En el reportaje que concedió al diario Clarín el 18 de agosto, el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne, quien tiene a su cargo la coordinación del ajuste presupuestario a nivel nacional y provincial, contestó una serie de preguntas sobre la actualidad de la economía argentina.
Lo hizo en el contexto de una situación cambiaria sumamente inestable, de una economía que se desbarranca en la recesión y de un horizonte incierto en cuanto a la posibilidad de que Argentina caiga nuevamente en un default en 2019, de la mano del gobierno más amigo de los mercados que ha tenido el país. Durante el mes de julio, tanto los grandes capitales como los ahorristas individuales le compraron al BCRA 3.351 millones de dólares, cifra mayor que el monto de los desembolsos trimestrales que suministrará el FMI. El déficit comercial de la Argentina fue en julio de 789 millones de dólares, por lo que el comercio exterior del país lleva acumulado un resultado en rojo de 5.867 millones de dólares en el año. Debemos recordar que el comercio exterior es la única forma genuina y sustentable de conseguir dólares. El problema es que en vez de entrar, salen. Además de la gigantesca fuga de capitales y del turismo, se siguen yendo dólares de la economía, también la vía comercial. La presión sobre el dólar no es un problema de volatilidades psicológicas, sino que tiene un sustento objetivo en el cuadro de situación que provocó el gobierno desde el comienzo de su administración. Veamos que dijo el ministro.
Negación del problema externo, o persistencia en el error
Dujovne vuelve a insistir con el problema fiscal. Le preguntan sobre dólares y contesta con el déficit público. Le consultan por las dificultades para obtener financiamiento externo para las empresas privadas locales, y contesta con equilibrio presupuestario. Si se sabe que el equilibrio presupuestario, por sí mismo, no genera dólares, ¿cómo sería la magia que conecta el fiscalismo unidimensional de Dujovne con la resolución del actual estrangulamiento externo?
La clave está aquí: el “programa de austeridad” es para “recuperar la confianza”, afirma el ministro. Pareciera que ahí reside la solución para el macrismo y para la derecha económica. Todo consiste en comprimir el gasto público para lograr una mejoría en la economía local. “Cuantas más señales (de ajuste) mejor reaccionará la economía”, dice el ministro, mostrando que tiene en su cabeza un esquema conceptual que ya se incineró durante la caída de la convertibilidad.
En aquella época, otros genios de la economía explicaban desde la tribuna de doctrina, que el estímulo a la economía vía gasto público ya fue, que no funciona porque “los mercados” ven simplemente más gasto público y por lo tanto retraen la inversión pensando en todas las consecuencias perjudiciales que trae el déficit, como la inflación y demás pestes. Por el contrario, cuando el Estado reduce el gasto, “los mercados” lo interpretan como una excelente señal de saneamiento económico, se ponen optimistas y están dispuestos a arriesgar más inversiones en un contexto de economía saneada. Es decir, lo contrario a la función de impulso a la demanda que le asignaba Keynes al Estado, especialmente en épocas de depresión económica. El Estado se transforma en un killer de la producción y del mercado interno, que de acuerdo a las modernas teorías en las que abreva el gobierno, llena de optimismo y de expectativas positivas a los mercados.
En el mundo neoliberal, hecho de señales, no hay realidades objetivas, sino climas, humores y sobre todo interpretaciones neoliberales de la economía y concepciones reaccionarias de la sociedad. Los supuestos básicos son que nunca hay financiación propia en la economía local, siempre hay que ir a pedir afuera (en el norte, se entiende), y que para eso hay que ser serios. Serios es tener básicamente inflación baja, aunque la economía no crezca y la gente viva en la pobreza. Y serios es salir a la caza del capital financiero, que sería el que suministraría los fondos para la inversión productiva. Claro, en un cuadro de deterioro social, represión y quiebra productiva, no son muchos los negocios que pueden atraer a dicho capital especulativo, salvo LEBACs, LETES y LELIQs. En ese mundo bizarro, no se puede explicar por qué no aparecen las verdaderas inversiones, generadoras de bienes y servicios, capaces de crear fuentes de trabajo y conseguir dólares vía exportaciones. Los segundos semestres nunca llegan.
