Mujeres de la vida
A 100 años de las revueltas de La Forestal, una reconstrucción de sus experiencias de resistencia y emancipación
“De las mujeres no se hablaba porque eran mujeres de la vida”. Fabiana Faisal recibía de su abuela, mujer del monte, estas sabias palabras. Con la misma autoridad, la historiadora Andrea Andújar planteó que la historia de las mujeres se desconoce “no porque hicimos menos” sino “porque lo que hicimos estuvo menos registrado”.
Bajo esta perspectiva, secretarias de Estado, diputadas, médicas generalistas, historiadoras, narradoras, maestras, pobladoras, profesoras, artistas y militantes, compartieron sus experiencias y miradas el pasado viernes en la mesa “Género: resistencia y emancipación”, que se realizó en La Gallareta, al norte de Santa Fe, en el marco del evento “Por las hendijas del quebracho”, que conmemora los 100 años de la Revuelta Obrera en La Forestal.
Los problemas del trabajo femenino, la reproducción y maternidad, la educación sexual integral, el maltrato y la violencia, fueron abordados en una extensa jornada de exposiciones que dejó aprendizajes en todos los rubros y que, en todo momento, se preguntó por aquellas mujeres silenciadas que vivieron en dominios La Forestal.
“Algo de ello viene a resarcirse hoy, conmemorar desde otras voces, reconociendo otras historias”, planteó Celia Arena, secretaria de género de la provincia de Santa Fe, que saludó la organización del evento. Pilar Escalante, subsecretaria de Igualdad del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad de la Nación, planteó hacia el final: “También las mujeres de La Forestal han sido parte de esa construcción histórica, del legado que hoy nos lleva a poder estar construyendo políticas públicas para prevenir y erradicar la violencia de género”.
Las mujeres trabajan
Alicia Barberis escribió una ficción de La Forestal a través de las mujeres o una historia de mujeres a través de La Forestal. Los trofeos de su papá encima del piano de su mamá, que no volvió a sonar, fueron la sabia de su impotencia y la potencia de una revancha colectiva. Cuando presentó su novela Pozo ciego en el pueblo donde se había cometido el crimen que la ficción denunciaba, las jóvenas feministas le dijeron: “No sabés la revolución que armamos. En el bar del pueblo, los hombres están hablando de tu novela; y dicen que no es como lo contás”.
Para escribir Monte de Silencios, novela que relata la historia de mujeres en La Forestal en cuatro tiempos distintos, entrevistó a numerosas “mujeres valientes, aguerridas, alegres, luchadoras”. Sus voces cobraron vida en la ficción y fue una lección de historia. Fueron mujeres que transpiraron, sufrieron, amaron y lucharon, y que estuvieron atravesadas por el imaginario patriarcal y clasista: “¿Mujeres obreras? No, nunca hubo”, le respondió una.
Reconstruir la historia de La Forestal con perspectiva de género es una deuda pendiente. Los documentos son cómplices del dominio del varón. Sabemos poco. ¿Qué sabemos? Que en los montes y en los pueblos, el trabajo registrado era casi exclusivamente reservado a los hombres. Un listado con más de 300 nombres que trabajaban en Villa Guillermina en épocas de La Forestal sólo presenta a once mujeres en el taller de confecciones, en tiendas y almacenes. Cuando aparecieron los teléfonos en la década de 1920 en los pueblos de La Forestal, los conmutadores eran atendidos por mujeres. Mujeres también fueron maestras y enfermeras.
Pero las “manos femeninas” hacían las empanadas para los picnics, mientras los hombres ponían la vaquillona en los asadores y en otro fogón los chinchulines. Y eran las mujeres las que garantizaban la reproducción del hogar obrero y la fuerza de trabajo para las fábricas. Zulma Tomasa contó alguna vez: “Las mujeres éramos unas esclavas, porque ahora tenemos nuestros derechos, pero antes nada, ni siquiera en un matrimonio de obrero, teníamos que criar los hijos, lavar, planchar, hasta tenía que darle de comer a los caballos de mi marido”. Su esposo trabajaba en el turno de las 20 horas, salía a las 4 de la madrugada, dormía hasta las 11 “y había que llevarle el mate a la cama”, recordó.
La Forestal las “premió” en la década de 1920, luego de la masacre, tras anunciar un plan de reformas sociales que apuntaba a ganarse el corazón de los trabajadores humillados. Diez diplomas y dinero serían entregados “para las esposas de los obreros que se hayan distinguido en el cuidado de sus hijos y en la higiene y arreglo de las casas”. El médico llevaba la vara. ¿Quiénes serían las responsables de que el premio se perdiera y de que los obreros no fueran ordenados, pulcros y productivos?
