Nacido en los Estados Unidos
Impacto en el escenario político argentino de la suba de la tasa de interés estadounidense
Los primeros escarceos de las presidenciales de 2023, perceptibles para el gran público desde hace unas semanas, inducen a examinar la dinámica de los condicionantes de la economía mundial sobre el nivel de actividad económica, la inflación y la negociación del endeudamiento externo, por sus palmarias consecuencias en las perspectivas del país y en el ánimo electoral de la ciudadanía. Si por ánimo electoral se entiende un comportamiento político signado por la reafirmación de las identidades partidarias tradicionales –de alguna forma, expresión de los intereses de clase–, distintas encuestas coinciden en constatar que en el argentino promedio dicho ánimo está averiado y alienado.
Las señales trasmitidas por la economía mundial articulan en gran forma la subjetividad de la lucha política, naturalmente centrada en el ataque y la defensa de la labor de gobierno. En medio, las expresiones políticas del movimiento nacional no parecen congeniar una respuesta factible a los desafíos de la acumulación en el plano local, conforme la leyes que la gobiernan a escala global. Bajo las ambigüedades de las circunstancias descritas, se impone intentar establecer los puntos de referencia para entrever por dónde realmente anda la cosa, en pos de configurar un criterio que posibilite identificar si lo que se cocina en la disputa política corresponde a lo que es necesario hacer. Hacer lo que debe ser hecho es lo único que revertirá el deterioro y la alienación política del ciudadano de pie.
En la hoja de ruta trazada, la inflación global aparece como el problema inmediato. El conflicto ucraniano sigue empujando más hacia arriba el nivel general de precios en toda la geografía mundial. Tras el aletargamiento de la cuarentena planetaria, los precios ya venían acelerados por los problemas en la remontada de la logística en la red de proveedores globales, pero el tópico más espinoso es el de hasta dónde irá el banco central clave, la Reserva Federal estadounidense (la Fed), en materia anti-inflacionaria con la subida de la tasa de interés. Después de más de una década de tasas de interés en la frontera de cero, resulta un asunto delicado.
Síntomas
Distintos síntomas testimonian que la época de la tasa cero fue, aunque su (por ahora) módico ritmo de ascenso estaría explicando que los rendimientos de los bonos a largo plazo –que suelen aumentar durante un ciclo de ajuste monetario– están subiendo más lentamente que los de los bonos a corto plazo. En lo que hace a las divisas importantes, el yen alcanzó su valor más bajo con el dólar en las últimas dos décadas y los japoneses están en pleno debate de cómo seguir. El lunes pasado, el dollar index, que contrasta la cotización del dólar contra otras seis principales divisas de la economía mundial (euro, libra esterlina, yen, corona sueca, dólar canadiense y franco suizo), arañó un máximo de 101,86. Ese índice marca tendencia en la notable revaluación del dólar. Subió aproximadamente un 12% en el último año (su nivel más alto desde marzo de 2020) y perfila mejor en abril, que sería su mejor mes desde enero de 2015. En cuanto al movimiento de capitales, las principales bolsas acusan la situación con caída generalizada de las cotizaciones y rebotes al alza que no definen una tendencia firme. Entre las causas, además del endurecimiento de la Fed, se cuentan la erosión de las ganancias corporativas por los costos inflacionarios y el recule en el crecimiento de China (es la segunda economía del mundo) por el rebrote actual de Covid-19. Las autoridades del Banco Central Europeo (BCE) dicen que se tomarán más tiempo que la Fed para subir la tasa de interés porque la economía europea no superó la debilidad de la pandemia y encima bajó el ritmo de salida con Ucrania. Los mercados no lo creen. Suponen que si la Fed pisa el acelerador de tasas, al BCE no le queda otra que seguir por el mismo camino. Una mancha más no le hace nada al tigre del clima recesivo en el que viven por estos tiempos recios.
Junto con el aumento de los precios de la energía y de los alimentos, estos procesos traen aparejados grandes e importantes problemas para los países deudores en dificultades. Los bonos soberanos de los emergentes andan a los tumbos. Para el Banco Mundial, 12 países periféricos están para el default, de un total de 35 endeudados. Para los otros 23 es cuestión de tiempo. Sri Lanka, que ya entró en cesación de pagos, marca el rumbo.
