Narraciones extraordinarias

Las declaraciones de Donald Trump

 

A partir del cambio de administración en Estados Unidos, el Presidente Trump se ha despachado con una serie de anuncios y decretos presidenciales que han dado una sacudida a la clase política y a la opinión pública. En algunos casos fue ocasión para que algunos líderes europeos en declive, como Macron o Scholz, alzaran momentáneamente la cresta rechazando las pretensiones expansionistas de Trump.

Obviamente, hay una distancia del dicho al hecho; por el momento nos encontramos frente a una colección de narraciones extraordinarias. Si esta enumeración caótica es un programa de gobierno, lo dirá el tiempo.

Se ha dicho que es un nuevo Trump el que regresa a la Casa Blanca. Conviene recordar en un mundo de poca memoria la distancia entre el discurso y los hechos del primer mandato: el déficit comercial empeoró, la inmigración ilegal siguió como antes, miles de americanos murieron por una respuesta inadecuada a la pandemia, Corea del Norte incrementó el arsenal nuclear, Irán retomó el enriquecimiento de uranio, los Acuerdos de Abraham tan publicitados no evitaron el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, no se construyó el muro del Río Grande y México no pagó un centavo a Estados Unidos por tal construcción, China no compró nunca los 200.000 millones de dólares extra de exportaciones americanas que había prometido adquirir según el acuerdo comercial pactado con Trump después de castigar con tasas de importación de miles de millones de dólares a productos chinos.

Pero Trump no es el único narrador que se mide con la fantasía. El Presidente saliente Biden señaló en su discurso de despedida que “Estados Unidos sigue siendo la primera economía del mundo y China no la superará nunca”. Es obvio que el discurso tenía que señalar los puntos fuertes que Biden deja en herencia a su país, pero la frase es mentirosa, tanto el FMI como el Banco Mundial en sus estadísticas demuestran que, calculando el PIB en términos de Paridad de Poder de Compra (PPP o Purchasing Power Parity), China ya ha superado a Estados Unidos, y eso sin contar con las zonas especiales de Hong Kong y Macao. China ha superado los 37 billones de dólares y Estados Unidos todavía no ha llegado a los 30 billones.

En general, se sostiene que Trump ha heredado una economía relativamente sana pero hay puntos que son críticos y dificultarán la acción de la nueva administración y sus postulados.

En este momento, la industria representa solo el 10% del PIB americano; si Trump quisiera reverdecer el área manufacturera como prometió, debería invertir la tendencia sustrayendo fondos y recursos al perverso sistema FIRE  (finance, insurance, real estate). La dificultad salta a la vista dado el entramado tóxico financiero que ha derivado en poderosos grupos de presión.

Trump seguirá en la línea del predecesor, sembrando optimismo en un futuro donde una lluvia de dólares regará el país, ayudado por la Federal Reserve, que ha anunciado el aumento de las tasas de interés para atraer inversionistas que confían en la capacidad de Estados Unidos para honrar sus compromisos, en tanto la deuda sube más que los ingresos. La deuda externa tiene ya un pasivo neto de 23 billones de dólares y se acerca peligrosamente a la línea del 80% del PIB.

Desde el comienzo, Trump ha querido demostrar que está dispuesto a cumplir al menos una de sus promesas: la expulsión de los emigrantes ilegales. Y la administración Trump ha ejemplificado con fotos la determinación con que opera: filas de personas encadenadas de pies y manos introducidas en las bodegas de aviones de transporte.

Una de estas deportaciones originó un áspero choque diplomático entre el gobierno estadounidense y el presidente de Colombia, Gustavo Petro. El nudo de la cuestión fue el tratamiento humillante a los ciudadanos colombianos encadenados como delincuentes peligrosos. Petro consideró que la humillación se extendía a todo el país; el problema es que Trump considera delincuentes peligrosos a los migrantes ilegales (curiosamente, estas personas pagan impuestos en Estados Unidos, aunque formalmente no existan, una interesante paradoja).

Los países latinoamericanos tienen un mecanismo protocolizado firmado con Estados Unidos para los casos de deportaciones. En 2024, con la administración Biden, Colombia recibió 14.000 personas expulsadas sin mayores estremecimientos. Son noticias en las que las dos partes prefieren mantener un perfil bajo, pero en esta ocasión Colombia consideró que se habían superado límites infranqueables. 

Petro tiene otro problema: el 80 % de las exportaciones van a Estados Unidos, lo que transforma a Colombia en un país sujeto a presiones previsibles.

La decisión de imponer impuestos a la exportación de productos chinos, canadienses y mexicanos ha comenzado a crear inquietudes y probablemente veremos situaciones de tensión. Por ejemplo, con los fabricantes de automóviles que mantienen plantas de producción y montaje en México, dado que la Presidenta Sheinbaum ha anunciado respuestas simétricas a la tasación trumpiana.

En Estados Unidos se fabrican las autopartes que se envían a las “maquilladoras”; allí sufrirán la tasación mexicana, el producto terminado (automóvil) será exportado a Estados Unidos y será tasado en la aduana de dicho país. La doble imposición gravará sobre el producto y el precio final.

