Muy habladas y poco escuchadas
¿Cómo votarán las juventudes?
A un mes de las PASO, los analistas coinciden en que uno de los grandes desafíos de las fuerzas políticas es capturar el llamado “voto joven”. Los sub-40, en efecto, representan más del 50% del padrón electoral y en el grupo de menores de 30 años parecen concentrarse los interrogantes de fuste: ¿Se están inclinando los jóvenes por votar a la derecha, como instalan los medios hegemónicos? ¿Cómo se interpela un voto que de acuerdo a últimas encuestas parece mayormente disperso y sin identificación partidaria? ¿Cuáles son los nuevos pactos de confianza y credibilidad para capturar a sectores etarios que han precarizado sus condiciones de vida en tiempos de pandemia?
El Cohete a la Luna consultó a dos especialistas. Pablo Vommaro, historiador, docente e investigador de la UBA, Conicet y Clacso, arriesga una primera lectura: “Si entendemos el voto joven según lo que determina la ley que se promulgó en 2012, que habilita a votar a los que tienen entre 16 y 18 años, el peso allí es escaso, menos de un 5%. Pero si lo vamos ampliando, por ejemplo entre 16 y 29 años, es una franja que oscila en el 25% de la población. Las realidades son disímiles, no se puede concluir fácilmente sobre el voto joven. Muchos van a las urnas por primera vez, o sea que es un voto nuevo. Y también existe una ambigüedad, porque hay jóvenes que vienen acumulando experiencias de participación política, y otra gran parte, no. Lo que sí queda claro es que los jóvenes son un grupo ávido de innovación, por eso es un poco difuso fijar sus adhesiones. Y su participación está en permanente movimiento y cambio, en búsqueda de un espacio donde se sientan contenidos y legitimados”.
Desde Córdoba, en donde el voto joven representa también una buena porción del electorado, la investigadora y docente Patricia Acevedo, experta en el estudio de los jóvenes y sus circuitos de participación, advierte una realidad: el peligro de los discursos adultocentristas. “El voto joven es un derecho legitimado. Lo que sí me atrevo a afirmar es que cuando se habla de les jóvenes, perduran al menos dos cuestiones: se habla por elles y prima un discurso adulto céntrico (una combinación de paternalismo y control). En este sentido, el voto joven aún no está instalado con la potencia que podría y debería tener”, explica.
–Algunas estadísticas suelen marcar que la participación política de los jóvenes se concentra en los sectores de nivel socioeconómico medio y alto. ¿Cómo analizan el panorama actual, con el impacto de la pandemia y una realidad socioeconómica acuciante?
Pablo Vommaro: No estoy tan seguro de que la participación política y electoral sea mayor en las clases medias y altas, porque en los sectores más populares persiste una participación barrial y comunitaria muy fuerte. Pero, sin dudas, con la pandemia hubo un deterioro de las condiciones de vida y las juventudes fueron uno de los grupos más afectados en la precarización y en la proyección laboral, con una incertidumbre marcada en sus realidades socioeconómicas. Ahora bien, cómo eso impactará en el padrón es una incógnita.
Patricia Acevedo: Podemos decir que las juventudes han sido y son uno de los grupos que más fuertemente vieron modificada su vida cotidiana en la pandemia. No obstante, estas modificaciones poco se han visibilizado. Estas transformaciones se relacionan a las formas de sociabilidad y socialización en este momento vital, que se vieron fuertemente afectadas por la imposibilidad de usar espacios públicos para el encuentro, la predominancia del ámbito doméstico y familiar para el desarrollo de la cotidianeidad, y nuevas honduras para viejas exclusiones en el mercado laboral y el ámbito educativo.
En mayo del 2020 realizamos un estudio descriptivo, a través de una muestra de la población juvenil entre 14 y 22 años que reside en la ciudad de Córdoba y Gran Córdoba, y detectamos que la incertidumbre, la informalidad y la precariedad son rasgos comunes. No fueron los/as más afectados/as por la mortalidad del virus, y quizás por ello también fueron desplazados/as en las preocupaciones sociales y en el diseño de políticas públicas. Pero, al mismo tiempo, se reeditaron las imágenes de peligrosidad de la juventud y se levantaron los fantasmas de los/as jóvenes irresponsables y descomprometidos.
En este marco, además, es posible observar una invisibilización de prácticas organizativas, sociales, políticas y territoriales que desarrollan les jóvenes de sectores populares. La pandemia obligó a rediseñar los modos de estar, de recrearse, de resolver necesidades, y les jóvenes no fueron ajenos. Impulsaron y/o sostuvieron comedores, merenderos, espacios recreativos. Y en muchas ocasiones se hicieron cargo de actividades de cuidado de ancianos o población más vulnerable. Así que eso contrarresta lo que transmiten los medios hegemónicos.