Alimento de expectativas
¿Qué alimenta las expectativas de que la Fed tendrá que subir las tasas de interés agresivamente para controlar la inflación? ¿Qué mecanismo opera para frenar la inflación a través del alza de las tasas de interés? ¿Por qué eso implica una revaluación del dólar tan pronunciada? Las respuestas posibles a esas preguntas tienen directa relación con el horizonte electoral argentino, debido a que definen el costo político que hay que pagar para aquietar al dólar.
Una adecuada ilustración del estado de las expectativas la brindan los tuits de Larry Summers, ex secretario del Tesoro norteamericano durante el gobierno de Bill Clinton, en los que le da la bienvenida a Paul Krugman al club de los que quieren generar una recesión para liquidar el proceso inflacionario. En una reciente columna de sus habituales en el New York Times –la del 22 de abril, titulada con una ambigüedad muy afín al Premio Nobel: “Cómo puede o no suceder una recesión” –, Krugman, confiesa estar “de acuerdo a regañadientes con los economistas que afirman que la economía de los Estados Unidos está sobrecalentada, que la demanda general excede la capacidad productiva y que las dos deben alinearse”. Afirma que “se generan claramente peligros elevados de recesión, primordialmente porque los encargados de formular políticas –en la práctica, la Reserva Federal– están tratando de seguir un trayecto entre riesgos opuestos”.
El dilema es el de pisar los frenos con demasiada suavidad y permitir que las expectativas de inflación se arraiguen o, en cambio, que la Fed clave los frenos con demasiada fuerza y empuje la economía hacia la recesión. Así que, para Krugman, “aquí está la cuestión: el tipo de recesión que tengamos, si es que la tenemos, dependerá de qué manera la Fed se equivoque”. Krugman señala que “entonces, como cuestión práctica, la Fed ya ha hecho mucho para enfriar la economía. ¿Ha hecho lo suficiente? ¿Ha hecho demasiado? Eso es realmente difícil de decir”. Respecto al grado de sobrecalentamiento, agrega que “no hay consenso sobre cuánto. Tampoco sabemos realmente cuánto ralentizará la economía la subida de la tasa de interés”. Krugman concluye que “estas incertidumbres hacen que el trabajo de la Fed sea realmente difícil en este momento”.
En respuesta, Summer manifiesta: me alegra ver a @paulkrugman unirse a la opinión de que la economía estadounidense está sobrecalentada en la actualidad y necesita moderación. Si los riesgos de sobrecalentamiento se hubieran reconocido más rápidamente, hoy estaríamos en una situación menos grave”. Summer destaca que “Krugman profesa optimismo sobre un aterrizaje suave. No estoy seguro de por qué. No hay ejemplos de aterrizajes suaves con inflación por encima del 4% y desempleo por debajo de 4%. Estamos bien metidos en este territorio y tenemos los desafíos adicionales de la guerra de Ucrania y las crisis de las cadenas de abastecimiento”. Summer y Krugman coinciden en que la política anti-inflacionaria requiere un aumento del desempleo. Asimismo que la Fed, cree Krugman y tuitea Summer, “corre el riesgo de excederse en la moderación. Posible. Pero cabe destacar que, incluso cuando las tasas de interés a dos años se han disparado, la inflación esperada a mediano plazo ha aumentado”.