El trabajo rústico
Lorena Reynoso, Sol Cabrera y Romina Giauque integran el Encuentro por la Memoria, la Identidad y la Reivindicación de los Pueblos Forestales que organiza el evento conmemorativo. Son profesoras de educación primaria y forman un grupo de trabajo en temas de género alrededor del programa de radio feminista Sangre Fucsia, emitido por la FM Comunitaria Tanino. En la mesa presentaron un trabajo de investigación en la voz de varias mujeres del pueblo La Gallareta. Demostraron lo difícil que resulta que se reconozca el trabajo doméstico. “¿Estamos en condiciones de decir que esta historia cambió?”, se preguntaron.
Presentaron voces de viejas pobladoras que se refirieron al “trabajo rústico” que hacían. Una de ellas recordaba lo que costaba arrastrar los bidones de agua. Todo problema tiene su historia. Y el del agua es endémico en el norte santafesino. En 1923, un periodista de Santa Fe de viaje por la zona explicó que su escasez llevaba a la gente a situaciones “rayanas a la locura”. En 1941, otro cronista relataba “uno de los cuadros más dolorosos” que podía vivirse: “criaturas de toda edad, mujeres jóvenes, ancianas, que apenas se mueven”, describió, llegaban en masa a los vagones-tanques provistas de baldes, tarros y latas de todos los tamaños.
Las mujeres también trabajaban con el hacha en los obrajes, para que la familia ganara unos pesos más. Se decía que asistían a los hombres en las tareas de limpieza de los quebrachos; aunque María Espíndola de Roces contaba que su mamá hachaba por su cuenta.
Cumpliendo con la distribución sexual del trabajo en esta industria, el mundo de los obrajes dejó grabada en la memoria popular otro trabajo al que estaban destinadas las mujeres: “bolicheras”, les decían a las encargadas del servicio de bebida, música y sexo. “Las chicas del tren”, especificaban para referirse a las prostitutas que llevaban a los obrajes el día de paga. En las “casas de baile” en los pueblos también se ejercía la prostitución. Las niñas llevaban la inocencia y se llevaban la sífilis.
Son crónicas de negras, putas y locas, como las que llevó al encuentro Cecilia Solá, quien leyó fragmentos de su libro Cartas para la Manada. Solá citó a la antropóloga Marcela Brac para pensar aquel imaginario colectivo construido por y para varones. Los Boy Scouts de Villa Ana en años de La Forestal se regían justamente por la “Ley de la Manada”, tal como rezaba un folleto de la época.
Coser bolsas de la fábrica, arreglar las “quintitas”, juntar y cocinar las pociones que curaban los males que el dios católico no evitaba, formaban parte de aquel “trabajo rústico” por el que las mujeres jamás llegarían a cobrar una jubilación.
Mujeres que sufren
Gisel Mahmud es diputada provincial socialista, impulsora del proyecto de Educación Sexual Integral en la legislatura santafesina. Estuvo presente en La Gallareta, junto a la abogada Carolina Walker. Mahmud se refirió a los estereotipos del patriarcado, aquellos que se consumen en las escuelas o en las jugueterías. Contó que del total de las denuncias por delitos sexuales que se producen a nivel nacional, casi el 70% las hacen niñes y adolescentes. De ese subtotal, otro 70% son producidas por niñas y adolescentes mujeres.
Durante las huelgas de hace un siglo en La Forestal, Antonia Lugo, de 14 años, fue asesinada cuando su mamá intentaba ser violada por gendarmes financiados por la empresa. En aquellos sucesos, un trabajador detenido aseguró que “a las mujeres se les insultaba y se les ultrajaba en toda forma”. Algunos años más tarde, Isabel, una joven de 15 años, hija de un obrero de La Gallareta, denunció que el director de la escuela José Manuel Magallanes la violaba con frecuencia y la había dejado embarazada. Magallanes era un protegido por el gerente René Lawson. Como muchos niños y niñas del pobrerío, Isabel había sido tomada por los “hombres selectos” de los pueblos forestales para hacer trabajos domésticos en sus casas.
En una entrevista que le hicieron hace varios años, un viejo poblador de La Gallareta recordó la anécdota de un colega carrero. Lo paró el comisario por el camino y le preguntó por la mujer que lo acompañaba: “La llevo porque tengo plata, para que me lave la ropa, porque me hace falta, para que me cocine”. Otro poblador recordaba temores cosificadores de los primeros tiempos: “Los indios se llevaban a las mujeres, los animales y todo lo que podían”.
Cuando se formaba como médica generalista, hace unos quince años, Nerina Azpeitia llegó a Reconquista y a Vera con las lecturas de Gastón Gori bajo el brazo. Azpeitia estuvo presente en La Gallareta para participar de esta mesa de debates. Demandó problematizar el aborto y las medidas anticonceptivas. Regresando a La Forestal, se preguntó cómo abortaban aquellas mujeres.