La cuestión principal viene de 1994 y el tratado NAFTA. Actualmente, México, Estados Unidos y Canadá forman en realidad un sujeto económico único, fuertemente articulado, similar a los países de la Unión Europea, y todo esto sucedió por impulso de Estados Unidos; ahora que las cuentas no le salen, quiere cambiar las reglas del juego.

Esta semana, Le Monde calificó de bluff los impuestos que Trump aplicó por decreto a México y a Canadá, y tal impresión se reforzó cuando el Presidente suspendió las medidas por 30 días a cambio del incremento de medidas de control en las respectivas fronteras para contener la emigración ilegal y el tráfico de drogas, situación que en la frontera canadiense es casi inexistente. Probablemente, el paso atrás fue precedido por presiones desde Wall Street, donde la galaxia de inversionistas temen una desestabilización del sistema. Otro elemento podría ser el temor de un salto inflacionario, factor que contribuyó a la caída de la administración Biden y que Trump tiene muy presente. 

Scott Bessent, el secretario del Tesoro, ha propuesto, en cambio, una tasa universal del 2.5% a las importaciones con incrementos graduales. Evidentemente, dentro del equipo de Trump las visiones no son compactas, pero por ahora nadie se atreve a decirle “no” al jefe. 

Las tasas crean situaciones nuevas, como la saturación de las oficinas de correo, que ahora deberán examinar los millones de paquetes que llegan desde China para determinar la imposición fiscal.  

 

Panamá, nostalgias imperiales

Las sacudidas llegaron a la zona del canal de Panamá, donde China ha trabajado en los últimos 25 años para consolidar sus intereses en cuanto a gestión de tránsito y rutas comerciales. Dentro de las narraciones extraordinarias de Trump: “El canal es vital para nuestro país; podría ser necesario hacer algo al respecto”. Se encargó de la misión Marco Rubio, el nuevo secretario de Estado, la gestión fue suficientemente persuasiva, visto que el Presidente de Panamá anunció que no renovará la adhesión a la Vía de la Seda con China cuando el contrato caduque dentro de dos años.

 

 

Groenlandia, el espacio vital

Las ambiciones sobre Groenlandia son históricas; durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había ocupado parte del territorio con miembros de la guardia costera liberados del servicio, disfrazados de voluntarios y formalmente sin conexiones con la administración. El gobierno danés en exilio calló, porque además Dinamarca en aquel momento estaba ocupada por tropas alemanas. Después llegó el acuerdo formal, mientras que en 1951 se firmó otro acuerdo más sustancioso que permitía crear bases militares. Era el mundo de la Guerra Fría y los enclaves americanos servían para controlar el pasaje de naves de la URSS.

Terminada la Guerra Fría, se desmantelaron las bases, pero el acuerdo persiste y puede servir dado el incremento de nuevas rutas comerciales en el mar Ártico por parte de naves rusas y chinas.

China y Dinamarca han firmado acuerdos de prospección y explotación en los últimos 20 años, proyectos conjuntos retrasados y obstaculizados por Estados Unidos con los controles habituales de la globalización, dólar como moneda de cambio o discretas presiones diplomáticas. Pero lo que dice Trump en voz alta lo decían las administraciones anteriores en voz baja; el argumento de las aspiraciones independentistas de los habitantes de Groenlandia forma parte del paquete preparatorio para una eventual deriva “a la panameña” del territorio.

Trump, además de las riquezas del subsuelo, piensa en una zona de influencia que controle el círculo polar ártico occidental, a partir de Alaska, el aliado silente Canadá y los últimos llegados a la OTAN, Finlandia y Suecia.

Pensar en una invasión armada de Estados Unidos a Groenlandia es delirante; Dinamarca podría apelar al artículo 5 del tratado de la OTAN (agresión a uno de los miembros), con lo que el sainete trumpiano sería completo.

 

 

Ucrania en 24 horas

Durante años se consideró a Putin y Trump como una especie de amigotes; la frase de Trump que terminaría con la guerra en 24 horas ha fortalecido el equívoco, pero no se han visto movidas en esa dirección a menos que exista una diplomacia trabajando en el más absoluto secretismo.

Por el momento siguen los anuncios. Trump ha publicado en su cuenta personal que ama Rusia, pero que su economía no funciona y quiere hacerle un favor a Putin y exclama: “Detengan esta guerra ridícula que SOLO PUEDE EMPEORAR” con mayúsculas y amenazas en caso de que no se llegue a un alto el fuego “por las buenas”.

En 2024 había circulado un plan de paz formulado por el enviado especial de Trump, el general retirado Keith Kellogg, que medios de información y diplomáticos habían considerado fuera de la realidad. En efecto, dicho plan fue rechazado públicamente por Putin el 26 de diciembre de 2024. Tres días después, Lavrov agregó: “No nos satisface el plan de paz” con la cláusula de que en 20 años Ucrania se incorporaría a la OTAN y la presencia de “tropas de paz” europeas y británicas en territorio ucraniano.