–¿Qué interpelación hacia los jóvenes se ve en las campañas políticas? ¿Hay una verdadera inclusión de esa franja?
P.A.: Me da la impresión que aún es incipiente el debate político, y lo que puede observarse es que los partidos parecieran estar más fuertemente preocupados por la distribución de lugares en las listas que de los problemas y poblaciones a atender. Creo que el mensaje de Cristina Kirchner –al referirse a L-Gante y citar su política de Conectar Igualdad–, más por convicción que por conveniencia, enuncia la potencia de la juventud en la política y otros ámbitos de la vida pública. Y además, al recuperar y hablar de les jóvenes, habla también del mejor periodo de nuestra historia reciente en relación a políticas de ampliación y promoción de derechos en general y hacia les jóvenes en particular. El voto joven, el Progresar, el Programa Más y Mejor Trabajo, Conectar Igualdad, los Programas de Becas Universitarias (PNBU), leyes como la de Educación Nacional, Educación Sexual Integral 26150 (ESI), de Matrimonio Igualitario, de Identidad de Género, de Voto a los 16 años y la ley 26.877 de Representación estudiantil (centros de estudiantes) son algunos ejemplos de atención estatal. Cuánto y quiénes capitalicen estos derechos, y cuánto y cómo se incorporen las problemáticas y también las experiencias y potencias juveniles, para mí es algo incierto, todavía no lo veo claro.
P.V.: Hoy las juventudes son poco incorporadas en los mensajes políticos. Todavía tenemos un sistema político dominado por adultos y por varones. Desde allí se trazan las relaciones de poder pese a las conquistas de los últimos tiempos. Lo que se ganó en género no se ganó en generaciones. El sistema es débil reconocedor de la potencia de las juventudes, es decir, son muy habladas y casi nada escuchadas. Son poco reconocidas como productoras de bienes y de lenguaje, y eso se reproduce en una falta de incorporación de las juventudes como protagonistas en la toma de decisiones. Hay algunos dirigentes que interpelan, como hizo Cristina cuando se refirió a L-Gante, Trueno y Wos, en el sentido que una política pública como Conectar Igualdad permitió una mejora material que hizo posibles nuevas realidades simbólicas. Ahora, la apelación que hace Macri con el Dipy es vacía y superficial, no hay una política pública detrás sino una apelación oportunista e instrumental, que apela a capturar el carisma del Dipy en un sector de la juventud donde concentra gran rechazo. Allí hay dos marcadas diferencias de interpelación.
Por otro lado, la pandemia mostró la falta de reconocimiento de la juventud en torno a la resolución de ciertos problemas. Por ejemplo, en el debate de la presencialidad o virtualidad en las escuelas: ¿Cuál fue la participación real de los jóvenes y los centros de estudiantes? ¿O en los momentos de ocio o de vacaciones? ¿Cómo se resolvió el tema emocional? ¿Se dio les dio lugar? Casi nula participación en todos los casos, porque la política decidió resolver desde un adultocentrismo.
–¿Qué tipos de identificación y sentidos de pertenencia detectan en la franja del voto joven? ¿Hay un nuevo sentido de construcción en los últimos años?
P.A. –Creo que la identificación y sentidos de pertenencia política juvenil todavía no son posibles de captar en tiempos de Covid-19, ello si pensamos que hace casi un año y medio que gran parte de las relaciones y actividades pasan por la virtualidad (en los jóvenes que estudian y en una franja menor de la que trabaja). En términos generales quienes tienen/tendrán entre 16 y 17 años en octubre del 2021 pasaron casi los dos últimos años de su vida en cuarentena: estudiando en la virtualidad, relacionándose por Meet, Facebook, Instagram. Los recitales, bailes, eventos deportivos y otros espacios de congregación/recreación juvenil fueron escasos. En ese marco, los espacios de encuentro, de ocupación del espacio público, de circulación de cuerpos y discursos para el debate, el aprendizaje político y el goce de estar con otres en la calle nos parecen lejanos.
No obstante, si pensamos en las recientes e inmensas movilizaciones y manifestaciones que se gestaron durante las campañas por la legalización del aborto en nuestro país, las mismas instalaron la discusión por el derecho al aborto en diversos espacios –a veces impensados– y atravesaron generaciones. La masiva participación de las jóvenes y la multiplicación del pañuelo verde como símbolo de la lucha (portados en las mochilas, en los puños o en el cuello) pueden leerse como un modo de disputar con los sectores más conservadores ligados a la religión, que operaron para deslegitimar la sexualidad cuando no está subordinada a la reproducción.
