Negroponte y la computadora de $ 300
El recuerdo de una experiencia que tornó realidad algo que hasta entonces se consideraba imposible
El texto que sigue refleja algo que ocurrió hace algunos años. Vivía Néstor Kirchner. Daniel Filmus era el Ministro de Educación. Rafael Bielsa, el de Relaciones Exteriores. Decir que pasó mucho agua bajo el puente es una obviedad. Igualmente, quiero compartir esta experiencia con usted. Nos pasó a todos, a usted y a mí. Cuando termine de leer (es un artículo breve) verá que se puede. Más aún: se pudo. ¿Me acompaña por acá? Me hace feliz poder replicarlo hoy, aunque muchos de los que se mencionan hoy ya no existen más. Pero vieron lo que no vieron otros. Pero se pudo. No se deje detener. Siga avanzando, o como dicen ahora, siga participando. Esto recién empieza. Piénselo usted, Trotta, o vos Alberto (Fernández), y vos también, Alberto (Kornblihtt), que acabás de cumplir 66 años. ¿Qué edad tendría el día que yo estaba 'justo allí', adentro del MIT, representando a ‘mi país’, que curiosamente, no estaba presente? Hoy sí. Acá voy.
Aquí se inventa el futuro, o buena parte. Es el Media Lab, el Laboratorio de Medios que depende del MIT, el Instituto de Tecnología de Massachussets. Uno de sus cofundadores y uno de sus mecenas es Nicholas Negroponte. Una de las personalidades más importantes del mundo, que imagina un futuro mejor para las sociedades futuras y desde su lugar, reconoce el rol central de los chicos. Pero hay chicos y chicos. Unos, los muy pocos, tienen mucho, casi todo. Otros, los más. no tienen casi nada. Negroponte quiere que cada chico tenga una computadora portátil. Y pensó en producirlas a 100 (cien) dólares. “Inimaginable”, “imposible”, “un delirio”, lo bombardean desde todos lados. Negroponte no se inmuta. Ya le dijeron que era un charlatán cuando buscaba fondos para el Media Lab.
Por ejemplo, ¿qué pasa en los lugares donde no hay electricidad? “Diseñamos una laptop que tenga una ‘manija’ para darle cuerda”, me dice mientras me muestra orgulloso un prototipo. “Por cada minuto que el niño mueva la manija, cargará la batería de la laptop por diez minutos.” Si bien el proyecto tiene un costado tecnológico desafiante –producir una computadora a ese precio suena a una utopía que muchos poderosos le enrostran vigorosamente– hay otra parte que es aún más quijotesca: ¿quién dijo que la mayoría de los niños pueden pagar 100 dólares aunque sea muy barato para el mercado? Nadie lo dice porque esa no es la idea. La idea es producir las laptops para ser vendidas a ese costo a cada país a través de su respectivo Ministerio de Educación. Y que cada ministro se ocupe de distribuirlas gratis entre los chicos sin recursos.
Si se quedó perplejo, no está solo. Así me sentí yo el 13 de julio cuando Nia Lewis, la secretaria de Negroponte, me explicó el proyecto. “Esto involucra a todos los países del mundo”, dice Nia. “Varios ya se han sumado”. “¿Argentina?”, pregunto incómodo. El “no” me impacta aún más. “Argentina no figura en la lista que tengo.” “Necesito hacer una llamada”, le pido. “No, Adrián. No hay nada personal que usted pueda hacer. Esto es a nivel de gobiernos”, me dice con compasión. “Entiendo, pero tengo que usar el teléfono”. “¿Puede llamar al gobierno de su país?”, me pregunta. Por un instante siento que la pelota está en mi campo. “Sí”, le digo. Y llamo al número de la secretaría privada del ministro Daniel Filmus.
Como era de esperar, Filmus no está, pero su asistente Florencia me asegura que lo ubica y me llama en menos de media hora. Filmus me devuelve el llamado. Le explico. Me dice que ya había escuchado hablar del proyecto, pero vagamente. Insisto en su importancia y magnitud. Filmus entiende rápido y propone: “Adrián, sentite representante del gobierno argentino y metele para adelante”. “No, Daniel”, lo interrumpo. “Tenés que ocuparte vos. Yo te pongo en contacto con Negroponte y contá con mi asistencia incondicional, pero la gestión es tuya”.
Llamé también al entonces canciller Rafael Bielsa. Y le escribí un mail al Presidente Néstor Kirchner. El gobierno argentino reaccionó rápido. Negroponte estuvo en Buenos Aires por 24 horas en octubre, se entrevistó con Filmus, con Alberto Fernández. Kirchner no estaba en la Capital pero hizo lo posible para que Negroponte entendiera que la Argentina está seriamente comprometida en el proyecto.
