MOVEREMOS ENERGÍA
El abismo alucinante de la matriz eléctrica global en medio de la geografía incendiada
Con la pandemia suelen estar en boca de todos, además de los barbijos, los lugares comunes. Tiene su público el del ideograma chino que expresa el concepto de crisis como encrucijada: la difícil gloria o el inmediato Devoto. La apuesta a Devoto de Eduardo Duhalde trueca al dramaturgo Luigi Pirandello y pretende ser uno de los seis o más autores en busca de un personaje que encarne la jefatura del coup d’État que augura inevitable. El compromiso y la responsabilidad de alguien que ocupó la primera magistratura, bien gracias. Los ciudadanos que se sienten solos y no tienen quienes les escriban son el alimento de los golpistas. En consecuencia, la esperanza de que la vida propia esté en camino a ser mejor en un tiempo más o menos distante y la de los descendientes mucho más todavía, es la condición necesaria para la fortaleza de la vida democrática.
La gloria de la democracia la consolidan las medidas que se tomen para maximizar las potencialidades de la igualdad, conforme son identificadas en las tendencias más relevantes en danza; aquellas que se mueven por debajo de la vida cotidiana. Entre tales tendencias viene al punto considerar algunas facetas de lo que acontece en torno al connubio de la energía con el medio ambiente, en momentos que por efecto del cambio climático y la acción criminal ligadxs con la agricultura no sustentable se prenden fuego territorios tan distantes unos de otros como Córdoba y Australia, pasando por California, para recalar en el Amazonas o el delta del Paraná.
Hidrógeno, átomos y petróleo
El hidrógeno como recurso energético no contaminante tuvo su momento a principios de los 2000. Pero a su obtención a partir del gas natural hasta el presente nunca le pudo encontrar la vuelta para bajar su muy alto costo de producción. Esa fue la causa de que vaya perdiendo terreno en un planeta cada vez más necesitado de bajar las emisiones de carbono. Los nuevos estudios sobre el proceso del hidrógeno –obtenido a partir de energía renovable— estarían indicando que en unos lustros su producción a precios normales sería una realidad. De hecho, es a lo que apuesta el Hydrogen Council (HC), un consorcio integrado por más de 80 miembros de las más grandes corporaciones; principalmente de los rubros automóviles, petróleo y gas. Cuando el HC fue lanzado en el Foro Económico Mundial de 2017 en Davos, Suiza, contaba con apenas una decena o poco más de adherentes.
Como es normal y esperable en estos casos, la presión corporativa ejercida sobre el presupuesto público a través del HC, entre otros, se hace sentir y así de acuerdo a datos de Bloomberg a escala planetaria se contabilizan 54.000 millones de dólares en fondos de estímulo económico que se destinan a energías limpias, de los cuales el 19% es para hidrógeno. Eso es solo superado por el transporte electrificado. Por lo que se sabe el grueso de los proyectos sobre hidrógeno están abocados al almacenamiento de electricidad y su uso como combustible para grandes camiones y barcos. Lo cierto es que en el balance la energía renovable no hidroeléctrica (eólica y solar) hasta el presente y por lo que se avizora a mediano plazo está muy lejos de ser una solución definitiva a mano para evitar seguir estropeando el medio ambiente sin que se resienta la tasa de crecimiento del producto bruto.
Así lo entienden y fundamentan Alex Trembath y Seke Hausfather (Slate 19/08/2020) al centrarse en la incendiada California y puntualizar que "la transición a la energía renovable no es tan simple”. El 30 % de la electricidad que consume el Golden State la generan el viento y el sol. La actual situación de apagones por sequías, incendios y demás yerbas pone de manifiesto “las complejidades y dificultades de las transiciones energéticas y el imperativo de mantener un suministro flexible y diverso de tecnologías energéticas”, consignan Trembath y Hausfather y subrayan que por esas razones se suscitó “un consenso creciente entre los académicos del sector energía: el de ser poco probable que las tecnologías de energía renovable satisfagan la demanda de energía de la red eléctrica por sí solas. Desempeñarán un papel importante, pero se necesitarán fuentes de generación más firmes, como reactores nucleares de próxima generación, plantas de gas natural con tecnologías de captura de carbón, geotermia mejorada y otras que puedan equilibrar las energías renovables”.
La experiencia alemana con energías renovables corre en el mismo sentido, a fuerza de frustraciones. El movimiento antinuclear alemán que principió en 1970 devino muy fuerte y de amplio espectro político. Las promesas de las energías renovables no hidráulicas le dieron más fuerza. Aunque son insignificantes los gases de efecto invernadero que emite la energía nuclear, sus detractores hacen hincapié en la subsistencia por miles de años de los residuos radioactivos, a los que consideran extremadamente contaminantes y peligrosos. La relación de fuerzas anti-nuclear llevó al gobierno alemán a proponerse tener cerradas todas sus centrales atómicas para el 31 de diciembre del 2022. Una ley muy consensuada de 2002 impuso originalmente la meta de 2022. Para 2010 el gobierno de Ángela Merkel con realismo hizo saber que no se iba a contar para esa fecha con la infraestructura de energía renovable que reemplazara la generación de electricidad de las usinas atómicas, por lo que proponía continuar con las centrales nucleares hasta 2036 .