Así que el ministro —en realidad, todo el gobierno— está dedicado a “emitir señales”, que en este mundo rentístico financiero, son sinónimos de recortes, achicamientos, despidos y suspensiones. Paralización de obras, cierre de fábricas, derrumbe de ingresos, son señales positivas que alentarían a los “inversores” a volver a la Argentina. Dice Dujovne textual: “Los inversores del exterior no han vuelto aún”. Si los inversores productivos nunca vinieron, se está refiriendo a los dueños del capital líquido, para que traigan dólares volátiles que le permitan aguantar hasta diciembre de 2019. En el mundo Cambiemos, los verdaderos inversores son los financistas.
Entre las señales que entusiasmarían a los mercados figuran la eliminación del Fondo Federal Solidario, que socava la actividad económica en provincias y municipios, la eliminación de los reintegros por exportaciones a una gran cantidad de rubros agrarios e industriales que consiguen dólares genuinos (se conoció en estos días una estimación que establece que de aproximadamente 15.000 empresas exportadoras que había a fin de 2015, persisten hoy sólo 6.000 vendiendo en el exterior) y la suspensión de la rebaja a las retenciones a la harina y aceite de soja. Parece que el poroto de soja reviste características sagradas, o expresa una alianza retrógrada indestructible, ya que lo más sensato sería seguir promoviendo exportaciones de bienes con algún proceso de elaboración, y no bienes en bruto, como si volviéramos felices al siglo XIX.
La sintonía ideológica profunda con el actual esquema de fuga de capitales se observa cuando el ministro señala que el sector energético está volviendo a exportar luego del “homicidio macro que fue el cepo”. Que a esta altura se insista con denostar a la administración cambiaria prudente (llamada cepo por toda la derecha local), cuando fue un instrumento que impidió precisamente la catástrofe que hoy se está viviendo, que evitó el vaciamiento alevoso de las reservas del Banco Central y que trabó la dilapidación de divisas (que son deuda pública) a precios de liquidación, muestra la marca en el orillo de todo este equipo económico, y probablemente de la conjunción de intereses corporativos que lo sostiene.
¿Cómo explico el desastre a la feligresía neoliberal?
“A los que no terminamos de hacer las reformas nos impacta más la turbulencia”, dice Dujovne. No sabíamos, no nos habían dicho hasta ahora, que teníamos que hacer reformas, o que estábamos haciendo reformas (que tampoco sabemos en qué consisten).
Desde que arribó el Fondo, el viraje discursivo es grande. Vuelta atrás a los '90, luego de esta farsa discursiva gradualista que se llevó adelante hasta junio de este año. La turbulencia, como explicó el Presidente, vino de afuera. Si hubiéramos hecho ya “las reformas”, agrega Dujovne, nos hubiera impactado menos. El recetario universal de las reformas que le apetecen al FMI, al gobierno y a los mercados son: la reforma laboral para destruir los sindicatos, precarizar las condiciones laborales y bajar el salario; la reforma jubilatoria, para entregar un negocio enorme a los bancos mientras se reduce el gasto en seres descartables; y el achicamiento del Estado, para que los sectores de altos ingresos no tengan que gastar en nada que no sea en ellos mismos. Obsérvese que ninguna de esas reformas impide caer en el default, si uno se ha sobreendeudado con el exterior. Pero hay que convencerse de que todo eso genera confianza.
Se filtra en el reportaje un leve viento de realidad cuando se le pregunta por la crisis del dólar: “El problema es que acá se estafó al ahorrista en pesos durante décadas”, explica Dujovne. Diluye así cualquier responsabilidad del gobierno en la fragilidad financiera que construyó en dos años con el endeudamiento a velocidad récord, pero además oculta la experiencia histórica concreta que está detrás de la voracidad por el dólar de muchos ahorristas locales: el derrumbe de la convertibilidad. Se trató aquel de otro esquema inviable sostenido exclusivamente en el endeudamiento externo, que vendía dólares baratos a todos quienes quisieran sacarlos del suelo argentino. Ese hecho traumático ocurrido en 2001, detonado por el corte del crédito privado internacional, llevó a la imposibilidad de sacar los depósitos de los bancos, y a la dificultad de recuperar los dólares que creían poseer los ahorristas locales. No son nebulosas décadas de estafas, sino la catástrofe histórica concreta producida por los neoliberales argentinos en el experimento anterior. La impunidad que da ser un sector que maneja los medios de comunicación hegemónicos se refleja en un argumento así de vacío: la gente estaría comprando ávidamente dólares hoy porque durante décadas otros la habrían estafado. ¡Qué injusta es la realidad con el presidente Macri!