Lula ya lo había invitado por un día. Y Brasil ya era uno de los precandidatos. Este miércoles 13 de diciembre se conoció la lista de los primeros siete países que inician el proyecto quijotesco: China (porque es la nación más poblada del mundo), India (por el grado de pobreza de sus chicos y su población también), Egipto (por ser la nación con la mayor población árabe en el mundo), Nigeria (por ser el país con mayor cantidad de habitantes de Africa), Tailandia, Brasil (por ser el más poblado de Sudamérica) y... Argentina (porque el proyecto no puede no incluir inicialmente un país hispano-parlante).
Lo que sigue es un extracto de una conversación que tuve con Negroponte el miércoles. La entrevista fue grabada para el programa Científicos Industria Argentina que emite Telefé y produce El Oso Producciones. Allí se verá una versión más completa.
Cambridge es un suburbio de Boston. Tres estaciones de subte desde el centro. Nada. Es como un barrio. Hace mucho frío. Camino mientras siento que por más abrigo, gorro y guantes que use hay algo que me lastima la cara. Son los casi 15 grados bajo cero de sensación térmica. La cita es a las 6 y media pero yo llego mucho antes. Las cámaras ya están listas. Nia Lewis y Lindsay Pretillose, la directora del proyecto, me anuncian el acuerdo alcanzado en primeras horas de la tarde, con Quanta, el mayor productor mundial de laptops, aunque seguro que usted, como yo, nunca escuchó hablar de ellos. Se nota en la gente que entra y sale de la oficina una atmósfera de alegría difícilmente disimulada: “Ahora el proyecto dejó de ser sólo una fantasía. Maradona acaba de entrar a la cancha y juega para nosotros”.
Negroponte es híper-puntual. Entra en silencio pero sonriente. Me estrecha la mano y me dice: “Quiero que sepa que la Argentina está en esta inicial del proyecto por usted”. Intento explicarle que fue una casualidad que, de tantas veces que estuve en el Media Lab, la última vez coincidiese con el nacimiento del proyecto. “Nos dimos cuenta con los miembros del directorio de que nos faltaba un país hispanoparlante. Y justo llegó usted”. Eso me dejó más satisfecho.
–¿Por qué estoy acá?
–La primera razón por la que usted está acá es porque si usted piensa en cualquiera de los grandes problemas de la humanidad: paz, medio ambiente, pobreza, digamos los grandes problemas de la sociedad, la solución, sea la que sea, siempre incluye la educación. No puede haber solución posible sin incluir al menos algo de educación y en algunos casos, puede que sea únicamente a través de la educación. Por lo tanto, en la raíz de cualquier cosa que logre que el mundo sea mejor, está la educación. Estoy seguro de que la mayoría estará de acuerdo con esto, sin embargo, la educación no juega el papel tan preponderante como debiera, porque la mayoría de los jefes de Estado no entiende que la fuente de recursos más importante que tienen son los chicos. No es el petróleo, no es madera, no es la producción de productos electrónicos, son los chicos. Si usted va a los países más pobres, va a las zonas rurales, uno encuentra (y esto es triste) maestros que no son muy buenos. Son amorosos, excelentes personas, apasionados e increíbles en su trato con los chicos, pero ellos mismos no tuvieron una buena educación. Nosotros entendemos el proceso de aprendizaje, como algo que viene en parte por la enseñanza y en parte por la curiosidad, la interacción con el medio ambiente. El Media Lab hace más de 20 años que está involucrado en lo que llamamos “Aprendizaje Construccionista”, basado en las teorías de Seymour Papert, que esencialmente dice que “uno puede aprender un montón simplemente haciendo”. Y algunas de esas cosas se hacen como una computadora, y por muchas razones empezamos con un proyecto de construir una laptop para chicos jóvenes que sea tan barata que se pueda entregar como uno entrega lápices. El programa se llama One Laptop Per Child (“una computadora por chico”) y la idea es que el chico será el dueño de esta computadora, como un lápiz, se la lleve a su casa, la use para escuchar música, para jugar, para leer, para Internet. El uso no se detendrá, de la misma manera que el aprendizaje para hablar y caminar no se detiene, no tiene pausas: es continuo. No se hace con horarios, uno está aprendiendo constantemente.
–¿Desde qué lugar se van a distribuir las laptops? ¿Desde los Estados Unidos?