El 11 de marzo de 2011 el tsunami que arruinó la central nuclear de Fukushima, Japón, y la contaminación radiactiva que se produjo, dejó sin espacio a la extensión de plazos propugnada por Merkel y se volvió a 2022. En el año 2000, el 30% de la electricidad que generaba Alemania provenía de centrales nucleares y bajó a 12,36% en 2019, conforme los datos el Organismo Internacional de Energía Atómica. En 2019, el 46% de la electricidad de Alemania se generaba por energías renovables. La simple suma de esos porcentajes ya deja claro que la imposibilidad de reemplazar a la electricidad de las usinas atómicas con energía renovable. ¿Cómo se cerró la brecha? Con energía producida a partir del carbón y como no alcanzaba aumentando las importaciones netas de electricidad de acuerdo a lo que indica un estudio del caso del National Bureau of Economic Research de 2019, en el que se estima que el costo de abandonar la energía nuclear es mucho mayor a su beneficio.
Estos hechos expresan, además, que las transformaciones en el sector energía se están llevando a cabo pero no al ritmo que sus fans trompetean, sino a uno de bastante más baja velocidad y todavía con marcados problemas de costos y operativos tal como lo ejemplifica el caso hidrógeno, que no es el único.
Fortnite, jacuzzis y californización
El especialista norteamericano en el mercado eléctrico Todd Moss advertía el año pasado que “la historia real, la de personas reales, es el abismo alucinante de la desigualdad energética global. Los que se entretienen con videojuegos en California pronto consumirán más electricidad que 100 millones de personas en Etiopía. Bitcoin ya consume más energía que 200 millones de personas en Nigeria. Las piscinas y jacuzzis en California consumen más energía que toda la isla de Jamaica”, (OneZero 09/10/2019). Por estos días Moss junto a John Ayaburia, Morgan Baziliana y Jacob Kincerb publicó en la revista académica The Electricity Journal, un paper en el cual calculan casi la mitad de los 7.700 millones de habitantes del mundo, carecen de un acceso razonablemente confiable a la electricidad. La mayoría de esos 3.500 millones de personas se concentran en el África subsahariana y el sur de Asia. La estimación sale al cruce de la sabiduría convencional basada en los datos de la ONU conforme los cuales en 2010 había 1.200 millones de habitantes en el planeta sin acceso a la electricidad, carestía que en 2018 ya había bajado a 789 millones y que alienta como factible alcanzar el objetivo que se propuso el organismo multilateral que cumplió el 26 de junio 75 años de vida, de lograr el acceso universal a la energía para 2030. La diferencia entre uno y otro cálculo es la de tomar en cuenta o no los cortes de luz y la permanencia o no de los suministros. Es para preguntarse qué sería de estos números sin la reciente industrialización de China.
Volviendo al artículo de Moss en OneZero, allí señala que para enfrentar la falta de electricidad, “la ONU y otros donantes están demasiado obsesionados con las soluciones románticas a pequeña escala […] que mitigan los peores efectos de la pobreza extrema, pero están muy lejos de la escala necesaria para crear puestos de trabajo o impulsar una economía competitiva moderna […] Si queremos un mundo mejor, más justo y más seguro, la pobreza energética es un problema que debe resolverse y resolverse a gran escala. El debate sobre el clima versus el bitcoin es una distracción. El verdadero desafío es hacer que sea tan fácil para un emprendedor impulsar su negocio en Burundi como lo es para un niño jugar Minecraft en Mendocino [California]”.
Ahí el que cae en el saco roto de la romántica ingenuidad es el propio Moss, pues eso no es posible para todo el planeta. Este es un mundo de desarrollo desigual y si una minoría de sus habitantes consumen mucha energía, contaminan y reciclan a gran escala es porque la enorme mayoría no puede hacerlo por una limitación e imposibilidad físicas que traducen una desangelada realidad económica de históricas desigualdades salariales entre centro y periferia, y porque con la tecnología actual el consumo igualitario de energía que reclama Moss redundaría en una catástrofe ecológica que en imaginado contraste dejaría como humildes brasas el panorama incendiario actual. La salida de este atolladero es la única disponible en estos casos: la de la redistribución del ingreso mundial. Eso, que sí parece una alucinación dadas las coordenadas políticas actuales, es sin embargo el último y único grito de la realidad para el conjunto de países.
El japonés Kenichi Ohmae, un sonado consultor de las grandes corporaciones, allá por 2005 publicó un ensayo en el que presenta como mandato de la irrefrenable globalización lo que en verdad es una racionalización de las prácticas de las multinacionales de volcar el excedente al exterior para zafar de la crisis, gambito que por entonces el capital había retomado después de haberlo abandonado hacía un siglo y que Trump se empeña en que vuelvan a dejar a un lado con la historia de su parte. Ohmae daba por maduradas las tendencias incipientes que había identificado 15 años antes en otro ensayo, entre ellas la de lo que llamo la californización de las costumbres.
Pero para que todos los consumidores del planeta se comporten como los de California tienen que tener ingresos parecidos y consumo de energía similares. No es que Ohmae sea muy distraído y no tuvo en cuenta la realidad, sino que las multinacionales ocupan los mercados que hay.
El igualitarismo allí donde es posible, le compete al Estado nacional no a las corporaciones. La Argentina es uno de los pocos países que puede zafar de la ley de hierro del desarrollo desigual por su capacidad de generar todo tipo de energía y producir los alimentos que demande su población, cuidando el medio ambiente. La herida sobre la que echan sal los golpistas la abre la contradicción generada por una cultura que entiende que tiene a mano la californización y el movimiento nacional que no acierta a sustanciar la estructura productiva que la haga posible. El incipiente fervor golpista nos ha recordado una vez más lo que cuesta hacerse los chanchos rengos alentando vanas ilusiones de querer cambiar el modelo de consumo, mandar la gente al campo, denunciar el extractivismo, sembrar desconfianza hacia la energía nuclear y cosas nada felices por el estilo, prohijadas sin ninguna otra necesidad que la de mantener incólume el infantilismo de izquierda.
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