Para gran alegría recesiva de ambos economistas, la malaria ya se constata entre norteamericanos y europeos. El jueves, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos dio a conocer que en el primer trimestre del año, la economía norteamericana se contrajo a una tasa anualizada del 1,4%. En el cuarto trimestre de 2021, el crecimiento fue del 6,9%. Primó el lado negativo de reducción de stocks, caída brusca de exportaciones y disparada de importaciones, sobre el lado positivo del leve aumento del consumo y algo mayor de la inversión. Las grandes corporaciones dicen que seguirán subiendo los precios para cubrir los costos más altos de la energía, logística y materias primas. Por esa causa, es probable que las ganancias del S&P 500 hayan aumentado en un promedio de casi un 7% en el primer trimestre de 2022 con respecto al mismo período hace un año, de acuerdo a datos de FactSet. No obstante, el índice S&P 500 está en camino de registrar su tercer descenso mensual en cuatro meses. Reflejo de crecientes preocupaciones, el mercado de valores registrará su peor mes en dos años. El viernes, Eurostat informó que el PIB en los 19 países que comparten el euro creció un 0,2% en el primer trimestre del año. El crecimiento en el trimestre anterior fue del 0,3%. Eurostat también dio cuenta de que la inflación en la eurozona hasta abril, pero en valores anualizados, fue del 7,5%. Se estima que seguirá empinándose. Esta debilidad del crecimiento, en conjunto con los grandes aumentos en los precios de la energía y los alimentos –que no cesan–, vuelven cada vez más verosímil la amenaza de la estanflación.
El verde
A todo esto, el Senado de los Estados Unidos confirmó el martes, con pleno respaldo demócrata y de algunos republicanos, a Lael Brainard como la próxima vicepresidente de la Reserva Federal. En una conferencia de hace unas semanas, Brainard elogió la estrategia anti-inflacionaria de alza abrupta del interés que Paul Volcker realizó a principios de los '80 cuando estaba al frente de la Fed. Volcker impuso y mantuvo una tasa de interés artificialmente alta que provocó una aguda recesión, mientras que el entonces POTUS (President of the United States) Ronald Reagan, graduándose de keynesiano accidental, hizo correr déficits fiscales –a raíz de bajar los impuestos leit motiv de su campaña– de una magnitud nunca vista. Los subsidios al desempleo, los salarios más altos del mundo y la inflación que se iba apaciguando hacían sobrellevar la recesión. Ahora bien: ¿Por qué el monetarista Volcker, un banquero demócrata plenamente apoyado por los republicanos, tuvo éxito en controlar la inflación subiendo muy fuerte la tasa de interés, si la receta de controlar la cantidad de dinero nunca funcionó, dado que esa cantidad es incontrolable?
Una breve reseña del funcionamiento del dólar en la economía mundial da indicios para responder al interrogante, con total aplicación en la actual coyuntura. Desde el momento que el dólar se convirtió en la moneda internacional, el mundo necesita una cierta cantidad de dólares para alimentar las reservas de sus bancos centrales y las cuentas en los bancos comerciales y otros canales de circulación. Esta cantidad únicamente puede ser proporcionada por el déficit de la cuenta comercial de los Estados Unidos (importaciones mayores a las exportaciones). Por ello, el mundo tiene que ofrecer a los Estados Unidos una cierta cantidad de bienes y servicios reales a cambio de activos monetarios, cuyo no-pago es la condición misma del funcionamiento del sistema, ya que su extinción significaría el cese del comercio. Los Estados Unidos reciben, entonces, sin contrapartida, no sólo la transferencia inicial necesaria para poner en marcha el sistema, sino también una anualidad perpetua que expresa su expansión normal en el tiempo.
Una demanda excesiva de dólares, es decir, excediendo ex ante la cantidad creada por el déficit norteamericano, no puede ser llevada ex post al nivel de esa cantidad (a fin de que el mercado recupere su equilibrio) más que de dos maneras: por el alza de la cotización del dólar o por el alza de la cotización de los títulos emitidos en dólares, lo que implica la baja de la tasa de interés de referencia para el dólar.
La restricción de la masa monetaria impuesta por la Fed durante el período histórico considerado fue lo que causó un aumento anormal de la tasa de interés de los Estados Unidos. Este aumento atrajo a los inversores extranjeros. Hay una relación causal y una correlación entre el déficit presupuestario y el déficit exterior corriente. La recuperación económica provocada por el primero aumenta las importaciones correspondientes al excedente del consumo. La segunda es que el déficit exterior abre el camino para el capital externo, el que financia el déficit presupuestario: en parte, directamente, mediante la compra de bonos del Tesoro; en parte, indirectamente, a través de la compra de títulos del sector privado. La política de Volcker fue una aspiradora de capitales externos en busca de los enormes rendimientos financieros. Esos inversores pujaron por la cantidad dada de dólares circulando fuera de la frontera norteamericana, y así fue que aumentaron la tasa de cambio. Los mercados de cambio internacionales encontraron el equilibrio a través del aumento en la cotización del dólar desplumando las reservas de los bancos centrales.