–Al principio, se van a producir en China y allí comenzará la cadena de distribución. Vamos a trabajar en forma muy íntima con cada uno de los siete países.
–¿Cuáles van a ser los siete países?
–En Sudamérica son Brasil y Argentina. En Africa, son Egipto y Nigeria. Y además, India, China y Tailandia.
–¿Quién los eligió? ¿Fue usted? ¿O acaso el directorio de la organización que usted preside? ¿Cómo fue el proceso de selección?
–Los elegimos con estos fundamentos. Queríamos los países más grandes del mundo, por ejemplo, el más grande en Sudamérica es Brasil, pero al mismo tiempo queríamos tener un país hispanoparlante, y por eso elegimos Argentina. En Africa, queríamos la nación árabe más poblada, que es Egipto. Luego, el país de población negra más grande, Nigeria. Por otro lado, India y China creo que no necesitan explicación, y en el caso de Tailandia, fue porque ya tenemos experiencia allí, es un país enorme, tiene también un alfabeto diferente, y presenta sus propios desafíos. Nos pareció que estos siete países forman una buena mezcla geopolítica, o mejor, debería decir una mezcla neocultural muy buena.
–Es que incluyendo a China e India, usted cubre una tercera parte del mundo con ellos dos solos.
–Mire, con estos siete países, cubrimos la mitad de la población infantil del mundo. Es que en realidad, la mitad de los chicos del mundo viven en China e India sumadas.
–Hablemos un poco de la computadora.
–En muchos casos, cada país tendrá su propia tipografía, en todos los casos sus propios idiomas, y tenga en cuenta que Argentina es muy afortunada, porque hay un idioma fuerte que predomina, el español. En Nigeria hay 320 (trescientos veinte) idiomas. Y nosotros dijimos, bien, los tendremos a todos. Ahora, ¿cómo vamos a hacer? Es que la propia comunidad los va a producir, los va a generar. No lo vamos a hacer nosotros. Lo van a hacer los chicos, los maestros. Vea, organizaciones o compañías tan grandes como Microsoft no pueden producir 320 idiomas, porque de hecho, ¿cuán rentable puede ser para ellos? Quizás solo mil o dos mil personas hablan un cierto dialecto o idioma. Eso es lo que hace el open source. Ahora, en cuanto al contenido, eso lo va a decidir cada país. Hay algunos países que ya están listos, tienen libros que tienen disponibles para este proyecto. Otros, no.
–¿Cuál fue la reacción en la Argentina cuando usted estuvo allí?
–Muy positiva. El ministro de Educación es muy positivo, y ve esto como un medio no para aprender algo, sino como un medio para aprender a aprender. Y eso es clave. Es que hay mucha gente que cuando piensa en computación y educación, inmediatamente piensa: “hagamos un curso”. Tomemos un curso y pongámoslo en la máquina. Y tomemos a los profesores o maestros y pongámoslos en las máquinas también. Esto está bien, no me malinterprete, pero es como poner al maestro en una caja. Esa no es la idea. Déjeme tomar un ejemplo muy concreto: chicos que escriben programas para computadoras. Usan un lenguaje muy básico, Logo, o algo así. ¿Qué pasa cuando uno escribe un programa? Uno escribe un programa y lo primero que pasa es que no funciona. O mejor dicho: no hace lo que uno quería que hiciera. Siempre hace algo. Lo que pasa es que no hace lo que nosotros queríamos que hiciera. Entonces, uno mira a lo que hace, mira a su comportamiento, uno quería que dibujara un círculo y en lugar de eso, dibuja un montón de líneas. Uno mira y revisa el programa. Lo hace correr de nuevo, y todavía no hace lo que uno quiere, pero uno aprendió en el camino. En ese pequeño proceso, lo más interesante fue el error. Cuando usted fue al colegio o cuando yo fui al colegio, teníamos dictados en donde se testeaba nuestra ortografía. Si teníamos el 80 por ciento de las palabras bien, estábamos contentos. Las que estaban mal, bueno, eran pocas. Solo el 20 por ciento, pero habíamos hecho bien la parte más importante. Y quizás la próxima vez acertábamos en el 90 por ciento y estábamos aún más felices. Pero ni usted ni yo estábamos tan interesados en lo que hacíamos mal. En cambio, el chico que estaba produciendo el programa para trazar círculos, aprende a descubrir el error, pero en el camino, aprende de su error. La actitud, trasladada a nuestra época, sería: “¿por qué me habré equivocado con esa palabra?”. Es una nueva mentalidad para los chicos. Sólo la cuestión en sí misma, es aprender a aprender.
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