En sus laudatorias memorias sobre los patrones británicos, un viejo poblador de Villa Ana recordó el caso de una viejita que se presentó ante el doctor del pueblo con su hija de 15 años porque tenía un problema de menstruación. El doctor le comunicó que la niña estaba preñada. La madre no entendía el término y se fue ofendida. Al poco tiempo, regresó con su hija que tenía una infección interna: en un poblado vecino, le habían introducido una aguja por la vagina. Salió la “carnaza”. El viejo poblador escribió que el problema de esta “anécdota tragicómica” era “el lenguaje, mezcla de castellano, guaraní y costumbrismo regional”.
Mujeres que paren
“Nunca bajen la cabeza si les dicen menchas. Ustedes son las grandes mujeres del monte”, reclamó con autoridad Fabiana Faisal durante su exposición, la primera, que aprovechó para presentar su reciente novela Lady Mencha: señora del monte.
También habló sobre su novela Fernanda Pérez, periodista y escritora cordobesa. La piel no olvida, editado hace dos años, transcurre en el marco de las revueltas obreras de hace cien años. Sus protagonistas, mujeres de distintas clases, están atravesadas por la violencia patriarcal. Una de ellas, mujer que desea, se propone no parir jamás un hijo del hombre con el que la obligaron a casarse. Monte oscuridad, de María Sarmiento, escritora chaqueña, cruza también las historias de clase, en clave feminista: sus mujeres luchan por manifestarse abiertamente, contó a su turno.
Es que mujeres en La Forestal no eran sólo las obreras del monte y de las fábricas: también eran Damas Católicas y Damas de Beneficencia. Estas “distinguidas” señoras, esposas de empleados y jerárquicos, trabajaban con las iglesias. Organizaban la caridad, que consagraba las jerarquías del orden empresarial. Jugaban al golf y aún más al tenis. Y organizaban veladas nocturnas con recitaciones y música. También enseñaban a otras mujeres jóvenes los quehaceres domésticos.
En la mesa se habló de la maternidad en soledad y sin deseo. Las historias del pueblo recuerdan que en el kilómetro 109 quedaba el obraje de Santos Louteiro y que lo llamaban El Cuerverío porque había muchas mujeres viudas, todas de luto. Cuando investigó y denunció a la empresa en 1964, el diputado Anacarsis Acevedo se refirió a las “familias mosaico”, que no se limitaban al monte. La empresa paralizaba de forma continua la producción, con prolongados lockouts incluidos. Los obreros se largaban buscando nuevas fuentes de ingresos: “había muchos que no regresaban y cuando se reanudaba el trabajo venían otros hombres con los que esas mujeres trababan relación y con ellos volvían a tener hijos”.
Mujeres que luchan
En las huelgas de hace cien años, “las mujeres de los huelguistas participaban efusivamente”. Se acercaban a las asambleas junto con los niños y niñas. Eran ellas las que años antes, cuando las fábricas paraban, quedaban registradas en los Libros de Limosnas de la empresa, por ser quienes recibían las raciones semanales. En julio de 1920, algunas de aquellas mujeres formaron el Sindicato de Obreras de Tartagal. La iniciativa era encabezada por María Segovia. El diario Nueva Época denunciaba que las mujeres federadas “hacían propaganda del amor libre”. En 1921, después de la masacre y el lockout, una crónica describía el desfile de mujeres “que arrastran penosamente a los chicos pidiendo de comer”.
El movimiento sindical en La Forestal se recuperó hacia 1936. Las crónicas destacaron la gran participación de mujeres, “las más dispuestas a proceder” y cuyo número en las asambleas es “crecido” y opinan “enérgicamente”. Aunque se decía que “secundan la propaganda de los obreros”, las obreras del taller de confección de La Forestal se sumaron a la tarea sindical. “En esta casa deberán encontrar toda la confianza que se merecen”, dijo el secretario general del sindicato de Villa Guillermina en una asamblea. En 1938, el reorganizado sindicato proyectó un film en el que Niní Marshall hizo su debut cinematográfico. Representaba a Catita, una obrera que sufría la opresión de un jefe tirano y ayudaba a sus compañeras a luchar. De aquellas compañeras quedaron registrados algunos nombres: Lupa, Regina Zárate, Genovesa Ojeda, Ramona Medina, Ana maría Vallejos, Doña Dolores Sisterna y Teodora Melgarejo.
Andrea Andújar, co-organizadora de Mitín de Historia Obrera, que para esta fecha ha programado la serie de charlas “Mitín Virtual por un Feminismo Proletario”, explicó que los estudios de género tienen mucho para decir: “Las pequeñas y grandes batallas, fueron sostenidas también por las familias, por las mujeres, los niños y niñas, marcando los ritmos y posibilidades de esos conflictos, que nunca se sostuvieron sin la comunidad”.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí