectos se propusieron desmantelar las bases de una estructura productiva que denunciaban como anacrónica e ineficiente.
Néstor sabía que la Argentina necesitaba un empresariado que entendiera y acompañara una política de desarrollo y crecimiento con inclusión, y que también era beneficioso para ese sector. Un fin de semana que pasé en El Calafate conversando con él y con Cristina, me dijo que había que organizar a la juventud del sector empresario. «Es necesario discutir con ese sector y generar una discusión sobre el rol de los empresarios en la construcción de la Argentina. Es necesario desarrollar una conciencia nacional en materia empresarial. Los jóvenes empresarios de hoy son los grandes empresarios del futuro».
La mejor escuela para nuestra generación de militantes fue ver a Néstor y luego a Cristina resolver la crisis de la deuda; decirle no al ALCA; crear cientos de miles de puestos de trabajo; devolverle la dignidad a millones de personas que habiendo trabajado toda su vida, no tenían una jubilación; impulsar la construcción de rutas, gasoductos y puertos; hacer una red de fibra óptica y, con la misma atención y el mismo entusiasmo, atender las necesidades de una organización popular o ayudar a resolver el problema de una concejala. Si las tareas pequeñas no se concretan, las decisiones grandes se disuelven.
Argentina, un país en serio
La presidencia de Néstor en el 2003 retomó una historia interrumpida casi treinta años antes. Así, de la misma forma en que se construían escuelas o se tiraban caños en barriadas como Villa Palito, el Estado reinició el Plan Nuclear, comenzó la fabricación de satélites, la recuperación de las posiciones orbitales mediante la creación de Arsat y la fabricación de radares secundarios para controlar el tráfico aéreo en INVAP. Se sancionó la ley de Software y se puso en marcha el plan Raíces para impulsar la repatriación de científicas y científicos que no habían encontrado condiciones para seguir trabajando en nuestro país durante las décadas anteriores.
El proyecto se sostuvo y creció durante las presidencias de Cristina. La recuperación de YPF, las AFJP y Aerolíneas Argentinas, el desarrollo de Vaca Muerta y la creación de Y-TEC, confirmaron el compromiso de desarrollo federal con altos componentes de conocimiento y, en contra de todos los prejuicios neoliberales y el tratamiento sesgado de muchos medios, mostraron numerosos ejemplos de cooperación exitosa entre el Estado y el sector privado.
Ese sendero de crecimiento sigue vivo. La iniciativa de Néstor permitió poner otra vez en marcha un modelo de desarrollo y crecimiento a largo plazo. Él nos hizo entender que para construir el país que soñamos, con trabajo, industria, salud, educación, dignidad, y la posibilidad de que todas y todos puedan realizarse, hacen falta dirigentes con coraje que se enfrenten a múltiples obstáculos. Su vida y su trabajo inspiran a millones de argentinas y argentinos a no resignarse a su destino aparente y nos compromete a asumirnos como protagonistas de nuestra historia.
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