Trump ha insinuado que las dos partes podrían ser presionadas para llegar a un alto el fuego sin especificar las herramientas. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, en la audiencia de confirmación del Senado, sostuvo que hay “acuerdo al 100% con intensificar las sanciones a las compañías petrolíferas rusas”. Muchos analistas se preguntan si Trump y la clase dirigente que se expresa en estos términos han tenido en cuenta que las sanciones no han funcionado y podrían volverse contra Estados Unidos.

No lo ha considerado, seguramente, Kellogg. Durante la administración Biden, Estados Unidos y sus aliados han impuesto el precio de 60 dólares al barril de petróleo ruso (el precio de mercado gira en torno a 75/78 dólares por barril). Kellogg ha observado que, no obstante esta limitación, Rusia gana miles de millones por su petróleo.

¿Cuál sería el sistema para bloquear ese flujo de divisas?

El mismo Kellogg, en una entrevista con Fox News, manifestó la idea de bajar el precio a 45 dólares por barril, que sería el “punto de paridad”.

¿Paridad para quién? ¿Cuál es el punto de paridad para Rusia para tener en orden el presupuesto nacional? Se estima que en el 2025 será de 77 dólares por barril. Si el precio del barril bajara a 45 dólares, como quiere Kellogg, Rusia se encontraría con un problema de déficit en sus números, pero no con una crisis de producción.

El segundo punto de paridad es el costo de producción del barril, que en Rusia se estima en 41 dólares. Este país podría continuar produciendo petróleo sin interrupciones, aun con el precio Kellogg, pero para conseguir semejante objetivo, Estados Unidos debería contar con el apoyo de los sauditas (que han rechazado la propuesta de Trump de desplazar dos millones de palestinos de Gaza) para poder manipular el precio del petróleo.

El problema es que los sauditas también tienen sus puntos de paridad; mientras el costo de producción es muy bajo, alrededor de 10 dólares por barril, el punto de paridad/balance es de cerca de 85 dólares.

Si Kellogg consiguiera reducir a 45 dólares el precio del barril, podría destruir los yacimientos de Permian (una especie de Vaca Muerta en el Texas occidental), ya que el índice de paridad para los nuevos pozos es de 62 dólares por barril. Además, las inversiones partieron sobre la base de una perspectiva de paridad de alrededor de 78 dólares por barril para el futuro. La propuesta de Kellogg habrá puesto los pelos de punta a los accionistas de Permian.

Hasta hace una semana, Rusia estaba dispuesta a negociar con el dueño del circo (Estados Unidos) para componer “un mundo polifónico”, como dijo Putin. La última novedad es la declaración de Zelensky anunciando la disponibilidad de negociar con Rusia “para acabar con el sufrimiento del pueblo ucraniano”. Inesperadamente, recibió una respuesta positiva. No obstante la “falta de legitimidad de Zelensky”, Rusia estaría dispuesta a regresar a la mesa de negociaciones, lo que marca un cambio de estrategia de Putin.

Poco a poco se ha llegado a la conclusión de que la guerra deberá terminar con una negociación, ahora vemos a Rusia fortalecida en el terreno, con Zelensky que enfrenta duras críticas en el frente interno y una opinión pública cansada; las condiciones serán impuestas por Rusia y se sabe ya cuáles son: el reconocimiento expreso y legal de las adquisiciones territoriales comenzando por Crimea y siguiendo con Sebastopol, Donetsk, Luhansk, Jersón y Zaporiyia, como parte de la Federación Rusa, el retiro completo de Ucrania de los territorios en disputa, renuncia de Ucrania a la OTAN, adopción de un estatus de neutralidad, desmilitarización a cambio de garantías de seguridad por parte de Occidente.

Un problema es la actual dirigencia europea. La fórmula “Rusia no debe prevalecer” sigue vigente, incrementada por el temor de que Estados Unidos se retire de la OTAN, como declaró una vez más Trump después de ganar las elecciones. El mensaje llegó claro a la dirigencia europea: Andrius Kubilius, comisario europeo para Defensa y el Espacio, ha solicitado que el presupuesto para la defensa europea crezca de 10.000 a 100.000 millones de euros en el próximo balance plurianual.

El mantra de “bajar el débito público”, sostenido a ultranza por los economistas neoliberales, ha cedido frente a la urgencia bélica; además, retrocede el programa de reconversión verde de la economía en favor del crecimiento armamentístico. 

Para los líderes europeos se presentaría un dilema difícil, dado que ya encuentran problemas para contener el gasto público al 3% requerido por el tratado de Maastricht. Aumentando el gasto militar al 2%, tendrían que recortar el presupuesto y el welfare es el primer candidato a sufrir la motosierra, con lo que el escaso consenso con que cuentan sufriría otro embate. Sobre todo porque la opinión pública europea está cambiando radicalmente. Según un sondeo publicado por The Guardian el 26 de diciembre de 2024, la opción de un final negociado de la guerra es tendencia mayoritaria en Italia (55%), España (46%), Francia (43%) y Alemania (45%).

 

 

 

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