Mujeres que filmaban
Un libro del investigador Lucio Mafud rastrea las huellas del cine mudo argentino hecho por mujeres
Nombres como Lucrecia Martel, Anahí Berneri o Paula Hernández dan cuenta de un consolidado y creciente desempeño de las mujeres dentro del terreno de la dirección cinematográfica. Pero también es pertinente aclarar que este espacio no ha sido precisamente ganado por las mujeres sino más bien recuperado. Aunque pueda sorprender, si bien es cierto que a lo largo del siglo XX el oficio de dirigir películas estuvo casi absolutamente reservado para los hombres, durante la era del cine mudo hubo en la Argentina muchas mujeres que emprendieron sus propios proyectos cinematográficos. De inminente publicación, el libro Entre preceptos y derechos, directoras y guionistas en el cine argentino (1915-1933) empieza decididamente a esclarecer este fenómeno a partir de una investigación pletórica de información, curiosidades y lúcidas observaciones.
Lucio Mafud es investigador, historiador cinematográfico, escritor, coleccionista, es decir todo oficio en el que confluyan sus tres grandes inquietudes: el cine, la escritura y la historia argentina. Actualmente su lugar de trabajo es la espléndida biblioteca INCAA-ENERC, naturalmente especializada en cine y una de las más completas de la región. Desde esa plataforma comenzó a trabajar sobre su principal objeto de estudio, el cine mudo argentino, con un singular contrasentido: investigar sobre cine sin contar con la materia prima, es decir sin las películas.
Los cálculos más optimistas sostienen que se ha conservado apenas el 10 por ciento del cine mudo de ficción realizado en nuestro país, pero basándose en su propia experiencia como investigador Mafud propone que la cifra podría ser algo más pesimista. En 2016 publicó con el apoyo de la Biblioteca Nacional un primer tomo de La imagen ausente, el cine mudo argentino en publicaciones gráficas, asentando un completo catálogo de la producción cinematográfica de ficción entre 1914 y 1923. “A lo largo de más de diez años consulté diversas hemerotecas y bibliotecas de Buenos Aires y Santa Fe para hacer una reconstrucción arqueológica de ese cine perdido a partir de fuentes indirectas. Relevé miles de ejemplares de revistas cinematográficas, culturales y diarios de época en busca de toda información posible”. De ese modo surgió su siguiente proyecto, enteramente dedicado a la participación que tuvieron las mujeres como directoras y guionistas entre 1915 y 1933. “Me llamó la atención la importante cantidad de películas argentinas dirigidas y/o escritas por mujeres en comparación con otros períodos del cine argentino. También pude determinar que muchas veces en los textos históricos precedentes no se acreditaban sus debidas participaciones, o bien existían datos inexactos sobre esos films. Dentro de ese conjunto me encontré tanto con películas destinadas a la exhibición comercial como también obras realizadas sólo con fines benéficos y educativos”.
Esta vez la tarea de Mafud fue mucho más ambiciosa, apuntando a reconstruir la historia de cada película citada, en dónde fueron realizadas, quiénes las concibieron, cuándo y dónde se estrenaron, cuáles eran sus probables argumentos y, acaso lo más sustancioso que hace que esta investigación rebalse el interés puramente cinematográfico: ¿para qué público y con qué objetivos sociales o políticos eran concebidas estas películas? Algo muy interesante que sostiene Mafud es que aquel cine hecho por mujeres muy lejos estuvo de ser homogéneo. Tuvo diversas motivaciones, objetivos, modos y nombres propios que apuntan más a una heterogeneidad, y por ese motivo su libro está dividido en tres capítulos bien definidos.
El primero es el de los films hechos por las sociedades de beneficencia. Abundan en el capítulo nombres de la alta sociedad criolla para quienes el cine formaba parte de sus berretines y pasatiempos, además de resultarles muy útil para el necesario ejercicio de ver y dejarse ver. Mafud encontró mucha información en las páginas sociales de diarios como La Nación y La Razón. “En esas secciones se reseñaba al detalle la actividad social de las clases altas y de sus organizaciones filantrópicas, son una fuente de información privilegiada acerca de los films de las sociedades de beneficencia. Por ejemplo, consultando diarios santafesinos di con la sinopsis argumental de un film rosarino prácticamente desconocido, El tímido (1915), que fue el primero en ser escrito por una mujer”. Estas cintas solían presentarse en festivales con mucha pompa y sensibilidad cristiana en donde las damas recaudaban fondos para la gente humilde, o sea la clase social a la cual pertenecían sus propios sirvientes y peones, prácticamente ausentes en las ficciones. Por eso aunque se tratarse de producciones aficionadas funcionaban como una forma más de subrayar los límites entre distintos estratos sociales. Algunas de sus exhibiciones se celebraron en el teatro Colón o en el Cervantes para solaz de una distinguida concurrencia y muy rara vez pasaban a un circuito comercial.