Pero además, y hablamos de hace apenas 2 ó 3 años, las jóvenes fortalecieron, recuperaron la noción de militancia como algo placentero e instauraron una estética que hacía mucho tiempo no veíamos. Fueron/son esas (y esos) jóvenes quienes crecieron en un contexto de ampliación de derechos y, aunque suene reiterativo, entender la coyuntura como cruce entre acontecimiento y estructura configurado en la historia resulta central para comprender las movilizaciones y participaciones juveniles que no dejan de sorprendernos. La Marea Verde da cuenta de una nueva ola feminista que reivindica el derecho a decidir sobre sus cuerpos, cuestionando la sexualidad al servicio de la reproducción y reivindicándola en clave de placer y de autonomía.
P.V.: La identificación de las juventudes con espacios políticos partidarios está bastante dispersa. Allí la grieta, por ejemplo, parece más diluida y laxa, menos lineal. Hay mucha juventud que acuerda con las políticas del kirchnerismo pero que no adhiere al Frente de Todos. Notamos una transversalidad que no se encuentra en otras franjas etarias, por lo que la polarización es mucho menor. Aun así, el kirchnerismo concentra un buen caudal, aunque también se visibilizaron con fuerza las nuevas derechas o libertarias o anti-igualidad, pero su impacto parece más potente en las redes sociales y en los medios, y no se traduce en un peso específico en lo electoral. Los símbolos clásicos no han desaparecido, como el Che Guevara o Evita, pero han surgido nuevas figuras del feminismo, el ecologismo y otros frentes que hacen más heterodoxas las identificaciones. A su vez, las juventudes militantes de partidos organizados son una minoría, pero si nos referimos a una amplia gama de activismo social la participación parece crecer a una tercera parte del total de la juventud.
–A nivel federal, ¿hay singularidades que resaltan según cada zona? ¿Cómo juega lo local y lo nacional?
P.V.: El voto joven incide de acuerdo a lo demográfico, y lo local y lo nacional se amalgaman en una experiencia híbrida. Las agendas municipales y provinciales parecen tener un impacto grande, pero lo nacional también. Creo que se da un mix según qué localidad, qué provincia. Por ejemplo, en Rosario hay un peso específico, en Córdoba lo mismo. Pero lo que vemos es una fragmentación general. La pandemia ha dejado una desazón que se refleja en la dispersión del voto. Las últimas encuestas dan una preferencia por el gobierno en poco más del 40%, Juntos por el Cambio en un 30, y un 12% que orbita en las nuevas derechas, que pueden ir a Juntos por el Cambio y engrosar su performance.
P.A.: Parto de considerar que todes somos seres situados, y en consecuencia actuamos rodeados por un clima de época, por una familia, por amigues, compañeros de trabajo, estudio y/o recreación que nos constituyen y a los cuales constituimos. En ese marco, el contexto local, inmediato, provincial, nos constituye. Voy a tomar como referencia y asentarme en mi experiencia como docente universitaria, y además como alguien que lleva años en contacto con jóvenes de diversos sectores que llegan a la universidad pública. Lo que venimos observando es que en Córdoba les jóvenes sufrieron el recorte de programas específicos, de educación, salud y esparcimiento. En un momento donde se necesitaba de mayor presencia estatal desde la seguridad social, el Estado provincial hizo un paso al costado. Eso los dejó más desprotegidos y desamparados.
Por otro lado, a nivel nacional las/los jóvenes fueron un grupo beneficiado en un 20% por la IFE. Sin embargo esto no fue el fruto de los objetivos de la política hacia el grupo social sino de la precariedad de su condición social.
A su vez, y volviendo a Córdoba, no deberíamos (aunque aún ocurre) sorprendernos la emergencia de (por ejemplo) jóvenes libertarios, o jóvenes del “campo” o incluso de jóvenes en las movidas anti-vacunas (que por cierto han ido mermando). Y además, en la universidad, se hicieron visibles actitudes y discursos que rayan con la antidemocracia, la no política, el anti-derecho.
No deberíamos dejar de afirmar que la juventud no es revolucionaria ni contestataria ni conservadora por sí misma: es también fruto de su tiempo y contexto. Hay jóvenes que tienen dichas actitudes y/o posturas, porque hay adultos que las enuncian y reproducen, y viceversa.
Por otro lado, las primeras campañas solidarias en plena pandemia tuvieron por protagonistas a jóvenes universitarios; ni qué decir de las acciones que desarrollaron en sus barrios les jóvenes. Al ser la población que supuestamente estaba en menos riesgo de contagio, sostuvieron comedores, merenderos, y esas acciones demandan de organización, de distribución de responsabilidades. De modo que lo que yo observo en nuestra provincia es que la participación juvenil en estos últimos tiempos se ha ido canalizando por espacios sociales, territoriales, más que por los partidos políticos. No obstante, quiero destacar esta participación porque son también ejercicios políticos.
Sin duda, las jóvenes deben ser reconocidas también como actores sociales fundamentales de este tiempo: han desplegado estrategias individuales y colectivas para enfrentar los desafíos de la cuarentena, y esto y sus situaciones de vida han estado invisibilidades, lo que nos obliga a proponer una mirada generacional en torno al contexto actual.
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