Vuelve a referirse el ministro a “países donde hacen los deberes”, realizando quizás un homenaje a Mariano Grondona, quien ya nos instruía en los '90 sobre esa necesidad. Es más, Grondona llegó a proclamar que la “materia economía” la habíamos aprobado durante el menemismo, porque habíamos hecho todos los deberes. Vale la pena señalar que si Estados Unidos hubiera “hecho los deberes” como los interpretan las lamentables burguesías latinoamericanas —achicando el Estado, dañando el mercado interno y atacando la producción local de ciencia y la tecnología—, hoy el enorme Imperio sería una republiqueta latin style, gran exportadora mundial de algodón, que habla en inglés.
Una mentirilla por aquí, otra por allá
“Es natural para una economía que se reequipa que haya crecido tanto ese rojo”, dice Dujovne refiriéndose al déficit comercial. Con la tradicional técnica de abusar de la ignorancia del público consumidor de publicidad de Cambiemos, se insinúa que como hay un proceso de reequipamiento productivo, se amplió el saldo comercial negativo. Revisando los datos si bien se observa un incremento en las compras de bienes de capital en el exterior en 2017, es absolutamente imposible explicar por esa razón el fuerte incremento importador. Y cuando se investigan los rubros que componen el heterogéneo conjunto de los bienes de capital importados, tampoco es posible encontrar nada que prefigure una gran modernización productiva. Volver a usar ese argumento falso homenajea tal vez a Cavallo, quien afirmaba convencido que el déficit comercial gigante de su época estaba preparando la modernización exportadora argentina.
“Hay inflación porque tenemos tipo de cambio flotante y si la moneda se deprecia los precios se moverán”, le dice Dujovne al público. Quizás el ministro era un niño aún, pero hubo una vez un ministro llamado Aranguren que promovió un esquema agresivo de aumentos generalizados de costos de combustibles, transporte y energía, en un contexto de una economía fuertemente oligopolizada sin ningún tipo de resguardos para los consumidores. Y los precios se movían con ganas.
“Necesitamos que baje la incertidumbre por lo de los cuadernos” para “que acompañe la inversión” confiesa el ministro. Se trata de una de las dos velas que prende Cambiemos para 2019: una gran cosecha –que traiga dólares e ingresos para el estado—, y que haya obra pública para levantar un poco la actividad económica luego del cráter de 2018. Resulta que ahora los cuadernos estarían provocando una contracción económica mayor y comprometerían la futura reactivación… pero, ¿quién no aceptaría perder su empleo o ver degradado su nivel de vida por el saneamiento moral de la República? La variable que Dujovne no controla es la mirada de la población.
Conclusiones
Cuando al leer el reportaje se logra superar la sensación de tratarse de un muestrario de declaraciones vacías o de un recetario de excusas, se pueden encontrar notas que ayudan a caracterizar el momento actual.
Discursivamente es evidente que estamos en presencia de la continuidad histórica de un único modelo neoliberal, que comenzó en 1976, que colapsa por incongruencias internas, pero que vuelve a resurgir. El actual discurso está perfectamente sincronizado con el ocultamiento de los crímenes económicos de los experimentos neoliberales previos. Así como la pobreza pareciera que apareció con los K, la cartelización en la obra pública –y de todas las compras del Estado— también. Hasta se diría que la deuda externa empezó en esos 12 años, tanto como la incapacidad del aparato productivo para generar empleo decente. Es el pasado populista, o es el afuera tormentoso e incomprensible. Alcanza con contar con la fe de los feligreses para continuar repitiendo políticas calamitosas.
La pobreza del libreto nos recuerda otras situaciones típicas de los momentos de declive de los modelos neoliberales: los tropiezos constantes y acumulativos que comienzan a verificarse. “Casualidades permanentes”, como bien expresó en su momento otro Presidente bendecido por los mercados, que también supo mantener el rumbo firme hacia el precipicio nacional.
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