De entre las tantas películas citadas en este tramo uno de los hallazgos más sabrosos es el de Blanco y negro (1919), que según fuentes de la época fue dirigida por Sansisena de Elizalde y financiada por la Brigada 19 de señoras, rama femenil de la “Liga Patriótica Argentina” que ese mismo año actuó durante la Semana Trágica y el ataque a la comunidad judía del Once. Habrá que ver cómo les cayó que la cinta estuviera basada en la obra El ladrón, del francés Henri Bernstein, un autor atacado por la extrema derecha por ser judío y desertor. Entre las participantes de este film llama la atención el nombre de una joven Victoria Ocampo como actriz y muy presumiblemente co-directora, que para ese entonces estaba casada con Luis Bernardo de Estrada, mucho antes de la creación de la revista Sur y de su desempeño como referente cultural y feminista argentina.
Otro capítulo es “Los orígenes del cine infantil”, un imperdible sumario en el que vemos cómo el cine para niños fue concebido para contrarrestar a aquellas películas presumiblemente nocivas para la moral y la educación de la primera edad, sobre todo aquella de bajos recursos. Sobresale el nombre de Antoneta Capurro de Renauld como presidenta de la Escuela de Niños Débiles del Parque Lezama y responsable de La caperucita blanca (1917), versión purificada del clásico que puede considerarse pionera dentro del género infantil, desprovista de toda secuencia violenta o perniciosa para cualquier niño. Pero según Mafud, los objetivos de Capurro de Renauld iban mucho más allá: “Ella buscaba introducir un cine de carácter moral y educativo en el sistema escolar argentino y acompañaba las proyecciones de sus películas con una conferencia titulada ‘La cinematografía instructiva y sus alcances’. También promovía la sanción de una ordenanza que prohibiera el ingreso de los niños a las salas que exhibían películas no destinadas al público infantil”.
En este capítulo tiene su lugar Emilia Saleny, a quien se suele considerar la primera directora argentina, error histórico que Mafud subsana en su investigación: “Saleny, en todo caso, se diferencia del resto por ser la más prolífica realizadora local y la primera en concebir el cine como un posible medio de vida no sólo como directora, guionista y actriz sino también como fundadora de una academia de actores para cine, muchos de los cuales participaron en sus películas”.
El tercer capítulo está íntegramente consagrado a la figura de María Bistoni de Celestini, autora de la que es quizá la primera película argentina que expone la asimetría en materia de derechos a partir de dos tan básicos como la maternidad y la patria potestad. Justamente la película se llama Mi derecho, fue estrenada en 1920 y es la única cinta de la autora. “Me parecía que la obra de Celestini merecía una capítulo aparte por su carácter disruptivo en relación al resto de las películas analizadas en el libro. Por ejemplo, la trama de Mi derecho, en contrapartida a lo que se veía en el cine de las sociedades de benéficas, cuestionaba preceptos impuestos por el pater familias sobre las jóvenes de la elite y denunciaba prejuicios sociales imperantes en las clases altas”.
Tan complicado fue dar con el argumento de Mi derecho como acercarse a la biografía de Celestini. “Tuve que emprender una pesquisa casi detectivesca. Un diario de la colectividad italiana de 1923 la caracterizaba como una escritora italiana de larga residencia en Buenos Aires y señalaba que su apellido de soltera era Bistoni. A partir de estas referencias consulté el registro de pasajeros que arribaron al puerto de Buenos Aires y así pude acceder a otros datos biográficos”. Luego escribió una obra teatral de crítica social titulada En tinieblas, y a partir de allí nada más se sabe sobre María Bistoni de Celestini.
Tras una larga investigación, quedan para Mafud muchas aristas pendientes. “Quiero destacar que este libro no pretende un abordaje totalizador sobre este tema. Tengo el proyecto de trabajar sobre otras películas de ficción, indagar en el campo del cine documental y estudiar el rol relevante que tuvieron algunas mujeres en la proyección de películas alternativas al circuito comercial”.
Habrá que ver también qué es lo que sucedió para que una vez cerrada la era del cine mudo las mujeres tuvieran tan poca participación en el cine sonoro como directoras, largo intervalo que se extiende hasta el estreno de Las furias (1960) de Vlasta Lah. Mafud plantea que “la irrupción de la cinematografía sonora caracterizada por sus altos costos y por la paulatina consolidación de un cine de estudios de tipo industrial y profesional clausuró la posibilidad de que las mujeres pudieran dirigir películas. Dentro de esta estructura de producción más estandarizada se les impuso ciertos roles específicos como por ejemplo el de vestuaristas, cortadoras de negativo, el de continuistas…”.
Entre preceptos y derechos será publicado dentro del marco del 36 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y además de contar con su edición tradicional en papel estará disponible en versión digital para su libre consulta. Se trata de un libro sobre un momento muy puntual del cine argentino, con todo lo que ello significa. Lucio Mafud enriquece su investigación con sólida información extra-cinematográfica que enmarca en tiempo y lugar a cada una de esas olvidadas películas realizadas por mujeres, para dimensionarlas como un testimonio político y social del momento en el que fueron realizadas. Las huellas de esas películas se fueron borrando por el tiempo, por el desinterés o por la desidia tan propia de nuestro país a la hora de preservar su patrimonio cultural. Se fueron borrando hasta ser un rastro apenas perceptible, pero ya están de vuelta.
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