Cuando los bancos centrales venden dólares, lo que venden en realidad son deudas denominadas en dólares. Si después de sus ventas hay un efecto directo bajista sobre la divisa norteamericana, al mismo tiempo, esas ventas generan un efecto de alza sobre la tasa de interés (a través de la depreciación de los títulos puestos en venta), lo que hace que la deuda denominada en dólares resulte más atractiva y cree un efecto indirecto alcista en el precio de la divisa, contrarrestando el primer efecto bajista. Y así fue como la estanflación mundial, y la gran crisis de la deuda de la periferia, pagó la baja de la inflación de los Estados Unidos y los déficits de Reagan. Es la contradicción inherente a un sistema en el que el dólar es la moneda fiduciaria de reserva en el plano internacional: los determinantes de la política de la Fed no incluyen a la circulación externa del dólar.
Síntomas de la coyuntura como los referidos sugieren que entramos en una etapa similar. A principios de abril, en un discurso dado en el Atlantic Council sobre el liderazgo de Estados Unidos en el futuro de la economía global, la secretaria del Tesoro norteamericano, Janet L. Yellen, manifestó que “en Bretton Woods creamos un excelente conjunto de instituciones que han servido muy bien al mundo en la apertura del comercio y la inversión (…) Por lo tanto, no creo que debamos inventar una arquitectura financiera completamente nueva, pero sí debemos permitir que estas instituciones aborden los desafíos de la actualidad”. Este “modernicemos más de lo mismo” contrasta fuerte con igual referencia, pero en dirección opuesta, de los economistas Kevin Gallagher y Richard Kozul-Wright, volcada en su reciente ensayo “The case for a new Bretton Woods” (La cuestión de un nuevo Bretton Woods). Allí señalan que “casi ochenta años después de Bretton Woods, el mundo en el que vivimos tiene un incómodo parecido con el que sus delegados esperaban que desaparecería para siempre”.
Keynes, uno de los inspiradores del acuerdo, lo dice con toda claridad cuando –en referencia al patrón oro– subraya que “en una economía (…) en la que el stock de dinero y el tipo de interés interiores dependen sobre todo de la balanza de pagos, como era el caso de la preguerra, las autoridades no tienen a su disposición más que un solo medio ortodoxo de luchar contra el parate, crear un excedente de exportaciones e importar el metal monetario en detrimento de las naciones vecinas. No se ha inventado nunca en el transcurso de la historia un sistema más eficaz que el del patrón oro (…) para dirigir los intereses de las distintas naciones unas contra otras. En este sistema, en efecto, la prosperidad interior de cada país depende directamente del resultado de una lucha por la posesión de los mercados y la satisfacción de las necesidades de metales preciosos”. Algo hemos avanzado. Al resto del mundo, el dólar le cuesta tanto como le costaba el oro; a Estados Unidos, la factura de la imprenta.
Si realmente un nuevo Bretton Woods se pusiera en marcha, habría una verdadera moneda mundial. Serían las naciones con superávit comercial las que estarían en falta, porque gastan menos de lo necesario, y eso se aplicaría a las que necesitan gastar más. No habría financiación privada de los déficits externos, además de tipos de cambio fijos acordados internacionalmente con margen para ser ajustados. Esto abriría las puertas para órdenes financieros internos con números muy administrados. El discurso de Yellen, las invocaciones al espíritu de Volcker y las trompadas geopolíticas que se vienen sucediendo, son pinceladas de un cuadro que indica lo muy lejos que estamos de un nuevo Bretton Woods.
Pese a todo este marasmo, la clase dirigente argentina tiene márgenes objetivos para estabilizar la economía sin mandar el desempleo a las nubes, agravando todas las lacras estructurales del subdesarrollo. Por el momento, subjetivamente muy predispuesta no se la observa. Por ahí se tienen mucha fe y suponen que eso que pasa en la economía mundial: pasa como las nubes, incluso, en otro cielo.
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